martes, 31 de marzo de 2009

Recomendaciones narrativas de marzo

Terminamos un nuevo mes y aquí os pongo mis recomendaciones narrativas de una selección de las últimas novedades que se han publicado.
Que sirvan para que os deparen buenos momentos de lectura.



EL BAILE HA TERMINADO
Julián Ibáñez
Ed. Martínez Roca, 2009. 208 págs.
Un policía del Grupo de Localización de Fugitivos sube a un tren nocturno de Alicante a Bilbao. Sigue a una muchacha de 20 años de aire inocente. En Bilbao, el seguimiento continúa sin que ni siquiera el agente sepa las razones por las que le han encargado hacerse cargo de un caso de tan poca importancia, al menos aparentemente. Durante los días siguientes, la Ertzainza se inmiscuirá en el seguimiento, “ofreciéndole” ayuda. La Guardia Civil, por su lado, también tomará cartas en el asunto; ETA hará acto de presencia; y todo se complicará sobremanera cuando finalmente se descubra el porqué de tanto interés en una ciudadana cualquiera.
LA CLAVE WAGNER
Eitan Melnick
Ed. Algaida, 2009. 488 págs.
Laura Cela, una estudiante de medicina, recibe un misterioso maletín que su familia ha conservado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué secretos capaces de cambiar el curso de una guerra oculta ese maletín que también buscan terroristas islámicos, grupos neonazis y policías de varios países? ¿Acaso los mismos secretos que se llevaron consigo los nazis que huyeron del búnker de Hitler? Runas mágicas, códigos cifrados del almirante Canaris y partituras de Wagner son las claves que la arrastrarán a una aventura de final impredecible, desde la Barcelona de hoy en día hasta la selva brasileña o las remotas regiones de la Patagonia, pero también a las montañas de Afganistán o el castillo de las SS en Welwelsburg. Basada en hechos reales —y no siempre divulgados—, Eitan Melnick ha escrito un thriller trepidante, rebosante de acción y aventuras, pero que también hace un recorrido por algunos de los secretos mejor guardados del cruel siglo XX.

GOLPE A VENECIA
Manuel ayllón
Ed. Styria, 2009. 400 págs.
Francisco de Quevedo, además de poeta y prosista, desempeñó un papel fundamental en la España de Felipe III, donde destacó como uno de los cerebros del espionaje europeo. Amigo de correrías del duque de Osuna, acompañó a éste en sus años italianos, en los que fue virrey, primero de Sicilia y más tarde de Nápoles. Mientras Osuna ejercía estos cargos, con la ayuda de Quevedo armó una escuadra corsaria que le permitió controlar gran parte del Mediterráneo. Quevedo fue, además, el artífice de diversos pactos de los españoles con los piratas berberiscos, que tenían por objeto cercenar el poder marítimo y económico de Venecia. La República de la laguna se convirtió en el gran objetivo del duque Osuna, quien para defender las posesiones de Felipe III en Italia, confió a Quevedo en 1618 una operación secreta para que Venecia pasase a manos españolas…

LA IMPORTANCIA DE LAS COSAS
Marta Rivera de la Cruz
Ed. Planeta, 2009. 300 págs.
La pacífica existencia de Mario Menkell –un tímido profesor universitario autor de una única y exitosa novela– cambia de golpe cuando tiene que hacerse cargo de los efectos personales de su inquilino, Fernando Montalvo, que acaba de suicidarse. El atribulado Menkell descubrirá que el piso del que es propietario está abarrotado de los objetos más variopintos: una colección de vitolas de puros, un lote de gramolas antiguas, porcelanas, miniaturas, huchas de cerámica, soldados de plomo... Tras el desconcierto inicial, Menkell entenderá que las cosas de Montalvo pueden ser un generoso guiño del destino, que por una vez parece haberse puesto de su parte. Ayudado por Beatriz, la mujer a la que ama en secreto desde hace años, Mario Menkell será capaz de reconstruir la misteriosa existencia de Fernando Montalvo y encontrará así una historia excepcional que puede brindarle la gran oportunidad de su vida.

LAS ORQUÍDEAS ROJAS DE SANGAI
Juliette Morillot
Ed. Debolsillo, 2004. 450 págs.
Basada en una historia real, la de una mujer coreana que durante la guerra con Japón formó parte de las mujeres esclavas sexuales del ejército nipón. El testimonio de Sangmi, enrolada a la fuerza a los catorce años por los soldados japoneses durante la colonización de Corea, es una cruda y valiente narración sobre la infinita fortaleza humana ante el desafío de la humillación y el horror.

LA PIEDRA DE LA PACIENCIA
Atiq Rahimi
Ed. Siruela, 2009. 120 págs.
En persa, Syngué significa “la piedra de la paciencia”. Se dice que esta piedra está en La Meca y alrededor de ella millones de peregrinos dan vueltas contándole sus desgracias. El día en que le quepan más desgracias explotará, ese día tendrá lugar el Apocalipsis. Pero aquí, en un pueblo de Afganistán, la piedra de la paciencia es un hombre inconsciente por una bala alojada en la nuca. Su mujer permanece a su lado. Le echa en cara no haber resistido la llamada a las armas, haber sido un héroe, y todo para quedar convertido en un vegetal por una vulgar reyerta. Sin embargo, allí sigue ella, cuidándole y hablándole. Le habla mientras en las calles se suceden los enfrentamientos y los disparos. Le habla sin saber si su marido entiende lo que dice. Murmurando la letanía de sus pesares, llega incluso a revelar secretos impensables en un país como Afganistán, impensables incluso en la vida de cada uno. ¿Y si la piedra explota?

SIETE CASAS EN FRANCIA
Bernardo Atxaga
Ed. Alfaguara, 2009. 272 págs.
Es el año de 1903, y todo va bastante bien en Yangambi, la estación militar que la Force Publique del rey Leopoldo II tiene en el corazón de África. Los oficiales blancos encargados de que los recolectores de caucho no desfallezcan en su labor sufren lo suyo, pero hacen lo que tienen que hacer y se defienden como soldados de verdad. Pero las cosas empiezan a ser diferentes con la llegada de un nuevo oficial, Chrysostome Liége, y con el anuncio que en su villa de la Costa Azul hace Leopoldo II: quiere visitar el Congo, “su jardín de tres millones de metros cuadrados”, y dotar a los diferentes pueblos que allí habitan de una reina comme il faut, es decir de una reina que esté a la altura de las circunstancias. Por decirlo así, el anuncio dispara todas las ilusiones de la primera autoridad de Yangambi, el capitán Lalande Biran, y la situación se vuelve un tanto… complicada. Ésta es una novela que busca, a través del humor y de la aventura, la metáfora que habla del lado siniestro de nuestro mundo .

EL SUEÑO DE LA FIEBRE
Miguel-anxo Murado
Ed. Lengua de trapo, 2009. 176 págs.
El protagonista de este libro es la fiebre, la fiebre como un ser vivo, una imagen que sirve al autor para ir enlazando historias, a veces poéticas, a veces inquietantes. Una plantación de vainilla en la antigua colonia de Guinea Española, la aparición de un misterioso animal marino en las costas de la Galicia del siglo XVI, una feroz cacería de lobos que acaba convirtiéndose en el símbolo de la Guerra Civil, la historia metafórica de un milagro en la Palestina de la Segunda Intifada… Lugares y tiempos diferentes se sobreponen en este libro como variaciones sobre un mismo tema, el del delirio como fuerza creadora. Más que un compendio de relatos se trata de un libro unitario en el que, como dice uno de sus personajes, es tarea del lector encontrar el hilo secreto con el que están cosidas las historias.

EL VENENO DE NAPOLEÓN
Edmundo díaz Conde
Ed. Martínez roca, 2008. 512 págs.
Cuando el 15 de octubre de 1840 se exhumaron los restos de Napoleón Bonaparte, el hecho de que su cuerpo se hallara intacto causó una honda conmoción. El perfecto estado de conservación se debía, según algunos, a los efectos del arsénico ingerido. Según otros, Bonaparte falleció a causa de un cáncer. En cualquier caso, su muerte continúa siendo un enigma... En los albores de la Revolución francesa, durante una fría noche de diciembre, un recién nacido es abandonado en uno de los prostíbulos más afamados de París. Transcurridos los años, el «niño sin nombre» partirá hacia Nueva Orleáns, donde se convertirá en el más legendario y temido envenenador de la época gracias a las enseñanzas de Grand Perle, una experta en el arte del vudú y los venenos. Pero un día, el joven recibirá el encargo más peligroso y arriesgado de todos: envenenar a Napoleón. Esta novela esconde secretos, intrigas, venganzas y una pasión amorosa más allá de la muerte, y narra los últimos días de un Napoleón que jamás figurará en los libros oficiales.

VIAJAR ES MUY DIFÍCIL
Nuria Amat Noguera
La autora establece una geografía de ciudades literarias ya inexistentes, muertas (la Praga de Kafka, la Lisboa de Pessoa, la Alejandría de Durrell y de Kavafis…), de la que nos refiere, no los conjuntos artístico-culturales destinados a la contemplación del turista, sino los elementos (calles, adoquinados, farolas, manicomios, tranvías) que configuran el paisaje espiritual y mental de los grandes escritores de nuestro tiempo. En palabras de la autora, “esta guía para viajeros literarios es «como un libro de viajes a ciudades que no aparecen en las novelas y que nadie visita», pero sin las que no existirían las obras capitales de la literatura del siglo XX.”

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Los dientes del rey

A ver qué os parece esta fábula. Yo creo que, es muy cierta. No cuesta demasiado decir las cosas de forma amable y positiva. No es cuestión de hipocresía o falsedad, sino de ser elegante. Porque ¿qué me cuesta a mí decir… “gracias, guapa; buen día” cuando alguien me ayuda en vez de decir: “no hace falta, ya lo conozco”.
O yo qué sé.



En un país muy lejano, al oriente del gran desierto vivía un viejo Sultán, dueño de una inmensa fortuna. El Sultán era un hombre muy temperamental además de supersticioso. Una noche soñó que había perdido todos los dientes. Inmediatamente después de despertar, mandó llamar a uno de los sabios de su corte para pedirle urgentemente que interpretase su sueño.-¡Qué desgracia mi señor! -exclamó el sabio-. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.-¡Qué insolencia! -gritó el Sultán enfurecido-. ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí! Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos, por ser un pájaro de mal agüero. Más tarde, ordenó que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Éste, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo: -¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que vuestra merced tendrá una larga vida y sobrevivirá a todos sus parientes.Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del Palacio, uno de los consejeros reales le dijo admirado:-¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños del Sultán es la misma que la del primer sabio. No entiendo por qué al primero le castigó con cien azotes, mientras que a vos con cien monedas de oro.-Recuerda bien amigo mío -respondió el segundo sabio- que todo depende de la forma en que se dicen las cosas. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado. No olvides mi querido amigo -continuó el sabio- que puedes comunicar una misma verdad de dos formas: la pesimista que sólo recalcará el lado negativo de esa verdad; o la optimista, que sabrá encontrarle siempre el lado positivo a la misma verdad.

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Un título improvisado

Seguro que quienes hemos leído la historia o visto la película hemos disfrutado de ese mundo de fantasía que es la tierra de Oz con su mago.
Fijaos de donde viene su título.



Fue el escritor norteamericano Lunan Frank Baum quien imaginó el maravilloso País de Oz, que tanto han disfrutado niños de todo el mundo. Frank solía entretener a sus cuatro hijos con narraciones improvisadas, y un día empezó a contarles la historia de Dorotea, la granjera de Kansas a la que un ciclón arrastra por los aires hasta depositarla en el extraño país del espantapájaros viviente, el hombre de hojalata y el león cobarde. En un momento dado de la narración, uno de sus hijos le preguntó:
-¿Y cómo se llamaba ese país? Tomado de sorpresa, Baum sólo atinó a pasear la mirada por los estantes de su despacho, hasta detenerse en el último de los ficheros de su contabilidad doméstica, el que clasificaba los documentos de la “O” a la “Z”.

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domingo, 29 de marzo de 2009

El castaño


Volvamos a hablar de árboles. El castaño es uno de ésos que rápidamente nos ofrece su sombra gracias a lo frondoso de sus ramas, pero además nos brinda unos frutos muy ricos que nos calientan en invierno.
Aquí os pongo una leyenda que he encontrado por ahí.
Es además muy interesante por su moraleja.
Que os guste.
Por cierto, yo veo unas hermosas estrellas de colores cuando me choco con las esquinas y similares… jejejejje



Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, en lo más alto del cielo, había un rey que dominaba sobre todas las estrellas. Tenía el rey, un precioso caballo de mar que había robado del océano una noche de luna llena, cuando los padres del caballito estaban buscando comida.
El caballito fue creciendo y creciendo y haciéndose cada vez más fuerte y más grande, pero siempre suspiraba por volver al océano de donde procedía; se acordaba de sus papás, de sus hermanos, de sus amigos y de lo bien que lo pasaba enroscándose en las olas, subiendo por la espuma y sintiendo la frescura del agua sobre su cuerpo.
Muchas veces rogó al rey que lo devolviese a su océano, pero éste, siempre le decía que tenía otros planes para él, que tenía que hacerse muy grande y hermoso y que tenía que ser muy rápido porque él lo convertiría en la envidia de todo el cielo.
Y así fue, el caballito de mar creció y se convirtió en un precioso caballo. El rey ordenó que lo ataviasen con luciérnagas y polvo de estrellas, que le colocasen unas bridas y montándose en él, paseó por todos sus dominios para que todas las estrellas lo conociesen y envidiasen lo rápido que podía desplazarse ahora para vigilar si ellas emitían su luz todas las noches del año.
El rey era muy autoritario, era implacable con sus órdenes, obligaba a las estrellas a emitir luz todas las noches, sin descanso, no les permitía que se moviesen de su sitio. A veces, entre ellas, se iban turnando para dar luz, unas la daban y otras descansaban. Pero, cuando el rey convirtió al caballito de mar en su caballo particular, se desplazaba tan rápido que controlaba todo lo que hacían y no las dejaba descansar ni un minuto.
Las estrellas estaban cansadísimas porque gastaban su energía durante la noche y durante el día no podían hacer nada. Empezaron a quejarse entre ellas del rey, pero ninguna se atrevía a enfrentarse a él porque sabían el genio tan fuerte que el rey tenía y se enfurecía con cualquier cosa.
Fueron pasando las noches y el agotamiento de las estrellas era cada vez mayor. Una de las estrellas, la más chiquitita y que aún emitía una luz muy débil, se iba apartando tras las más grandes y luminosas y se colocó en un lugar desde donde podía ver una parte de la Tierra. Cada noche se iba acercando un poco más; al llegar el sol, ella se protegía tras sus rayos en vez de irse con las demás y seguía observando aquella parte de la tierra. Era una parte en la que abundaban unos árboles muy frondosos, de verdes hojas grandes y alargadas con muchos nervios. Prendada de la belleza de aquellos árboles fuertes, frondosos y anchos, no pudo dejar de observarlos. Los observó durante todas las estaciones del año. Había algo raro, esos árboles no tenían flores, ni semillas, ni frutos. Intrigada, decidió bajar a la Tierra una noche de verano en que varias de sus compañeras, las estrellas fugaces, emprendían su viaje. Así, llegó hasta el bosque de sus amados árboles y, muy decidida, les preguntó por qué no tenían frutos como los otros árboles. El más fuerte de todos, el árbol centenario, le dijo que ellos darían fruto con mucho gusto, y que les gustaría que su fruto fuese un buen alimento para los humanos, ya que muchos de ellos pasaban hambre, pero que sobre ellos había caído una maldición y no podrían dar fruto hasta que alguien desease vivir para siempre entre ellos proporcionándoles la energía necesaria para dar fruto, pues la tierra en la que crecían tenía mucha humedad y nunca les llegaba el calor a las puntas de sus ramas.
La estrella quedó impresionada con la historia y enseguida se puso a pensar en una solución para remediar el problema de los árboles y el de todas las estrellas que estaban cansadas de iluminar constantemente todas las noches. Les dijo que ella estaría encantada de vivir entre ellos para siempre y que estaba convencida de que podría hacer que otras estrellas hiciesen lo mismo si conseguían burlar la vigilancia del rey.
Se despidió de ellos y volvió al cielo.
Como era tan pequeña, fue colándose entre todas sus compañeras y les fue contando su aventura en la Tierra. Algunas no le hacían caso, la veían como un ser insignificante que nada podría hacer para solucionar su cansancio. Otras, se quedaban pensativas...
Durante el día, cuando el rey descansaba en su palacio, la estrella decidió hacer una reunión. La mayoría temían hacer algo, sabían que si el rey se enteraba las castigaría terriblemente; pero ella fue convenciéndolas, les dijo que no podrían seguir así mucho tiempo, que acabarían extenuadas, que no podían vivir temiendo siempre la furia de un rey que no atendía más que a sí mismo, al que no le importaba nada de lo que a ellas les sucediese. Ella tenía un plan que podría solucionar el problema de los árboles y el de las estrellas.
Tras mucho esfuerzo, consiguió reunirlas durante el día y hablaron y hablaron. Hablaron de lo mal que se encontraban y de que pronto se les acabaría la fuerza para dar luz si continuaban trabajando tanto. La pequeña estrella les contó su plan. Tenían que enfrentarse al rey, pero era imprescindible que estuviesen todas de acuerdo. Si todas se negaban a levantarse durante la noche, el cielo estaría completamente negro, las constelaciones que formaban las estrellas no se verían desde la Tierra y el rey estallaría de furia. Cuando eso ocurriese podrían obligarlo a que las escuchase y atendiese a sus deseos, permitiéndoles turnarse y accediendo a que muchas de ellas bajasen a la Tierra para darle a los árboles la energía necesaria para dar fruto.
A la noche siguiente, todas las estrellas se negaron a levantarse. El rey, montó en cólera, echaba chispas por los ojos, gruñía de rabia, insultaba, saltaba...
Para asombro del rey, permanecieron inmóviles.
Desesperado, éste les preguntó qué les pasaba, qué era lo que querían. Ninguna se atrevía a hablar. La pequeña estrella le dijo al rey que ella hablaría en nombre de todas, que no podían seguir trabajando tanto y que se levantarían si accedía a permitir que hicieran dos turnos y que, en verano, permitiese bajar a la Tierra a todas aquellas que quisieran ser parte de los árboles que no daban fruto.
El rey no se lo podía creer, que una estrellita insignificante se atreviese a hablarle poniéndole condiciones a él, el rey, el más poderoso de la noche. Pero, ¿qué se había creído aquella mingurria de nada? Montó en su caballo de mar y volvió a enfurecerse terriblemente dando latigazos. Las estrellas se quejaban, pero no se movían. El caballo de mar, amigo de las estrellas, no aguantó más, tiró al rey de su grupa y se tumbó al lado de ellas y tampoco se movió.
Durante una semana el cielo estuvo oscuro, ninguna estrella alumbraba, ni siquiera lanzaba un guiño de luz. El rey estaba desesperado, no sabía qué hacer.
Cansado de la situación y temiendo perder el poder que tenía, accedió a las peticiones de las estrellas.
La pequeña estrella bajó con muchas de sus compañeras al bosque de los árboles hermosos al final de cada primavera para darles toda la energía a sus amigos. El caballo las acompañó y siguió su camino hasta el océano, porque ¿qué hacía un único caballo de mar en el cielo?
Desde entonces, cada verano se visten los árboles de cientos de estrellas amarillas que relucen con la luz del sol. Unas maravillosas flores estrelladas pueblan las ramas que después se convertirán en frutos que servirán de alimento a los humanos.
Así es como los castaños, grandes amigos de las estrellas, consiguieron dar esos sabrosos frutos que los humanos comemos de muy diversas maneras, crudos, cocidos, asados, en pasteles, en el caldo, en puding, etc.
No olvides cada verano, cuando vayas al bosque, cuando viajes, observar a los hermosos castaños en flor, verás que las estrellas están esparcidas en todas sus ramas. Y en otoño, cuando comas castañas, recuerda siempre que es gracias a la valentía de una estrella diminuta que sabía pensar. Cuando la mastiques...
Saborea... déjala estallar en tu boca y que su sabor se esparza por tu paladar...
¿Verdad que sabe a estrella?

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viernes, 27 de marzo de 2009

Reivindicación de la memoria

Leía ayer un artículo sobre la necesidad de hacer una defensa de la importancia de cultivar la memoria en la enseñanza, algo que hoy día está desterrado en gran medida casi por completo.
Se decía…



No deja de ser cierto que recordamos con más o menos horror aquellas largas listas de reyes godos, batallas, fechas, etc. Que nos hacían aprender de pequeños. Que los dictados de fragmentos de obras literarias apenas comprensibles a nuestros vírgenes intelectos parecían inútiles.
Y sin embargo, no; no fue así. Gracias a aquellas cantinelas memorísticas, a aquellos recitados, nuestra mente fue esponjándose, haciéndose receptiva a la información.
Es cierto que la mejor manera de fijar los conocimientos es escribiéndolos, no importa que pensemos que son incomprensibles, lo cierto es que ahí quedan. Que la ortografía, gramática, sintaxis, vocabulario que obteníamos a base de aquellos dictados nos han legado, de forma inconsciente, un saber imborrable e inestimable.
Ahora que sólo se usa la memoria para politizar la Historia y que no queda bien, por anticuado y arcaico, eso de memorizar, retener, que sólo se fomentan la utilización de herramientas (sean de búsqueda, de cálculo…) nos acomodamos a eso de: ”total, si está al alcance de un clic, ¿para qué lo vas a memorizar?”.
Pues yo, quiero también sumarme a esa apuesta por la práctica de la memoria. Claro, esto supone esfuerzo y hoy el esfuerzo…
En cuanto a mí, estoy seguro de que de no haber sido por aquellos ejercicios no me habría resultado tan fácil recurrir a una facultad que, si ya de por sí es necesaria para todos, para una persona ciega es esencial. Porque, sino ¿cómo voy a saber dónde he dejado las cosas si no puedo localizarlas con un golpe de vista? ¿Cómo voy a recordar las calles por las que debo transitar, la parada de metro en la que debo bajarme? Y tantas y tantas otras cosas.

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Un nuevo regalo de elena

El pasado martes, mi amiga Elena, sí, ella que tan buenos regalos culturales me hace, me escribía para comentarme sobre la descarga de una invitación para asistir a la presentación de un libro. Parece que a ella su ordenador no se lo permitía.
Y resulta que el libro no iba a ser un título más. Sería el homenaje biográfico a un profesional de la radio...
Ya conocéis de mi afán por participar en actividades culturales de forma normalizada.
Así pues entre una cosa y otra, le pedí que me permitiese apuntarme al carro y abusar de su bondad generosa para darme otro garbeo cultureta.
Se iba a homenajear a un genio de la divulgación histórica y además con el añadido de que lo había hecho pese a su ceguera: Juan Antonio Cebrián.
Os cuento.



Allá que nos fuimos, al madrileño Círculo de Bellas Artes, en medio de una tarde primaveral y con una asistencia masiva. La ocasión la pintaban calva.
El acto, pese al retraso que tuvo en comenzar, fue muy bonito: entrañable, emotivo y con el calor de lo hecho de corazón. Los sentimientos estuvieron a flor de piel.
El libro presentado lleva por título “Fuerza y honor: Juan Antonio Cebrián y los pasajes de su Historia” y Silvia Casasola, su viuda, y Fernando rueda han sido sus autores.
El libro recoge anécdotas, historias y vivencias de uno de esos personajes de saber renacentista, enciclopédico, que le llevaron a ocupar altas cuotas de audiencia radiofónica pese a lo intempestivo de la hora de emisión de su programa, La rosa de los vientos.
Para alguien como yo, ya sabéis: goloso del saber divulgativo y luchador por la normalización, el hecho de tener su ejemplo ha sido, no pocas veces, todo un estímulo. Su prematura muerte fue una pérdida dolorosa, pero ahí han quedado sus libros y sus programas.
Como a mí, a él le gustaba transmitir el color a través de la voz y la palabra, nuestro mundo de sonidos y de imaginación.
Escuchamos los testimonios de sus compañeros, y amigos, además de los autores.
El líder de Mago de Oz leyó una hermosa carta dirigida a él e interpretó la canción que da título al programa (y que si pincháis en el título de la entrada, podréis escuchar).
Al final, cómo no, compramos el libro y tuvimos la ocasión de que nos lo firmasen. Pudimos hablar de lo que para los ciegos él significó y cómo luchó por ir más allá.
Realmente, una vez más elena me hizo un regalo, un presente de amistad, de hondo calado, de recuerdos y de emoción.
Todo un lujo haber estado allí y sentir, escuchar, compartir.

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jueves, 26 de marzo de 2009

Jauja

Seguro que ya lo conocéis, pero por si acaso…



Se aplica a un lugar o a una situación en la que hay bienestar y abundancia y, por extensión, a un lugar donde todo está permitido. Se trata de una alusión al valle de Jauja, en el Perú, descrito por cronistas coloniales como una tierra de abundantes riquezas naturales. En una carta del escritor granadino Ángel Ganivet, fechada en 1882, ese autor parece optar por esta segunda opción:
“Una sociedad cuyo objeto fuera realizado permanentemente, compuesta de individuos que viviesen sin objeto determinado, y gobernada más por la fuerza de las cosas que por el arbitrio de las personas, sería una verdadera Jauja.”
Jauja es hoy una provincia del Perú, que está situada en la región de Junín.
Ojalá que encontréis vuestra Jauja particular y podáis construiros un hogar en ella.

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A responder se ha dicho

Fijaos que con el tiempo que llevamos por aquí y escribo ahora esto.



Siempre he tenido la duda de cómo devolver vuestras aportaciones y plasmar la alegría con la que las recibo. Algunas veces os he respondido en vuestros blogs y otras, las menos, la verdad, directamente.
Pero bueno, no quiero que penséis que soy descortés si no os contestaba de forma debida y directa. Como espero que no sea así, pues voy a copiar a alguna de vosotras y contestaré a renglón seguido de lo que me vayáis diciendo. Que no quede.

Así que pongámonos a ello.
Preguntad y sugerid que aqhí irán las respuestas.

Un brindis por vuestras visitas y por seguir mejorando en la apuesta por la vida y el crecimiento constante.

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miércoles, 25 de marzo de 2009

Por grandes y profundos que sean los…

... conocimientos de un hombre, el día menos pensado encuentra en el libro que menos valga a sus ojos, alguna frase que le enseña algo que ignora.



Ésta es una de las frases que nos recuerdan la importancia de no despreiciar las cosas a priori, de no prejuzgar. Nunca sabemos qué sorpresas nos va a deparar la persona u objeto que pensamos inútil.

Fue pronunciada por Mariano José de Larra (1809-1837). Me parece muy acertada y con plena vigencia. Es una pena que decidiese poner fin a su vida a tan temprana edad pues creo que fue un adelantado a su tiempo y que habría dejado una gran influencia, más de la que ya nos legó de por sí.

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martes, 24 de marzo de 2009

Bicentenario de Larra


Se cumple hoy el bicentenario del nacimiento de Mariano José de Larra, Fígaro. Un periodista adelantado a su tiempo, pero inbuido del espíritu roántico le condujo al suicidio un 13 de febrero de 1837.
Quiero poneros aquí uno de sus artículos que recogen las costumbres y una visión de la época no exenta de realismo, ironía y vigencia.



La vida de Madrid

El Observador, 12 de diciembre de 1834.

Muchas cosas me admiran en este mundo: esto prueba que mi alma debe pertenecer a la clase vulgar, al justo medio de las almas; sólo a las muy superiores, o a las muy estúpidas les es dado no admirarse de nada. Para aquéllas no hay cosa que valga algo; para éstas, no hay cosa que valga nada. Colocada la mía a igual distancia de las unas y de las otras, confieso que vivo todo de admiración, y estoy tanto más distante de ellas - uanto menos concibo que se pueda vivir sin admirar. Cuando en un día de esos, en que un insomnio prolongado, o un contratiempo de la víspera preparan al hombre a la meditación, me paro a considerar el destino del mundo; cuando me veo rodando dentro de él con mis semejantes por los espacios imaginarios, sin que sepa nadie para qué, ni adónde; cuando veo nacer a todos para morir, y morir sólo por haber nacido; cuando veo la verdad igualmente distante de todos los puntos del orbe donde se la anda buscando, y la felicidad siempre en casa del vecino a juicio de cada uno; cuando reflexiono que no se le ve el fin a este cuadro halagüeño, que según todas las probabilidades tampoco tuvo principio; cuando pregunto a todos y me responde cada cual quejándose de su suerte; cuando contemplo que la vida es un amasijo de contradicciones, de llanto, de enfermedades, de errores, de culpas y de arrepentimientos, me admiro de varias cosas. Primera, del gran poder del Ser Supremo, que haciendo marchar el mundo de un modo dado, ha podido hacer que todos tengan deseos diferentes y encontrados, que no suceda más que una sola cosa a la vez, y que todos queden descontentos. Segunda, de su gran sabiduría en hacer corta la vida. Y tercera, en fin, y de ésta me asombro más que de las otras todavía, de ese apego que todos tienen, sin embargo, a esta vida tan mala. Esto último bastaría a confundir a un ateo, si un ateo, al serlo, no diese ya claras muestras de no tener su cerebro organizado para el convencimiento; porque sólo un Dios y un Dios Todopoderoso podía hacer amar una cosa como la vida.

Esto, considerada la vida en general, dondequiera que la tomemos por tipo; en las naciones civilizadas, en los países incultos, en todas partes, en fin.
Porque en este punto, me inclino-a creer que el hombre variará de necesidades, y se colocará en una escala más alta o más baja; pero en cuanto a su felicidad nada habrá adelantado. Toda la diferencia entre el hombre ilustrado y el salvaje estará en los términos de su conversación. Lord Wellington hablará de los whigs, el indio nómade hablará de las panteras; pero iguales penas le acarreará a aquél el concluir con los primeros, que a éste el dar caza a las segundas. La civilización le hará variar al hombre de ocupaciones y de palabras; de suerte, es imposible. Nació víctima, y su verdugo le persigue enseñándole el dogal, así debajo del dorado artesón, como debajo de la rústica techumbre de ramas. Pero si se considera luego la vida de Madrid, es preciso cerrar el entendimiento a toda reflexión para desearla.

El joven que voy a tomar por tipo general, es un muchacho de regular entendimiento, pero que posee, sin embargo, más doblones que ideas, lo cual no parecerá inverosímil si se atiende al modo que tiene la sabia naturaleza de distribuir sus dones. En una palabra, es rico sin ser enteramente tonto. Paseábame días pasados con él, no precisamente porque nos estreche una gran amistad, sino porque no hay más que dos modos de pasear, o solo o acompañado. La conversación de los jóvenes más suele pecar de indiscreta que de reservada: así fue, que a pocas preguntas y respuestas nos hallamos a la altura de lo que se llama en el mundo franqueza, sinónimo casi siempre de imprudencia. Preguntóme qué especie de vida hacía yo, y si estaba contento con ella. Por mi parte pronto hube despachado: a lo primero le contesté: ?Soy periodista; paso la mayor parte del tiempo, como todo escritor público, en escribir lo que no pienso y en hacer creer a los demás lo que no creo. ?Como sólo se puede escribir alabando! Esto es, que mi vida está reducida a querer decir lo que otros no quieren oír!?. A lo segundo, de si estaba contento con esta vida, le contesté que estaba por lo menos tan resignado como lo está con irse a la gloria el que se muere.

-?Y usted? -le dije-. ?Cuál es su vida en Madrid?

-Yo -me repuso- soy muchacho de muy regular fortuna; por consiguiente, no escribo. Es decir..., escribo... ; ayer escribí una esquela a Borrel para que me enviase cuanto antes un pantalón de patincour que me tiene hace meses por allá. Siempre escribe uno algo. Por lo demás, le contaré a usted.

?Yo no soy amigo de levantarme tarde; a veces hasta madrugo; días hay que a las diez ya estoy en pie. Tomo té, y alguna vez chocolate; es preciso vivir con el país. Si a esas horas ha parecido ya algún periódico, me lo entra mi criado, después de haberle hojeado él: tiendo la vista por encima; leo los partes, que se me figura siempre haberlos leído ya; todos me suenan a lo mismo; entra otro, lo cojo, y es la segunda edición del primero. Los periódicos son como los jóvenes de Madrid, no se diferencian sino en el nombre. Cansado estoy ya de que me digan todas las mañanas en artículos muy graves todo lo felices que seríamos si fuésemos libres, y lo que es preciso hacer para serlo. Tanto valdría decirle a un ciego que no hay cosa como ver.

?Como a aquellas horas no tengo ganas de volverme a dormir, dejo los periódicos; me rodeo al cuello un echarpe, me introduzco en un surtú y a la calle.
Doy una vuelta a la carrera de San Jerónimo, a la calle de Carretas, del Príncipe, y de la Montera, encuentro en un palmo de terreno a todos mis amigos que hacen otro tanto, me paro con todos ellos, compro cigarros en un café, saludo a alguna asomada, y me vuelvo a casa a vestir.

??Está malo el día? El capote de barragán: a casa de la marquesa hasta las dos; a casa de la condesa hasta las tres; a tal otra casa hasta las cuatro; en todas partes voy dejando la misma conversación; en donde entro oigo hablar mal de la casa de donde vengo, y de la otra adonde voy: ésta es toda la conversación de Madrid.

??Está el día regular? A la calle de la Montera. A ver a La Gallarda o a Tomás. Dos horas, tres horas, según. Mina, los facciosos, la que pasa, el sufrimiento y las esperanzas.

??Está muy bueno el día? A caballo. De la puerta de Atocha a la de Recoletos, de la de Recoletos a la de Atocha. Andado y desandado este camino muchas veces, una vuelta a pie. A comer a Genieys, o al Comercio: alguna vez en mi casa; las más, fuera de ella.

??Acabé de comer? A Sólito. Allí dos horas, dos cigarros, y dos amigos. Se hace una segunda edición de la conversación de la calle de la Montera. ?Oh! Y felizmente esta semana no ha faltado materia. Un poco se ha ponderado, otro poco se ha... Pero en fin, en un país donde no se hace nada, sea lícito al menos hablar.

?-?Qué se da en el teatro? -dice uno.

?-Aquí: 1.? Sinfonía; 2.? Pieza del célebre Scribe; 3.? Sinfonía; 4.? Pieza nueva del fecundo Scribe; 5.? Sinfonía; 6.? Baile nacional; 7.? La comedia nueva en dos actos, traducida también del ingenioso Scribe; 8.? Sinfonía; 9.?...

?-Basta, basta; ?santo Dios!

?-Pero, chico, ?qué lees ahí? Si ése es el Diario de ayer.

?-Hombre, parece el de todos los días.

?-Sí, aquí es Guillermo hoy.

?-?Guillermo? ?Oh, si fuera ayer! ?Y allá?

?-Allá es el teatro de la Cruz. Cualquier cosa.

?-A mí me toca el turno aquí. ?Sabe usted lo que es tocar el turno?

-Sí, sí -respondo a mi compañero de paseo-; a mí también me suele tocar el turno.

-Pues bien, subo al palco un rato. Acabado el teatro, si no es noche de sociedad, al café otra vez a disputar un poco de tiempo al dueño. Luego a ninguna
parte. Si es noche de sociedad, a vestirme; gran tualeta. A casa de E... Bonita sociedad; muy bonita. Ello sí, las mismas de la sociedad de la víspera, y del lunes, y de... y las mismas de las visitas de la mañana, del Prado, y del teatro, y... pero lo bueno, nunca se cansa uno de verlo.

-?Y qué hace usted en la sociedad?

-Nada; entro en la sala; paso al gabinete; vuelvo a la sala; entro al ecarté; vuelvo a entrar en la sala; vuelvo a salir al gabinete; vuelvo a entrar en el ecarté...

-?Y luego?

-Luego a casa, y ?buenas noches!

Ésta es la vida que de sí me contó mi amigo. Después de leerla y de releerla, figurándome que no he ofendido a nadie, y que a nadie retrato en ella, e inclinándome casi a creer que por ésta no tendré ningún desafío, aunque necios conozco yo para todo, trasládola a la consideración de los que tienen apego a la vida.

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domingo, 22 de marzo de 2009

Visita a París


Os sigo contando de mi viaje a París de este fin de semana.
Y va otra paradoja muestra de mi carácter: un ciego que visita la ciudad de la luz… jejejej. Curiosidades.
Os pongo ahora el resumen general de un evento cuyo motivo ya se ha detallado en la entrada anterior.



Fuimos un grupo de 45 personas y 4 monitores además de los guías, que estuvieron pendientes de nosotros en todo momento, cosa que se agradece pese a que, quién más quién menos íbamos acompañados de gente que veía, siempre viene bien.
El proceso del aeropuerto aunque pesado resultó bien. Yo pasé el control a la primera, se ve que me vieron cara de bueno.
El hotel aun teniendo la consideración de dos estrellas era cómodo, limpio y con baño en la habitación (que es lo que uno pide en este tipo de establecimientos).
Las comidas nada que ver con las de aquí, aunque para tres días… pero la verdad es que se echa de menos nuestra dieta a base de ensaladas (quién lo habría dicho de mí hace años), verduras y pescado, además de fruta. A cambio mucha pasta, patatas y dulces.
La organización perfecta, tanto en cuanto a coordinación, aprovechamiento del tiempo y atenciones.
De París me traje las sensaciones de un tiempo expléndido, primaveral, que hizo que las calles estuviesen muy concurridas con terrazas y paseantes.
Los bolardos de los que ya hablé, resulta que no sólo es que no hubiese, sino que además de abundar como la plaga, es que encima eran más grandes que los de aquí.
La emoción de estar pisando los Campos elíseos, escuchar las fuentes en el Louvre o en la Concordia y el rumor del río al tiempo que atendía a las explicaciones del típico Bateau Mousse.
Y curiosidades como la etimología de bulevar: Luis XIV plantó árboles en las calles del París de su época. Eran castaños de Indias que tiran, como es sabido, sus frutos envueltos en unas bolas verdes con pinchos: boules verts y de ahí… bulevares.
La amplitud de sus espacios abiertos y avenidas que dan perspectiva de grandiosidad a sus monumentos frente a la exigüidad de los espacios interiores como bares o viviendas. Me parecieron muy complicados para moverme por sus calles por ser espacios diáfanos, sin referencias.
En resumen, una ciudad que vale la pena ser vista, que me hubiese gustado patear más para sentirla más próxima y que merece la pena, en este caso, sobremanera por haber cumplido un sueño.
Eso sí, sentí emoción, nos reímos mucho sacando punta a las cosas y a los sucedidos (ya sabéis de ese humor negro mío) y orgullo por haber podido estar y más aún con la compañía de amigos y amigas que hicieron, en fin, de este puente del día del padre uno de esos momentos que permanecen vivos en el recuerdo, de forma imborrable.

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Un sueño hecho realidad

Tal vez os hayáis preguntado dónde me habría metido estos días de ausencia o si es que se me habría secado la vena y Tiflohomero se iba a ir marchitando hasta caer en el olvido.
No; no es así. Como ya sabéis estamos inmersos en el año del bicentenario del nacimiento de Louis Braille. Pues bien, impulsado por mí, como coordinador del Club Braille de la ONCE en Madrid, he podido cumplir un sueño, y no sólo yo, sino otros muchos ciegos que, reconociendo la labor de este genio, quisimos visitar los lugares que recuerdan su vida.
Estos tres días, por tanto, han supuesto mucho más que un viaje lúdico a la Ciudad de la Luz. Han simbolizado una peregrinación.
Quiero, en esta primera parte del viaje, haceros llegar mis impresiones relacionadas con los lugares del personaje que abrió las puertas del conocimiento a los ciegos y nos introdujo, con ello, en la Historia.
Me gustaría ser capaz de trasladar la emoción que uno vive al tocar, pisar, sentir. Impregnarse de la sencillez y humildad de lo visitado frente a la grandeza de su legado.
Os prometo poner las imágenes de todo ello cuando me las envíen.



Nos encaminamos al Panteón de Hombres Ilustres de París donde, por cierto se encuentra el péndulo de Foucault que demuestra cómo la tierra se mueve, y bajamos a la cripta donde están depositados los restos de setenta y tres hombres y mujeres de Francia, relacionados con la Cultura, la Literatura, la Filosofía y la Ciencia, y entre ellos los de Braille. Fueron trasladados en 1952 con motivo del primer centenario de su muerte. Hay una reja que protege las tumbas y a su lado un busto con una leyenda en braille que señala el lugar. Delante de sus restos se leyeron unos poemas y en silencio elevé una oración por su recuerdo y agradecimiento.
Acto seguido nos desplazamos al pueblecito de Coupvrai, a unos 40 kms. Al Este de París, casi al lado de Euro Disney. En este lapso de tiempo se hizo un repaso a su vida..
Paramos en el cementerio. Allí nos congregamos en torno a la tumba y guardamos un minuto de silencio. Es un espacio sencillo en cuya cabecera quedaron depositadas sus manos en una pequeña urna, a modo de reliquia. El silencio era sobrecogedor. Un día de sol primaveral, algunos trinos y olores de campo quisieron ser nuestros anfitriones.
Su casa natal después. Una humilde vivienda con tejado a dos aguas, tres alturas, un pequeño jardín en el que se supone que pasó buenos momentos dedicado a experimentar la mejor forma con la que la yema del dedo podría captar la información de la letra impresa y a recuperarse de sus crisis de tuberculosis, que le llevarían a la muerte a los 43 años, y el pozo de extracción de agua son el marco que envuelven las estancias: una sala común donde está la chimenea que le daba calor, la cama donde nació y una mesa que contiene útiles de la vida cotidiana de una familia de artesanos de principios del siglo XIX, además de algunas tablillas con tachuelas que el padre elaboraba para que el niño Louis pudiese aprender a leer mediante letras mayúsculas en relieve. El taller de guarnicionero con zapatos, botas, cuero… Una lezna evoca el punzón que le dejó ciego a los tres años que, paradojas de la vida, sería el instrumento que luego utilizaría para inventar su escritura de puntos salientes. Y la biblioteca, en la que una maqueta nos permite comprender el conjunto y otros instrumentos que anuncian los rudimentos del invento. En todo momento un manso gato fue testigo mudo de nuestra presencia, ¿sería acaso…?
Salimos del pueblo tras pasar por la iglesia en la que fue bautizado y ver un monumento a su memoria.
Tras la comida el Instituto de Jóvenes Ciegos de París, sito en el bulevar de Los Inválidos en el que estudió, fue profesor, tocó el piano y sobre todo creó su sistema de lectura y escritura. Es un centro grande, en el que aún hoy día se siguen impartiendo clases. Mi imaginación se trasladó a aquellos años, evocando ese mismo lugar y pensando en cuán diferentes eran las condiciones de vida de aquellos ciegos. Una profesora ciega nos condujo desde la entrada, el patio interior (donde otra estatua recuerda al promotor de la enseñanza para ciegos: valentin Haüy), el auditorio donde tocaba el piano, la capilla y un aula con la maqueta del edificio además de los primeros libros que hay en braille. De fondo algunos estudiantes, de los 80 que están internos salían de fin de semana.
Terminó aquí un día plagado de emotividad y recuerdos. Después el grupo se dispersó para aprovechar lo que quedaba de día, unos a la Torre Eiffel, otros a la Concordia y el Louvre y otros a descansar. Yo, claro, junto con los otros ocho amigos que íbamos, fuimos a callejear, cenar y tomar una copichuela que celebrase la noche parisina y una promesa: la de mantener viva la memoria de Louis Braille.

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martes, 17 de marzo de 2009

Yo me quejaba porque no podía comprarme zapatos, hasta que conocí a un hombre que no tenía pies”

Así parece que dice un proverbio árabe.
Todos conocemos el cuento de aquél que se quejaba porque sólo tenía para comer habichuelas y un buen día volvió la vista hacia atrás y contempló cómo había otra persona que comía las pieles que él tiraba.



Cierto es, cómo no decirlo, que todos tenemos motivos por los que lamentarnos, pero también creo, y ya lo he dicho más de una vez que hemos de ser capaces de valorar lo que tenemos y darle el valor que merece.
Yo os diría: un hombre se quejaba porque no tenía gafas para ver mejor y un día conoció a un ciego que las llevaba en la mano, consciente de que no le servían de nada. Jejjejeje. Pero ¿y si esas gafas sí le servían? ¿Le servían para dar luz a aquél que se lamentaba?

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lunes, 16 de marzo de 2009

Consumo para todos

Me apetece compartir, después de un fin de semana familiar y de ausencia, con vosotros una pequeña reflexión en forma de carta. Sé que la váis a comprender y os invito a que la trasladéis a quien pueda hacer algo, quién sabe…
Yo siempre pidiendo… jejejej


Querida amiga:

Una vez más te escribo deseando, ante todo, que te encuentres feliz y con la tranquilidad de saber que tienes cosas que atesorar en el transcurrir de tus días.
Desde mi anterior misiva todo ha transcurrido dentro de la rutina habitual, sin grandes sobresaltos, pero no faltándome proyectos en los que volcar mi ansia por crecer.
Quiero contarte que este fin de semana he tenido la fortuna de compartir cumpleaños de seres queridos, con el mejor regalo que alguien pueda desear: compartir en torno a una mesa buenos momentos de conversación.
Pero además de esto, ayer pude asistir a una jornada en la que se conmemoraban los derechos de los consumidores. Concretamente, tuvo lugar en una céntrica calle zaragozana. El ambiente era festivo: buen clima atmosférico, actividades lúdicas para niños, casetas informativas.
Con gran satisfacción comprobé que uno de los responsables del evento, con quien compartí residencia allá por los años 1993 y 1994 se acordase aún de mí y me manifestase su estima.
Me pareció bien que se hagan jornadas de este tipo, pero con el deseo de que no queden en un mero acto voluntarista lúdico.
E gustó también que una asociación de discapacitados dispusiese de un circuito por la integración, en el que los niños podían experimentar por sí mismos, al menos durante unos instantes, cómo puede moverse una persona que vaya en silla de ruedas o utilice el bastón para sus desplazamientos.
Todo esto está muy bien, pero no puedo por menos que decirte mi frustración por lo mucho que queda por recorrer en el camino de los supuestos derechos de los consumidores, que se ven vulnerados repetidamente y han de enfrentarse, para su reconocimiento, a un proceso de lucha en sectores tan comunes como las telecomunicaciones, electricidad o temas financieros. Y si esto es así, cuanto más si somos los discapacitados quienes necesitamos del reconocimiento de unos derechos muy mejorables en la práctica.
Ya recordarás cómo te contaba de mis aventuras a la hora de hacer la compra diaria. Pues eso y más. Los electrodomésticos no son accesibles, los teléfonos móviles cada vez tienen el teclado más difícil de manejar, los formularios y contratos no se nos facilitan en braille, etc. Etc.
Por eso te lo quería contar, quería expresar mi reflexión ante la jornada de ayer y esperar, desear a que esos derechos se plasmen en la realidad y lo hagan para todos y se extiendan cada día un poco más.
Gracias amiga, como siempre, por estar ahí, por escucharme con tanto interés.

Un cariñoso saludo y hasta pronto.

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miércoles, 11 de marzo de 2009

Va de dientes

Ya se sabe… “Dios le da dientes a quien no puede comer” o “Los cuernos son como los dientes: duelen cuando crecen, pero luego se come con ellos”
Aquí os van algunas curiosidades sobre esta parte esencial de nuestro cuerpo.


El primer cepillo dental utilizado por los antiguos fue una ramita del tamaño de un lápiz, uno de cuyos extremos se trataba para conferirle un tacto blando y fibroso. Estos palitos se frotaban inicialmente contra los dientes sin ningún abrasivo adicional como nuestra pasta dentífrica, y han sido hallados en tumbas egipcias que datan de 3000 a.C. Los palitos masticables todavía se utilizan en ciertos lugares. Varias tribus africanas daban este uso a las ramitas de un árbol, Salvadoree pérsica o “árbol cepillo dental”.
El primer cepillo dental provisto de cerdas, similar al actual, tuvo su origen en China hacia el año 1498. Las cerdas, extraídas manualmente, del cuello de cerdos que vivían en los climas más fríos de Siberia y China (el frío hace que las cerdas de estos animales crezcan con mayor consistencia), eran cosidas a unos mangos de bambú o de hueso. Los mercaderes que visitaban Oriente introdujeron el cepillo dental chino entre los europeos, quienes consideraron que estas cerdas tenían una dureza excesivamente irritante.
En aquellos tiempos, los europeos que se cepillaban los dientes (práctica nada corriente) preferían unos cepillos más blandos, confeccionados con pelo de caballo. El padre de la odontología moderna, el doctor Pierre Fauchard, ofrece la primera explicación detallada del cepillo dental en Europa en 1723. Se muestra critico acerca de la escasa efectividad de los cepillos de pelo de caballo (eran demasiado blandos), y todavía más crítico con respecto al gran sector de la población que nunca, o rara vez, realizaba alguna práctica de higiene dental. Fauchard recomienda frotarse vigorosamente cada día los dientes y las encías con un trozo de esponja natural.
Los cepillos dentales fabricados con otros pelos de animales, por ejemplo el de tejón, experimentaron efímeros períodos de popularidad, pero muchas personas preferían limpiarse después de las comidas con una pluma rígida de ave (como habían hecho los romanos) o bien utilizar mondadientes especialmente fabricados en bronce o plata.
En muchos casos, los mondadientes metálicos eran menos peligrosos para la salud que los cepillos de pelo de animal duro, y cuando el bacteriólogo francés Louís Pasteur expuso en el siglo XIX su teoría sobre los gérmenes, los dentistas comprobaron que todos los cepillos de pelo animal (que conservan la humedad) acaban por acumular bacterias y hongos microscópicos, y que la perforación de una encía por las agudas puntas de las cerdas puede ser causa de numerosas infecciones en la boca. Esterilizar cepillos de pelo animal con agua hirviendo presentaba el inconveniente de ablandarlos excesivamente para siempre, e incluso destruirlos por completo, y los cepillos de calidad fabricados con pelo animal eran demasiado caros para permitir su frecuente sustitución. La solución para este problema no se presentó hasta la tercera década de nuestro siglo.
El descubrimiento del nailon en la década de 1930 por los químicos de la Du Pont, inició una revolución en la industria de los cepillos dentales. El nailon era duro y rígido a la vez que flexible, resistía la deformación y era también inatacable por la humedad, puesto que se secaba por completo y con ello atajaba el desarrollo bacterial.
El primer cepillo de cerdas de nailon fue vendido en Estados Unidos en el año 1938, bajo el nombre de Dr. West's Miracle Tuft Toothbrush. Du Pont dio a las fibras artificiales el nombre de Exton Bristies, y, a través de una amplia campaña publicitaria, la compañía informó a su público de que “El material utilizado en la fabricación del Exton se llama nylon, una palabra acuñada tan recientemente que nadie la encontrará en el diccionario”. Y la empresa destacaba las numerosas ventajas del nailon sobre las cerdas, recalcando también que, en tanto que las cerdas de pelo animal a menudo se desprendían del mango para alojarse desagradablemente entre la dentadura, las de nailon quedaban sujetas con firmeza al mango del cepillo.
Sin embargo, estas primeras cerdas de nailon eran tan rígidas que actuaban con suma dureza sobre las encías. De hecho, el tejido de éstas se resentía tanto, que al principio los dentistas se negaron a recomendar los cepillos de nailon. A principios de la década de 1950, la Du Pont había perfeccionado ya un nailon “blando” que fue presentado al público con el nombre de cepillo dental Park Avenue. Se pagaban entonces diez centavos por un cepillo de cerdas duras, y cuarenta y nueve por el modelo Park Avenue, más perfeccionado y, sobre todo, más blando.
No sólo los cepillos de nailon mejoraron la higiene dental, sino que contribuyeron, y no poco, a ahorrar serias molestias al ganado porcino. En 1937, por ejemplo, el año de la aparición de los cepillos de nailon, sólo en Estados Unidos se importaban 600.000 kilos de cerdas porcinas para cepillos dentales.
El siguiente avance tecnológico tuvo lugar en 1961, cuando la Squibb Company presentó el primer cepillo dental eléctrico, con el nombre de Broxodent. Tenia la acción limpiadora de arriba abajo, y fue recomendada por la American Dental Association.
Un año más tarde, la General Electric creó un cepillo dental eléctrico sin toma de corriente, accionado por pila y recargable. Los técnicos de esta compañía habían probado los cepillos en docenas de perros y aseguraron a los accionistas que “los perros disfrutaban de veras cuando se les cepillaban los dientes”.

La primera pasta dentífrica mencionada en la historia escrita fue ideada por médicos egipcios hace cuatro mil años. Altamente abrasiva y dotada de un intenso sabor, se fabricaba con piedra pómez pulverizada y un fuerte vinagre de vino, y era aplicada con un palito. Según los criterios modernos, resultaba considerablemente más atractiva que la primera pasta dentífrica romana, elaborada con orina humana, sin contar con que, al ser líquida, servía también de enjuague. Los médicos romanos del siglo I sostenían que cepillar los dientes con orina los blanqueaba y los aseguraba más sólidamente a sus alveólos.
Las mujeres romanas de clase alta pagaban muy cara la orina lusitana, considerada la más valiosa, puesto que, según se decía, era la más fuerte del continente. Los historiadores del arte dental creen que esto pudo ser cierto, pero tan sólo debido a que el líquido llegaba desde el actual Portugal a través de un largo itinerario terrestre. La orina, como componente activo de las pastas dentífricas y en los enjuagues, seguía siendo utilizada en el siglo XVIII. En realidad, aunque sin saberlo, los antiguos dentistas aprovechaban las moléculas limpiadoras del amoníaco contenido en la orina, moléculas que más tarde serían utilizadas en las modernas pastas dentífricas.
Con la caída del Imperio Romano, la técnica y la higiene dental se deterioraron rápidamente en Europa. Durante quinientos años, los hombres aliviaron sus dolores de muelas con medicamentos caseros y extracciones de tipo artesanal. Los escritos del médico persa Rhazes, del siglo X, señalan un renacimiento de la higiene dental, así como un perfeccionamiento en sus técnicas. Rhazes fue el primer médico que recomendó los empastes de cavidades. Utilizaba una pasta espesa elaborada con alumbre (contenía amonio y hierro) y mástique, una resina amarillenta procedente de un arbolillo perenne mediterráneo de la familia del anacardo. En aquellos tiempos, el mástique era un ingrediente esencial en los barnices y los adhesivos.
Por más perfeccionado que fuera el material de relleno empleado por Rhazes, perforar una cavidad para que aceptara un empaste exigía un alto grado de destreza en el dentista y una resistencia sobrehumana en el paciente. El problema más grave planteado por las primeras fresas dentales era su rotación exasperantemente lenta. El dentista agarraba el instrumento entre su pulgar y su índice y trabajaba manualmente con él, en un sentido y en otro, mientras profundizaba hacia la parte inferior de la pieza.
Hasta el siglo XVIII no aparecería la fresa mecánica, de un tamaño parecido al de un reloj de bolsillo y provista de un mecanismo interior de rotación. Y hasta que el dentista personal de George Washington, John Greenwood, adaptó la rueda de hilar de su madre para este fin, no existió una fresa dental relativamente rápida y accionada con pedal. Por desgracia, el intenso calor que generaba su rápida rotación representaba otro inconveniente, aunque éste se veía compensado porque el dolor duraba menos. (En tanto que la fresa de Greenwood giraba a unas quinientas revoluciones por minuto, los modernos modelos, enfriados por agua, funcionan a más de medio millón de vueltas.)

Blanqueo de dientes:
En Europa, las actitudes con respecto a la higiene dental empezaron a cambiar en el siglo XIV. En 1308, los cirujanos barberos, principales especialistas en la extracción de piezas dentales, estaban agrupados en gremios. A parte de la extracción, la principal operación dental del cirujano barbero consistía en limpiar y blanquear los dientes. Unos dientes blancos y relucientes eran muy apreciados, y el cirujano barbero procedía primero a limar los dientes del paciente con un áspero instrumento metálico, después de lo cual los frotaba con aquafortis, una solución altamente corrosiva de ácido. Esto permitía lucir unos dientes muy blancos durante algún tiempo, pero destruía por completo el esmalte y causaba la pérdida masiva de los dientes en edad muy temprana. No obstante, la vanidad era muy fuerte, y la limpieza dental por medio del ácido continuaba en Europa durante el siglo XVIII.
La tosca cirugía practicada por los barberos originó la imagen, antes tan corriente, del poste con franjas rojas y blancas como muestra de las barberías. Sucedió del modo siguiente. Los cirujanos dentales también cortaban el cabello, recortaban las barbas y practicaban la supuesta panacea de la sangría. Durante la sangría, era costumbre que el paciente apretara fuertemente un poste con una mano, para que las venas se hincharan y la sangre manara libremente. El poste estaba pintado de rojo para minimizar las manchas de sangre, y cuando no lo utilizaba colgaba junto a la entrada de la tienda, como anuncio, envuelto en la gasa blanca que se utilizaba para vendar los brazos ya sangrados, Con el tiempo, este poste rojo y blanco fue adoptado como símbolo oficial de los gremios de barberos cirujanos. El pomo dorado que más tarde se añadió a la parte superior del poste representaba la bacía de cobre que servía para recoger la sangre y también para preparar la espuma del afeitado. Cuando cirujanos y barberos se separaron, estos últimos conservaron el poste.
El precio que se pagaba por los dientes artificialmente blanqueados eran las cavidades, que venían a añadirse a la caries normal, una de las aflicciones más antiguas de la humanidad. Aterrorizados por la extracción de las piezas dentales, muchas personas padecían a menudo dolores intensos y crónicos, y es curioso que entre esas personas se contaran grandes forjadores de la historia. Resulta sorprendente que los libros omitan el hecho de que, por ejemplo, Luis XIV e Isabel I de Inglaterra (para mencionar tan sólo a dos grandes estadistas) frecuentemente hubieron de tomar grandes decisiones mientras padecían intensos dolores de muelas. En 1685, Luis XIV firmó la revocación del Edicto de Nantes (que había concedido la libertad religiosa), con lo que obligó a emigrar a millares de personas, mientras padecía todavía una infección bucal que duraba ya un mes, y que había abierto una llaga de difícil cicatrización entre el paladar y los senos.
Por su parte, Isabel padecía crónicamente a causa de profundas y extensas caries, pero temía los dolores de la extracción. En diciembre de 1578, un dolor de muelas incesante la mantuvo despierta de día y de noche durante dos semanas. Recurrió finalmente a las drogas, que la sumieron en una profunda confusión mental. Sólo accedió a la extracción cuando el obispo de Londres se ofreció para extraer uno de sus dientes sanos en presencia de la reina, a fin de que ésta comprobase que el dolor no era insoportable. Durante estas semanas de intenso dolor, siguió supervisando leyes que afectaban a las vidas de millones de súbditos.
En época más reciente, George Washington padeció durante su vida de adulto caries, inflamación de las encías y todas las molestias propias del tratamiento dental en el siglo XVIII. A partir de los veintidós años, perdió sus dientes uno tras otro, y adquirió una serie de dentaduras que estuvieron a punto de destruirle las encías. A través de una extensa documentación, no hay duda de que el primer presidente de los Estados Unidos padeció dolores casi continuos y que llegó el momento en que le fue casi imposible masticar. La causa probable de su sordera fue la posición forzada que imponía a su mandíbula inferior con el fin de dar a su cara una apariencia normal. Podría escribirse un volumen entero de especulaciones históricas sobre los efectos de los dolores de muelas agudos y prolongados en la actividad política.

Las dentaduras postizas:
Los etruscos, que habitaron la región de Italia que conocemos como Toscana, se consideran los mejores dentistas del mundo antiguo. Extraían dientes cariados y los sustituían por dentaduras postizas completas o por piezas sueltas, unas y otras talladas de modo realista en marfil o hueso. Los puentes se hacían de oro. Al morir una persona, sus dientes sanos e intactos eran extraídos quirúrgicamente para incorporarlos a dentaduras de aspecto todavía más auténtico, destinadas a las clases superiores. Los historiadores de la cirugía dental aseguran que la habilidad de los etruscos en la fabricación de dentaduras y el modelado de dientes postizos (habilidad que sólo en parte heredaron los romanos) no tuvo rival hasta el siglo XIX.
En cambio, los dentistas de la época medieval y de principios del Renacimiento eran bastante primitivos en sus prácticas y en sus creencias. Enseñaban que las caries eran causadas por “gusanos de los dientes” que perforaban hacia fuera (teoría ilustrada en numerosos grabados), y aunque extraían los dientes y muelas cariados, rara vez se esforzaban en sustituirlos, dejando a los pacientes desdentados para toda su vida. Los ricos adquirían dientes sanos y fuertes de las bocas de los pobres, arrancados a cambio de un precio estipulado, estos dientes se montaban en una “encía” de marfil.
Mantener los dientes de la mandíbula inferior en su lugar exigía ingenio por parte del dentista y una vigilancia continua, así como una gran vanidad en el paciente. Las mujeres elegantes del siglo XVI se hacían perforar las encías con ganchos para asegurar los alambres de las dentaduras. En el siglo siguiente, ya fue posible mantener estas piezas dentales en su lugar con el uso de resortes, tan recios que se necesitaba una presión constante para mantener cerrada la boca. Una distracción momentánea, y la dentadura podía salir disparada. El aspecto de las dentaduras empezó a mejorar hacia la época de la Revolución francesa.
Dentistas parisinos crearon los primeros dientes de porcelana duraderos, muy semejantes a los auténticos y hechos de una sola pieza. Esta moda fue adoptada en América por el doctor Claudius Ash. Éste deploraba la práctica, entonces frecuente, de recoger dientes de los campos de batalla. Abundaban las historias terroríficas sobre los “ladrones de dientes”, que obtenían su botín de soldados mal heridos. Millares de europeos lucían dentaduras “Waterloo”, tal como a fines de la década de 1860 millares de norteamericanos llevaban paladares postizos “tipo guerra civil”, en tanto se enviaban a Europa barriles enteros de dientes que habían pertenecido a jóvenes soldados norteamericanos. Los dientes de porcelana pusieron fin a esta práctica.
Mientras la porcelana mejoraba notablemente la apariencia de las piezas dentales postizas, la goma vulcanizada, perfeccionada a fines del siglo XIX, abrió el camino a los primeros soportes dentales cómodos y prácticos. Junto con estas dos innovaciones del siglo pasado, se registró la aparición del óxido nitroso, un anestésico conocido como “gas de la risa”, que inauguró la era de la odontología indolora. Por primera vez en la historia humana, los dientes enfermos podían ser extraídos sin dolor y sustituidos por piezas postizas tan cómodas como duraderas y atractivas. En la década de 1880, la demanda de dientes postizos era ya enorme, y en el siglo siguiente el milagro de los plásticos conseguiría mejorar más su aspecto.

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martes, 10 de marzo de 2009

एल बिगोते देल tigre


Os pongo un cuento de tradición oriental que nos hace reflexionar acerc de cómo muchas veces empeñamos todo el éxito de nuestros deseos a la intervención mágica o divina, olvidando que nuestra constancia y voluntad pueden lograrlo.
Es una buena invitación a confiar en nosotros mismos y en buscar, a través del ingenio, la solución.



Os pongo un cuento de tradición oriental que nos hace reflexionar acerc de cómo muchas veces empeñamos todo el éxito de nuestros deseos a la intervención mágica o divina, olvidando que nuestra constancia y voluntad pueden lograrlo.
Es una buena invitación a confiar en nosotros mismos y en buscar, a través del ingenio, la solución.

Una mujer joven llamada Yun Ok fue un día a la casa de un ermitaño de la montaña en busca de ayuda.
El ermitaño era un sabio de gran renombre, hacedor de ensalmos y pociones mágicas.
Cuando Yun Ok entró en su casa, el ermitaño, sin levantar los ojos de la chimenea que estaba mirando, dijo:
-¿Por qué viniste?
Yun Ok respondió:
-Oh, Sabio Famoso, ¡estoy desesperada! ¡Hazme una poción!
-Sí, sí, ¡hazme una poción! -exclamó el ermitaño-. ¡Todos necesitan pociones! ¿Podemos curar un mundo enfermo con una poción?
-Maestro -insistió Yun Ok-, si no me ayudas, estaré verdaderamente perdida.
-Bueno, ¿cuál es tu problema? -dijo el ermitaño, resignado por fin a escucharla.
-Se trata de mi marido -comenzó Yun Ok-. Tengo un gran amor por él. Durante los últimos tres años ha estado peleando en la guerra. Ahora que ha vuelto, casi no me habla, a mí ni a nadie. Si yo hablo, no parece oír. Cuando habla, lo hace con aspereza. Si le sirvo comida que no le gusta, le da un manotazo y se va enojado de la habitación. A veces, cuando debería estar trabajando en el campo de arroz, lo veo sentado ociosamente en la cima de la montaña, mirando hacia el mar.
-Si, así ocurre a veces cuando los jóvenes vuelven a su casa después de la guerra -dijo el ermitaño-. Prosigue.
-No hay nada más que decir, Ilustrado. Quiero una poción para darle a mi marido, así se volverá cariñoso y amable, como era antes.
-!Ja! Tan simple, ¿no? -replicó el ermitaño-. ¡Una poción! Muy bien, vuelve en tres días y te diré qué nos hará falta para esa poción.
Tres días más tarde, Yun Ok volvió a la casa del sabio de la montaña.
-Lo he pensado -le dijo-. Puedo hacer tu poción. Pero el ingrediente principal es el bigote de un tigre vivo. Tráeme su bigote y te daré lo que necesitas.
-¡El bigote de un tigre vivo! -exclamó Yun Ok-. ¿Cómo haré para conseguirlo?
-Si esa poción es tan importante, obtendrás éxito -dijo el ermitaño. Y apartó la cabeza, sin más deseos de hablar.
Yun Ok se marchó a su casa. Pensó mucho en cómo conseguiría el bigote del tigre. Hasta que una noche, cuando su marido estaba dormido, salió de su casa con un plato de arroz y salsa de carne en la mano. Fue al lugar de la montaña donde sabía que vivía el tigre.
Manteniéndose alejada de su cueva, extendió el plato de comida, llamando al tigre para que viniera a comer.
El tigre no vino.
A la noche siguiente Yun Ok volvió a la montaña, esta vez un poco más cerca de la cueva. De nuevo ofreció al tigre un plato de comida.
Todas las noches Yun Ok fue a la montaña, acercándose cada vez más a la cueva, unos pasos más que la noche anterior. Poco a poco el tigre se acostumbró a verla allí.
Una noche, Yun Ok se acercó a pocos pasos de la cueva del tigre. Esta vez el animal dio unos pasos hacia ella y se detuvo. Los dos quedaron mirándose bajo la luna. Lo mismo ocurrió a la noche siguiente, y esta vez estaban tan cerca que Yun Ok pudo hablar al tigre con una voz suave y tranquilizadora.
La noche siguiente, después de mirar con cuidado los ojos de Yun Ok, el tigre comió los alimentos que ella le ofrecía. Después de eso, cuando Yun Ok iba por las noches, encontraba al tigre esperándola en el camino.
Cuando el tigre había comido, Yun Ok podía acariciarle suavemente la cabeza con la mano. Casi seis meses habían pasado desde la noche de su primera visita. Al final, una noche, después de acariciar la cabeza del animal, Yun Ok dijo:
-Oh, Tigre, animal generoso, es preciso que tenga uno de tus bigotes. ¡No te enojes conmigo!
Y le arrancó uno de los bigotes.
El tigre no se enojó, como ella temía. Yun Ok bajó por el camino, no caminando sino corriendo, con el bigote aferrado fuertemente en la mano.
A la mañana siguiente, cuando el sol asomaba desde el mar, ya estaba en la casa del ermitaño de la montaña.
-¡Oh, Famoso! -gritó-. ¡Lo tengo! ¡Tengo el bigote del tigre! Ahora puedes hacer la poción que me prometiste para que mi marido vuelva a ser cariñoso y amable.
El ermitaño tomó el bigote y lo examinó. Satisfecho, pues realmente era de tigre, se inclinó hacia adelante y lo dejó caer en el fuego que ardía en su chimenea.
-¡Oh señor! -gritó la joven mujer, angustiada- ¡Qué hiciste con el bigote!
-Dime como lo conseguiste -dijo el ermitaño.
-Bueno, fui a la montaña todas las noches con un plato de comida. Al principio me mantuve lejos, y me fui acercando poco cada vez, ganando la confianza del tigre. Le hablé con voz cariñosa y tranquilizadora para hacerle entender que sólo deseaba su bien. Fui paciente. Todas las noches le llevaba comida, sabiendo que no comería. Pero no cedí. Fui una y otra vez. Nunca le hablé con aspereza. Nunca le hice reproches. Y por fin, una noche dio unos pasos hacia mí. Llegó un momento en que me esperaba en el camino y comía del plato que yo llevaba en las manos. Le acariciaba la cabeza y él hacía sonidos de alegría con la garganta. Sólo después de eso le saqué el bigote.
-Sí, sí -dijo el ermitaño-, domaste al tigre y te ganaste su confianza y su amor.
-Pero tú arrojaste el bigote al fuego -exclamó Yun Ok llorando-. ¡Todo fue para nada!
-No, no me parece que todo haya sido para nada -repuso el ermitaño-. Ya no hace falta el bigote. Yun Ok, déjame que te pregunte algo: ¿es acaso un hombre más cruel que un tigre? ¿Responde menos al cariño y a la comprensión? Si puedes ganar con cariño y paciencia el amor y la confianza de un animal salvaje y sediento de sangre, sin duda puedes hacer lo mismo con tu marido.
Al oír esto, Yun Ok permaneció muda unos momentos. Luego avanzó por el camino reflexionando sobre la verdad que había aprendido en casa del ermitaño de la montaña.

28 Jan 2004

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lunes, 9 de marzo de 2009

Alegato de un bolardo

A la Academia de los Sabios llega este manifiesto. ¿Qué os parece?


Sí, señores; soy yo. Mi nombre es bolardo y soy aquél que impide el paso a vehículos en determinados puntos establecidos o el que sirve para que las amarras no obstaculicen el tránsito en los muelles... Tengo forma puntiaguda o semicircular y sí, lo sé, cada vez abundamos más.
Y pese a este noble fin soy tildado de mataciegos o de picahuevos. Y qué quieren que les diga… ¡me ofenden tamañas descalificaciones y semejantes desprecios!
Nuestra misión, la mía y la de mis hermanos, es de servicio, pero no se nos entiende. Oigan, que nosotros somos los primeros dolientes cuando notamos que el sufrido ciego se golpea en su rodilla o en otra parte más o menos blanda y vemos su mueca crispada.
Querríamos estar hechos de otros materiales distintos al hierro colado, pero de ser así, nuestra misión no podría ser cumplida con la eficacia debida. Lo mismo que tampoco podríamos hacerlo de no estar bien clavados al suelo, bien anclados.
Sí, señores; nos gustaría no hacer daño, pero de no ser por nuestra labor los pasos se verían asaltados por ocupas desaprensivos que no les importa nada más que dejarse caer en el lugar más cercano a su destino.
Y nosotros ahí, impidiendo que una puerta de garaje se vea obstaculizada, que una salida deje de estar expedita y que un paso de cebra no se vea invadido.
Y todo ¿a cambio de qué? De nuestra mala fama, de nuestro desprecio absoluto, adornado de improperios nada benévolos. En vez de echar la culpa a los verdaderos culpables, hemos de cargar nosotros con la pesada carga de sabernos responsables del dolor del pobre ciego.
Reflexionen, señores. ¿No sería mejor dedicarnos a labores menos ingratas si todos colaborasen más? ¿No sería mejor que fuésemos destinados a juegos de bolos tradicionales o a maracas de gigantes en vez de a causar inseguridad y zozobra al caminante que, bastón en mano, osa atreverse a buscar nuevos caminos?

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domingo, 8 de marzo de 2009

¡Cuidado con el ciego!


Sí, ésta ha sido la frase que, en más ocasiones, he escuchado en mi dominical paseo por el Retiro madrileño en esta tarde de primavera.
Cuidado con el ciego se decían unos niños a otros.
Cuidado con el ciego decía…


Una madre temerosa de que me llevase por delante a su bebé, pacíficamente alojado en su cochecito.
Cuidado con el ciego le decían unos abuelos a sus nietos.
Ha tenido que ser esta cantinela y no otra la que me he tenido que escuchar.
Y yo, que había querido salir al encuentro de una primavera que, he supuesto, se habría vestido de fiesta, de colores brillantes, sonidos alegres y olores perfumados. Y sí, algo de esto he percibido, pero… he tenido que emplear mis cinco sentidos, digo bien, los cinco; el de la vista sustituidlo por el común (aunque sea el menos común de todos) para sortear bicicletas, patines, baches, ramas de árboles, seguir el camino y no despistarme, etc.
Ha tenido que ser esa la cita proverbial con la que se me saludaba. Ha tenido que ser ésa y no otras del tenor…
Fijaos, niños, qué señor tan admirable, cómo pasea con su bastón.
¿Cómo lo hace para ser tan valiente?
O…
¿Quieres cogerte de mi brazo y paseamos juntos? Jejejejje.
No, no; a lo más que he llegado es a que una pareja me dijese:
Cuidado con el palo que hay ahí delante. Y yo, en mi ensoñación primaveral, he dicho:
¿Unpavo? ¿Dónde está?
Y la chica:
No, no; un palo, un tronco de madera.
Ah, bueno; es verdad. Que para pavo ya me basto yo.
Menos mal que les he arrancado una sonrisa y, cómo no, un gracias y que tengáis una buena tarde de domingo.
En fin, cosas, no de la edad (como diría la canción), sino de la ceguera.
A disfrutar.

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sábado, 7 de marzo de 2009

Apuesto por la vida

Hoy que tanto se habla de aborto, de eutanasia, de eugenesia… yo quiero apostar por la vida. Merece la pena por su belleza, porque es un regalo único que nos hacen, por la gente buena con la que uno se cruza o conecta… por tantas cosas.
Hablábamos el otro día de un reloj roto y creo que simboliza muy bien lo que quiero decir. No porque uno vaya a ser o sea discapacitado, porque no nos guste, porque moleste, hemos de tirarlo a la basura, desprendernos de él, en este caso de la vida, tirarla, acabar con ella, matar.
Necesito poner esta entrada hoy con fuerza, con ganas. Merece la pena celebrar la vida, mirar hacia delante.
Como complemento a esta reflexión os pongo la letra de una canción del disco Universo, interpretada por Axel Fernando: : “Celebra la vida”.
Que os guste. Pinchad en el título y se abre el vídeo para escucharla.
Con cariño.


No se si soñaba, no se si dormía
y la voz de un ángel dijo que te diga
celebra la vida.
Piensa libremente ayuda a la gente
y por lo que quieras lucha y se paciente
lleva poca carga, a nada te aferres
porque en este mundo nada es para siempre
Búscate una estrella que sea tu guía
no hieras a nadie reparte alegría
Celebra la vida, celebra la vida
que nada se guarda, que todo te brinda
celebra la vida, celebra la vida
segundo a segundo y todos los días
Y si alguien te engaña al decir te quiero
pon mas leña al fuego y empieza de nuevo
no dejes que caigan tus sueños al suelo
que mientras mas amas mas cerca esta el cielo
Grita contra el odio, contra la mentira
que la guerra es muerte y la paz es vida
Celebra la vida, celebra la vida
que nada se guarda, que todo te brinda
celebra la vida, celebra la vida
segundo a segundo y todos los días
No se si soñaba no se si dormía
y la voz de un ángel dijo que te diga...
Celebra la vida, celebra la vida
y deja en la tierra tu mejor semilla
celebra la vida, celebra la vida
que es mucho mas bella cuando tu me miras
celebra la vida, celebra la vida...

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viernes, 6 de marzo de 2009

Quiero tener tu presencia

Del grupo Seguridad Social os pongo esta canción que quiere deciros eso: que estéis a mi lado, que sigáis ahí dejándoos ver, dejándome vuestras huellas y vuestro afecto.
Feliz fin de semana.
Como siempre, para escuchar la música, pinchad en el título de la entrada.


Quiero tener tu presencia, quiero que estés a mi lado
no quiero hablar del futuro, no quiero hablar del pasado.
No quiero hablar de esos niños que están tan desamparados.
No quiero hablar de la guerra, no quiero hablar del parado
Quiero tener tu presencia, quiero que estés a mi lado
no quiero hablar de la lucha si no estamos preparados
no quiero hablar de la lucha si no estamos preparados...
...Quiero buscar un camino que no se encuentre embarrado...
No quiero hablar del mendigo, no quiero hablar del esclavo.
No quiero hablar pero hablo y empiezo a estar ya cansado
de muy buenas intenciones sin entregar nada a cambio.
Quiero tener tu presencia, quiero que estés a mi lado
no quiero hablar de la lucha si no estamos preparados
no quiero hablar de la lucha si no estamos preparados...
Quiero tener tu presencia, quiero que estés a mi lado
no quiero hablar de la lucha si no estamos preparados
no quiero hablar de la lucha si no estamos preparados...
Quiero tener tu presencia, quiero que estés a mi lado
no quiero hablar de la lucha si no estamos preparados
no quiero hablar de la lucha si no estamos preparados...
No quiero que des la espalda hay que tomárselo en serio
basta de palabras, busquemos remedio.
Vamos a hacer el camino con decisión
y coraje sin pensar que el viaje llegue a su destino...
Quiero tener tu presencia, quiero que estés a mi lado
no quiero hablar de la lucha si no estamos preparados
no quiero hablar de la lucha si no estamos preparados...
Quiero tener tu presencia -

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Braille y emancipación

Aunque el artículo que os pego es algo largo, estoy seguro de que lo váis a leer con atención. No en vano, me demostráis vuestro afecto cada día visitándome.
Es la ponencia de una conferencia impartida en Córdoba recientemente y refleja muy bien lo que es el braille y cuáles podrían ser sus líneas de futuro.


Entorno de la invención del Braille

Cuando en 1825 el joven de dieciséis años Luis Braille presentaba al mundo su código lectoescritor de puntos en relieve, aparecía una herramienta que iba a desempeñar un papel decisivo en la emancipación cultural de las personas ciegas e iba a abrir las puertas de acceso al conocimiento para un sector de personas excluidas muy generalmente de la acción cultural. El invento de ese joven es un eslabón fundamental de una cadena de hechos que cambiaron radicalmente la posición social de las personas ciegas.
En 1784 Valentín Haüy pone los fundamentos de lo que habría de ser la primera escuela para niños ciegos. Valentín Haüy experimentó ese deseo urgente de justicia al contemplar en un concierto público el escarnio con que se exhibía a varios músicos ciegos.
En 1812 Luis Braille, que tenía a la sazón tres años, se hirió gravemente en un ojo con una lezna en el taller de su padre, talabartero. Los cuidados que supieron proporcionar entonces al niño Luis no lograron ningún efecto curativo y la herida llegó a causar su pérdida total de visión. Sus padres, su entorno familiar, intentaron brindarle oportunidades de educación e inclusión. Luis acudió a la escuela de su pueblo natal, Coupvray, y, pese a no poder leer ni escribir, puso enseguida de manifiesto unas cualidades humanas poco comunes.
El párroco del pueblo hizo buen uso de sus buenas relaciones con un miembro de la nobleza y logró que, con el consentimiento de los padres de Luis, a los diez años de edad él ingresara en el Instituto Real de Jóvenes Ciegos en París. Pese a la modestia de los recursos de 1819 Luis encontró en ese establecimiento educativo algunas condiciones favorables para su proceso educativo. En ese Instituto se empleaba para la lectura de los niños ciegos la reproducción en relieve de las mismas letras y signos que se usaban en la escritura visual y que en los materiales en relieve se pintaban de negro... La naturaleza de esas figuras en relieve, basadas en trazos lineales continuos, resultaba muy tediosa para la percepción táctil. Por otra parte, los niños ciegos no podían aún escribir ellos mismos.
Un capitán del ejército francés, Charles Barbier, animado de una gran curiosidad por la comunicación lingüística en general, había inventado un sistema de escritura esencialmente puntiforme para que los soldados se transmitiesen mensajes en la oscuridad. Charles Barbier tuvo la idea correcta de que ese código lector podría ser útil también para las personas ciegas. Su primera aproximación a Sébastien Guillié, director de la escuela de ciegos cuando ingresó en ella Luis Braille, no fue muy satisfactoria, pues esa persona consideraba que esa fórmula no se adecuaba a la deseable estrategia de lectura de las personas ciegas. En cambio, Alexandre-René Pignier, que le substituyó en la dirección del centro, acogió con entusiasmo la idea de Barbier y aplicó una actitud muy loable y positiva. Pensó que eran los propios niños los que debían experimentar y valorar lo que se adaptaba mejor a sus condiciones perceptivas táctiles. Desde muy pronto, Luis vislumbró en la propuesta de Charles Barbier un camino muy significativo para elaborar un código lectoescritor que respondiese bien a las auténticas aspiraciones y posibilidades perceptivas de los ciegos. Lo que Charles Barbier designó como "escritura nocturna" tenía además el mérito nada despreciable de que él había concebido regletas para la escritura de su código. Sus dos defectos fundamentales eran que se basaba en dos columnas de seis puntos, tamaño muy engorroso para la captación por la yema del dedo y se limitaba a reproducir fonemas en lugar de las letras de la escritura ordinaria.
Haber pensado en dar a los ciegos la oportunidad de educarse; el desgraciado accidente en el taller de su padre que se convirtió en un hecho milagroso; el ingreso de Luis en la Institución Real de Jóvenes Ciegos, y su interacción con la escritura nocturna de Barbier son factores que jugaron un papel decisivo en esa aventura sencilla pero maravillosa que fue la invención del sistema de puntos en relieve para la lectoescritura de las personas ciegas. Fueron igualmente fenómenos muy positivos el que la familia de Luis Braille le acogiese sin reservas en su seno e intentase darle las mayores oportunidades posible y que el director de la escuela, Alexandre-René Pignier, tuviese la estupenda intuición de dejar que los propios niños ciegos fuesen quienes tuviesen la última palabra en la decisión de lo que sería mejor para ellos. Pignier estableció con Luis Braille una relación de auténticos respeto y valoración.

Luis Braille y su invento

Luis Braille desde los doce años hasta su fallecimiento cuando tenía sólo cuarenta y tres se dedicó enteramente a llevar la idea de Barbier a un estadio realmente útil para los ciegos y a perfeccionar todas sus potencialidades. Luis Braille tuvo plena consciencia de la importancia de la comunicación por escrito con las personas que ven y para posibilitar eso concibió con todo entusiasmo un sistema puntiforme, el decapunto, para la reproducción de las letras ordinarias. Un amigo suyo, Pierre-Franxois-Victor Foucault, ciego de nacimiento y excelente mecánico, ideó una máquina, el rafígrafo, para facilitar la reproducción de materiales en decapunto.
El invento de Luis Braille, como todo en la historia humana, utilizó certeramente cosas que lo precedieron. Se dio cuenta de que la propuesta de Barbier incorporaba puntos en lugar de trazos lineales y que el punto se adaptaba mejor a la percepción táctil. De manera natural, él vio que el tamaño de los signos del código de Barbier eran excesivamente grandes para ser captados rápidamente por la yema del dedo. Tras sucesivos experimentos llegó a la conclusión que lo ideal era un conjunto de dos columnas verticales de tres puntos, en total seis puntos en lugar de los doce de Barbier, y propuso que hubiese una distancia discriminable al tacto que diferenciase la distancia entre las dos columnas de un signo y dos signos entre sí. Luis captó inmediatamente que otro mérito considerable que poseía la propuesta de Barbier era consentir también una escritura bastante sencilla de textos. La cavilación constante de Luis se concreta por tanto también en la modificación de las regletas de escritura que se van adaptando a las sucesivas alternativas de tamaño de la celda de un signo.
Luis Braille tuvo muy claro que su sistema puntiforme debería ser un medio de inclusión social. Se propuso, pues, elaborar un alfabeto que representase convencionalmente todos los signos de la escritura visual. Los seis puntos del signo generador permiten hacer hasta sesenta y cuatro signos distintos.
El Braille tiene en común con la lengua de señas de los sordos el adecuarse muy bien a las características perceptivas peculiares de las personas a que está destinado. El ingenio humano ideó posteriormente estrategias para que la interacción con la escritura entre los que ven y los que no ven resultase plenamente satisfactoria. Actualmente, los ordenadores permiten que saquemos una copia en Braille y otra en escritura ordinaria a partir del mismo fichero madre.

Hacia la universalidad

A los profesionales con vista el Braille les pareció muy segregador entre ciegos y videntes. En cambio, las personas ciegas que tenían la oportunidad de conocerlo y de usarlo lo acogían con entusiasmo. En el Reino Unido el Braille hubo de competir con algunos códigos de lectura para ciegos ideados allí, incluido el Moon, un sistema que representa las letras ordinarias con rasgos lineales simplificados (el Moon aún se usa ahora algo allí); en Austria y Alemania hubo otro código de representación en relieve de las letras ordinarias, el Roman, y el Moon y el Roman también se exportaron a Estados Unidos. En el último cuarto del siglo XIX en Europa el Braille ya había triunfado, pero en Estados Unidos la guerra entre diversos sistemas duró hasta 1917.
Primero poco a poco, pero luego con inequívoca rapidez el Braille se fue adaptando a todas las lenguas del mundo a medida que los niños ciegos iban teniendo acceso a la educación.
La implantación del Braille resultó más problemática en idiomas, como el japonés y el chino, cuya escritura ordinaria no se basa en un alfabeto sino en caracteres que equivalen a objetos, conceptos, etc, y de los que hay hasta varios millares. En japonés el Braille se aplicó al silabario katakana que se emplea para representar ciertas palabras en la escritura ordinaria y en chino el Braille está basado en una transliteración fonética de ese idioma.
El Braille ya el propio Luis lo adaptó a la escritura musical y matemática y en lo sucesivo, a veces utilizando combinaciones de dos o tres signos se empleó para desarrollar signografías en todas las empresas del saber.
Ya en los principios de la segunda mitad del siglo XIX en España Gabriel Abreu utilizó un código basado en ocho puntos, dos columnas de cuatro, para la notación musical, y en el siglo XX el sistema de ocho puntos se aplicó en Alemania al código taquigráfico Braille y más tarde a los dispositivos de conexión periférica a ordenador, las denominadas líneas Braille, que van representando sucesivamente en líneas que aparecen y desaparecen el contenido de una pantalla. Los japoneses lo han empleado para idear un código convencional de representación de los caracteres chinos de su escritura visual. No obstante, vale la pena decir que estos códigos de ocho puntos han querido siempre convivir armónicamente con el Braille de seis puntos del que pretenden ser un complemento útil para fines determinados.
Hoy podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el Braille es verdaderamente universal.

El nombre del sistema

A menudo se destaca el hecho de que el sistema de puntos en relieve ideado por Luis Braille lleva universalmente el nombre de su inventor. Sin embargo, las cosas son un tanto más complejas. Carezco aún de datos exhaustivos en este sentido. Sin embargo, es obvio que el propio Luis Braille utilizó siempre en sus publicaciones de presentación la perífrasis "sistema de puntos en relieve". Los franceses fueron siempre muy aficionados a poner nombres atractivos a las cosas basados en palabras del griego clásico. Así, En Francia este código se denominó a veces "anagliptografía" (escritura en relieve). Sin embargo, en el diccionario de la lengua francesa en 1927 aparece la palabra Braille para designar al sistema puntiforme. Casi todas las lenguas, con sus adaptaciones fonéticas oportunas adoptaron el vocablo Braille. Sin embargo, sé que en chino y en japonés se utiliza para designarlo una palabra que quiere decir escritura de puntos.

El Braille hoy

Nuestro hábito de generalizar todas las realidades que no conocemos en profundidad conduce a que se haga una ecuación entre persona ciega y Braille. Se piensa que todos los ciegos conocen y usan el Braille. Algunas firmas, recuerdo por ejemplo a IBM, cometieron errores de bulto en las ventas de su máquina de escribir con caracteres Braille, pues se valieron en sus estudios de marketing de cifras de incidencia de ceguera. Por desgracia, esto dista mucho de ser real. Debido a la ignorancia de los posibles beneficios del sistema, a causa de dificultades objetivas de sensibilidad táctil, a la no práctica de entrenamiento en el uso del sistema y a la insuficiente presencia del Braille en la rotulación de productos y servicios el porcentaje de usuarios efectivos de Braille dentro de la población global de personas ciegas es bastante bajo. En los últimos años, sin embargo, en el marco de la promoción de la igualdad de oportunidades el Braille va teniendo una presencia creciente en la realidad de todos. Aparte de que algunas firmas etiquetan ya voluntariamente en Braille sus productos, debemos mencionar que en la Unión Europea se han aprobado directivas para hacer obligatorio el señalamiento con Braille de ascensores y de medicamentos. Es oportuno que citemos la utilización del Braille que se hace en las elecciones en España después de marzo de 2008.
Más allá de criterios objetivos, a veces personas afectadas, miembros de su entorno familiar e incluso profesionales exhiben un rechazo más o menos patente al Braille al que perciben como la matrícula de una realidad humana que no aceptan.

Es indudable que las nuevas tecnologías han abierto horizontes insospechados para las personas ciegas en el acceso a la información. También en este aspecto, encontramos actitudes erróneas, algunas veces incluso hostiles, respecto al Braille. Las nuevas tecnologías no lo han mandado al trastero de las cosas que ya no sirven y en realidad han abaratado y acelerado su producción. La síntesis de voz, tan común en nuestro uso de ordenadores, no ha de concebirse como algo substitutivo y excluyente del Braille sino como algo que podemos combinar eficazmente con él.

Conclusión

Soy un entusiasta usuario y promotor del Braille, pero quiero evitar posicionamientos fanáticos. Sé que las infinitas posibilidades de la imaginación humana hace que a veces la gente salga adelante en aventuras en las que consideramos que el Braille puede ser muy útil. Sé, por ejemplo, que hay personas ciegas que pronuncian charlas con total eficacia valiéndose de un guión que tienen grabado y siguen mediante un auricular. No obstante, está fuera de toda duda que el Braille es el código de lectoescritura táctil que mejor se adecua para las personas ciegas. Debemos procurar por todos los medios que lo conozcan y lo usen todos aquellos que pueden beneficiarse de él.
Se han encontrado estrategias que lo complementan, pero todavía no hay nada que lo haya hecho superfluo.

Si algún día el ingenio humano halla algo que verdaderamente lo mejore, todos sus usuarios tendremos la obligación de alegrarnos.

Pedro Zurita Fanjul
Ex secretario de la Unión Mundial de Ciegos

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El Camarada de los libros

La anécdota que os pongo a continuación es digna de Las mil y una noches. Me cuesta trabajo imaginar la parafernalia que debía acarrear la afición del personaje.
Toda una pasión por los libros, sí señor.


Los historiadores han relatado la admirable historia de Abdul Kassem Ismael (938-995), el sabio gran visir de Persia, y de su biblioteca de 117.000 volúmenes.
En sus muchos viajes como guerrero y estadista, jamás se apartó de sus amados libros. Estos eran transportados por 400 camellos, entrenados para caminar en fila, de manera que los libros que llevaban sobre sus lomos se mantuvieran en orden alfabético. Los camelleros bibliotecarios ponían inmediatamente en manos de su amo cualquier libro que éste pidiera. Debido a su trato cordial, Abdul Kassem Ismael fue apodado Saheb, el camarada.

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miércoles, 4 de marzo de 2009

Cervantes esquina a León

Ahora que, con mayor frecuencia, paloteo por esas calles del madrileño Barrio de Las Letras, veo publicado el artículo que os pego a continuación de Arturo Pérez-Reverte, extraído de XLSemanal del pasado domingo.
Para mí, la calle León es una calle estrecha, en la que debo ir pegado a su pared para no tragarme los múltiples bolardos, basura y demás, no tiene aceras. Es la calle que me conduce desde la boca de Metro de Antón Martín a la calle del Prado, donde se encuentra la sede central de la ONCE, a la que de vez en cuando acudo por motivos laborales, y enfrente de ésta, el ateneo.
Creo que después de leer el artículo encararé mejor su tránsito y me tomaré alguna cervezota con limón en alguno de sus bares.


Me gusta la calle Cervantes de Madrid. No porque sea especialmente bonita, que no lo es, sino porque cada vez que la piso tengo la impresión de cruzarme con amistosos fantasmas que por allí transitan. En la esquina con la calle Quevedo, uno se encuentra exactamente entre la casa de Lope de Vega y la calle donde vivió Francisco de Quevedo, pudiendo ver, al fondo, el muro de ladrillo del convento de las Trinitarias, donde enterraron a Cervantes. A veces me cruzo por allí con estudiantes acompañados de su profesor. Eso ocurrió el otro día, frente al lugar donde estuvo la casa del autor del Quijote, recordado por dos humildes placas en la fachada -en Londres o París esa calle sería un museo espectacular con colas de visitantes, librerías e instalaciones culturales, pero estamos en Madrid, España-. La estampa del grupo era la que pueden imaginar: una veintena de chicos aburridos, la profesora contando lo de la casa cervantina, cuatro o cinco atendiendo realmente interesados, y el resto hablando de sus cosas o echando un vistazo al escaparate de un par de tiendas cercanas.Cervantes les importa un carajo, me dije una vez más. Algo comprensible, por otra parte. En el mundo que les hemos dispuesto, poca falta les hace. Mejor, quizás, que ignoren a que sufran.Pasaba junto a ellos cuando la profesora me reconoció. Es un escritor, les dijo a los chicos. Autor de tal y cual. Cuando pronunció el nombre del capitán Alatriste, alguno me miró con vago interés. Les sonaba, supongo, por Viggo Mortensen. Saludé, todo lo cortés que pude, e hice ademán de seguir camino.Entonces la profesora dijo que yo conocía ese barrio, y que les contase algo sobre él. Cualquier cosa que pueda interesarles, pidió.La docencia no es mi vocación. Además, albergo serias reservas sobre el interés que un grupo de quinceañeros puede tener, a las doce de la mañana de un día de invierno frío y gris, en que un fulano con canas en la barba les cuente algo sobre el barrio de las Letras. Pero no tenía escapatoria. Así que recurrí a los viejos trucos de mi lejano oficio. Plantéatelo como una crónica de telediario, me dije. Algo que durante minuto y medio trinque a la audiencia. Una entradilla con gancho, y son tuyos. Luego te largas. «Se odiaban a muerte», empecé, viendo cómo la profesora abría mucho los ojos, horrorizada. «Eran tan españoles que no podían verse unos a otros. Se envidiaban los éxitos, la fama y el dinero. Se despreciaban y zaherían cuanto les era posible. Se escribían versos mordaces, insultándose. Hasta se denunciaban entre sí. Eran unos hijos de la grandísima puta, casi todos. Pero eran unos genios inmensos, inteligentes.Los más grandes. Ellos forjaron la lengua magnífica en la que hablamos ahora.Me reía por los adentros, porque ahora todos los chicos me miraban atentos. Hasta los de los escaparates se habían acercado. Y proseguí: «Tenéis suertede estar aquí -dije, más o menos-. Nunca en la historia de la cultura universal se dio tanta concentración de talento en cuatro o cinco calles. Se cruzabancada día unos y otros, odiándose y admirándose al mismo tiempo, como os digo. Ahí está la casa de Lope, donde alojó a su amigo el capitán Contreras, apocos metros de la casa que Quevedo compró para poder echar a su enemigo Góngora. Por esta esquina se paseaban el jorobado Ruiz de Alarcón, que vino deMéxico, y el joven Calderón de la Barca, que había sido soldado en Flandes. En el convento que hay detrás enterraron a Cervantes, tan fracasado y pobreque ni siquiera se conservan sus huesos. Lo dejaron morir casi en la miseria, y a su entierro fueron cuatro gatos. Mientras que al de su vecino Lope, quetriunfó en vida, acudió todo Madrid. Son las paradojas de nuestra triste, ingrata, maldita España».No se oía una mosca. Sólo mi voz. Los chicos, todos, estaban agrupados y escuchaban respetuosos. No a mí, claro, sino el eco de las gentes de las que leshablaba. No las palabras de un escritor coñazo cuyas novelas les traían sin cuidado, sino la historia fascinante de un trocito de su propia cultura. Desu lengua y de su vieja y pobre patria. Y qué bien reaccionan estos cabroncetes, pensé, cuando les das cosas adecuadas. Cuando les hacen atisbar, aunquesea un instante, que hay aventuras tan apasionantes como el París-Dakar o mira quien baila, y que es posible acceder a ellas cuando se camina prevenido,lúcido, con alguien que deje miguitas de pan en el camino. Le sonreí a la profesora, y ella a mí. «Bonito trabajo el suyo, maestra», dije. «Y difícil»,respondió. «Pero siempre hay algún justo en Sodoma», apunté señalando al grupo. Mientras me alejaba, oí a algunos chicos preguntar qué era Sodoma. Me reíaa solas por la calle del León, camino de Huertas. Desde unos azulejos en la puerta de un bar, Francisco de Quevedo me guiñó un ojo, guasón. Le devolvíel guiño. La mañana se había vuelto menos gris y menos fría.

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