lunes, 27 de marzo de 2017

La corona de hiedra

Se celebra hoy el Día Mundial del Teatro. A modo de sencillo homenaje y señal de gratitud por los momentos de felicidad que me ha deparado, he querido escribir esta sencilla historia dedicada, especialmente a esa actriz que una vez quiso estar cerca de mí.  La corona de hiedra perfumada  Al bueno de  Ambrosio González pocas alegrías le pueden estar ya reservadas. Veterano acomodador del madrileño Teatro Español, debería haberse jubilado hace tiempo, pero se resiste a dejar atrás lo que ha constituido toda su vida.   Empezó a trabajar, de niño, al tiempo que la compañía de doña María Guerrero ocupaba las tablas de aquel templo de las artes escénicas allá por 1895 y, desde entonces, le ha tocado acomodar a quienes hasta allí se dirigían para disfrutar de los estrenos de los hermanos Álvarez Quintero, Alejandro Casona  y, cómo no, don Antonio Buero Vallejo. A éste le recuerda especialmente por su bondad y las propinas que le daba. Qué bien le quedó su Historia de una escalera. Pero su hora le ha llegado. Estamos en abril de 1962. Sabe que también para él va a caer el telón. Un telón que nada tiene que ver con el lujoso que se diseñó para las grandes ocasiones. El suyo será mucho más modesto: una pequeña pensión que, junto a los ahorros de toda su vida, le permitirán ir tirando hasta que la muerte le llame. Es su última función. A quienes le toque acomodar en las butacas no les demostrará emoción alguna. Será igual de discreto y cortés como siempre lo ha sido. Les entregará el programa de mano y les deseará que disfruten del espectáculo. Ya casi está lleno el teatro. Ha sonado el timbre de aviso. Se retirará a esperar a que acabe,como siempre con la ovación habitual. Vigilará que todo quede en orden, se despojará del uniforme y se cambiará por última vez para salir a la calle. -Acompáñeme, señorita. ¿Me deja ver su entrada? Ajá, es de palco. Venga conmigo. -No, si a quien venía a ver es a usted. Soy Talía, ¿sabe? -¿Talía? Bonito nombre para este lugar. Le va bien el nombre, pero que muy bien. -Cómo habría podido perderme esta noche. Tantos años hemos estado juntos, sin que usted se diera cuenta, amigo mío. Usted no, pero yo sí. Yo me fijaba en su porte discreto, en su emoción, en su soledad. Y aquí estoy hoy, sí, para darle dos besos y regalarle algo como despedida. -Oh, ¿a mí? ¿Al pobre Ambrosio en el que nadie se suele fijar nunca? -Bueno, no crea. Que tuvo a una enamorada aunque usted no la correspondiera. ¿A que sí? -Ay, la Puri, la cigarrera. Sí, sí. Es que no me merecía. Ella merecía al Anselmo, que bien que la cortejaba. ¿Qué le iba a ofrecer un pobre acomodador? -Ay, qué tonto. Ambrosio de mi corazón. Pero ande ande, siéntese a mi lado, déjeme cogerle la mano y disfrute también usted de la función junto a mí, en este palco. -Pero… si es el palco de honor. ¿Yo no… La noche primaveral de Madrid será testigo de aquella última función en la que el acomodador se jubilará sin que él pudiera haberlo imaginado, ni en el más cómico de sus sueños, teniendo entre sus manos las delicadas de la musa del teatro. Y más aún, cuando ella le despida para perderse entre las bambalinas secretas de los camerinos, le entregue una corona de hiedra perfumada. Esa noche, sí noche primaveral, que para él tan triste se auguraba, acabará convirtiéndose en la noche de su vida. ¿Cómo pudo ser, se preguntará el resto de sus días, que la gran Talía quisiera personarse ante él? Si no fuera por aquella corona de hiedra… Ambrosio González se aferrará a sus recuerdos mientras pasee, nostálgico, por las calles de Madrid fijándose en los carteles de la Gran Vía o de Tirso de Molina. Piensa en si los acomodadores, ahora son guapas jóvenes tendrán alguna vez el privilegio que él tuvo una vez. Quién sabe.


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lunes, 13 de marzo de 2017

La leyenda del Castillo inexpugnable

La leyenda del castillo inexpugnable  Nadie podrá asaltar el castillo. Sólo él lo sabe. Su fortaleza es inexpugnable: el foso hondo, el rastrillo puntiagudo, las almenas pertrechadas de arqueros. Desde lejos vendrán las huestes enemigas a galope tendido, pero de nada les valdrá. Fortaleza recia de recias piedras, sólida en sus muros, misteriosa en su interior, hogar de gigantes. Castillo legendario en la frontera de la morisma, campo de simpares justas de nobles caballeros. Sí, sólo él sabe que siempre será inexpugnable su castillo. Lo será, mientras las piezas del lego encajen y su mamá no le ordene que las vuelva a recoger en su caja de juguetes. Y volverá otro día en que la leyenda del castillo inexpugnable vuelva a levantarse mientras sus padres y su hermana, la pesada, ven la tele otra tarde de sábado.

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