Quiero inaugurar una nueva etiqueta con esta entrada. Se trata de compartir con vosotros mis recuerdos. Como le decía a la querida Brujita, el día que yo me quede sin recuerdos, será el momento en el que realmente esté ciego y empiece a morir.
Pretendo empezar por mi primer viaje a Barcelona.
Espero que os hagan sonreír un poquito estas reminiscencias y os empujen a pensar en las vuestras. Perdonad por si son algo deslabazadas, pero… ¡ha pasado tanto tiempo!
Era un niño de unos 6 años, nos encontramos a principios de los setenta del siglo XX. Una vez más mi padre me lleva al oculista, a la clínica barraquer. Voy en un tren de madera, la gente me da de merendar, de cenar, yo qué sé. Hemos tomado el tren en Ágreda (Soria) y no llegaremos a la estación de Francia hasta la mañana siguiente. Salimos al pasillo del tren, abrimos la ventanilla. Escucho el sonido de la locomotora, la noche, el discurrir del viaje.
Estoy en una estación muy grande, un reloj, con mucha gente, con maletas de cartón o tela, cestas, se saludan, se abrazan. Cogemos un taxi de color amarillo y negro. Vamos a la Puerta del Ángel, a la pensión.
Veo las calles amplias, nada que ver con las de mi pueblo, arboladas, casas muy bonitas (luego sabré que fueron proyectadas por un tal Gaudí).
Entro en la clínica, es la calle Muntaner, aceras anchas. Dos plantas, luz tenue, batas blancas que vocean nombres, personas tocadas de unos gorros extraños (turbantes) y señoras tapadas con velos. Parecen sacadas de Aladino.
Espero, espero. Leo tebeos del capitán Trueno, de Mortadelo y Filemón, de Pepe gotera y Otilio. Me canso, me aburro.
Me conducen a una sala, me echan gotas, me resisto, me echan gotas. Lo veo todo borroso, veo una luz azul en una máquina en la que apoyo la barbilla y tengo que mirar. Me hace daño. Luego otra luz blanca, me hace daño.
Salimos de la clínica. Vamos a comer a la fonda. Comida casera, mesas cubiertas de ule a cuadros.
Vamos al puerto. Una estatua grande grande señala con el dedo hacia… no sé.
Un barco enorme, negro como una ballena ocupa toda una dársena. De él salen marineros negros, enormes.
Recogemos la maleta en la pensión, mi padre me compra un pastel. Volvemos a la estación. Gente, mucha gente.Trenes que llegan, trenes que se van.
Subimos al nuestro. Volvemos acasa.
Destellos del pasado. Fogonazos de luz.
domingo, 24 de mayo de 2009
Barcelona
Publicado por Alberto en 9:57 p. m.
Etiquetas: Mis recuerdos
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6 comentarios:
Precioso tu recuerdo de Barcelona, es una ciudad preciosa, a mi siempre me ha atraido y eso que la he visitado en numerosas ocasiones, alli tenemos amigos y vamos de vez en cuando a disfrutar de su compañia y de lo que nos ofrece una ciudad tan bonita como Barcelona
Tienes mucha razón, Carmina. Barcelona es preciosa por tanta Historia como encierran sus casas, el cosmpolitiismo de las ciudades portuuarias y la elegancia de suys barrios altos.
Y claro, los amigos que uno tiene allí.
Besos.
Me emociona ese recuerdo de un niño de seis años...en el que aún no eisten los "¿por qué?" y que fijó esos destellos de la gran ciudad.
Besito volado
Sería para mí un honor completar tu hermosísimo, delicado y sensible recuerdo de Barcelona con un paseo por el presente de esta ciudad...
Buenas noches, Albertito!! Que sueñes con castaños que están dando a luz en esta primavera a futuros y deliciosos frutos otoñales! Muamua!!!
Brujita, ahí han quedado los recuerdos con sus colores nítidos con su inocencia ingenua.
¿Y yo qué sabía?
Besitos volados y sentidos también para ti.
Merceditas, acepto encantado tu ofrecimiento, tu brazo, tus palabras hechas imágenes.
Gracias, ¿te las he dado alguna vez?
Feliz día. Besos.
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