miércoles, 1 de abril de 2009

El viejo bolso

Bueno, os pongo aquí otro cuentecillo que mis dedos han querido plasmar en este papel virtual.
Quiere ser un homenaje a esos objetos que nos acompañan en nuestra cotidianeidad y que nos hacen sentirlos imprescindibles.
Que os guste.

Pues sí, aunque no lo creáis soy un bolso y mi dueña no sabe que puedo hablar y que comprendo su voz, sus neuras, sus angustias y cotilleos de café, sus afanes y alegrías, sus encuentros.



Y por eso, sé que me va a retirar y qué quieren que les diga: no me hace ninguna gracia.
Ella nunca se ha fijado en que si ha guardado tantos recuerdos y vivencias es por mi carácter mágico.
Fue siempre olvidadiza e iba metiendo, y metiendo, en mi panza fotos, pañuelos, papelitos donde apuntaba y apuntaba, objetos varios.
Nuestros caminos se cruzaron en un bazar de Estambul. El tipejo que me vendió se creía muy listo, que había engañado a la turista una vez más, pero no; yo me fui encantado y con un propósito: el de servir de depósito de vida.
Y ahora, pasados los años aquella hermosa joven, que llevaba puesta la alegría en sus ojos, me quiere dejar de lado. ¡Con los momentos que hemos compartido!
Había sido tejido a mano con bordados tradicionales por una de aquellas mujeres que, encerradas en el harén, dejaba volar sus sueños al ponerlos en su trabajo que luego irían a parar sabía Dios dónde.
Me hizo de buen tamaño y cuando me terminó pronunció un ensalmo que llevase lejos sus ilusiones y anhelos de felicidad.
Cuando llegué al puesto del vendedor de bolsos aguardé mi oportunidad para cumplir con los deseos de mi creadora y huir de la mezquindad del tratante.
La joven Adela de entonces se fijó en mi de inmediato y noté que no podría resistir el impulso de quedarse conmigo. Yo no sabía cuál iba a ser mi destino, pero sí tenía claro que no defraudaría a aquella que me había dado una existencia diferente.
Pronto me dio la utilidad que nos está destinada. Dejó en mí sus objetos íntimos y me colgó de su hombro. Escuché como le decía a su acompañante, un hombre alto, erguido, que quería ver en mí el regalo de alguien especial. El chico le sonrió y le robó un beso. Mi nueva dueña dijo que yo sería el símbolo de un futuro de unión con aquel cari.
Luego me enteré que la pareja estaba de viaje de novios, que estrenaban su existencia en común.
Me trajeron a una ciudad pequeña, nada que ver con la otomana, en belleza, pero al fin y al cabo similar en sus gentes y calles.
Transcurrieron los años, vinieron dos hijos, la pareja cumplió con sus esperanzas, compartieron viajes, salidas con amigos, nuevos trabajos, pérdidas. Y Adela siempre me llevó consigo.
Mi existencia ha transcurrido tranquila, sabedora de que era querido y, por tanto, en mí se cumplía el sueño de quien me creó: una familia, amor, alegrías y tristezas, pero en el fondo una vida plena.
Y hoy he oído que aquella joven de entonces, ahora ya mayor, va a entregarme al destierro de su compañía. Y esto, ¿por qué?
Estoy en una mesita a la entrada de la casa. Me resulta extraño.
No dejan de acudir gentes y más gentes. ¿vendrán a mi despedida?
Parece exagerado pensar esto, pero es que quienes llegan portan semblantes serios, trajes oscuros, miradas perdidas que se aferran a mi dueña para darle consuelo, al menos eso expresan quienes entran.
Al fin me entero en un aparte de sus hijos:
-Mamá debe seguir viviendo, no puede dejarse vencer por la soledad…
-Sí, Luis; estoy de acuerdo. Creo incluso que ella lo va a intentar. Sino, ¿por qué me dijo que entregase su viejo bolso al olvido, que lo guardase donde ella no volviese a verlo? Me dijo, también, que hoy que papá se alejaba para siempre de su lado, el objeto que había simbolizado su vida en común debía también alejarse de ella…
Entonces entendí. Lo que Rosita explicaba a su hermano era que mi salida de la vida de mi anciana dueña no era un desprecio, sino muy al contrario: era un signo del amor que tuvo a su marido y que comenzó aquel lejano día del bazar de Estambul y concluía hoy con la muerte de Andrés. Lo sentí, él había cuidado bien a Adela, me había visto muchas veces con la mirada cargada de memoria de un viaje inolvidable lleno de proyectos, del que yo fui un comienzo y un testigo.
Le deseo a Adela que siga adelante, mi creadora, sin duda, así lo habría querido. Yo me quedaré arrinconado en algún estante en el que el polvo irá cubriéndome con su manto de paz hasta que, tal vez, otra niña me encuentre y quiera tenerme por compañero de su futuro. ¿Será, tal vez, otra nueva Adela?

10 comentarios:

Viperina dijo...

¡Madre mía, que preciosidad! Una historia maravillosa y conmovedora. Fíjate que nunca he estado en Estambul pero de alguna forma, estaba allí, en aquel bazar, sintiendo los olores y viendo los colores...
Gran relato, Alberto. Muchísimas gracias por compartirlo. Un besazo, amigo mío.

Liliana dijo...

Ay Alberto que bonito!!!!! me encantó y me acordé cuando yo les hacía historias a mis muñecos de peluche que tenía en la cama y cada noche los acomodaba en una mesita, con mucho cuidado y en invierno los tapaba para que no pasaran frío!!!! ahhh! gracias por compartirlo.

besitos ;)

Alberto dijo...

Viperina, aunque no te pegue el apodo, pero amiga al fin. Me alegra que te haya hecho trasladarte a esa ciudad de ensueño. Espero que cuando alguna vez estés en uno de esso bazares te acuerdes de un viejo bolso y de su creador.
Buen día y besos emocionados.

Alberto dijo...

Ja Liliana y seguro que los peluches se sentían queridos y acariciados. qué suerte la suya.
Me gusta fabular, hacer hablar a los objetos, que sientan y cuenten historias como vehículo para verter a través de ellos mis neuras y rayaduras de cegato cuarentón.
Buen día.
Besitos de peluche.

brujita dijo...

Cuantos "bolsos" nos acompañan en la vida...son el recuerdo de momentos vividos y que nunca serías capaz de sacar de tu vida de hoy...hay cosas a mi lado que podría cambiar por algo que resultara más apropiados para ésta casa...pero que sería robarle alma al lugar, ellos fueron contemplados y tocados por ojos y manos que se fueron allá donde no son ya necesarios...esas cosas son mudos testigos de las ausencias.

Besitos volados.

Alberto dijo...

Pues sí, Brujita. Tienes razón no es cuestión de estética, sino de conservar recuerdos aunque, claro, mirando hacia adelante.
Que encontremos siempre un hueco apropiado para esos bolsos que acompañaron a nuestros seres queridos.
Besito de recuerdo.

Mercedes Pajarón dijo...

¡Me ha encantado, Alberto! Se lee con suavidad... es como la caricia que deja un pañuelo de seda en la piel...!

Un beso!

PD.- Ayyyy, si los bolsos femeninos hablaran...!

Alberto dijo...

Mercedes, me gusta esa definición tan sedosa.
Y debe ser verdad eso que dices de que los bolsos deberían hablar y si así lo hiciesen que me lo cuenten a mí que me gustará aprender a ver...
Buena tardeeee.
Besito sedoso.

Carmina dijo...

un precioso relato, y cuesta mucho deshacerte de lo que comparte tantos momentos de la vida de una mujer, los llenamos de mil cosas en ocasiones inservibles, los arreglamos mil veces si tanto nos gusta, pero si los conservamos es porque nos traen algun recuerdo del que no queremos desprendernos. Muy tierno y evocador, imagino el imperio otomano con sus bazares, su olores a especias y esos colores que los caracterizan, un vuelo placentero de la mano de un bolso que narra sus experiencias...

Alberto dijo...

Parece, Carmina, que he logrado mi propósito: reflexionar sobre las cosas que nos unen a personas y que en ellas hay parte de sus almas y ver la vida de una ciudad llena de sonidos, olores y colorido.
Gracias por dejar tu huella.
Besos y buena noche.

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