martes, 26 de febrero de 2013

Aprendiendo con Carmen Posadas



Con emoción comparto contigo el encuentro que, ayer por la tarde, mantuve con la escritora Carmen Posadas, a cuenta de comentar su última novela, “El testigo invisible”.
El lugar fue todo un símbolo también: la librería Casa del Libro de Gran Vía y la ocasión, el club literario que aquí se organiza cada mes y en el que vengo participando con regularidad.
Fue un tiempo que pasó en un soplo, cargado de naturalidad, sencillez y magia literaria.
Tuvimos ocasión de compartir con ella acerca del final de la familia Romanov, de las circunstancias que provocan su caída, de la fascinación que ha generado en el cine y la memoria, de los personajes, etc.
El coloquio fue ágil y directo. Nos habló de cómo surge la idea de la trama, de su interés por dar voz a las pequeñas historias como forma de entender la Historia, de espías, criados y amores frustrados.
Y nos contó sus trucos a la hora de novelar la Historia: una buena documentación que le sirva de sólida base, un niño como narrador, una cotilla transmisora de datos históricos y el detalle ameno como hilo conductor.
Al final, no tuvo prisa en marcharse, teniendo para todos los que asistimos una palabra y su atención. En el caso de Elena y mío, junto a Carmen e Isabel (que nos acompañaron), tuvimos ocasión de entregarle una de sus obras adaptadas en braille, hecho éste que la ilusionó particularmente, pidiéndome que se lo dedicara. Ya ves: mientras que todos querían que les dedicara a ellos su libro, yo se lo dediqué a ella. ¡Toma castaña!
Y aún más hizo: tuvo la gentileza de darme la dirección de su correo electrónico para invitarla a ese otro café literario en el que ando metido. Ya me ha devuelto respuesta a la misma confirmando que allí estará en junio, como autora que será colofón de fin de curso.
En fin, mientras que abunda la mediocridad o la petulancia de muchos, esta mujer me encantó por la dulzura de su voz, la sencillez y cercanía. Me sorprendió, al darle dos besos, lo alta que es. No me lo esperaba.


2 comentarios:

Rosa Sánchez dijo...

La cuestión ahora sería: ¿tú cuánto mides, Alberto? jejeje. Siempre dejas el debate abierto, pillín.
Pues sí, las personas cercanas y sencillas gustan más que las petulantes y, por consiguiente, ridículas.
Qué suerte tuvo Carmen Posadas por poder posar contigo, ya daba yo una parte de mi fortuna por poder presumir de ello.
El final de la familia Romanov, las circunstancias que provocan su caída, la fascinación que ha generado en el cine y la memoria, etc. Sí, sí, todos temas muy amenos y de rabiosa actualidad, Alberto. Pero qué difícil seguirte con lo ilustrado e intelectual que eres, figura.
Me falta algo... ah, sí, Alberto, una foto que ilustre esta especial entrada.
Un abrazo aprendiendo de la naturalidad y buenhacer de Alberto Gil y Carmen Posadas.

Alberto dijo...

Rosa, tú como siempre tan curiosa, jejejejej. Podría decirte que mido la distnacia que hay de mi alma hacia la buena amistad, pero eso tal vez fuera poco. Imagina, imagina. jejejej.
Mi fortuna estriba en mis amig@s entre las que te encuentras, claro que sí.
Bueno, que sigamos ahí por mucho tiempo compartiendo y enriqueciéndonos con creatividad, ilusión y magia, con la magia de la bondad que sigue habitando en este mundo.
Besos rosados de luz nacarada.

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