martes, 7 de abril de 2009

La personalidad de un genio

Hace algún tiempo que no hablamos de Louis braille. Quiero poneros un pequeño esbozo de lo que, según parece, constituyeron los principales rasgos de su personalidad.
Con ello se confirma, una vez más, la necesaria admiración que debe granjeársele.
Que os guste.



Conocer la personalidad de Louis braille no resulta sencillo, pues su correspondencia prácticamente ha desaparecido y las obras, en las que vierte su sistema de lectura y escritura son, en general de lo más impersonal.
De todas maneras sí podemos asegurar que su espíritu estuvo preocupado por la más estricta concisión y por una búsqueda de la perfección. Era alguien que construía pacientemente y con método sus experimentos.
Bajo un aspecto poco expresivo por su temprana ceguera, atesoraba notables cualidades.
Fue un hombre honrado, probo y recto.
No consideraba que el yo fuese odioso, lo usó con gusto, lo cual no equivalía a inmodestia ni a que no reconociese la gratitud debida a quienes les precedieron.
Sus amigos fueron testigos de la enorme esperanza y entusiasmo que había puesto en sus investigaciones.
Siempre resaltó los méritos de los demás y si hubiese querido algún tipo de reconocimiento no habría sido por exaltación personal, sino por la gloria que habría recaído en el cuerpo de profesores, al que se honraba en pertenecer.
En él la amistad era un deber de conciencia al mismo tiempo que un afectuoso sentimiento y a ella habría sacrificado todo: su tiempo, su salud y su fortuna. Quería que su amistad fuese provechosa a quienes la daba. Se preocupaba por su conducta y esto le inspiraba firmes consejos. Cuando había que comunicar alguna cosa desagradable, era el primero en ofrecerse, con una sonrisa y” ¡… bueno, me sacrificaré yo!” Ponía todo su empeño en que no se le escapase nada que pudiera desagradar o contrariar. Sabía mantener una conversación de manera interesante y variada, pasaba de lo jocoso a lo serio, de la gracia a la severidad. Sus frases, ingeniosas, iban de boca en boca, alcanzando enseguida el rango de proverbios.
Su palabra y el tono de su voz llevaban siempre cierto sello de finura que representaba muy bien su fisonomía.
Lo sensato de su espíritu y la rectitud de su razón, así como la penetración de su inteligencia le hacían ser tomado por muchos como consejero y por su franqueza fue conocido con el apelativo de “censor”.
Siempre se le pedía que tomase parte en los distintos consejos de las sociedades a favor de los ciegos que, por entonces, se iban creando y a las que contribuyó de forma inteligente.
A sus palabras unía siempre la acción y la entrega, gustaba de servir de alivio a los sufrimientos de los desgraciados, y cuando hacía el bien, lo hacía con su sencillez y delicadeza habituales. Sabía que no bastaba con entregarse, sino que había que hacerlo con respeto y discreción.
Se cuenta que proporcionaba, de su propio bolsillo libros en relieve y demás materiales a los chicos que eran demasiado pobres para comprarlos.
Tenía un especial cuidado en no hacer nada que pudiese distinguirle, hacerle notar, manteniéndose siempre de acuerdo con las más estrictas reglas del buen parecer.
Contempló la proximidad de la muerte, no sin emoción, pero sí sin miedo. Todo ello por sus profundas convicciones religiosas.
En fin, la fisonomía dulce y apacible de Braille revelaba las amables cualidades de que estaba dotado.
En el monumento que, en 1882, se erigió en la plaza de su pueblo natal se le muestra con su traje de profesor, con su palma en la solapa de la chaqueta y la capa sobre el hombro izquierdo con una expresión de viva y aguda inteligencia.


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