domingo, 29 de noviembre de 2015

Un siniestro puzle



Buena noche de domingo.
Aquí regreso con otro caso más del detective y su confidente. Espero te guste.
Feliz semana de aires navideños.
Un abrazo de vida y luz.

Un siniestro puzle

-Jefe, han traído este paquete para usted. Me temo que no va a ser de su agrado.
-Muchas gracias, Adela. Si me dices eso, es que ya conoces qué contiene.
-Bueno… una pierna de mujer y una carta. La carta le reta a usted a que descubra a quién pertenece y a que encuentre el resto de trozos en que ha descuartizado el cadáver. Vamos, un siniestro puzle.
-Pues qué bien. Con lo que siempre me han gustado a mí los puzles y hoy me retan a éste. Es como si quien quiera que me lo plantee conociera esa afición mía.
-Pudiera ser. Algún admirador o algún antiguo rival, envidioso de sus dotes.
-A ver, deme. Corte limpio, cubierto de hielo, tacto suave de mujer.¿Y la carta? “…Te crees el mejor, pero yo soy mejor que tú. Siempre lo fui. Las sombras del pasado se alargan hasta triunfar…” y la firma se inscribe en dos corazones rodeados por un rectángulo blanqueado.
 -Mandad la pierna a los de medicina forense para que la analicen y cotejen los datos con el ADN. Yo mientras, miraré qué lugares hay en Madrid que contengan corazones en su nombre.
-¿Y la autoría?
-De momento, me temo que poco podemos sacar en claro. Las letras provienen de recortes de periódico.
Por fin, creo que tengo una pista… la plaza de los Sagrados Corazones, cerca de Concha Espina. Iré para allá. Tal vez, haya algo más para mí.
-Una limosnita, por favor. Una limosnita para mis hijos. ¿No será usté Benino Pére? Alguien me dijo que venía de parte de otro alguien y que un hombre con su facha de bonachón, andar pausado y anchuras de cuerpo, antes o después, se passaría por la puerta de esta iglesia en la que pido desde hace años. Y que si venía le diese esta carta y esta llave.
-Maldita sea. Deme y tenga, ande. Antes de que me arrepienta. Con 20€ se apañará el día aunque lo que tendría que hacer es detenerlo.
“Bien bien. Veo que sigues siendo el madridista que fuiste. Vete ahora a la consigna de Chamartín y busca la taquilla que abre esta llave. Una nueva pieza del puzle te aguarda.”
   -Aquí está. Otro paquete. Me temo lo peor. ¡González, veniros para la estación de Chamartín. Tenemos otro regalito, pero no quiero abrirlo aquí, delante de la gente. Venid rápido.
-Sí, ahí lo tiene: dos brazos. La misma textura, el hielo y otra cartita.
-¿Alguna noticia de los de la forense?
-Poca cosa. Mujer blanca, de estatura regular y buena forma física. Poco más. A ver si con los brazos hay más suerte. Al menos, podremos buscar las huellas que saquemos de las manos.
-Eso si no se las ha disuelto con sosa
-¿Y la nota? Otro jeroglífico más: el signo de bravo y una pared pequeña y un canalón. Ya sabemos dónde hay que ir para encontrar otra pieza.
-Sí, me temo que sí. Vamos para Bravo Murillo a ver si aún está abierta la sede del Canal.
-Ya nos queda menos para componer el puzle… ¿Dónde habrá dejado la cabeza de la chica? Porque está claro que se trata de una chica.
-Jefe, ¿ya ha pasado por el Canal? Si así ha sido, no busque más. Ha llamado su asistenta, la Sole, toda histérica. Que un mensajero le llevó a su casa el paquetito y que como olía raro lo abrió y lo que vio casi le da un soponcio. Así que ande para casa que ahí tiene la última pieza.
-Señorito, ay qué cosas le mandan. Y qué pobre la chica… ¿Quién será?
Pero Benigno Pérez ya sabe a quién corresponden todas las piezas. Es su amor de instituto, Ana Suárez. Qué desgraciada, morir así. Morir para representar la venganza de aquel cabrón del Chino que, ya entonces, tanto le odiaba. Sí, estaba preñado de la rabia y del odio y de la mezquindad y de la cobardía. Le llamaban el Chino aunque, en realidad, su nombre era Jesús Llanos, natural de Leganés, pero su físico era más propio de los de aquellas tierras que las de éstas, pequeño,, fornido y de mirada oblicua y ojos rasgados. Benigno le había perdido la pista tras sus últimas fechorías con la droga y el proxenetismo como aliados. Y ahora se presentaba como si saliera para el baile de adolescentes en el que demostrar que es más macho que Benigno.
¿Dónde podría buscarlo? Creía que estaba en la cárcel después de que le cayeran 10 años a cuenta de explotar a aquellas chicas.
Cuando Benigno se adentre en su despacho para conectarse a los programas informáticos que puedan iluminar la oscura búsqueda del jugador, notará una presencia familiar aunque impalpable. Sí, otra vez la siente cerca aunque hacía algún tiempo desde la última vez.
Se sentará en su silla de trabajo, encenderá el ordenador y entonces la voz, una vez más, le susurrará al oído:
“Alberto Aguilera, nº 1.
 Ajá. En esa dirección, antigua sede de un concesionario de coches, ahora se encuentra Juegotrónica, una tienda de juegos electrónicos, un museo de robótica y parece ser, además, que cuenta con una colección de puzles única en todo Madrid.
-Vámonos para Alberto Aguilera. Deprisa. Sé dónde hemos de buscar al autor de este macabro juego. Vamos deprisa, pero sin alertar. Nada de sirenas o luces azules. Discreción ante todo. Me adelanto a vosotros mientras habláis con la jueza para ordenar la detención. Cuando tengáis todo arreglado, os vais para allá. Espero poder con él yo solo, al fin y al cabo, es lo que busca,pero por si acaso, no dejéis de acudir.
-Chino. Ya estoy aquí. Da la cara de una vez. No seas el cobarde que siempre fuiste.
La tienda está cerrada. Son más de las 10 de la noche. La tienda debiera estar cerrada, pero no lo está. Benigno saca la pistola de reglamento y entra. Todo está oscuro y en silencio. Los drones, las réplicas de autómatas y personajes de Star Wars salen a su encuentro como fantasmas. Sigue avanzando porque sabe que su rival de juego está allí. No quiere, pero sabe que no le queda más remedio. Baja la escalera. Sigue avanzando, sigue el silencio… Ah… no.
-Estás ahí.
Un siniestro chirrido suena como si fuera el clarín del miedo o la corneta mortal del infierno. Todo se pone en marcha salvo las luces del local.
Benigno Pérez percibe que tendrá que ser ágil si no quiere ser aplastado por los autómatas. Intenta buscar refugio, pero no lo hay. Es como si los robots, aparentes muñecos inocentes de plástico y metal notaran el calor de su presencia. El ruido va en aumento hasta convertirse en atronador. Dispara una vez, dos veces, tres. Sabe que de nada le sirve y que no debe gastar toda la munición. Al menos, deberá guardar una última bala para acabar con el Chino. ¿Dónde estará?
Una maléfica risotada se oye por encima del estruendo y sobre su cabeza.
Gira la vista pero la risa rebota en un eco mortal por todo el local. Se pregunta cuándo llegarán sus ayudantes para sacarle del apuro pero no llegan.
Vuelve a la escalera para subirla. Tiene que haber algo. Sí, recuerda y deduce. Si aquello era antes un concesionario de coches debía de disponer de una plataforma elevadora para presentar los vehículos al cliente ppotencial. Allí ha debido de subirse y desde ella debe dirigirlo todo.
Muy bien, pero dónde estará, qué hacer. El tiempo se le acaba. Se halla arrinconado por los autómatas. Una mano le empuja hacia arriba. Cree que es uno de esos juguetes pero la voz de su confidente amiga la siente en su oído.
-Ven conmigo. Déjame que te lleve.
Y así será como llegue a la plataforma y vea los ojos amarillentos del Chino. Ojos brillantes de odio y victoria.
-Chino. Mírame, aquí estoy.
El Chino no puede evitarlo y al enfrentar la mirada del detective firmará su sentencia de muerte.
Las luces se encienden, el ruido se apaga. La vida triunfa frente al odio. La Vieja Dama se marcha satisfecha con su botín bajo el brazo, otra alma más, otra muesca de emoción en su relación con el bueno de Benigno Pérez.
 -Jefe, ya estamos.
-Sí, ya podíais haber venido antes.
-Buen trabajo. Un disparo en cada ojo. Vaya tipo.
-Era un miserable. Si yo os contara. Pobre Ana Suárez.
-La quería, ¿verdad?
Benigno da por sola respuesta unas lágrimas. Recuerda a Ana, con sus trenzas y su minifalda y su cara de ilusa y su sonrisa de bruja. Ay ay ay, Ana Suárez, qué pobre. ¿Por qué no le quiso a él en lugar de al Chino?


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viernes, 27 de noviembre de 2015

La luz de la ceguera



Esta noche por 5º año consecutivo tendré el placer y el honor de asistir a la cena solidaria de la Fundación Alaine. Es uno de los eventos más emotivos del año y si lees lo que a continuación se escribe lo comprenderás.
Desde la humildad, pero con mucho corazón quiero mirarte a los ojos porque haciéndolo veo el cielo. Espero te guste. Si así es, me consideraré afortunado y obsequiado de todo un premio.
Gracias por dejarme.

La luz de la ceguera

Si eres ciego, ¿de qué puede servir que mires a los ojos de aquéllos que sienten frío en el alma? ¿Será posible que tú, con tu mirada y tus acciones y tu testimonio puedas hacer algo por caldeársela?
Desde siempre quisiste devolver algo de esa ayuda que tú tanto necesitas para desenvolverte en tu cotidianeidad. Soñabas de niño con hacerlo, querrías ser hada buena con varita mágica para sentirte útil, sentir que no eras un desgraciado niño ciego excluido y marginado. Pasó el tiempo y quisiste seguir teniendo esa varita mágica pero pronto aprenderías, con dolor, que no, que sólo las hadas y sus varitas existen en los cuentos y los sueños. No podías arreglar el mundo ni ser bálsamo milagroso contra el miedo, la soledad, el desamor, el desarraigo y la desesperación de quien se cruzaba en tu camino.
Pero tú, tozudo y acostumbrado a no ceder al desaliento, seguiste intentándolo.
Y se te ocurrió escribir cuentos que podrían alegrar la tristeza y aprendiste a que hablando de corazón a corazón se formaba un vínculo de luz entre ti y quien te escuchaba, un pequeño milagro, una lamparita en medio de la noche oscura.
Y sí, empezaste a mirar a los ojos haciéndolo desde los del corazón, siguiendo la máxima de El Principito, recordando que lo esencial sólo se ve de esta manera.
Mirada limpia, rotunda y firme. Mirada al frente. Mirada que dice si yo puedo, ¿por qué no tú? Si cuando creíste que sería imposible, fue posible.
Fue posible que compartieras tu testimonio de esperanza con reclusos de la cárcel asturiana de Villabona. Y ellos, y ellas, que dudaban del rollo que pudiera soltarles ese ciego que hasta ellos llegaba una mañana de noviembre, se empezaron a emocionar porque alguien, por fin, les miraba a los ojos sin prejuicios ni rechazo porque él también sabe mucho de prejuicios y rechazos. Sí, tú padeciste que por ser ciego te excluyeran, siendo niño, de excursiones y pandillas, y que te consideraran un problema y una carga. Y te refugiaste en la literatura y te juraste que les demostrarías que tenías derecho a participar y que serías solución.
Y le miraste a los ojos al mundo y quisiste ver la belleza de un perfume evocador, una textura suave, una música bonita, una voz amiga, un poema hermoso.
Y tanto quisiste que escribiste tu libro de relatos “Huellas de luz” y con él se promovió la instalación de placas solares en un colegio del norte de Benín para que los niños de aquella región africana, que durante el día se dedican a trabajar, pudieran estudiar por la noche, cosa que antes no podían hacer porque no disponían de luz eléctrica. Y tú, ciego excluido y despreciado lograste el milagro de que dispongan de esa luz que les permita estudiar.
Miras a los ojos queriendo transmitir esperanza. Tu varita mágica es la palabra y la luz que ésta contiene. Esas palabras que consuelan y emocionan. Una niña te dice “me da mucha pena que no pueda ver, pero sus palabras son tan bonitas que cuando esté triste las recordaré y dejaré de estar triste gracias a usted”.
Y sigues mirando a los ojos con la luz del humor. No te importa que te llamen loco o chalado si provocas la sonrisa. ¿Qué más da que te sientas triste por tu ceguera si estás haciendo reír con tu luz? Y cuentas tus ciegadas y cieguerías y la gente sonríe. Vas a bajar del autobús y en vez de agarrarte a la barra, te agarras al trasero de alguien… ufff qué apuro; estás desayunando en un bar café con churros, vas a coger uno y el señor de al lado te dice… oiga que ése es mi churro, claro cómo iba a ser tan gordo el mío… y más y más, situaciones incómodas para ti pero que con la punta adecuada hacen sonreír.
Pero más aún, tienes la palabra, sí, pero también unas manos que para ti son luz y esas manos las tiendes para que alguien que se siente hundido se levante y vuelva a caminar, para que esos ancianos de las residencias que visitaste las agarrasen con las suyas temblorosas y débiles y tú las apretases para que se sintieran vivos todavía.
Y con esas mismas manos, sin ver, quisiste plantar árboles y te dejaron hacerlo. Qué difícil es agujerear la tierra sin ver, pero lo haces tocando y tocando depositas el cepellón y lo envuelves con la tierra de tu anhelo y lo riegas con el agua de tu amor a los árboles, a esos bosques de robles mágicos, hogar de duendes, fuente de energía que recarga tu luz a través de sus cortezas y sus musgos y sus hojas secas que alfombran el suelo yermo del asfalto que pisas en la ciudad, ayudado de tu bastón blanco.
Sí, vale la pena mirar a los ojos aunque no veas, aunque no puedas saber cómo son. Ah, cuánto desearías saber. Ojos hermosos de mujeres guapas pero maltratadas, tristes, ojos cansados de ancianos vencidos, ojos sin brillo de quien ya nada espera. Miras con tus ojos que habitan en tu corazón y en tu imaginación. Y si yo lo hago, ¿por qué no tú? En tu corazón está la luz. Yo pude, tú también puedes.  

  

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jueves, 26 de noviembre de 2015

Definiciones




Riqueza es tener instantes con quien compartirlos sabiendo que al hacerlo se posee el mejor de los tesoros.
Compañía es estar al lado de la brisa, la fuente, las estrellas  y la belleza porque ellas te representan.
Alegría es que me digas que cada día eres un poquito más feliz gracias a mis motivos para sonreír y a mis ingenuas miradas desde el corazón.
Lealtad es esperar hasta el fin de los tiempos para entregarte el regalo de una caricia y querer cantar como los ruiseñores para ser tu despertador de cada mañana.
Perseverancia es no rendirse al desaliento de la ceguera a pesar de no ver tu hermosura y, en cambio, mantenerse firme en el propósito de avanzar cueste lo que cueste en pos de tu admiración.
Bondad eres tú por tu paciencia para conmigo y por tejer las alas de mis sueños con los hilos de la comprensión, el cariño y la inspiración.
Grandeza es hacer de los pequeños detalles un camino que conduzcan a la meta de la emoción estremecida.
Delicadeza es sentir el perfume de tu alma de azucena y escuchar tu respiración de caracola.
Destreza es saltar entre las huellas de tus pisadas de colibrí porque son la luz que alumbra mi oscuridad.
  Cordura es aprender la manera en que nos hacemos amigos de la esperanza cuando parece que ya nada tiene sentido ni nos quedan sentidos para vivir.
Exquisitez es beber de la copa de tus labios, saborear la dulzura de tu piel y tocar la seda de tu melena.
  

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miércoles, 25 de noviembre de 2015

Innovar



Innovar

Innovar es fabricar la alfombra voladora que me conduzca al paraíso de tu felicidad.
Es crear el portentoso invento que haga de tus sueños más increíbles mis realidades más verídicas.
Es moldear la pasta fina que recubra tus formas originales para luego replicarla sin fin en mi dormitorio.
Es componer la única melodía posible: la que surge de las notas que en ti son susurros, promesas y silencios.
Es gestar la semilla, cuyos frutos serán tu ilusión, tu esperanza, tu pasión y tu fuerza.
Es formar nudos de caricias en la urdimbre de tu corazón para fundirlo con el mío.

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lunes, 23 de noviembre de 2015

"En edad de merecer" de Sharon Maas

Buenas noches: como cada semana comparto una nueva recomendación narrativa con el ánimo de que disfrutes de ella y sea motivo de asomarte a la barandilla para contemplar el mundo que resulta la lectura.
Se trata de "En edad de merecer" de Sharon Maas, editada por Salamandra en 2003 y con una extensión de 603 págs.
Aquí su reseña:
Una historia mágica de amor prohibido, secretos de familia y la búsqueda de la identidad en un mundo en el que se enfrentan las costumbres ancestrales con
las ansias de libertad de una nueva generación de jóvenes hindúes. En Inglaterra, Nataraj, un joven indio adoptado por un médico viudo, da muestrass de
poseer un dón especial para curar. En Georgtown, Guayana, en el seno de una familia procedente de India, la joven Saroj saca a relucir un espíritu de mujer
rebelde que desafía las tradiciones más arraigadas. Y en Madrás, en el hogar de los Lindsay, la niña Savitri y el hijo de sus amos David, se prometen amor
eterno.
Sharon Maas nació en Guyana en 1951 y se crió en Gran Bretaña. Realizó sus estudios en Alemania, donde reside actualmente con su marido y sus dos hijos,
y trabajó como periodista en Latinoamérica. La gran admiración que la autora profesa por la India, país en el que residió durante muchos años, está presente en sus novelas.

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jueves, 19 de noviembre de 2015

Definiciones



Definiciones

Pobreza es poseer muchas cosas pero no disponer de momentos con quien compartirlas.
Soledad es estar rodeado de gente pero no tener a nadie cuando necesitas un abrazo.
Tristeza es reír a carcajadas sin que suene la música de la verdadera felicidad.
Deslealtad es alargar las manos para acariciar pero cuando lo vas a hacer, convertirlas en puños de hiel.
Pereza es quedarse en casa y no querer descubrir que al otro lado te espera la aventura.
Maldad es sembrar la ilusión en el niño y cuando germina arrancarla sin piedad, arrasándolo todo.
Bajeza es regalar flores a tu enamorada, envolviéndolas en espinas de desprecio y abonarlas de traición.
Ruindad es destruir las nubes en que viven los sueños de tu hermano.
Torpeza es desvelar los misterios de los cuentos.
Necedad es no saber que las olas del mar son alfombras mágicas que te llevan a la isla de los duendes y las hadas.
Rudeza es anteponer la fuerza ciega a la delicadeza de los sentidos.   


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