domingo, 27 de julio de 2014

La señora del maletín



Buen domingo.
Aquí mi nuevo cuento de sombras.
Que te guste.
Feliz semana.

La señora del maletín

Los padres de Antoñito el Pulgas están desesperados con su hijo. Mira que le advierten de que se suene los mocos, de que cuide de no ensuciarse y de que vaya al instituto. Pero él ni caso. Pasa de rollos. Con lo a gusto que se encuentra haraganeando por el barrio, dando patadas a la basura y juntándose con los colegas para trapichear entre pitillo y pitillo.
Uno de esos días en los que más aburrido estaba, porque nada le salía bien, se ve que algún gato negro se cruzó con él y se enfadó por quitarle la lata de sardinas del contenedor de la urbanización Mirasol, se fijó en que en una silla de la terraza había un maletín y que cerca de él, una señora lo está vigilando cual halcón sobre su presa.
Un maletín de piel marrón, de los buenos, con su cierre de combinación y todo. Una señora madura, elegante y bien vestida, fina y muy atractiva. Vaya, un bombón de nata y fresa. De las de película.
¿Quién será ella? ¿Qué contendrá él?
A Antoñito el morbo le puede aunque no sepa cómo actuar.
¿Y si fuera una espía?¿O una ladrona de guante blanco? Igual en el maletín lleva las herramientas o el producto de su último negocio. Para él los negocios son robos, pillaje y extorsiones. Botín de mafioso o alijo de lo ajeno.
 Merodea a su alrededor. Es como un juego: la halcona y el hurón. Ella se da cuenta del juego y juega con el muchacho. Cuando, al fin, se decide, ella lo coge y echa a andar. Él se apresura tras ella. Ella acelera el paso. No puede alcanzarla. Gira una esquina y… desaparece.
Pobre Toñito. En vez de con ella, con quien se topa, es con el Moncho, el niñato ése que le jode siempre sus planes. Un chulito de barrio, un gilipollas rompecorazones, que a todas se lleva de calle y que es un auténtico manipulador.
-Qué pasa, tío. ¿Te lías un pito?
-Déjame en paz, piérdete, tío.
-Bueno, bueno, chaval. Que no hay quien te tosa, ni que te hubiera arañao  el gato de la Patri.
-Que te den.
La mañana transcurre inútil. Su humor cada vez es más de perros. ¿Dónde se habrá metido la tipa? ¿Cómo se las va a apañar para volver a encontrarse con ella?
  Así se devanean sus mientes cuando se para, no porque le interese lo más mínimo lo que allí se expone, si no por verse reflejado en él para atusarse el flequillo antes de ir en busca de su chorva, delante del escaparate de la librería La Buena Tinta.
Lo que ve le deja alucinado.
Por casualidad sus ojillos se cruzan con la cubierta de uno de los libros, cuyo título es “Los rostros de la muerte”.
Es un libro de tamaño regular, buena encuadernación y formato para coleccionar. Se muestran varias caras y, entre ellas, la de la mujer que él viera horas antes, la mujer del maletín.
¿Podrá ser verdad? ¿Será que ha visto a la muerte y que huyó de él?
 Cuando lo cuente en la bolera a sus colegas, le dirán que lo flipa, pero a él nadie le podrá convencer de que no ha sido verdad lo que él vio.
Aún tendrá que alegrarse de que no hiciera caso de sus ganas de engancharle el maletín y salir corriendo, como tantas otras veces habían hecho en supermercados y demás.
Ufff, menos mal.
Otra cosa, ¿adónde iría? ¿En busca de quién?
Cuando, ya de noche, esperando que sus viejos le vuelvan a dar la brasa con lo mismo de siempre, se encontrará con que le anuncien la noticia de que Ramón Meneses, el Moncho, ha muerto, atropellado por un coche, justo cuando iba a cruzar la calle.
A Toñito, entonces le cambiará la cara y, sobrecogido, contará su historia.

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Feliz domingo



Paz y bien. Feliz domingo.
Hoy mi amigo Paco Alvarez me ha recordado esa vieja historia conforme en una habitación de hospital residían dos pacientes muy enfermos. Uno de ellos, cada día durante una hora le contaba al otro lo que se veía a través de la ventana y eso hacía feliz a su compañero, dándole fuerzas para continuar resistiendo.
Al fin, el que contaba lo que se veía murió antes que el otro, seguramente contra todo pronóstico. Así que el que hasta entonces había escuchado pidió a la enfermera le acercase a la ventana para seguir viendo lo que hasta ese día su compañero le describió. Una vez concedido el deseo, con gran esfuerzo se aupó para no dejar de ver lo que tanto le había hecho feliz, aquellas hermosas vistas que su compañero le narraba.
Con enorme sorpresa lo que vio fue simplemente una pared sin bellos paisajes ni estanques ni niños jugando ni parejas de enamorados queriéndose.
Tanto se sorprendió que le preguntó a la enfermera cómo era que su compañero le hubiese contado todo aquello cada día, contado lo que siempre dijo que veía si, en realidad, no pudo ser que lo viera.
A lo cual ella le respondió que era imposible que nada de aquello hubiera visto porque ¡era ciego!
Se dio cuenta de que el compañero de habitación fallecido, lo que había pretendido y conseguido fue hacerle feliz, darle esperanza y se emocionó mucho.
Pero esta historia con semejante moraleja da mucho de sí para reflexionar.
La parte buena: entregarse al otro para que éste sea feliz, siquiera durante un instante, una hora para el enfermo del cuento que escuchaba las descripciones, la importancia de la imaginación para generar ilusión y esperanza, el sobreponerte a tu propio dolor, dejándolo de lado, para que los de tu alrededor se encuentren bien, sean un poquito más felices,  y el que siempre es posible ayudar a los demás, hasta aquel ciego enfermo de muerte pudo ayudar a su compañero simplemente con la palabra y la imaginación.
La parte que podríamos criticar o incluso calificar como negativa: ¿está bien engañar / mentir / fabular por el hecho de crear esperanza aunque esa esperanza se asiente sobre una fantasía inventada, inexistente? ¿Estuvo bien que el enfermo ciego tuviera engañado a su compañero? ¿Que no le hubiese dicho que todo aquello eran simplemente visiones de postal para alegrarle? Es verdad, su engaño dio esperanza y felicidad al otro, pero… ¿y cuando se enteró de la realidad? ¿Qué podría haber pensado? Gratitud, sí, por el esfuerzo creativo y la buena intención; o decepción, porque nada de lo que él creía que se veía tras el cristal de la ventana, existía. No sé. Aunque, por otra parte, igual, posiblemente, el propio ciego no pretendió engañar, quiso ver lo que estaba afirmando que veía, quiso aferrarse a la ilusión, sabiendo que eso les hacía felices, tanto a su compañero que le escuchaba con alegría, como a él, sabedor del bien que hacía al otro.
Tal vez yo caiga en esa tentación aunque trato de no engañar.
Tú sabes que cuando te digo guapa no sé si eres realmente guapa o no, pero yo te veo así, con el corazón y te lo digo, no por decir o por una mera falsa galantería, quiero alegrarte, verte hermosa.
Que cuando utilizo mi proverbial ironía no lo hago por engañar, si no por el firme deseo de hacerte sonreír, aunque sea un poquito, por un instante.
No sé si lo consigo o no, pero aspiro a ser como el ciego del cuento, a contarte historias que te hagan feliz. La diferencia con aquél, es que tú sabes que son producto de mi imaginación no del engaño o la mentira. Hijas del deseo de hacerte un poquito más feliz, aunque sólo sea durante un instante, mientras las estás leyendo / escuchando.
Un abrazo de postal.

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sábado, 26 de julio de 2014

Reclamando que es gerundio



Buen sábado
Reclamando que es gerundio
El Albertito siempre dando color.
Resulta que el pasado 17 de abril presenté en la Oficina de Atención al Cliente de Atocha Renfe una reclamación al respecto de la inaccesibilidad de los datáfonos para la compra de billetes mediante tarjeta de crédito. Resulta que son unos cacharros digitales en los que, para teclear la contraseña, hay que usar un galáctico bolígrafo sin tinta. A ver cómo el cieguito apunta en el dígito correspondiente con semejante misil. Así que si quieres comprarte un billete para viajar, yo tan viajero, o pagas en dinero contante y sonante (aunque sonar, suene poco porque son billetes) o se lo dices, en un acto de miserable confianza ciega, al / la simpático/a taquillero/a, con riesgo de que alguien lo apunte para sí y le dé un tiento a tu menguada cuenta corriente.
Pues bien, más de tres meses después de haberla presentado, cuando ya desesperaba de obtener respuesta, recibo lo que sigue:
Estimado Sr. Gil Pardo. 
Damos respuesta a su escrito, de fecha 17 de abril, en la que nos expone su queja por la falta de accesibilidad para personas ciegas de los datáfonos de pago electrónico de la estación
de Madrid Pta. de Atocha.
En primer lugar, le queremos pedir disculpas por esta circunstancia y los inconvenientes ocasionados, así como por el retraso en dar respuesta a su queja.
Desde este departamento se han dado las instrucciones oportunas para que se cambien estos
datáfonos por otro modelo que sí cumpla la normativa vigente en relación a la accesibilidad e
igualdad de oportunidades de las personas con discapacidad.
Se están realizando grupos de trabajo, junto con el departamento que gestiona estos medios de pago, a fin de establecer un calendario para la sustitución de estos datáfonos.
La accesibilidad es un compromiso de Renfe, por ello elaboró el Plan de Accesibilidad
Universal 2007-2010 que fue ampliado, mejorado y actualizado, atendiendo a las nuevas realidades que nos han mostrado los colectivos implicados, más conocedores de las necesidades reales de estas personas.
Atentamente,

En fin, ya veremos dijo un ciego y nunca vio, si eso de “estamos en ello” pasa a “ya está hecho”. Me parece increíble la falta de sentido común de quien toma la decisión de usar semejantes datáfonos. No sólo por los ciegos, que por supuesto los que más, pero sí por personas mayores o con dificultades cognitivas. Y encima costarían un riñón. En vez de elegir otros más funcionales y prácticos, más sencillos, con teclas bien resaltadas y sencillos.
Por cierto, traté de registrar una petición en la plataforma Change.org pero, o fui muy torpe o también es inaccesible, el caso es que no fui capaz de hacerlo.
No lo dudéis: seguiré dando la lata en pro de la accesibilidad. Por mí y porque quienes vayan detrás de mí lo tengan más fácil a la hora de ser autónomos de verdad, no sólo de boquilla.
Un abrazo accesible.

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viernes, 25 de julio de 2014

Visita al Museo Arqueológico Nacional



Como ya dije el miércoles, ayer tarde visité el MAN, interesado en comprobar de primera mano, que no a primera vista, cómo era esa accesibilidad que tanto se había pregonado a partir de la inauguración del Museo el pasado 1 de junio.
Con Paco Alvarez y Diego Cruz me dirigí a él, ilusionado y curioso.
Había descargado previamente una app para Ios y esperaba descargar más puntos informativos a modo de audioguía, locuciones, conforme se dice en ella, a partir de su conexión wi-fi.
El Museo está muy bien y no se recorre en un par de horas, ni mucho menos. Nos faltó tiempo. Consta de 36 salas a lo largo de tres plantas en torno a una especie de patio grande acristalado, por el que penetra la luz. Abarca toda nuestra Historia desde los albores de la humanidad hasta el siglo XIX con infinidad de objetos de la vida cotidiana, adornos y ofrendas, esculturas y demás.
Del Museo, sin duda que conoceréis la Dama de Elche o el Tesoro de Warrazar. Pero hay muchas más piezas, desde los cantos rodados de sílex, hachas y puntas de flecha, momias, esculturas, hasta una amplia colección de monedas y distintos medios de pago. La Dama de Baza, las figuras de Libia y Tiberio, ánforas…
Esto a nivel general. En cuanto a la accesibilidad:
Yo no pagué los 3€ que cuesta la entrada. No me habría importado hacerlo, sabedor de que iba a poder tocar cosas.
Hay lo que llaman estaciones táctiles que son conjuntos temáticos de réplicas con información que se puede tocar. No olvidaré esa crátera griega tan elaborada, ese escudo de legionario o esa hoja de té que se usó como moneda en la antigua China.
Respecto de la app, como he dicho la traía descargada de casa, pero no fui capaz de descargar todo lo que anuncian. Además, luego me dijeron que había otra app relacionada con las estaciones táctiles. ¿No sería más lógico que en una sola se englobara toda la información?
Está muy bien eso de tocar réplicas, pero son muy pocas respecto a todo lo que se expone.
Total que, ratificando que el avance producido en accesibilidad ha sido importante, no me parece que sea  la meta.
Al no poder descargar en el Iphone la información, preguntamos y nos dijeron que es que disponían de muy poca banda de datos y que se saturaba, que solicitáramos la audioguía al precio de 2€. No es por el precio, si no que ya que se hablaba tanto de modernidad, pues quise ponerlo en práctica con mi Iphone. En fin.
Cierto es que lo bueno es enemigo de lo mejor y, entre no poder tocar nada, siempre las maladadas vitrinas se encargan de recordármelo, y unas pocas réplicas, es mejor esto que nada, pero aspiro a cumplir el sueño de acceder a lo original. Si los que ven, ven piezas originales, ¿por qué los que no vemos no podemos tocar las auténticas también? ¿Es que un mosaico de 2 metros cuadrados se va a pulverizar porque los dedos de algún que otro ciego chalado como yo, se posen en él?
Y cómo no, me dio por tocar más cosas aparte de lo que estaba predeterminado y una simpática vigilante me echó el alto. Sólo podíamos tocar lo que había en las estaciones, nada de originales como la leona con cara de mujer, figura antropomórfica o algunas estelas funerarias, una y otras de piedra. No digo nada de la chica, que bien simpática fue y dijo que por esa vez hacía la vista gorda, pero qué queréis… no me gustó.
No nos dio tiempo a pasar por la tienda, no por haber comprado nada, aunque a lo mejor también, si no por ver si disponían de réplicas para vender de la citada Dama de Elche o de un estupendo escriba egipcio, etc.
Menos mal que mi querida amiga Ana, ella de Elche, me la trajo hace un par de años y al preguntarme que si sabía qué era, le señalé con el dedo y afirmé, sin dudarlo, que era ella, jajajajjaja, la dama de Elche, jejejje.
Buenas noches y buen fin de semana.


  

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