domingo, 20 de julio de 2014

Una tarde romántica de verano



Buena noche de domingo.
Más tarde de lo que habría querido, comparto mi nuevo cuento.
Que te guste.
Feliz semana.
Un abrazo.

Una tarde romántica de verano

Un paisaje bonito, una tarde romántica de verano con su puesta de sol. Qué mejor idea para llevar a tu chica de excursión y jurarle tu amor.
Todo eso estaría muy bien, si no fuera porque el paisaje que tú recordabas bucólico ahora se ha convertido en un erial, lleno de maleza y chatarra; que se ponga de tormenta y el sol quede oscurecido por negros nubarrones.
¿Qué hará tu chica? ¿Comprenderá tus buenas intenciones o te echará en cara que nunca sepas tener detalles de pasión con ella?
Claro, que ya que estáis, tratarás de convencerla de que valore tu gesto, que has puesto ilusión en la idea y que no ha dependido de ti el resultado obtenido.
Tal vez haga un esfuerzo y te regale un margen de confianza. Ponga buena cara y, cogida de tu mano, quiera adentrarse por aquella senda que tú recorrías de chico, senda que ahora es una sucia mancha de zarzas, espinos y pedruscos. Le explicarás que allí, en el tronco del roble más viejo, dibujaste un corazón con su nombre. Querrá que se lo enseñes. Y claro, el viejo roble hará años que se secó y de él tan solo quedará el esqueleto. Ni corazones grabados, ni musgo fresco ni esplendor milenario.
Otra vez ella torcerá el gesto, otra vez te ofrecerá la ofrenda de su paciencia y no saldrá corriendo si no que se resignará a no arruinarte tus planes románticos. Al fin y al cabo, te quiere.
Te has empeñado en llevarla a tu rincón favorito, aquél desde el que se veían las montañas nevadas, en que una gruta daba su origen a todo un bosque interior de estalactitas y laberintos mágicos, manantial inagotable de imaginarias historias de leyenda.
Llegaréis hasta allí, sí. Y penetraréis en ella.
¿Por qué te dejó que lo hicieras si los antecedentes no auguraban nada bueno. Si ni la tarde os había deparado una puesta de sol de postal ni el paisaje conservaba su verdor ni el roble su majestuosidad.
Dirás que fue lo más conveniente que te pareció hacer ante el aguacero que se abalanzaba sobre vuestras cabezas. Truenos que parecían bombas, rayos que semejaban fogonazos y goterones de agua que golpeaban sin misericordia. La exhortarás a que no se detenga, a que entre, cuanto antes en aquella cueva y, entonces, los más negros presagios se os agarrarán al alma cual voraces alimañas.
De nada servirán sus alaridos de socorro ni su intento por zafarse de la bestia. Tú mueres enseguida, pero a ella la vida no quiere abandonarla fácilmente, lo cual la hará sufrir más.
¿De qué sirvieron tus buenos propósitos? Vanos deseos que acabaron en tragedia
Querrá encontrar la salida a la trampa en que se ha convertido tu promesa de felicidad, pero no podrá. La monstruosa fiera le ha clavado sus colmillos en su tierno cuello, sí, ése que tú tanto deseabas besar sin prisa ni fin, y lo desgarrará sin piedad.
Pero ella es fuerte, en su pequeñez, siempre dijiste que era tu muñeca de porcelana, delicada y fina. Qué inconsciente fuiste.
Tú estás ya en mis brazos, pero ella aún resiste.
Los gruñidos de la bestia se mezclan con sus gritos en una cacofonía infernal que rebota en las paredes de aquel idílico paraje.
Los instantes de su agonía son eternos y tú los contemplas aun estando muerto. Es el precio que debes pagar ante tu torpeza. Te lo habías ganado al mostrarte tan ciego a mis señales.
Sí, yo quise avisarte de que no te obcecaras en seguir adelante, quise salvarla a ella, tan generosa y buena, tan simpática. Pero te tuviste que empeñar en tu loca quimera de deslumbrarla. ¡Necio de ti! Simplemente habría bastado con que la hubieses mimado con pequeños detalles en el día a día.
¿Y ahora qué? Ella sufrió inútilmente y tú la perdiste para siempre.
Más aún. La gruta se tornará maldita. Nadie podrá entrar en ella sin que su ánimo se estremezca de pánico. Sí, un lugar que fue hermoso, por tu culpa devino en hostil.
Me suplicas compasión. Pregúntale a ella si la mereces. ¿Crees que la mereces después del daño que le causaste?
Me echarán la culpa a mí, dirán que no tenía sentido que me la llevara tan joven y buena como era. ¡Maldito seas! Fuiste tú quien la condujo hasta mí. No le tocaba, no era hora aún de que se subiera a mis hombros.
Ten valor, al menos. Reconoce tu culpa. Humíllate ante ella. ¿Ves? Han pasado los años. Tú no eres otra cosa que un mísero montón de huesos y polvo. Ella, en cambio, continúa incorrupta. La he respetado y guardado pura y limpia. ¿Serás capaz de hacer algo por ella? Quizá, entonces, te deje descansar en la paz del olvido.
Sal fuera, atrévete, da la cara.
Arrostra tu culpa y haz que murmuren de ti como si de un fantasma endemoniado se tratara, un aparecido que dé miedo y confiesa tu crimen.
Me acusas de ser desalmada, de dureza como jueza de tu destino. Pero es que no cabe otra sentencia ante tu egoísmo. Vamos, atrévete, sal. Ahí tienes la oportunidad.
Alguien, pagado de sí mismo se ha empeñado en ignorar las leyendas de la gruta maldita. Se cree invencible. Sabelotodo, devoto de la jactancia y la autosuficiencia. Siempre se ha burlado de quienes contaban historias a sus nietos o relataban al calor de la lumbre. Papanatadas de viejas y chochos sentimentales. A él nada le asusta. Nunca. Quién se iba a atrever a andar por allí salvo él. Hace buena tarde, el silencio se escucha a su alrededor. ¿Por qué habría de tener miedo?
    -Sí, a usted. Soy yo…
Un sobresalto inevitable pellizca el proverbial dominio del recién llegado. No encuentra el origen de la voz que le ha hablado. Una voz quejumbrosa, lejana.
-¿Quién es? ¿Qué desea?
Silencio…
-Escúcheme.
Ya nada será igual para el inefable don Manuel María de la Bocanegra. Cuando regrese al pueblo en el que reside, sus vecinos le verán descompuesto, el rostro demudado y el ánimo caído. Nadie le creerá cuando cuente que en la gruta del bosque ha descubierto el cuerppo intacto de una joven, la muchacha que desapareció, junto a su novio, una lejana tarde de verano.
  

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