domingo, 31 de mayo de 2009

Otro día en el campo

Bien, sí: otro día en el campo.
Esta vez, además un poco diferente y por supuesto, cómo no, quiero compartirlo con vosotras y vosotros, demostrar, una vez más, que se puede, que pese a la discapacidad uno es capaz, siempre que se tenga voluntad y se disponga de la ayuda adecuada.



De la mano de la fundación También, dedicada a la organización de deportes adaptados para discapacitados, me apresté a participar en una jornada de senderismo en la sierra madrileña, concretamente en una vía pecuaria en torno al río Lozoya, el que es fuente del agua que bebemos los madrileños.
En el grupo, además de nosotros, cuatro ciegos totales y tres con resto visual aprovechable, participarían personas con paraplejia, movilidad reducida, niños, personal de apoyo y familiares.
La salida, programada para las nueve, se atrasó por la necesidad de acceder al autobús desde plataforma para los de sillas de ruedas, anclarlas, etc.
Llegamos al punto de salida de la marcha y allí se pasó otro buen rato hasta que se prepararon las bicicletas, unas máquinas adaptadas a cada necesidad: algún tándem para los ciegos que quisiéramos, otra especie de triciclos en los que los pedales se manejan con las manos para quienes no tienen piernas, etc.
En principio, mi idea era hacer el recorrido a pie, pero movido de mi espíritu aventurero, me decidí (no con pocas dudas) a probar el tándem. Hacía más de treinta años que no montaba en bicicleta. No sabía si recordaría aquello de mantener el equilibrio, si me dolería cierta parte trasera o yo qué sé. Pero _me dije_ ¿por qué no, intentémoslo. Y la verdad es que no me arrepentí lo más mínimo.
Me gustaría que me hubiesen hecho una foto con mi casco de ciclista dominguero, con esa pinta de... Nos montamos en la bici, salimos, yo iba todo emocionado, siguiendo las indicaciones de mi guía (deja de pedalear, pedalea suave, más fuerte…) y escuchando su descripción del paisaje que nos rodeaba, cuando de repente percibo un ruidito como pof pof. Pinchazo que te crió. Sí que estamos buenos. Hasta las bicicletas me llaman gordo, lo que me faltaba.
En fin, con lo bien que íbamos, allí que nos quedamos tirados hasta que vinieron los técnicos a desfacer el entuerto (como diría aquél).
Vuelta a la ruta: el pantano a la izquierda, vacas, ovejas, caballos, algún pueblecito, urbanizaciones, paisajes verdes, árboles tupidos, torrentes cristalinos hijos de un invierno de nieves, fragancias de tomillo, espliego, césped, pinos…
Entre unos y otros, el caso es que, a qué negarlo, hubo cierta descoordinación y ante las encrucijadas una de esas leyes de Murphy se vieron cumplidas (si has de elegir entre dos caminos, siempre elegirás el erróneo) , nos perdimos. Pero valió la pena.
Llegamos a un punto que más era una auténtica postal.Éramos unos cuantos los del grupo que nos detuvimos en un paraje, pasado el pueblo de alameda del Valle (ver foto). Se trataba de un puente con la barandilla de hierro por encima del río Lozoya. Se oía su fluir impetuoso, se sentía el rumor de las ramas de los árboles, el olor del césped, el trinar de un auténtico coro de pájaros y por sobre todo ello, la paz se podía palpar. Se portaron muy bien conmigo y me pintaron lo que estábamos contemplando, incluso me acercaron al borde del río para que tocase el agua, estaba fría, pero percibí su pureza transparente.
Los móviles hicieron su trabajo para que retrocediéramos al punto de encuentro donde sería el almuerzo, una comida a base de croisants de jamón serrano y sandwichs mixtos, fruta y refrescos, y sobre todo acompañada de camaradería y de satisfacción por haber superado un nuevo reto.
El regreso, tranquilo, alegre y, yo, siempre yo, dando color. Alguien diría: es que son como niños, pero sin el como, no se les puede sacar de casa. No creáis, que ni hice el pino ni nada parecido. Simplemente dejamos que la imaginación volase y hiciese de un pequeño recipiente con huesos de cereza que fuese un cubilete de dados y jugásemos al parchís sin tablero ni fichas ni nada por el estilo. Por cierto, la partida terminó en tablas. Jajajajjaajjajajajaj

De viajes

6 comentarios:

Mercedes Pajarón dijo...

¡Menuda excursión! Con la de tiempo que no hago una así, con tu descripción he tenido la sensación de vivirla! Además, es una excelente manera de empezar la semana!

Un besósculo!

Claudia dijo...

¡Ay qué ganas de compartir ese paseo Alberto!Como bien dijo Mercedes, hace rato que no vivo un paseo así...pero gracias infinitas por compartirlo así, porque te aseguro que hasta acá en Buenos Aires que estamos de frío, sentimos el agua del río..y las peripecias de la aventura. ¡Nos apuntamos para alguna próxima!¡Nosotros llevamos los cuentos y el mate!¡Cariños y feliz junio!

Alberto dijo...

Muchas gracias, Merceditas por tus palabras como siempre. Sé que habrías disfrutado de ese contacto con la naturaleza y que me la habrías pintado con esos colores que tú tan bien sabes ver.
Besósculo también para vos.

Alberto dijo...

Narradores, me alegro que mi pequeña descripción se os haya hecho cercana, tangible.
Hecho, acepto los cuentos y el mate. Ya po ndré yo los dulces, aunque no sean alfajores.
Un abrazo cariñoso también para vosotros y que tengáis un hermoso junio.
Feliz día.

Viperina dijo...

Si es que lo que no te pase a tí, jajaja!!! Me alegro un montón de que hayas podido disfrutar de semejante experiencia, que por cierto viene a demostrar que el dicho de que una vez aprendes a montar en bici, no se olvida nunca, es cierto. ¡Y además con animación a cargo de Alberto y su timba!Eres único, de verdad...
Besotes.

Alberto dijo...

Me alegro, Viperina que te haya hecho sonreír. Podría decirse que menos mal que soy único porque sino.....
Bueno, tampoco la cosa es para tanto, pero siempre hay que dar algo de color.
Feliz día también para ti.
Besos.

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