Sí, un día para la Historia. Cómo no compartir aquí mis reflexiones.
Más allá de todo lo que se ha publicado y dicho, se me
ocurre haceros partícipes de recuerdos e impresiones que permanecen en mi
memoria en torno a los papas.
Mi primer contacto con semejante figura fue el libro que me
regalaron con motivo de mi primera comunión. Era la biografía adaptada para
niños del Papa Bueno, Juan XXIII. Lo leía con emoción y deleite. Tanto que aún
me acuerdo de uno de sus pasajes: cuando se come, uno a uno, todos los higos de
una cesta diciendo: “uno no se notará, otro tampoco… hasta que ya no quedó
ninguno”.
Luego vendría el otoño de 1978. En mi pueblo soriano se
comentó que había muerto Pablo VI y que elegirían a uno nuevo. Así fue. Pero
más aún, a los treinta y tantos días volvió a repetirse el ritual. Yo aún veía
y aunque la tele era en blanco y negro, me acuerdo de la conmoción que supuso,
tanto la tempranera muerte de Juan Pablo I como la elección de un papa polaco.
Luego, vendrían los viajes de Juan Pablo II y cómo cada vez
que llegaba a un país se arrodillaba para besar el suelo del país.
Y llegó abril de 2005 con el final de su agonía y cómo la
muchedumbre le aclamaba como santo. Supe que moría un personaje de los grandes,
irrepetible y tuve ocasión de visitar su casa natal el verano pasado.
Con Benedicto XVI me quedará siempre el recuerdo de la
Jornada Mundial de la Juventud de 2011 en la que participé y tan cerca estuve
de él. Parecía un venerable abuelo, emocionado y cercano.
Y hoy acaba su pontificado, se retira del mundo. ¿Por
enfermedad y agotamiento? ¿Por no haber podido dominar a los llamados cuervos
del Vaticano? No lo sé. Lo que sí sé es de su inteligencia y brillantez como
teólogo, de su humildad.
Se podrá especular lo que se quiera, se harán las quinielas
que sea, pero a mí siempre me quedará aquel encuentro de 2011 y su valentía al
renunciar dando ejemplo, siendo testimonio.
Lo que el futuro depare, no puedo saberlo, pero, por encima
de todo, mi fe permanecerá incólume. Más allá de la soberbia, de los enjuagues
o trapicheos, más allá de componendas. Mi fe se asienta en la luz de un Jesús
que se hace hombre y nos enseña el camino del amor y la entrega.
Una vez más me emocionan los sonidos de las campanas de la
Ciudad Eterna, de los cánticos de los fieles, de la espera a esa fumata blanca.
¿Quién será el sucesor? ¿Cómo se hará llamar?