Con vocación de hacer sonreír, cuento tres sucedidos de esta
mañana en el trabajo, eso sí convenientemente deformados por ojos de cegato
guasón.
¿Estaba muerto?:
A la sufrida operadora (conste, no cirujana) llega un correo
electrónico que reza (uuumm): “El cliente está fallecido.”
Vaya, se dice, y por qué
no lo indica el programa, entonces. En fin, ¿qué hacer? ¿Darlo por tal?
¿Indagar cual sagaz detective?
Descuelga el teléfono y cuenta el caso a quien puede
informarle de primera mano, esclarecerle el dilema.
“Qué va”, le dice la persona preguntada. Está vivo y bien
vivo. Es sacerdote y vive en tal colegio religioso.
Vaya, ahora llamará al colegio para averiguar la razón de
que hayan sido devueltos unos envíos aduciendo semejante villanía.
-Buenos días, quería hablar con…
-Soy yo, servidor. ¿En qué puedo ayudarle, señorita?
La operadora operaria sale del paso con su profesionalidad
veterana, pero se pregunta:
“¿Habré hablado con un muerto? ¿Sería el cielo adonde he
llamado?
Y el buen señor sin tener ni idea de que algún “listillo”
(entre comillas) lo diese por muerto dejándole a dos velas y sin lectura.
Va de reglas:
Se ve que hoy me había levantado con el pie curiosón. El
caso es que me he empeñado en aprender a crear una regla en el gestor de correo
electrónico para que éste, solito, mande los mensajes aquí y allá, cual guardia
de circulación cibernético.
El caso es que la cosa se me ha resistido y he pedido ayuda:
-Quiero tener una regla.
-¿Una regla tú? Pero si decías que estabas ya pitopáusico.
-No, el que tiene que tenerla, es el correo.
-¿El correo con la regla? Ummmm. ¿Qué usará cuando la tenga? ¿Compresas? ¿Tampones? ¿Y
dónde se los pondrá? ¿En la raja para meter los CDs? ¿En el botón de arranque?
En fin, al final, después de mucho zarcear y cacharrear lo
he conseguido. Y yo tan contento con haberle puesto la regla al ordenata de mis
dolores.
Teléfonos despistados:
Mis cuatro compañeros que atienden las llamadas de los
clientes andan peleándose con sus aparatos, digo los telefónicos, desde hace
tiempo. El caso es que unas veces es el teléfono, otras la base, otras los
cascos y la última las pilas.
Total que hoy han pretendido controlar y unificar los
distintos modelos.
-¿Tú qué tienes?
-Ni idea.
-¿Y tú?
-A mí no me lo toques ahora que funciona, por fin.
Otro ni contesta, ensimismado en su mundo.
Y la otra que saca la pila a pasear, la pila del teléfono,
no la bautismal. Y aún que no es señor, que sino igual le da por sacar la
pilila.
El caso es que la controladora telefonera se ha ido bufando
rauda camino del despacho del jefe, a ver si él era capaz de poner orden.
¿La solución? Tabla rasa. Todos lo mismo y no se hable más.
¿No se hable más? Bieeen, así no cogeremos el teléfono y tan
campantes.
En fin.
Ya veis, historias del día a día.
Otro ídem, os contaré la historia de la chica que iba para
duquesa y se quedó en ciega.