jueves, 29 de noviembre de 2012
Falta de costumbre
Y yo que cada vez que alguna voz femenina se dirige a mí
para dejarme su brazo o abrirme la puerta u ofrecerse a ayudarme siempre le
devuelvo su acción con un “racias guapa” y una sonrisa, hoy he recibido, por
primera vez, ese mismo saludo. Te cuento:
Esta mañana, camino del trabajo, iba por el andén del Metro
algo escorado hacia el hueco por donde circula (con el fin de no tragarme
bancos y demás obstáculos que suele haber pegados a la pared), eso sí, siempre
con la referencia de la banda de textura distinta habilitada al efecto,
controlando no caerme, cuando una cálida voz de mediana edad (supongo, claro
porque al no verla…), me ha dicho: “buenos días, guapo, vete un poco a la
izquierda” para dar con el primer peldaño de las escaleras que conducen al
vestíbulo de la salida. Y he notado cómo me sonreía al decírmelo.
¿Qué queréis? Me ha emocionado. Que si, lo sé, que no soy
guapo, ni mucho menos. Pero que te lo diga una mujer que no te conoce de nada…
Seguro que ha sido una forma de hablar o yo qué sé. Pero,
por no estar acostumbrado, me ha hecho gracia ese piropo.
Ha sido una bonita manera de encarar un día muy agobiante en
el trabajo y con frío en la calle.
Quiero creer que cuando yo digo eso mismo a las féminas que
me ayudan, haya alguna de ellas a la que le alegre el día y con una sencilla
palabra amable de este ciego que no la ve, contribuya a alegrarla por un
instante y a que se sienta bien.
Si así es, qué orgullo.
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Etiquetas: Así soy
lunes, 26 de noviembre de 2012
El color especial de Sevilla visto a ciegas
Tiene guasa, ¿verdad? Sí, que dos aventureros ciegos vayan a
Sevilla y lo que precisamente se les antoja es querer ver el color especial de
la capital hispalense, aquello de lo que hablaron Los del Río en su copla.
Pero más guasa tiene
aún que el sábado quedemos a comer con otra ciega y su marido, éste en silla de
ruedas y crucemos el Puente de Triana emulando a aquellos otros de cierta peli,
en este caso podríamos haberla titulado “Tres ciegos y un biberón”, y que el
paraplégico, con la retranca propia del lugar, me diga: “kiyo, mira er Guaarquiví”. Y yo pues
qué le voy a decir: “qué voy a mirá y que na, si yo no veo ni leshe”. En fin,
que no se diga.
Os cuento las peripecias de lo que ha sido un viaje
inolvidable, completísimo y lleno de la magia que tiene esa ciudad y su gente.
La ONG destinataria de los derechos de mis Huellas, la
Fundación Alaine, había convocado una cena solidaria en Sevilla y, con este
motivo / excusa, le dije a Elena, cómplice de tanto, que si le parecía bien que
nos fuéramos para allá, firmaríamos ejemplares del libro y, de paso, haríamos
turismo.
Elena, como siempre, aceptó la proposición, no sé si decente
o indecente, jejejje.
Me hacía ilusión, qué queréis, conocer ese patio de naranjos
del que Antonio Machado hablara al recordar su infancia, un año en el que el
poeta me ha acompañado en tan buenos momentos inolvidables de luz.
Ahora se trataba de organizar el viaje. En principio
barajamos otras opciones, pero al final hicimos gala de una de nuestras
divisas: abrir caminos. Así que hablamos con Igualar, una asociación de ocio inclusivo
para discapacitados y que fueran ellos
quienes nos ayudasen. Usaríamos su recién creado servicio de viajes a la carta.
Algo tan sencillo como decir: “queremos ir a Sevilla, ¿cuánto nos costaría
todo?” Transporte propio en furgoneta, alojamiento y guía acompañante a nuestra
disposición durante el transcurso del viaje además del oportuno seguro, todo en
el mismo paquete. Comodísimo. Así se puede viajar aun no viendo. Dicho y hecho.
Rebeca sería nuestra cicerone / conductora y guía. Además
Isabel, su madre, sería el complemento perfecto.
Soluciones como la que ofrece Igualar son las que uno lleva
años demandando, productos de viaje en los que yo sea un cliente en plenitud,
en el que no tenga que luchar contra las barreras del desconocimiento o del
rechazo, en el que mis necesidades sean satisfechas con profesionalidad y
eficacia. Eso es Igualar y esa debería ser la tónica general para alcanzar mi
derecho como un consumidor más.
Bien, el color de Sevilla:
Los Reales Alcázares, con su historia de siglos y sus
jardines, excelentemente descritos por quien los enseña; la gran catedral de Santa María, con su
Giralda y Giraldillo, con los sepulcros de Alfonso X el Sabio, San Fernando o
Cristóbal Colón; la Torre del Oro, con su museo naval y sus maquetas “envitrinadas”
_claro_; el Parque de María Luisa y la Plaza de España, con su estanque y su
recorrido por las provincias enimágenes; las callejuelas del Barrio de Santa Cruz
hacia la Sierpes; el río y los barcos que lo surcan; los patios de naranjos y
jazmines; el Arco del Postigo, por el que atraviesa el fervor religioso de la
Macarena o Las Cigarreras; la Confitería La Campana, inaugurada en 1885; los
paseos en coche de caballos.
A todos esos lugares nos acercaron Rebeca e Isabel. Pero más
aún, cómo no, lo suponéis, ¿verdad? A Casa Modesto, con una cena exquisita; al
Tres de Oros, excelentemente atendidos con unas tapas ricas ricas; y a otros “templos”
del buen comer y mejor beber, que la Manzanilla clara y la sangría afrutada no
deben faltar.
Con todo lo dicho hasta aquí, ya nuestras retinas se habían
poblado del color que buscábamos: color de sensaciones únicas, aromas, sonidos
y descubrimientos.
Pero aún quedaba más por vivir. La cálida
acogida, con que somos obsequiados, en la que el humor sin par, el compartir y
aprender, y el arte de agradar son los invitados a la fiesta.
Y hablando de fiesta, por si algo faltaba, resulta que a
cuenta de Santa Cecilia, el domingo se ha organizado un congreso de bandas de
música con los sones de la Semana santa. Qué maravilla, qué emoción
escucharlos. Claro que al lado, de esta música, de tambores y trompetas, suenan
los villancicos de la exposición de belenes. ¡Qué cosas!: calor primaveral en
noviembre, Navidad con villancicos y belenes, y pasos de Semana Santa. ¿Será
ése el color especial? ¿Será que el duende de la copla quiere jugar con los
cieguitos a las adivinanzas?
Anécdotas y risas expansivas:
¿Pero no íbamos a Sevilla? Si resulta que mi mega súper
Iphone me dice que estoy cerca de don Benito, en Badajoz. Uy uy uy, que la
Rebeca nos quiere liar… Que no, que se va mucho mejor por esta carretera que
por la otra.
El camarero a la hora de comer, antes de jalarnos una Ensalada
César y un arroz con verduritas excelso, a la vera del río, en la Calle Betis,
nos diga: “¿se van a sentar?” Y que Paquito, con su gracia, le diga: “yo vengo
ya con la silla puesta de casa, ohú”.
Que otra camarera, en otra terraza, diga: “parece que huele
a gas”. Y yo, cual sevillano de pro, susurre “qué gas ni qué niño muerto, es el
pedo que se ha echado después de comerse las judías que le han sobrado”.
Vaya Corte de los Milagros,, vaya descalabrados. Nadie lo
diría, con la tripa que uzté ce gazta y er buen guzto que ce trae en la
compaña, que bien que z’agarra ar braço de la shavala guapa.
¿Y los olores? El azahar, los jazmines y rosales, el
incienso sí, pero también el olor de los caballos al defecar, las especias y
aceites de cocinas en tascas y bares, churrerías que tampoco faltan. Vaya vaya,
cómo huele Sevilla, si alguna muchacha, que va de marcha palillera, se ha
metido dentro del frasco de perfume. Pero, ¿no habíamos quedado en que las
andaluzas vienen, de serie, con aromas a flor y a romero?
¡Y los
sonidos? El agua en fuentes y surtidores; el traquetear constante de caballos
cartujanos; campanillas de tranvía y acentos del lugar, perlados de gracejo y
dulzor.
Después de todo, sí; puedo afirmar sin errar, que encontré
el color especial de sevilla. Lo hallé en sus estampas y rincones, pero sobre
todo, lo descubrí en Asun y Paco, en Inés y Manolo.
Ahora que, si Elena, Rebeca e Isabel, no me lo hubieran
pintado, mi torpeza de ciego chalado habríase quedado con el blanco y el negro,
más el negro que el blanco (que no se diga que este cegatón es racista) de
quien quiere ver pero que, cuando realmente ve, es cuando la auténtica entrega
de la amistad y el verdadero buen hacer, son sus guías.
Publicado por Alberto en 1:22 p. m. 2 Dejaron su huella
Etiquetas: De viajes
Las dulces embajadoras
Entre este pasado viernes y el jueves próximo, cuatro personas
muy especiales para mí, cumplen años. Va por ellas este cuento dominical mío de
hoy que, aunque tarde, llega como siempre.
Por Celia, mi madre; Pili, la Princesita del Mar; Rosa,
escritora genial; y Sonia, mi cómplice de siempre.
Va por ellas. ¡¡MUUUUUCHAS FEEEEEELICIDADES!!
Feliz semana y que acabéis bien este noviembre.
La reina de Tartalandia, doña Bizcochetta, se mostraba
exultante. Tanto así, que se le había achantillado su espumoso porte de suspiro
turgente. Tenía la nívea certeza de que esos días iban a ser claves en su
dominio cumpleañero.
Había sacado a relucir a sus mejores huestes: a Miss Nata
Glass y a Míster Chocco Truff; a las guindas Andalindas, Calidad 5 ges; a los
Infantes Dulcientes, doña Crema la Créme, don Barquillo el Pillo y doña Naranja
la de reluciente brillo; a don Caramelo, el Flanelo; y, para acabar, a las
Velas de florido colorido.
Todos y todas, formaron marciales, ante su
señora natera. Reverencias, parabienes, afirmaciones y firme pisar de
cucharones batidores.
Los humildes Huevos, excogidos para la ocasión de entre los
más selectos ponederos; los Azúcares más cristalinos, con reflejo diamantino;
las Harinas más nuevas, hijas del amarillo trigal. Todos los súbditos de su
majestad Bizcochetta, contribuirían al gran desfile.
Y es que no ignoraban
que habrían de lucir sus mejores sabores ante semejante envite.
Tras días de frenético avío, el espectáculo se mostraba
soberbio: arte puro del golosineo.
-Majestad, estamos listas para ser devoradas, a modo de tiernas
doncellas de crujiente dureza. ¿Cuáles son nuestros destinos?
-Tú, la de cremoso queso y rojos frutos, acompañarás a
celia. Veterana es, sabia madre, experta cocinera.
-¿Qué regalo envolverás en mi seno?
-¿Un delantal? No, no. Un gran ramo de flores con nombre de
Respeto, Gratitud, Escucha y Reconocimiento.
-Que sea bonito, que siempre huela bien, que no tenga que
cuidarlo, que bastante cuida ya.
-Vamos, en marcha. Que eres la primera en ser necesitada.
Y Cremoso Queso y Rojos Frutos parten prestos.
-Tú, la de Vainilla y Naranja Caramelizada, vestida de
chocolate, endulzarás a Pili. En tu seno ella se encontrará con un cuento con
dibujos de vivos colores en el que su héroe será la Sonrisa de piel de
albaricoque.
-Yupi, que ilu. Me voy, me voy.
Y Vainilla, la de rubia maravilla, junto con Naranja trufada,
marchan con brillo de dulce fulgor.
-Tu, la de Fresa y Turrón, adornada de yema y bambú, imprégnate
de almibarado néctar y deslúmbrala con tu sabor. Historias sin fin de humor
pícaro saldrán de tus pliegues encarnados. ¿Tu puerto? Rosa y su luz.
Queda un collar de doble fila en el que bombones mágicos
vestidos de celofán , adornan una diadema de excelsa filigrana. Son mágicos,
son eternos, son únicos, son solo para ella: para la mejor, para Sonia.
Bizcochetta, con su magnanimidad, ha impartido su mandato.
Ha hecho más aún: ha coronado a cada una de sus embajadoras con velas
luminosas: una de clásico ámbar, otra de atrevido azabache, una tercera de deslumbrante
coral, y la cuarta de radiante rubí. En cada una ha puesto un mensaje que
habrán de imaginar con la magia de los sueños.
Solo falta decir una cosa esencial para el final de este
cuento de dulces palabras: que hubo alguien que puso unas manos para amasarlas
dándoles vida. Ese alguien tiene nombre de ciegos ojos pero luminoso corazón.
Lo sabéis, ¿verdad? En las manos que concibieron esta sabrosa historia va un
alma que quiere ser Regalo, entrega y luz.
Colorín colorado, que esta tarta se ha acabado.
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Etiquetas: Relatos
jueves, 22 de noviembre de 2012
Las Siete Tetas de Madrid
¿Pensaréis que me refiero a alguna guapetona chulapa madrileña? ¿Creeréis quehago un guiño a las colinas romanas y sus leyendas?
No, no; me refiero a un curioso parque madrileño sobre el que no tenía noticia y hoyh mi amigo Patxi, el genio de la telefonía y la informática, me ha contado.
Porque colinas, no sé si tendremos en Madrid, pero tetas, lo que se dice tetas...
A ver cuándo puedo pasear por ellas, si puede ser bien acompañado, mejor , aunque eso de ver atardecer...
Si, así es el sobrenombre que tienen estas pequeñas colinas: Las tetas de Vallecas. Y se han convertido en el más impresionante de los miradores de Madrid. Desde la cima de las colinas se divisa toda la capital y se reconocen muchos de los monumentos de la Zona Centro.
Con tal inmensidad de paisaje la vista es espectacular y si el tiempo acompaña es un lugar privilegiado para ver atardeceres, porque el ángulo de visión es descomunal.
Bajo las siete colinas del cerro del Tío Pío, situado en Vallecas, se encuentra la antigua barriada de Palomeras, del Madrid de los años 50 y 60. Es el parque de las siete tetas, de visita obligada para el que vive o se encuentra de paso en la capital
Podría ser un skyline de postal. O el fotograma de una película romántica que se desarrolla entre las praderas de Inglaterra. Podría incluso formar parte del nuevo videoclip de algún grupo indie. O ser la antigua barriada de Palomeras. Pero es el cerro del Tío Pío, un parque situado en el barrio madrileño de Vallecas, muy cerca de la parada de metro Buenos Aires, accesible sin pagar un astronómico billete de avión, pero con unas vistas que no muchos madrileños conocen.
El cerro también es conocido como el parque de las siete tetas, pues está formado por siete colinas o montículos, debajo de las cuales están los restos de una barriada, la de Palomeras. El sur de Madrid fue el huésped perfecto para las miles de personas que venían de los pueblos a la capital a trabajar, en busca de una vida mejor. Aquí las familias compraban una parcela de suelo y construían su propia casa. De esta manera, llegaron a crear un barrio de familias inmigrantes o con poco dinero, rodeado de solares y basura.
Llegó la democracia a España, y también a Madrid. Y con ella, los cambios. Los vecinos de Palomeras aún tenían un asunto pendiente con la ciudad: habían conseguido un trabajo, pero no una vivienda digna. Así pues, comenzó una operación de realojo de estas familias. En un santiamén, se expropiaron terrenos, se instaló a las familias en sus nuevas viviendas y se demolieron las antiguas casas. A su vez, arquitectos y urbanistas se dedicaban a transformar el antiguo barrio hecho escombros en viviendas de protección oficial y en zonas verdes.
Se enterró la historia, pero no desapareció. Está en las entrañas de estos minivolcanes, gracias a los cuales la panorámica de Madrid es única. Desde ellos, se pueden ver los más emblemáticos símbolos de la capital de Villa y Corte: el Pirulí, la estación de Atocha, las torres Kio o el Faro de Moncloa, y mucho más. En definitiva, Madrid a tus pies.
Cerro del Tío Pío o Parque de las siete tetas
Puente de Vallecas C/ Benjamín Palencia, 2. Madrid. Superficie: 159.745 m². Junto a parque de bomberos. Transporte público: metro Buenos Aires línea 1, o autobuses 54, 141 y 143.
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No, no; me refiero a un curioso parque madrileño sobre el que no tenía noticia y hoyh mi amigo Patxi, el genio de la telefonía y la informática, me ha contado.
Porque colinas, no sé si tendremos en Madrid, pero tetas, lo que se dice tetas...
A ver cuándo puedo pasear por ellas, si puede ser bien acompañado, mejor , aunque eso de ver atardecer...
Si, así es el sobrenombre que tienen estas pequeñas colinas: Las tetas de Vallecas. Y se han convertido en el más impresionante de los miradores de Madrid. Desde la cima de las colinas se divisa toda la capital y se reconocen muchos de los monumentos de la Zona Centro.
Con tal inmensidad de paisaje la vista es espectacular y si el tiempo acompaña es un lugar privilegiado para ver atardeceres, porque el ángulo de visión es descomunal.
Bajo las siete colinas del cerro del Tío Pío, situado en Vallecas, se encuentra la antigua barriada de Palomeras, del Madrid de los años 50 y 60. Es el parque de las siete tetas, de visita obligada para el que vive o se encuentra de paso en la capital
Podría ser un skyline de postal. O el fotograma de una película romántica que se desarrolla entre las praderas de Inglaterra. Podría incluso formar parte del nuevo videoclip de algún grupo indie. O ser la antigua barriada de Palomeras. Pero es el cerro del Tío Pío, un parque situado en el barrio madrileño de Vallecas, muy cerca de la parada de metro Buenos Aires, accesible sin pagar un astronómico billete de avión, pero con unas vistas que no muchos madrileños conocen.
El cerro también es conocido como el parque de las siete tetas, pues está formado por siete colinas o montículos, debajo de las cuales están los restos de una barriada, la de Palomeras. El sur de Madrid fue el huésped perfecto para las miles de personas que venían de los pueblos a la capital a trabajar, en busca de una vida mejor. Aquí las familias compraban una parcela de suelo y construían su propia casa. De esta manera, llegaron a crear un barrio de familias inmigrantes o con poco dinero, rodeado de solares y basura.
Llegó la democracia a España, y también a Madrid. Y con ella, los cambios. Los vecinos de Palomeras aún tenían un asunto pendiente con la ciudad: habían conseguido un trabajo, pero no una vivienda digna. Así pues, comenzó una operación de realojo de estas familias. En un santiamén, se expropiaron terrenos, se instaló a las familias en sus nuevas viviendas y se demolieron las antiguas casas. A su vez, arquitectos y urbanistas se dedicaban a transformar el antiguo barrio hecho escombros en viviendas de protección oficial y en zonas verdes.
Se enterró la historia, pero no desapareció. Está en las entrañas de estos minivolcanes, gracias a los cuales la panorámica de Madrid es única. Desde ellos, se pueden ver los más emblemáticos símbolos de la capital de Villa y Corte: el Pirulí, la estación de Atocha, las torres Kio o el Faro de Moncloa, y mucho más. En definitiva, Madrid a tus pies.
Cerro del Tío Pío o Parque de las siete tetas
Puente de Vallecas C/ Benjamín Palencia, 2. Madrid. Superficie: 159.745 m². Junto a parque de bomberos. Transporte público: metro Buenos Aires línea 1, o autobuses 54, 141 y 143.
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Publicado por Alberto en 10:46 p. m. 6 Dejaron su huella
Etiquetas: De viajes
martes, 20 de noviembre de 2012
Crear versus Entretener
Ya sabéis de mi afán por apuntarme a cosas nuevas y
participar de la oferta de este Madrid cultural.
Pues bien, a propuesta de mi amiga Elena, cómo no, nos inscribimos
en el IV Foro sobre empresas culturales y financiación. SE ha llevado a cabo en
el Museo Reina Sofía.
De las mesas redondas que lo han compuesto, quiero destacar
la que ha tratado sobre los derechos de autor y la propiedad intelectual.
Aunque me parece que ha faltado autocrítica por parte de los
intervinientes y que es muy fácil caer en la demagogia, sin discutir (ni mucho
menos, faltaría más) la necesidad de que se respeten ambos hechos, me ha
llamado la atención el concepto de si la cultura es entretenimiento o creación,
entendiendo aquello como menosprecio y esto como valor.
Crear es construir con talento, plasmar nuestra capacidad para
generar belleza y emoción, sublimar la mediocridad humana.
Entretener es ayudar a que otros sean felices, entretenerse
es disfrutar.
Entonces, ¿por qué infravalorar el entretenimiento y la
capacidad de entretener como si fueran pérdidas de tiempo?
Yo, que bien lo sabéis, aspiro a crear historias, lo hago
con el ánimo de entretener, dar luz y animar.
Por tanto, no sé muy bien, o quizá sí, que preferir: si ser
creador o servir de motivo de entretenimiento.
¿Qué creéis que debería hacer?
Publicado por Alberto en 9:38 p. m. 4 Dejaron su huella
Etiquetas: Reflexiones
domingo, 18 de noviembre de 2012
Su última actuación
Lo sabéis, ¿verdad? Hoy el cielo cuenta con un nuevo Artista
y, por ello, ha amanecido con sones de fanfarrias y campanillas: Miliqui es ya
su payaso favorito que se unirá a los otros grandes del Circo que, a quienes
allí viven, ilusionan y divierten. El País de los Sueños cuenta desde hoy con
otro habitante de lujo. Vaya en su recuerdo mi relato de este domingo.
Por tantas veces como alegró nuestras vidas con su humor y
su música, por dedicarle una canción a Susana y por formar parte de mis
recuerdos de infancia que no hedejado de ver, pese a la ceguera.
Que estéis bien y disfrutéis de una buena semana.
¿Cómo se vestiría esa tarde? Iba a ser su última actuación y
quería que fuese de las buenas.
Elegiría el traje de sultán de “Las mil y una noches”? ¿O el
de Napoleón? ¿O, incluso, el de galán? No, no; se vestiría con la peluca que,
una vez fue mocho de fregona; se calzaría la zanahoria, que alguien especial le
regaló para que su vista fuese buena (pero si era ciego), como nariz; y se pintaría los labios con el carmín de la
sonrisa de niño. Una túnica con estrellas de colores y unos zapatos como los
del gigante Mazaparín serían los complementos ideales a esa indumentaria de
lentejuelas.
Una vez, hace muchos años, quiso ser como Charlot. No tenía
ni bombín ni paraguas ni el cine negro existía ya.
Otra vez, soñó con emular al Gran Faquir pero ni disponía de
cama de cuchillos ni sabía hacer fuego.
Y aún pretendió más: ser malabarista con bolas y palitos. Lo
intentó, se le caían a la primera.
¿Qué le quedaba, entonces? ¿Ser un gris oficinista leguleyo
o limitarse a sellar cartas que no serían nunca para él?
Así creyó que transcurriría su mísera existencia hasta que, encaminándose
en dirección a su trabajo, bastón en ristre, se topó con una niñita que lloraba
porque su mamá no estaba. Se paró y le hizo unas cucamonas. La niñita barbotó
sonrisas de azúcar. Se sintió feliz.
Y otro día, vio en un banco a un anciano. Estaba solo,
lloraba también. Le representó un entremés cómico y aquél tornó llanto en risa.
Más aún, otros se sumaron al espectáculo.
Ya estaba: lo había descubierto. Sería payaso. Haría reír,
aunque por dentro, llorase. Regalaría luz pese a no ver; inventaría comicidades
de histrión, le pesara a quien le pesase.
Sesiones aquí y
acullá en las que había sido cómico, maquillado con la cosmética de la burla,
ocultando tristezas de su siempre solitario corazón. Le habían aplaudido, sí;
vitoreado, incluso. Sentía que algo había hecho, aunque no lo bastante.
Apareció en televisión, fue protagonista de portadas de
revista y hasta premios le dieron.
Y esa postrera tarde,
tan decrépito él, tan cansado de hacer reír, tan viejo ya, quería irse. Dejarlo
todo y partir. ¿Es que no sabían que ser payaso agota, que te deja sin fuerzas
al terminar?
Pero, si era él quien había elegido ser animador. Claro, sí.
Mas, ¿a él quién le animaba?
La actuación tocaba a
su fin, el telón caería y ya nada permanecería.
-Disculpe.
Alguien alzó la voz desde las butacas.
-¿Qué? ¿Quién?
-No me recuerda, ¿verdad? Han pasado tantos años… Yo fui una
niñita a la que alguien hizo reír cuando lloraba.
Otra voz más anunció:
-Mi padre me contó que un desconocido le había alegrado
cierta tarde, que le hizo feliz cuando estaba triste. Yo vengo hoy aquí a agradecérselo.
Un coro al unísono comparte
lo que aquel pobre payaso había dejado en sus vidas.
Y el pobre payaso, el jubilado de la vida, por una vez no
hizo reír. Habló sin máscara ni maquillaje. La voz se le quebraba con llanto
emocionado al contar cómo se sentía durante su última parodia , cómo se había
sentido tras todas las actuaciones: triste, solo, vacío, frustrado.
La otrora niñita
subió al escenario para abrazarle. Uno tras otro hicieron lo mismo, le cogían
las manos para pasarlas por sus rostros, le expresaban su deuda.
¿Qué mas daba que la peluca se le hubiese caído o que la
nariz de zanahoria no estuviese ya en su sitio?
El presentador del evento dejó que el público, su público,
uese en esta ocasión quien actuara devolviendo la risa al que tantas veces les
había regalado risa.
Hoy no sería como siempre, hoy no necesitaría de su bastón
blanco para volver a su casa vacía, hoy una hermosa mujer le cedería su brazo
porque él le dejó hace tantos años su alegría. Y más aún le ofrecería: le diría
que durante un rato, cada tarde que ella pudiese, casi todas, iría a buscarle
para contarle, para llenar su vacío y su soledad y su frustración y su ceguera.
¿Cómo no lo iba a hacer si ella…?
Publicado por Alberto en 7:13 p. m. 4 Dejaron su huella
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