jueves, 14 de mayo de 2009

Futuribles

Ha llegado a mis manos, por razones profesionales, el informe elaborado por el Observatorio del Libro y la Lectura, dependiente del Ministerio de Cultura, correspondiente a 2008 y de él, me ha parecido muy acertada esta reflexión que firma Juan José Millás. Espero que, a quienes tanto gozáis de la pasión de la lectura, os sirva de estímulo mayor aún.



¿Qué habría sido de mí si no hubiese estado en París, en Nueva York, en Londres,
en Atenas, en Lima, en México, en Quito, en Bogotá…? Supongamos
que arranco de mi vida la experiencia de esas ciudades, sus museos, sus gentes,
sus comidas, sus parques, sus licores, su agua, su humedad, su atmósfera, su
luz. Imaginemos que jamás he paseado por esas urbes remotas cuyas calles han
ido formando en mi memoria (en mi conciencia) una red que forma parte de
mí, que me conforma, y por la que de vez en cuando me aventuro de nuevo
real o imaginariamente. Soy en parte el resultado de haber estado allí como
soy en parte los cinco dedos de mi mano derecha o soy en parte mis ojos o
soy en parte mis oídos. ¿Qué habría sido de mí sin los oídos, sin los ojos, sin
los dedos de la mano derecha?
Más futuribles: ¿Cómo sería yo de no haber ido nunca al cine? ¿Cómo me
quedaría si me extirparan las tardes pasadas en las salas de sesión continua?
¿Cómo habría sido en la madurez de no haberme identificado en la adolescencia
con los héroes y antihéroes de las películas, cuyas actitudes trataba
de imitar al salir a la realidad, a la calle? ¿Qué aspecto tendría si un bisturí
inmaterial me privara retroactivamente de todas aquellas emociones? ¿A qué me dedicaría en la actualidad de no haber sido víctima de Hitchcock, de Scorsese,
de Howard Hawks, de Welles, de Bergman, de Coppola, de Kubrick, de
Peckinpah, de Godard, de Allen, de Bardem, de Berlanga…?
Y así, de forma sucesiva, hasta llegar a donde pretendíamos: al libro.
¿Dónde estaría yo ahora, en el instante en el que escribo esta frase, de no
haber tropezado con Julio Verne en una biblioteca pública? ¿Cabe imaginar
mi vida sin El viaje al centro de la Tierra? ¿Sería el mismo hoy de no haber
caído en mis manos Crimen y castigo? ¿Mi existencia se podría explicar sin
la presencia de las novelas en las que ingresé con el temblor del que entra
en habitaciones desconocidas? Todos los libros de los que me he alimentado
están en mí a la manera de un conjunto de glándulas, de un sistema
linfático. Ellos han contribuido de forma decisiva a la creación de eso que
llamamos identidad, subjetividad, conciencia. Soy incapaz de imaginarme
sin la experiencia lectora como soy incapaz de imaginarme sin corazón. Si
no hubiera sido lector, ¿de qué me habría servido visitar las ciudades mencionadas
al principio de estas líneas? ¿De qué ver tantas películas, tantos
cuadros, de qué escuchar tanta música? ¿Quién, si no mi yo lector, me
impulsó a viajar, a visitar museos, a escuchar música y puso palabras o dio
sentido a todas esas experiencias que determinaron mi vida? ¿Qué clase de
amigo, de padre, de compañero, de contribuyente, de espectador, sería de
no haber leído?
A menudo, los lectores no valoramos suficientemente nuestra actividad.
Los propios escritores manifiestan con frecuencia algún desdén (sin duda
impostado) por su actividad al afirmar que un libro no cambia nada, que un
título no puede modificar el mundo. Probablemente, esa afirmación se basa
en la idea dominante de que lo que no se puede cuantificar no existe. Los
conocimientos que proceden del discurso científico, al contrario de los que
proceden del discurso literario, se pueden medir. La persona que aprende a
hacer ecuaciones se va a la cama con la seguridad de que hoy sabe algo que
ignoraba ayer. También después de leer un relato de Tolstoi somos más sabios
que antes de haberlo leído, pero no es fácil decir por qué, no es posible medir
la cantidad de conocimiento que nos ha aportado. De ahí el desprestigio de las humanidades. ¿Para qué sirve eso, qué conocimientos de tipo práctico
aporta, qué salidas profesionales tiene?
Quizá un libro concreto no modifique nada. Tampoco un lector. Pero la
suma de miles de libros y miles de lectores contribuye a hacer la realidad más
habitable. Imaginemos, si no, cómo seríamos colectivamente de no haber
existido Homero ni Virgilio ni Dante ni Petrarca ni Camoens ni Cervantes
ni Shakespeare ni Flaubert… Supongamos que no se ha escrito la Eneida ni
Edipo Rey ni El Lazarillo ni La Celestina ni Hamlet ni Drácula ni Ana Karenina
ni La Regenta ni la Biblia… Supongamos que tomamos la historia de la
Humanidad y arrancamos de su corpus todo lo relacionado con la lectura…
Incluso alguien que no hubiera leído jamás comprendería que seríamos distintos.
E inevitablemente peores. Este es uno de los misterios del lector: que
leyendo para sí mismo, para satisfacer sus propias necesidades —y a veces en
la soledad más cruel que quepa imaginar— beneficia secretamente a la sociedad
en la que vive: como si la pastilla que usted se toma contra la migraña
quitara también el dolor de cabeza a sus vecinos.
Los lectores, que siempre han sido en términos relativos poco numerosos,
vienen constituyendo desde hace siglos eso que los sociólogos (y los físicos
nucleares) denominan «masa crítica», es decir, la cantidad de personas necesaria
para activar un fenómeno (o la cantidad mínima de materia necesaria
para que se mantenga una reacción nuclear en cadena). La mayoría de los
ciudadanos no ha leído a Chejov ni a Zola ni a Hemingway ni a Kafka ni
a Elliot ni a Camus… Pero quienes los han leído (la masa crítica) han sido
capaces de transmitir —por una suerte de ósmosis— los valores de sus obras a
la sociedad en la que vivían. Aristóteles y Platón están extrañamente, y gracias
a los lectores, en quienes ni siquiera conocen su existencia.
La masa crítica. La masa. La masa de pan. Pienso en lo que hace crecer a
la masa de pan, en la levadura. ¿Qué clase de levadura, de bacteria, necesita la
masa crítica de lectores para esponjarse como una hogaza? Ni idea. De hecho,
me conformaría con que no se encogiera como una verruga. «A lo largo de
la historia», dice Borges, «el hombre ha soñado y forjado un sinfín de instrumentos.
Ha creado la llave, una barrita de metal que permite que alguien penetre en un vasto palacio. Ha creado la espada y el arado, prolongaciones
del brazo del hombre que los usa. Ha creado el libro, que es una extensión
secular de su imaginación y de su memoria».
¿Qué sería de la imaginación del hombre, y de su memoria, si desaparecieran
los lectores o su masa crítica se redujera hasta extremos inoperantes?

Juan José Millás

6 comentarios:

amelche dijo...

Pues tiene razón, no me lo había planteado nunca. Un abrazo.

brujita dijo...

Estoy de acuerdo total con sus palabras Alberto, nos vamos moldeando de forma impalpable , bebemos de los conocimientos de aquellos que vivieron otros momentos para nosotros inalcanzables...aquí nos quedan los restos de civilizaciones pasadas que solo podemos llegar a conocer a través de la lectura...luego cuando tienes la suerte de poder tocar y sentir ,lo haces sobre una suerte de conocimiento ajeno , y tu punto de arranque ya es priviligiado...a los otros los que no sintieron la necesidad del "buceo" en las páginas impresas les llegarán las opiniones o descripciones de esa masa crítica y como por ósmosis serán un poco invadidos de las historias culturales... y de sus tesoros.

Besito volado.

Mercedes Pajarón dijo...

Ay, Albertito, incluso muchas veces un solo libro basta para cambiarte algo por dentro...!Es un artículo con sentido y muy sentido...

Vete tranquilo de fin de semana, que yo me quedo para mantener a raya a Selene, ja, ja, ja!!! Besósculos y recuerdos a Endimión!!! Muamuamuamuamuaaaaa!!

Liliana dijo...

Yo de seguro no estaría en el manicomio.......verdad?.....???


besósculos(éstos no se hubieran inventado!)....jejeje


=)

Claudia dijo...

Es inimaginable la visión interior de qué seríamos sin lo leido a lo largo de la vida, y sinceramente solo puedo aproximarlo a una vacuidad fría y doliente por solitaria...más allá de eso: nada.Indiferencia. El no ser...

Alberto dijo...

A todos os digo lo mismo, ya lo sabéis: un libro es ese punto de arranque, ese entrar en un mundo de magia de sueños y de luz.
Si no fuese por los libros, por sus letras ¿acaso estaríamos aquí? ¿Tendría la dicha de recibir vuestro cariño y atenciones?
Y quien dice que no se adentra en todo ese mundo, sí lo hace en el fondo porque la vida está impregnada de ellos: todo está en los libros (libros de papel, de imágenes, de sensaciones, de cine) y sólo es cuestión de posar nuestra mirada en ellos.
BBesos, besósculos a todas y feliz lunes.

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