domingo, 30 de septiembre de 2012

Joaquín el músico


Hola otro domingo más:
Hace unos días, alguien importante me dijo que en mis cuentos apenas aparecía la música como tema. Me hizo pensar y fue un acicate para el que hoy tenía que escribir. Vamos, que he sentido la necesidad de hacerle caso.
Espero os guste. Pretende ser mi pequeño homenaje a todos esos músicos ciegos y a la música que tan importante resulta como compañía en tantos momentos.
Buena semana ya de octubre.
Cuidaos.

Joaquín era consciente de que cuando dejara de ver ya tan solo le quedaría la música. Sí, igual que a aquel otro tocayo suyo que hizo de Aranjuez su patria y de la guitarra su guía.
Se dejaría acunar por melodías de panderetas, laúdes y gaitas que le mecieran y evitar, así,  que la amargura se apoderara de su oscuridad.
Recordaría cuando, de joven, rondaba a las zagaletas con canciones de amor y recia voz. Cuando éstas se escondían tras las rejas y visillos en su pueblo, lanzándole miradas de fuego sin brasas. ¿Cómo habría podido él imaginar que un día solo le quedarían recuerdos en su retina mientras ésta se opacaba inevitablemente?
 Él, adalid de la juerga y el requiebro. Él, campeón de la tradición y la juglaría que cantaba historias de jinetes heroicos enamorados. Él, eterno soñador mientras pastoreaba el ganado de sus mayores en apriscos y pastizales.
Los tiempos habían cambiado. El progreso imperó en su universo. Las mozas marcharon, las ovejas fueron estabuladas en nuevas granjas, su vista fue nublándose inmisericorde. Él tambiénpartió, fue obligado al exilio de sus paisajes familiares, de sus peñas y miradores. ¿Qué y a quién miraría ahora que su vista le abandonaba?
  Melodías con sones de volero, pasacalles y copla eran sus himnos entonces. Luego llegarían sonatas, requiens y sinfonías. Acordes, notas, sostenidos y bemoles: luz, su única luz.
Sí, claro. Se adaptó, salió adelante, que no se dijera que los hombres de su tierra novencían, si triunfaron en lejanos horizontes de allende los mares, cómo no iba a triunfar él, cómo no iba él a saber salir de su laberinto oscuro. Aprendería a conducir, no a ovejas como antes, sino a bastones blancos, sabría del valor del orden y cultivaría, no plantas o frutales, sino la memoria de voces, olores y pisadas.
Mudó silbidos de campo por lecciones de clarinete. Se hizo un hueco en los ambientes musicales de la ciudad. Alcanzó fama, interpretó conciertos solo o en compañía, fue admirado, incluso.Eso sí, las rondas de antaño nunca las olvidó.
Y haora ya es demasiado mayor para tornar a su pueblo, ya el fuelle de su garganta se ha quedado vacío, ya nada le resta si no esperar la muerte.
Es santa Tecla, patrona de su grey. Le han invitado a que se reúna con colegas para tocar, pero él no ha querido. Él querría tocar otras teclas con nombre de Elena, Nuria, Pepa, Aurora, Juana, Antonia, Felisa, Susana… aquéllas que él rondó y que no se fijaron en su figura.
Mejor será que dé su paseo de siempre hasta el banco de siempre en la plaza de siempre y aguarde a que pasen las horas como siempre.
Ha comenzado el otoño, las hojas secas parecen querer bailar zarandeadas por el viento del cierzo y el tintineo de laescarcha que otro año más aparece por allí.
¿Por allí? Si en esa ciudad, su ciudad,  ni el cierzo ni la escarcha son conocidos, si acaso la tramontana o el salitre. La Plaza del Pino es el lugar, su lugar.
Cierra los ojos, bueno ni siquiera eso necesita para evocar almendreras, manzanos, tomillos y cantuesos.
Otra tarde más lo único que sale a su encuentro son los sueños y el sueño, antes que él era siempre el último que se dormía y ahora no hace más que dormir.
¿Qué se oye? ¿Serán fantasías suyas? ¡Es una ronda! ¡Es la Ronda! Otra vez vandurrias, gaitas, matracas, cascabeles, tamboriles. Avanza por las calles angostas próximas. Sus pies reviven, su alma resucita, su corazón brinca.
Unas manos finas le toman del brazo esquelético, le invitan.
-¿Quién eres?
Apenas si ha podido balbucir la pregunta.
Un coro de nombres se superpone:
-Soy la Elena, la Nuria, la Pepa, la Aurora, la Juana, la Antonia, la Felisa, la Susana 
 -¡Sois todas! ¡Estáis aquí! ¿Habéis venido por mí?
Joaquín, como antes, como ya nunca lo pensó, vuelve a sentirse feliz.
¿Qué le importa ya que la muerte sea en realidad la que ha venido por él si ha aparecido con rostro de sus amadas y con llamada de sus tonadas de ronda?
Joaquín no ha muerto. Joaquín vive en la música de un disco que hoy suena en mi casa mientras esto escribo. Joaquín vive porque la música es vida y él fue un maestro en ese arte y su arte es luz para mí.





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viernes, 28 de septiembre de 2012

Se nos había olvidado la lluvia


Se nos había olvidado la lluvia y, de repente, nos ahogamos.
Tantos meses deseando que el cielo se limpiara de humos y gases, y hoy parece que vaya a caerse de tan limpio. ¿Querrá, gracias a ella,  enjuagar la tristeza de tanto derrotismo a base, no de sollozos, sino de lágrimas convulsas sin fin?
Llueve, llueve y llueve como en aquel Singapur de mi amigo Paco, sí, el  de su “Día que fuimos dioses”.
Y yo sin paraguas. Y yo zambullendo mis pies en esos charcos que son lagunas. Y yo recibiendo el baño que me lanzan autobuses y coches mientras espero a que el semáforo se ponga verde para mí, aunque para mí siempre sea invisible su color.
Claro, llevar con la mano derecha el bastón y con la izquierda el paraguas. ¿Con qué mano tomaré entonces el brazo de esa guapa chica que saldrá a mi encuentro para regalarme la promesa de una cita soñada? No, no, mejor me mojo y aguardo a que surja la invitación, por si acaso. ¿Que no surje? Ah, te… refrescas de calores y calenturas calenturientas. Bueno, que el gorro impermeable hace también lo suyo, no vayan a creer.
Pero, qué afortunado soy: no necesito salir de casa esta tarde de viernes, dispongo de un hogar en el que guarecerme, no viajaré por esas carreteras que hoy están cortadas a causa de tanta lluvia, no me salvaré, por los pelos que no tengo, de morir aplastado por ese puente que se hunde en cierta autopista.
Claro, se nos había olvidado la lluvia. Los sumideros de las calles no pueden bebérsela tapados como están tras siglos sin tragarla; se escucha el lamento de todo el mundo porque ya se sabe: nunca llueve a gusto de todos.
Se nos había olvidado cómo suena la lluvia, mientras rebota contra el voladizo que la maestría de mi padre supo dejar en el ventanal del salón de mi casa; del ritmo monocorde de su goteo constante; o del ruido al ser salpicada por el tráfico en las calles de este Madrid.
Y yo, mientras recupero su memoria, fantaseo con románticos encuentros acompañados de su música o excursiones en pos de suculentas setas que luego se cocinarán al calor del cariño de la madre. Claro que, un ciego cogiendo setas…  no sé yo. Y, si encima son de cardo… uuuummm.
Se nos había olvidado la lluvia.


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martes, 25 de septiembre de 2012

Cuando fui campanero


Justo hace hoy un mes en que participé de una de esas experiencias inolvidables, para mí, que me hacen sentir bien y que muestran mi carácter aventurero además de que demuestran que es posible ir más allá aun siendo discapacitado.
Podrá pareceros algo banal, pero para mí fue muy emocionante. Se trató de tocar las campanas en el pueblo de Trévago, vecino al mío. ¿Qué queréis que os diga, tanto haber escuchado su son como referente, no solo para los actos religiosos o festivos sino por sus reminiscencias legendarias, era algo que me ilusionaba particularmente.
Ese sábado agosteño, por la tarde, se había organizado un concierto de toques de campana con motivo de su restauración y para allí que me fui junto con mi madre para, de paso, dar un paseo.
Le había comentado a Alejandro, guía y cómplice de mi verano,  mi sueño de tocarlas, digo tocarlas en sentido táctil y el de tañerlas. En un principio, se mostró reticente pero luego dijo que si me empeñaba, él me ayudaría. Y es que había que subir por una escalera de caracol, luego por otra de mano y sortear un hueco en vacío hasta alcanzarlas. Yo le dije que tranquilo, que me gustaría intentarlo y que si, al final, me veía inseguro que lo dejaríamos.
Acabado el recital de toques (arrebato, ángelus, difuntos, fiesta) con las consiguientes explicaciones por parte de don Alfonso, el sacerdote del pueblo, llegó mi turno.
Cogido del brazo de Alejandro acometimos la primera escalera, no resultó tan difícil comparada con otras ascensiones como las de la Torre de Belén en Lisboa o la de Londres. Luego, la de mano: metálica y con peldaños muy estrechos. ¿Qué hacer? Muy fácil, poner el pie en paralelo. Y por último, lo más difícil, pasar de la escalera de mano a la plataforma de las campanas. Con paciencia y cuidado lo logramos. Ya las tenía al alcance de mis manos. Qué pasada.
Claro, quienes siempre las han visto, no le darán importancia, pero yo era la primera vez que las veía. Son dos, con nombre de santa Bárbara y santa María. Sentí su aleación, me imbuí de su alma y cogí el badajo para hacerlas sonar. Me pareció que no pesaban tanto como pudiera parecer ¿y el sonido? ¡Vaya ruido! Me impresionó vivamente su fragor.
Me habría quedado más tiempo junto a ellas en aquel atardecer, me sentía bien, orgulloso, feliz. Sabía que muchos estaban admirados (se va a caer, ¿qué hace allí? ¿Cómo se las ha arreglado para llegar?...).
Mi imaginación se tiñó de imágenes: Fermín de Pas en el campanario de la catedral de Oviedo, los héroes anónimos que tantas veces anunciaran la llegada de enemigos sin par para salvar a su pueblo, como el soldado de Cracovia o los genios de la Costa da Morte avisando contra las rocas en medio del temporal… Me sentí uno de ellos.
Pero sentí también la altura, el vacío del horizonte, la espectación de los de abajo.
  Había que descender, claro. Siempre es más difícil la bajada que la subida, pero bueno. Con no poco susto de algunos de los que por allí, andaban, dimos el paso y… jejejej, paso a paso descendimos de las cimas campaneras a la realidad de los suelos terrenales. Genial.
¿Y todo gracias a quién? Sí, a Alejandro. Gracias por haber confiado en que podía lograrlo, gracias por dejarme su brazo y sus ojos para marcarme un nuevo logro, una nueva batallita que contar a esos nietos que nunca tendré, pero que los sustituyo por vosotras y vosotros, haciéndoos partícipes de ello.
Os adjunto una bonita foto que deja constancia de la historia.
 Ah, y ya se sabe: tolón tolón tolón.

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domingo, 23 de septiembre de 2012

La búsqueda de Rubén


¿Será verdad que las mayores historias son las que tenemos más cerca? ¿Tenrá razón la protagonista de mi cuento de hoy?
Feliz domingo y que el otoño no os traiga tristezas de hojas caídas sino de colores nuevos.
Con cariño y mis mejores deseos, como siempre.

Ya está.El periodismo es mi profesión. Ahora solo me falta dar con la noticia que me lance a la fama. Dicen que es muy difícil, tanto como toparse con el duende bueno de los robledales, sobre todo cuando tanto se están quemando. Poco me importa a mí lo que afirmen los otros, yo buscaré y buscaré hasta dar con mi filón particular. Soy Rubén, soy joven y soy testarudo _otros dirían, tenaz_.
Ana se resigna a caer en el desánimo del olvido. Ella que tanto cree poder contar y se da cuenta de que nada cuenta. ¿Que es vieja? Sí, lo sabe. ¿Que fue ella quien eligió apartarse de todos y de todo? Claro, ¿qué otra cosa podía haber hecho? La antigua casona de sus antepasados era el único refugio seguro al que podía acudir cuando decidió   escapar del fragor de sucotidianeidad.
¿Y Paqui? Eterna enamorada de Rubén, hormiguita trabajadora y constante, cuya ceguera no le ha impedido acabar la licenciatura aunque fuera a trancas y barrancas, y con no pocas decepciones hijas de la desconfianza de muchos y las constantes barreras con nombre de PDFs ilegibles, ejercicios imposibles o páginas web inaccesibles.
La que, una vez fue joven también, huiría de la ciudad, con sus conspiraciones de elegante cocktelería, sus relaciones interesadas con escritores y cantantes, incluso con algún político y sus lujos de espía enigmática. Muchos indagarán después para cobrarle los favores o vengarse por lo que no supieron callar entre sábanas y volutas de humo. No la hallarán y el tiempo borrará deseos de desquite y odios derrotados.
Paqui nunca dio importancia a los misterios de su abuela. Había estudiado Ciencias de la Información para sacar a la luz los testimonios de seres ignorados pero merecedores de atenciones y protagonismo. Eso no significaba que no la quisiera pero cada vez se mostraba más huraña y sentía que sus mundos eran opuestos. Su padre, el hijo de la abuela, se había emparejado con su madrastra y casi nunca la visitaban ya.
Rubén telefoneó a su amiga:
-Paqui, necesito verte.
-Yo también lo necesitaría, así dejaría de ser ciega.
-Déjate de chorradas y atiéndeme. Me encuentro inmerso en una gran crisis y ahora soy yo el que requiere tu ayuda. No es que tengas que leerme ni nada por el estilo. Más bien, escuchar es lo que te pido porque a ti eso se te da muy bien.
-Venga, quedamos en un par de  horas en El Gorrión Cantarín. ¿Te parece bien el sitio?
-Sí, es un pub chulo. Me gustan su música y sus zumos. Y tiene unos sillones la mar de cómodos con esas mesitas de madera. Nos vemos allí. Y no me digas que como no sea yo el que te vea… que ya te lo tengo muy oído.
-De acuerdo, chico. No te pongas tontorrón que a mí, el que me gusta, es el Rubén optimista y luchador, simpático y bromista. Hasta luego, adiós adiós.
Qué prisas, esta mujer. Cinco años desde que acabamos, ella feliz con sus habitantes de corte de los milagros y yo, desgraciado con mi rutina de cronista parlamentario. ¿En qué quedó mi búsqueda del gran titular? Me cansa tanta banalidad de sus señorías, siempre encastilladas en pequeños reinos. Qué harto me tienen sus disputas de salón y vodevil. Menos mal que la Paqui sigue ahí, qué pena que mi corazón no lata por ella.
-Chico, qué bien te veo, igual que siempre, claro.
-Toma, como que nunca me has visto, así que igual que siempre, cómo no. ¿Te apetece un combinado de papaya, piña y sandía? Anda, sorpréndeme.
-Un café.
-Ooooooh. Tú siempre tan innovadora. Hágase un café para ti y un mojito para mí.
-Soy toda oídos, Rubén. Que tu voz sea de miel y no de hiel.
-Pues, amiga. Que no me encuentro bien, que cada vez llevo peor mi trabajo aun siendo consciente de que otros muchos y muchas para sí lo querrían. Que me juré encontrar la gran historia de los anales del periodismo  y que todavía sigo buscándola sin haberla encontrado. Que no sé ya dónde mirar.
-Igual es que no has mirado bien.
-Ya no sé qué más hacer. Soy consciente de que me quedan muchas rotativas que recorrer y explorar nuevos medios. 
-Las mayores historias se encuentran donde más cerca se vive.
-Qué fácil lo ves todo tú. Cómo se nota que no ves.
Paqui, duda. ¿Se lo dice? No lo ve claro. ¿Y si su abuela se mosquea? ¿Y si le echa en cara que solo va a visitarla por interés? Pero es que tiene tanto que agradecerle a ese chico… sigue queriéndole. Menos mal que las gafas oscuras protegen su mirada de los ojos de Rubén. De no ser así, seguro que él la vería como en esos momentos se siente en realidad: triste, nostálgica de lo felices que podrían ser si vivieran juntos.
  -Yo puedo guiarte a la persona que te podría proporcionar aquello que buscas.
-¡Qué me dices! ¿Es verdad eso? ¿Lo harías por mí? Qué callado te lo tenías.
-Te repito que las historias mayores son las que uno tiene más cerca. ¿Te apuntas a una excursión a las montañas sorianas?
-Cómo no, si allí se encuentra lo quepersigo sin fin.
-No te prometo nada, pero puede que sí.
Rubén conduce por una estrecha carretera llena de curvas entre chopos y pinares. Sabe que están cerca. Intuye que alguien le aguarda con sus secretos y sus ganas denarrarlos.
-Ay, cariño. ¿Por qué no vienes más a menudo? ¿Tú también quieres abandonarme? Tantos lo hicieron antes que debería estar acostumbrada, pero tú siempre fuiste mi niña de luz pese a tu ceguera. ¿Y este joven? ¿Es tu  novio?
-Abuela, que no. Es un compañero que necesita tu pasado. Mientras, mi futuro dependería de ´él siquisiese regalármelo.
-Ojalá pudiese, Paqui. Señora, buenos días. Encantado de conocerla. ¿Empezamos?
Conforme Ana desgrana los hilos de su memoria, Rubén se entusiasma con lo que va conociendo de una mujer heroica aunque, eso sí, con sus sombras: Una guerra que ayudó a ganar cuando debería haber hecho lo contrario, un negocio que contribuyó a arruinar porque así se lo impusieron, un noviazgo que se fraguó para derrotar al amor inconveniente, ciego siempre, éste sentimiento sí que sí, no como su nieta y tantas otras miserias con piel de deber cumplido.
-Guau. No una gran historia es lo que me ha proporcionado, son muchas y sensacionales por demás. Muchas gracias.
-¿Escribirás un libro con todo ello? ¿Harás por mí lo que tantos debieron afrontar y no se atrevieron?
-¿No tendrá miedo de que le suceda algo por lo que pueda desvelarse en él?
-Qué más da. Es hora de que el pasado levante el telón de la verdad y saque a escena a quienes, con su silencio y cobardía, se disfrazaron de caballeros andantes.
Sí, Rubén, pocos meses después, después de incontables horas de redacción, cumplirá su promesa, rescatará a la abuela Ana y algo más hará: encontrará lo que, sin él querer saberlo, siempre buscó. ¿Qué si no? Qué ha de ser, la verdadera gran historia, la del amor de y con Paqui. Porque sí, cumplido su sueño, descubrió a su corazón gritando un nombre, el de su amiga, por supuesto.
Y no importará que la vieja Ana muera sin ruido una madrugada otoñal mientras las hojas caen. No importará porque su historia y su niña de luz salieron adelante de la mano de un muchacho testarudo y ambicioso que no renunció a los sueños de ir tras la quimera de lo imposible.

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