domingo, 24 de febrero de 2013

Un sol y una rana



Que estéis bien.
Feliz semana, como siempre.

-¿Qué querrá decir?
-Mira. En esta página hay unos soles dibujados.
-Sí, y en esta otra un garabato que semeja una rana. ¿Serán elementos de alguna clave?
-Uy, pues aquí intuyo la silueta de un dragón recostado.
Así especulan Raquel y Mina al observar las hojas de un viejo libro, a modo de diario,  que han encontrado, ah la curiosidad de la adolescencia, entre las cosas de su madre.
-Mamá debió pintar esto hace mucho tiempo.
-Sí, porque ahora me parece que pintar, no pinta nada. Bastante tiene con renegar de todo. Qué cargante es.
-No digas eso. Bueno, supongo que debe andar agobiada tratando de salir adelante ella sola.
-¿Ella sola? Y nosotras, entonces, ¿qué somos?
-Ya, eso pienso yo. Con lo que nos esforzamos por ayudar y portarnos bien. Pero creo que, al ser tan luchadora, a veces se olvida de que no está sola.
Las dos hermanas han aprovechado la mañana de domingo en la que Pilar ha tenido que salir, como cada semana, a impartir su clase de baile, para hurgar en el escritorio de su madre. No es que hayan querido, no no, violar la intimidad de su progenitora. Lo que pasa es que andan preocupadas por ella. La notan cansada y triste aunque quiera disimular. Sí, más triste y más cansada que de costumbre.
-¿Y si tú te disfrazas de sol y yo de rana?
-Ya, ¿y ella que sea el dragón? Buahf, no creo que sea buena idea.
-jajajaj. Igual eso le hace reaccionar y confía en nosotras.
Cuando horas después, Pilar llega a casa, agotada tras, como siempre, haberlo dado todo ante sus alumnos, se ha encontrado con dos seres que emulaban a dos estrambóticos mamarrachos: un sol y una rana.
-Pero… pero… ¿qué es esto? ¿Qué hacéis?
-Croac croac croac.
-schschschiffffffff
-jajajajjajajajaja. Qué pinta tenéis. Ay, hijas, qué risa. Cuánto hacía que no me reía. Qué adorables sois. Jajajaj. Anda, dadme un abrazo. Me habéis recordado… Sí, me habéis recordado aquellos dibujos que yo hacía cuando tenía vuestra edad. Eran caricaturas que componía de personas que conocía: del colegio, de clientes que venían a la zapatería de los abuelos, del lechero…
-Mamá, te queremos. Queremos que estés bien.
-Sí, aunque, a veces te pases riñéndonos. Te queremos y queremos ayudarte.
Ya lo hacéis, no creáis.
-Pues nadie lo diría. A ver, mami, ¿por qué estás triste últimamente?
-No, no pasa nada.
-¿Lo ves? Ya estás como siempre: queriéndonos ocultar tus cosas. ¿No te das cuenta de que ya nos hemos hecho mayores, que no somos niñas?
-Aún tenéis mucho que aprender.
-Anda, y tú.
-Bueno, bueno. Yo era más ingenua a vuestra edad. Yo entonces de lo único de lo que me preocupaba era de dibujar aquello que querría haber dicho. Los libros estaban muy bien, pero a mí me gustaba expresarme de otra manera, con los lápices de colores Alpino.
-Venga, mamá. No te vayas por las ramas. No seas como las ardillas del parque.
-Pues… es que siento que estoy perdiendo el ritmo de mis pasos. Es que os veo crecer, tengo miedo de que os alejéis de mí con vuestras pandillas y vuestras redes sociales. Tengo miedo de perder las armas con que siempre luché. Porque vosotras sois mis armas. ¿Y entonces qué me quedará?
 -Mamá, no tengas miedo. Siempre nos tendrás aunque estemos lejos.
-Tienes amigos.
-No es lo mismo.
-Tienes a Truhán.
-Truhán se marchará también con vosotras. Bien sabéis que ese perrillo siempre anda achuchándoos a vosotras con sus muecas y zalamerías.
-¿Y el dragón recostado?
-Aaaah _Pilar pone mirada sorprendida, a la vez que nostálgica_, él también se fue.
Din don din don.
-¿Quién será?
-¿Y si fuera el dragón?
-Anda, anda; no digáis bobadas.
-¡Abre, mamuchi! ¡Vamos! A lo mejor…
Antes de ir a abrir la puerta, las tres vuelven a abrazarse, renovando lazos de complicidad y energía. Ella, bien lo sabe: son sus padres, los abuelos de las niñas, que vienen a pasar la tarde como tantos otros domingos.
-Y que sea la última vez que rebuscáis entre mis cosas sin pedirme permiso, ¿eh? ¿Eh?
-Vamos, mamá. Que no queríamos hacer nada malo.
-Ya ya. A ver si decís lo mismo cuando lo hago yo en lo vuestro.






 




    


3 comentarios:

Amig@mi@ dijo...

Un bonito cuento cargado de amor y sensibilidad. Esto sucede cuando son pequeños. Lo malo es que los hijos crecen...
Besos

Rosa Sánchez dijo...

¿Qué dibujos podríamos encontrar si rebuscáramos en los cuadernos de nuestra infancia, Alberto? Recuerdo bien estar siempre dibujando gatos, perros y corazones. ¡Qué cosas, verdad!
Ya nos dirás qué significado tenía el dragón recostado en la historia, símbolo de la literatura fantástica por excelencia.
Y sí, que los adultos no nos olvidemos de nuestros sueños de la infancia, ésos que evocan la inocencia y la sencillez primigenia.
Un abrazo en forma de rana antropomorfa

Alberto dijo...

Montse, buen día: supongo que debe ser como dices aunque yo creo que buena parte de esos hijos que crecen mantienen su entrega y reconocimiento a sus padres. Al menos, eso quiero creer aunque de todo haya en la viña del Señor.
Bueno, amiga: que aunque los hijos crezcan sean siempre conscientes del amor de sus padres.
Besos familiares.

Rosa, sí esos dibujos y esas historias que uno escribió durante la infancia y que son tan significativas. Bueno, ahí están.
El dragón es la ilusión de la niñez, el primer amor, la magia de la inocencia.
Un brindis con dibujos rosados por los sueños y los encuentros felices y llenos de reconocimiento.

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