Como sé que alguna de vosotras, que tantos cariños dejáis por aquí, siente un gran apego a la tierra, he querido escribir un pequeño homenaje a ella, a la que tanto valora.
¿qué pasaría si no pudiésemos pisar la arena de la playa, el suelo fértil de un paisaje de vida y calor?
Era el último puñado de tierra que quedaba en aquel Universo. Todo lo demás había sido sustituido por el hormigón, el acero, cristal y otros materiales nuevos que habían salido con pretensiones de hacerse deudos del progreso ilimitado.
Se preguntaba aquél ¿qué convendría hacer con ese último vestigio de un pasado que ya empezaba a ser remoto?
Podría depositarlo en el Museo de Objetos Raros o en una cápsula que lo preservase para otro porvenir, quién sabe si lo habría, o finalmente si lanzarlo lejos y que los vientos decidiesen por él.
Cuando estaba a punto de optar por la decisión más fácil, sintió que su mano se impregnaba de misterio. Percibió la necesidad de enterrarla en aquellos granos grumosos que parecían haber tomado una nueva vida.
A su mente acudieron unas imágenes ya olvidadas, como si proviniesen de la noche de los sueños:
Una superficie, al tiempo que yerma, acogedora. El ocre, el amarillo, el pardusco grisáceo se extendían en un tapiz de barrancos, ondulaciones y rocas.
De este lecho surgía la vida como en un torbellino. Sonidos de trueno, de gigantesca inmensidad retumbaban en medio de aquella espiral.
Una madre se dejaba envolver por aquella tierra de la que surgía la efervescencia de la vida. Plantas vestidas de colores infinitos, animales de todo tamaño y el ser humano, discurrían sin fin y unos hombres, y mujeres que avanzaban, con su caminar iban esparciendo, expulsando aquella heredad primigenia.
La desolación se adueñaba de su visión a la vez que de su espíritu. No podía entender cómo era aquello.
Total, ¿qué más daba? En este nuevo mundo gozaban de comodidades ilimitadas, utensilios para todo, todo estaba medido, previsto. Pero… ahora, en contacto con ese último resto percibió que algo faltaba, que carecían de, ya casi no sabía bien de qué, pero sí era evidente que, por un instante, había notado una sensación ya lvidada, un calor…
Había llegado hasta allí para terminar de cercar el espacio y erradicar ciertas murmuraciones que ponían la nota discordante a su mundo perfecto. Se decía que en aquel punto, a cuyos pies, el mar se manifestaba poderoso, llegaban los barcos cargados de seres ignotos: unos seres que vestían de formas extrañas, iban tocados con gorros pintados de estrellas y exibían piruetas, danzas, melodías susurradas con sonidos guturales. Esto no podía permitirse.
Cuando ya casi había concluido su tarea, se encontró con ese último puñado de tierra. Quiso ignorarlo pero no pudo y lo apresó con su mano con la intención de…
Una palma suave, cálida se posó sobre su hombro. Le devolvió la paz que le había abandonado durante la ensoñación y escuchó:
-guarda para ti un poquito de ese tesoro que has tenido la dicha de encontrar. Sé el portador de él, no todo está perdido si cumples con tu destino.
Abrió los ojos. Se vio reflejado en los de una hermosa mujer, ojos que hablaban de esperanza, de afecto, de concordia. La mujer iba ataviada con una suave piel de gacela y sostenía un báculo. Iba descalza, tal vez en busca de esa tierra que ahora había sido sentida por el constructor. ¿Se dejaría éste vencer por lo incógnito? ¿qué promesas encerraría todo aquello?
lunes, 11 de mayo de 2009
El último puñado de tierra
Publicado por Alberto en 10:07 p. m.
Etiquetas: Relatos
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6 comentarios:
Conmovedor relato, amigo, sobre un más que probable fin de nustra querida madre Tierra.Esperemos que tal día no llegue nunca, porque el día en que nos veamos rodeados de hormigón, sin un resquicio de verdor a nuestro alrededor, la vida estará condenada a su fin. Al menos la mía.
Besos, amigo mío.
Jo, Albertito, es difícil dejarme sin palabras (ja, ja, ja), pero tu relato lo ha conseguido! Me he visto suavemente envuelta por la atmósfera que has creado. Mientras lo leía, me he movido entre el sueño y la realidad... pero sin dejar de tener los pies, no en el suelo, sino en la tierra!
Y ese final, Albertito, ese final!
Tu relato es tan rico como un puñado de tierra! Que sepas que has alegrado mi mañana!
Un besósculo bien merecido, y feliz martes! Muaa!
Así es, amiga Viperina. El día en que no haya árboles que nos rodeen, plantas que nos perfumen nuestros amaneceres y lugares por donde pisar tierra, césped; ese día estaremos perdidos.
Un brindis por la tierra y la naturaleza.
Que disfrutases de ese otro brindis que pronunciaste a mi salud.
Besos cariñosos y feliz día.
AAAAHHH, Merceditas, Merrceditas... ese final, jejejejjej.
Sabía que podría gustarte, pero no a tanto de dejarte sin palabras.
Mi premio es que te haya alegrado este nuevo día.
Besósculos mañanaeros. mmmuuuaaaccc
Alberto, ¡No quisiera vivir ese momento por nada del mundo!...llenos de todo para descubrir la nada que ello oculta, como comprender los mares sin playas, el mundo sin verde( ni campos)vivir solo artificio ¡Que pena!no sentir la lluvia mientras corres por campos y alamedas...no oler a tierra mojada, no sentir el ayer e las rocas. Una suerte de muerte en vida que no quisiera vivir.¿Que vería yo desde mi escoba? El mundo, ya se. ¿Pero que mundo sería ese?...
Tu relato bárvaro muy duro pero lo salva ese final de esperanza en guardar el puñado de tierra... para no perder la raíz ¿No?
Besitos volados y "Aterrizados"
Claro, querida Brujita. Es que la esperanza siempre está ahí, siempre hay una mujer que nos lleva a los orígenes de la Gran Madre. Sin duda que podremos seguir disfrutando de la naturaleza tan hermosa siempre que no olvidemos el destino que nos está marcado: conservar ese último puñado de tierra y saber encontar la paz de una mano amiga que nos sosiegue.
Besitos volados y sentidos también para ti.
Sigue en tu escoba que aún tienes muchos paisajes y espacios que observar.
Feliz día.
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