domingo, 19 de febrero de 2017

El valor de obedecer



Después de tiempo sin hacerlo le dedico esta historia a Pilar, aquella niña que conocí en Silos un lejano mes de septiembre. Espero le guste, lo mismo que a ti.
Un abrazo.

El valor de obedecer

El tiempo de la temporada de esquí se acaba. La primavera ya anuncia su esplendor. La oscuridad del invierno y la falta de colorido dejarán pronto paso al vigor y la efervescencia de la nueva vida de flores y árboles.
Vanesa y Raquel, sin embargo, no quieren que eso suceda. Quieren prolongar sus paseos en trineo por la montaña. Es tan bonito deslizarse por la alfombra blanca de la sierra que poco les importa el abanico de colores que traerá la nueva estación.
Vanesa y Raquel son dos niñas, unidas por la amistad de verdad. No sólo es que jueguen juntas, es que sueñan y ríen juntas.
Se conocieron hace un par de años cuando Vanesa y sus papás llegaron a la urbanización para ocupar una de las viviendas adaptadas al acceso de sillas de ruedas, con sus rampas y sus puertas adecuadas.
Raquel la vio enseguida. Vio cómo Vanesa empujaba su silla un poco torpe, cómo su mamá la ayudaba a subir la entrada y cómo le enseñaba los alrededores.
Puede que a Raquel debiera haberle importado que su nueva vecina no pudiera saltar la comba o correr en pos de los pajarillos de rama en rama, pero el caso es que le cayó bien desde el principio.
Así que, niñas mediante, las respectivas familias, amén de la de vecindad, habían entablado una estrecha relación de amistad.
Los papás de la una y de la otra se sentían bien entre sí y eran felices al contemplar lo bueno que era semejante amistad para las dos. Su grado de complicidad y unión había alcanzado lo milagroso.
Lo de pasear en trineo había resultado sensacional. Casi volaban conducidas por los perros y en semejante vehículo Vanesa se sentía libre, al fin.
La montaña queda muy cerca de la urbanización por lo que es fácil eso de montarse en trineo. Sólo es cuestión de acercarse al funicular que conduce a la estación de trineos y aguardar turno.
-Papi, ¿nos dejas que vayamos en trineo esta tarde?
-No, Raquel. Ya apenas queda nieve y no es seguro el hacerlo. Ya lo haréis al año que viene otra vez.
-Joooo, papi… si aún hay nieve.
-Pero no la suficiente para que Vanesa no corra peligro. Sabes que ella necesita unas condiciones especiales.
-Buuuueno, papito. Iremos, entonces, a merendar al salón de futbolines.
Así queda conforme establecido, pero las niñas no piensan renunciar a su deseo. Piensan que no pasará nada. Total, otros suben también.
El señor Hans, el dueño de los trineos no está muy convencido de dejarlas subir, pero al fin cede a sus miradas tristes. Confía en sus buenos Sultán y Dogo para que todo acabe bien.
-Como me metáis en un lío… os acordaréis de mí.
-Que no, señor Hans. Iremos con cuidado.
Al principio así hacen. Pero pronto se olvidan del peligro y azuzan a los perros para que cojan velocidad. Es tan guay sentir el aire en la cara y deslizarse por la ladera que resulta imposible hacer caso de la prudencia.
Crrronc crash croc.
-Ooooh, Raquel, qué daño. Me duele todo. ¿Qué haremos ahora?
Los perros se han soltado de las bridas pero su instinto les dicta lo que han de hacer.
-¿Tienes frío? ¿Te duele mucho? Seguro que vendrán a por nosotras. No tengas miedo.
-Tengo miedo y me duele mucho.
Los papás de las niñas intuyen que algo no va bien. Deciden acercarse al salón de futbolines y, como imaginan, allí no están sus hijas.
-¡Niñas del demonio! ¿Por qué me fiaría de ellas?
-Anda, Juan. Deja el cabreo para luego y veamos qué ha pasado.
-Sí, Amparo. Pero es que les voy a dar una somanta de palos. Que esto no se hace. Mira que les advertí. ¿No crees, Rafa, que esto no puede consentirse?
-Claro que no, pero ya lo solucionaremos después. De momento veamos si fueron dónde imaginamos.
Cuando están a punto de encaminar sus pasos hacia el puesto de trineos, el móvil de Ana suena.
-Sí, vamos enseguida. ¿Es grave? Ya, lo entiendo.
-Vamos, cariño. ¿Qué ha pasado?
-Vanesa se ha roto la muñeca. Está en el hospital. Raquel tan solo tiene algunos moratones. Se ve que el trineo tropezó con una piedra que al haber poca nieve no pudieron salvarla los perros.
-Papiiiii… lo siento mucho. Sé que no estuvo bien. Por mi culpa Vanesa se ha roto la muñeca. Te juro que no volveré a desobedecerte nunca más. He aprendido la lección.
-Ay, hija. Debería darte una somanta de palos, pero creo que lo mal que te sientes por lo que le ha pasado a Vanesa por tu capricho, es más doloroso para ti. Anda, ven; dame un abrazo y no lo hagas más.
Algo más de un mes después, Vanesa puede recuperar la movilidad en su muñeca y volver a manejar su silla de ruedas. Han aprendido una lección muy dura pero que no se les olvidará nunca.

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