domingo, 24 de marzo de 2013
El Gran Concurso de la Vida
Con mis mejores deseos de que disfrutéis de estos días de
Semana Santa, comparto mi cuento de este domingo de ramos primaveral.
Que estéis bien y el espíritu de la pasión de Cristo, con su
perdón, amor y recogimiento, os acompañen siempre.
Un cálido abrazo de luz.
“El premio se encontrará en la cámara secreta que se halla
en la cueva de la más alta montaña.
Los deportistas que se hagan acreedores a él, deberán realizar
un esfuerzo extraordinario para alcanzarlo.
Quien pretenda ayudarse de algún medio corrupto será considerado
sacrílego y se le desposeerá inmediatamente del extraordinario galardón.
No importa el tiempo que se emplee en culminar la meta. Lo
esencial es hacerlo a través de los propios medios de cada participante
valorándose, de forma preferente, la tenacidad, la constancia y el ingenio.
Quienes se inscriban en el concurso aceptan en su totalidad
estas bases, siendo el resultado inapelable.”
Así han sido transcritas las bases del Gran Concurso de la Vida
en los distintos medios informativos de cierto recóndito país, en el que la
orografía de sus menguados territorios habla de escarpadas risqueras e
intrincadas galerías calcáreas entre ríos y cascadas, hijas de impetuosas nevadas.
¿Por qué quienes rigen los destinos de semejante república
se deciden a plantear tal competición? ¿Qué país es ése que necesita convocar
un Concurso de la Vida? Más aún, ¿qué premio se otorgará? Se habla de él, pero
no se especifica el contenido.
Debe ser algo grande, ¿acaso la inmortalidad? Claro, eso será
si se participa en el Concurso de la Vida.
Ah, bueno. Si el laurel prometido es la inmortalidad, bien
valdrá la pena arriesgarse a la participación.
Eso debieron pensar los numerosos inscritos que han
respondido a la apuesta, casi nada más hacerse pública.
Los más fornidos atletas, los mejores preparados, los más
ágiles se creen, ufanos, con las mayores posibilidades de triunfo. Cada cual
está convencido de poder lograrlo. Al fin y al cabo, será una competición más.
Por otra parte, en ningún sitio se dice que vaya a haber
solo un premio. Únicamente se especifica que ha de llegarse a determinada
cámara en una cueva.
-¿Te has inscrito tú?
-¿Yo? No tengo la más mínima posibilidad. Ni soy fuerte, ni
estoy preparada ni tengo fuerzas para hacerlo. Tan solo soy una niña ciega.
-Ja. El problema es que no se han dado cuenta que para ganar
no se necesita nada de eso. Se precisa tenacidad, constancia e ingenio. ¿No lo
has leído?
Pasan los meses. Al punto de partida van llegando,
desfallecidos, los que partieron creyéndose invencibles. Y allí les recibe el
anciano presidente del jurado y una pequeña muchacha a la que alguien le había
exhortado a que se lanzara a la aventura de participar y que no se había atrevido
al no verse capaz.
Comentaban, entre jadeos y lamentos susurrantes, los que
derrengados llegaban que al principio todo parecía sencillo, pero que luego se
encontraban con grandes barreras y calamidades. Y, encima, lo peor era que por
mucho que buscaban, después de mucho indagar, no daban con la cueva del demonio..
¿Grandes barreras? Se decía la muchacha. Si yo les contara
lo que son los obstáculos de verdad. ¡Qué poco saben!
Pasan los años y el Gran Concurso de la Vida continúa
desierto. Nadie se ha hecho con el premio.
Pasan los años, sí, y
la muchacha que, un día se creyó débil, se hace mujer. Y se pone en marcha.
¿Por qué no?
Parte hacia el horizonte ayudada de su bastón blanco. ¿Cómo
se orientará para llegar hasta donde nadie ha sabido llegar?
Sus sentidos adiestrados en horas de práctica callada la
guían.
Se dirige hacia el ruido del agua, hacia el olor antiguo y en pos de la senda alfombrada de hierbas.
No tiene prisa, sabe que la paciencia es su secreta aliada y
que llegará aunque sea tarde.
Y cuando percibe que el sol se esconde al sentir en la piel
la disminución del calor del ocaso, tuerce su mano, impelida por el apoyo que ilumina a sus ojos vedados. Entonces, lo
nota. Sabe que allí es.
Adelanta su mano libre y toca lo que nadie había tocado aún:
una caja de marfil. La abre y en su interior, ¿qué hallará?
Sí, así es. Su efigie, su gemela. Su premio. La inmortalidad
hecha estatua de calor y sentido.
Cuando salga de la cueva, con ella bajo el brazo, algo la
dejará anonadada: puede ver. Contempla su derredor y lo ve. El agua sonríe
burbujeante, los arbustos aplauden con sus espinas y las rocas sealisan al ser
pisadas por los pies de la ganadora, la única, la que todos, y ella misma
también, creyeron débil.
Vuelve a la ciudad, orgullosa, feliz. Poco le importa que la
vitoreen o no, lo mejor es que ha sido ella la única que supo llegar. Ese era
el verdadero premio. Ahora lo entiende.
Publicado por Alberto en 7:41 p. m. 2 Dejaron su huella
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jueves, 21 de marzo de 2013
Nuevos recuerdos de un hogar: otra pirueta literaria
Jejejejje. Sí, claro. Después de la buena acogida que
tuvieron mis recuerdos hace unos días, vuelvo hoy por aquí para seguir
contándote de mi relación con mi dueño.
Si la otra vez te hablé de cómo nos conocimos Albertito y yo,
hoy quiero contarte cómo vivimos las primeras visitas de su familia y amigos.
Cómo me mostró, ufano, orgulloso, feliz con la ilusión de
enseñar y compartir que él tan bien prodiga.
Aún no compartíamos cotidianeidades cuando un 6 de noviembre
de 2004 _ah, esos meses de noviembre_ vinieron, su padre, hermano y cuñada, a
asistir a una boda. Me satisfizo comprobar que les gustaba aunque aún no
estuviese acabado de vestir.
Después vendría Guillermo que en aquel entonces andaba
iniciando una increíble historia de amor que aún perdura.
Y ya, cuando llevábamos unos meses de relación, se preparó
mi puesta de largo ante la familia de mi dueño.
Él, como siempre que acoge a alguno de sus seres queridos,
quiso volcarse para hacer que quienes hasta nosotros llegan, se sientan cómodos
y como en su propia casa.
Recuerdo bien aquella merienda de lujo en la que se estrenó
mobiliario y vajilla. Ricas viandas, suflé de postre y buen ambiente.
Luego han ido llegando más amigos y yo sonrío enternecido al
comprobar cómo mi dueño se esfuerza por hacerlo bien.
Sé también que para él ese esfuerzo, aun saliéndole del
corazón, le supone un cierto agobio por su limitación visual. Pero te lo
aseguro, él lo hace muy bien.
Siempre trata de que quien, hasta mí, llega se sienta a
gusto, relajado y en confianza. No escatima en comprar alimentos exquisitos.
Lo sé, sé que , en alguna ocasión, le habría gustado hacer
más, agasajar mejor. Pero yo creo que no debe sentir esa sensación.
Recuerdo cuando me engalanó con adornos navideños, lo
ilusionado que estaba.
Cuando ha preparado algo por sí mismo, como ciertos
macarrones o determinado tiramisú. Es verdad, la cocina no es lo que mejor se
le da, claro lo tiene muy mal acostumbrado su señora madre que le confecciona
delicias gastronómicas, pero cuando lo ha hecho, más allá del resultado final pienso
_¿un piso que piensa?_ que debemos valorarle el empeño que pone.
O cuando el pasado año, el 3 de julio, se congregaron en
torno a mí, para participar de ese triunfo suyo que tiene nombre de Huellas de
Luz.
Sé, lo sé, que a Albertito le gustaría que viniesen algunas
amigas suyas de las de siempre. Quizá algún día ellas lo hagan y entonces él
volverá a emocionarse, a ser feliz.
Y sabes una cosa, si él es feliz, yo también lo soy. ¿Crees
acaso que un piso no puede ser feliz? Entonces, ¿qué sentido tiene que yo
comparta recuerdos contigo?
Cuando hasta mí llega
alguien, él quiere que quienes nos visitan estén bien. Que cuando partan, lo
hagan con buen sabor de boca, con ese poso de la sencilla hospitalidad que,
desde niño, él siempre aprendió a crear. Porque así lo ha vivido siempre.
Y tal vez, sólo tal vez, tú, que ahora me lees, nos visites.
Si así lo haces, te pido un favor, ¿verdad que puedo pedírtelo? Que seas
comprensivo con él, que le perdones sus fallos o descuidos, que le demuestres
que sus atenciones no son baldías. Que le digas que no se agobie, que no hace
falta que lo haga, que con su cariño y mi cobijo ya es suficiente.
Hasta otro día de más recuerdos.
Publicado por Alberto en 9:57 p. m. 2 Dejaron su huella
lunes, 18 de marzo de 2013
Los viejos cuadernos
Pensarías que esta semana, tras días de descanso y haber
disfrutado, en familia, gozosos momentos compartidos, no habría ya cuento
semanal. Pues no, aquí está.
Que estés bien y tengas una semana de luz primaveral.
Con cariño, como siempre.
Un cálido abrazo de luz.
¿Qué pasará el día de mañana con estos escritos míos? Sé que
no los veré. La enfermedad ocular con la que nací avanza sin tregua. Qué más
dará que tenga buena o mala caligrafía. Total, para que queden arrumbados en
algún viejo baúl o, más aún, para que sean enterrados en la tumba del olvido o
sean pasto de voraces roedores.
No sé. Si aún tuviese la ilusión de que fueran a ser considerados
como auténticos códices miniados, si yo fuera uno de aquellos copistas de los
monasterios medievales… Qué va. Únicamente soy un esforzado estudiante que se
deja su precaria agudeza visual en unos cuadernos con cuadrículas donde
inscribir las letras de los apuntes y lecciones del viejo maestro don Eloy.
Dicen que mi letra no
es mala, que tiene su punto gracioso, picuda y redondilla a un tiempo. Yo qué
sé. Bastante tengo con enterarme de lo que voy plasmando en el papel.
-Tío, ¿tú cuando tenías mi edad escribías con lápiz o a boli?
¿O ya usabas los puntitos?
-No, querida niña. Yo escribía, Sí, sí. A saber adónde
habrán ido todos aquellos cuadernos míos. Cada vez fui escribiendo peor, llegué
a amontonar unos renglones sobre otros. Qué pena. Y eso que escribía con pluma.
¿Sabes? Llegué a entregar exámenes que ocupaban 60 hojas.
- Qué barbaridad. Y ahora, ¿sabrías escribir?
-No, Susana. Se me ha olvidado. Y mi firma es una cutrada. A
mí que me gustaba firmar con todas las letras de mi nombre y apellido.
-Los puntos están bien. Aunque no los pintes con colores ni
les hagas formas. Y ahora el ordenata te ayuda mucho, ¿verdad?
-Bueno, sí: Es verdad, aunque a mí me gustaba escribir bien
a mano.
Así ha ido
transcurriendo el tiempo. Tío y sobrina pasean juntos, él cogido del brazo de
ella. Ella preguntando siempre, curiosa por saber más del mundo de tinieblas de
su tío.
-Tío, ¿cómo imaginas que soy yo? ¿Cómo sabes si una chica es
guapa o no? ¿Cómo eliges la ropa que vistes? ¿Cómo haces para comprar en el
súper?
Preguntas, preguntas de niña que aprende y que luego, ante sus
compis de clase presume de saber, haciendo gala de lo listo que es su tío.
Y aquellos viejos cuadernos, ¿qué habrá sido de ellos?
Cuántas horas pasó vertiendo nombres y fechas de la
Historia, causas y consecuencias de acontecimientos, figuras literarias, fórmulas,
poemas de adolescente, cuentos perdidos.
Sí, aquellos viejos cuadernos de cubiertas verdes en los que
las tablas de multiplicar desplegaban el misterio de los números. Aquellos
viejos cuadernos en blanco, dispuestos para recibir sus letras, sus dibujos,
incluso.
La sobrina que, en el pasado fue niña, que preguntó y preguntó, hoy es ya
mayor. Ha conquistado su futuro.
Y el tío que, una vez, llenó viejos cuadernos con su
caligrafía herida, es ya un anciano que se siente derrotado por el futuro.
¿Y saben una cosa?
Esa misma sobrina ha encontrado al fin un tesoro largamente
buscado. Estaban en el desván de la vivienda del pueblo, tras una falsa pared
que hicieron so pretexto de afianzar el tejado de la vieja casa familiar.
Le han dicho que, al ir a reconstruirla para adaptarla a las
nuevas necesidades de los actuales dueños, sus primos, , han dado con un montón
de papeles que debieron pertenecer a su padre, ya fallecido, y al otro tío, el ciego, claro.
-¡Tío, tío! ¡Tus viejos cuadernos! Qué chulos son. Es
verdad: tenías una letra muy hermosa.
-Ay, hija. Mi niña, mi sobrina favorita.
Déjame tocarlos, al menos. Huelen a polvo, a olvido, a nostalgia.
-Me los regalas, ¿a que sí?
-Tuyos son, ¿de quién si no?
-Ala, si hasta hay un diario. ¿Cuántos secretos contendrá?
-Ay ay ay. No sé si deberías leerlo.
-Que sí, tío; que no me reiré de lo que en él digas. Igual
hablas de… ¿alguna novia que tuviste?
-No creo. ¿A quién iba yo a querer? ¿Quién me habría de
haber querido a mí?
Publicado por Alberto en 11:02 p. m. 2 Dejaron su huella
Etiquetas: Relatos
domingo, 10 de marzo de 2013
Un romance bibliográfico
Buena tarde de domingo. Que los libros os acompañen y
sintáis con ellos la magia de la literatura y el amor.
Que estéis bien.
Un cálido abrazo de luz.
Viajando en el viejo tren que galopaba orillas arriba del
Nilo, junto a su amo se encontró, por fin, con una compañera de lujo que desde
entonces ya, para siempre, podría ser su cómplice. Tantos periplos, siempre de
acá para allá, y nunca había dado con alguien acorde a su interés. Bueno, no;
no es cierto esto. Tenía un gran amigo sobre todo, todo un gurú empresarial
que, por mucho que se dijera gilipollas, era toda una proeza creativa, un
ejemplo a seguir por él. Y ahora se encontraba con esta otra figura que
llenaría esos huecos de vacíos y mustieces bordezuelas.
De inmediato, entre ambos, surgirá la pasión arrebatadora.
El deseo de ligar sus futuros se hará insoslayable.
Allá su señor con sus manías y rarezas, con su búsqueda
quimérica de la merienda ideal en la que un mágico té sazonado de guindas
riegue sus sueños de explorador de cuerpos femeninos.
Él se fijó de inmediato en ella. Le llamó la atención su
título con nombre de Alma y apellido de Alejandría.
Un cuerpo grácil, no demasiado grueso, pero sí rotundo en
esencia y contenido.
Ella, desde el rosado regazo de su dueña le miró coqueta.
Sus afeites y perfumes eran inconfundibles.
Y él, entonces,
iluminó sus huellas luceras. Quiso marcarlas con farolillos de colores
para que su señoría “Alma de Alejandría” quisiese perderse entre las flores de
azahar y jazmines de aquel jardín al que tan presto gustaba guiar a quienes se
fijaban en sus rasgos.
Sí, un jardín de permanente verdor y frondosa floresta, un
jardín de palabras y sentimientos, un jardín construido a dúo que era ejemplo
digno de la flor y nata jardinera, al par que los de Babilonia, los ingleses y
japoneses.
Y en tanto que el azul de su traje se acentuaba cual rubor
de núbil doncella galanteada, ella se mostraba hoja a hoja, secreto a secreto.
Continuaría siendo esclavo de su señor, pero ahora sabía que
tenía un nuevo aliado en su camino.
Su señor, no, no era mal señor, le había presentado a otros
venerables colegas de su especie y que a él le habían impresionado sobremanera,
los Quijotes, Oliver Twist, Fortunata y Jacinta o Príncipe destronado. Grandes
entre los grandes, respetados por su humilde ser, mas alejados de la intimidad
anhelada.
Y ahora, mientras aquel río sagrado se perdía en el
horizonte, don “Huellas de Luz” y doña “Alma de Alejandría” se encontraban.
Pero el tren llega a destino. ¿Se romperá el hechizo? ¿Dueño
y dueña se ignorarán condenándolos al exilio del amor?
-Buenas tardes, señor; ¿me permite? Tengo un poco de prisa.
-Ah, sí; sí. Pase señorita. Disculpe, que estoy interrumpiendo
su paso. Es que uno lleva tanto equipaje…
-No hay de qué disculparse. Que tenga una buena estancia en
esta ciudad, mi ciudad.
-Ah, muchas gracias. Pero solo estaré el tiempo necesario
para zarpar hacia el puerto de mi casa.
-En todo caso, dese una vuelta por sus bazares y palacios.
Ah, y no deje de visitar la Gran Biblioteca. El magno templo del conocimiento
universal. ¿Sabe? Allí se encuentran depositados miles de libros en soportes
que derivan de antiguo. Lo admiten todo, a poco bueno que sea.
-Ya, pero me temo que no podré en esta ocasión. Tal vez… en
mi próxima escala…
-Tenga, le doy una tarjeta por si quisiera regresar y
pudiera hacerle de cicerone.
-Muchas gracias. Cómo no aceptar su invitación. Será un
placer.
Pasarán los años. Llamará, dudando de que aún pueda contar
con ella. A la improvisada compañera de viaje de antaño, claro, no la
encontrará pero recordará. Sí, recordará que tenía una cita entonces, ya,
inaplazable.
Y cuando se dirija al encuentro con ella, llevará como mejor
presente un libro. ¿Qué otra cosa si no?
Y ese libro, sí, de título “Huellas de Luz” pensará, intuirá
que, para él también ha llegado su momento, el momento de un reencuentro.
Y cuando en el mostrador de la recepción de la Gran Biblioteca,
ahora, una madura señora de abundante melena, le reciba con la sonrisa de quien
ha estado aguardando, segura de que él llegaría, se saludan con afectos de
viejos conocidos.
-¿Usted aquí? ¡Qué agradable sorpresa! No creí que…
-Claro, soy la encargada de este lugar.
-Es que he venido a depositar mi primer libro. Ya no quedan
ejemplares de él. Muchos otros he escrito después, pero éste fue el primero y
creo que aquí debería tener su sitio.
-Ah, _con mohín pícaro_ lo alojaré junto a uno mío que
recrea a la insigne Cleopatra, ¿le parece?
-En ningún lugar estará mejor que junto a él, sin duda
alguna.
Y sin que los humanos, esos dos maduros escritores puedan
saberlo, acaban de saldar una deuda.
Don Huellas, con sus gastadas tapas; doña Alma, con sus
amarillentas guardas se rozan.
-¿Escucha, señor?
-¿Qué?
-¿No lo percibe, usted tan perspicaz, seguro? Se reconocen,
se gustan.
-Ah, cierto. Los libros albergan sentimientos, ¿también
usted lo cree? ¿Habré encontrado, al fin, a alguien que comparta mi certeza?
-Huellas y Alma, Alma y Huellas vibran, sus letras tintinean
de ilusión. Poco les importa lo que sus creadores piensen o decidan. Mientras a
ellos no les vuelvan a separar…
-Venga, acompáñeme a llevarlos al anaquel de los libros
enamorados. Allí estarán bien y no les molestarán. Ah, y por una vez haremos
una trampa en el sistema catalográfico: aparecerán como prestados a Cupido, un
préstamo que se renovará indefinidamente.
Publicado por Alberto en 6:07 p. m. 3 Dejaron su huella
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Aprendiendo mineralogía
Otra mañana de sábado en la que quedarme en casa vagueando?
No, mejor me voy a Exponminerología en la Escuela Superior de Ingenieros de
Minas de la Universidad Politécnica. Desde la ONCE mandaron invitación para
apuntarnos a visitar la simulación de una mina de carbón que en ella se
encuentra y realizar un pequeño taller de minerales. Bueno, podía resultar
curiosa la cosa.
No ha estado mal aunque esperaba más. El guía nos ha
explicado el proceso de extracción del mineral y hemos podido tocar 12 tipos de
minerales distintos con sus diversas características en cuanto a forma, textura,
olor y sabor.
Luego, con la ayuda del voluntario que me ha prestado su brazo
y con el que he compartido experiencias viajeras por Europa, hemos visitado un
mercadillo de gemas y fósiles, he podido tocar el ámbar, la amatista, el cobre
silvestre y otros más con nombres que no recuerdo, además de fósiles como el de
una tortuga (podría haberlo adquirido al módico precio de 860€) o una bonita
estrella de mar.
Por último me he quedado a escuchar una conferencia sobre la
minería y paleontología en La Rioja, concretamente en las proximidades de
arnedo. Ha sido muy ilustrativa y se ha mencionado los restos de icnitas
próximos a mi pueblo, lo cual me ha hecho ilusión. Y encima, al final, nos han
obsequiado con una soberbia rosquilla casera regada con moscatel y un pequeño prisma
de pirita, lo que yo siempre he conocido como cantalobos.
Bueno, algo diferente. Ha estado curiosa la mañana. Siempre
merecen la pena este tipo de actividades aunque luego haya unas que te llenen
más que otras.
Publicado por Alberto en 12:11 a. m. 2 Dejaron su huella
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