jueves, 3 de septiembre de 2009

Una cuchara con historia

Después de las vacaciones, el sabor a pueblo que me he traído me ha inspirado este pequeño cuento.
Que, como siempre, os guste y haga soñar.



-Vaya cuchara más fea que tienes ahí. ¿No decías que te habían regalado el ajuar todo nuevo y tan moderno? ¿Por qué no la tiras ya?
-¡Aah, no; esa cuchara tiene historia!
-Bah, tonterías. Como no sea para llevarla algún museo de ésos de trastos viejos de campo…
-A ver. Esta cuchara de madera de boj, me la regaló un señor de la Montaña y me dijo que algún día me sería muy útil. Que me la daba por simpática y por haberme querido parar a su lado y hacerle compañía. Ya sabes cómo soy yo, que me gusta que me cuenten leyendas y chanzas. Y es que además, aquel hombre era tan amable, con su voz acariciante, su faz acogedora, sus dedos sabios…
-Vaya, parece que te quedaste con el vejete aquél.
-No seas así, que era bien simpático y me lo pasé en grande junto a él.
-¿Ya, ¿y qué historia dices que tiene este cacharro?
-Ah, pues cuando me la entregó noté cierta calidez. Su mango largo de madera dura pero noble, de formas suaves y cazo profundo enseguida se hizo amigo de mis manos. Pensé que bien valdría para remover ingredientes de pócimas mágicas…
-Ya se te va la pinza otra vez.
-... de esos ensalmos que cantan los duendes y las hadas. Que serviría para darle un toque mágico a mis guisos y quién sabía si para remover el corazón de algún buen galán.
-Sí, ya sé. Yo nunca fui tu tipo.
-Sabes que te he querido siempre, eso sí: como amigo. Y aún que a veces te pones bien tonto.
-Ya estamos con eso de te quiero como amigo.
-Bueno, el caso es que cuando vine a casa después de aquellas vacaciones por la montaña, la colgué en la puerta, en esa escarpia donde ahora tengo el campanillo.
-Sí, sí, otro trasto más.
-Allí la dejé y me gustaba oír su melodía al entrar en casa. Tenía sonidos lejanos, tan distintos a los de esta inhóspita ciudad de bocinas, motores, sirenas y gritos. Un día de Nochebuena alguien llamó a la puerta. Estuve tentada de no abrir, pero como eran las fechas que eran, pues cedí a un impulso y descorrí el cerrojo.
-Sería algún pedigüeño de tantos. ¡Mira que abrir a cualquiera!
-No, era una viejecita que cargaba una olla humeante. Me dijo que venía a traer un guiso típico que ella hacía, pero que sólo lo encontraba sabroso quien supiese sentir.
-¿Cómo te fiaste?
-Me dije que porqué no, que podía probar y más teniendo la cuchara de madera al lado. Era perfecto. Hice pasar a la buena señora a la cocina y, antes de llevarme a la boca aquella mixtura, le ofrecí unos dulces. Se sentó y yo, cerrando los ojos, introduje la cuchara bien al fondo. Olí, paladeé y degusté algo así como una crema espesa, caliente y agradable al gusto. Vamos, que estaba riquísima. Pero lo mejor fue que al sorber la cuchara supe que ella y el guiso venían del mismo mundo y vi, sí, vi que la cocina se llenaba de luz, de calor y seres amables que se acercaban a mí, me miraban y sonreían. Aprendí que, desde entonces, nunca estaría sola ni desamparada. Que merece la pena escuchar.
Así le contaba Paula a Diego tomando un café en el apartamento de aquélla la enésima tarde en que el chico iba en su busca. Habían pasado los años y él seguía fiel con la esperanza viva de que, por fin, aquella hermosa mujer de pelo trigueño, sonrisa nacarada y ojos almendrados cambiase la soledad por su amor. Y ahora se enteraba de que Paula no estaba sola, sino acompañada de una cuchara, muy a pesar suyo, mágica. El contenido de la taza de café calentó sus labios y al cruzar la mirada con ésta, notó que, quién sabía, tal vez, si asimilaba la lección, también a él le sería útil. Les sería útil a los dos. ¿Le ofrecería a él la solución a su constancia? ¿Le proporcionaría a ella el galán que ansiaba conocer?

5 comentarios:

silvia zappia dijo...

Tu cuento es delicioso,Albertito, tan delicioso como el guiso!
Yo tengo en mi cocina una cuchara de madera...será como la de Paula y no lo sé!!!!???
Y con esa cuchara podríamos ir al encuentro de Merce y comernos la torta!


Mil besos!

Alberto dijo...

Quién sabe, Rayuela, sólo es cuestión de, de vez en cuando, cerrar los ojos y sonar, sentir.
Seguro que a Merceditas le encantaría eso de paladear tu torta, casi tanto como a mí.
Besos cariñosos y feliz día.

Mercedes Pajarón dijo...

Pues claro que me apunto a degustar la torta de Rayuela, faltaría más!!! No empecéis sin mí!!!

Pero antes, he saboreado esta historia en la que todos los ingredientes, deliciosos, por cierto, están trabajados con tanta inteligencia, sensibilidad y cariño, que sólo podía dar un resultado como éste!

Bien por Albertito! Un besósculo mayósculo, porque te lo mereces!

Susi DelaTorre dijo...

Me ha encantado encontrarte después de las vacaciones, los viajes, las comidas fuera de horas, y los descubrimientos de cucharas mágicas!

Quién conoce dónde está la oportunidad que uno desea con tanto anhelo?

Saludos, Tiflohomero!

brujita dijo...

¡Mágica cuchara, mágica pócima, y mágicas tus palabras Alberto...quizá una brujita se paseaba por tus lineas, pues yo adoro las cucharas de madera, yo las llamo de "palo" así tal cual: "remover la pócima con cuchara de palo" Me resuena a algo ancestral, a fogata, a olla de barro, a toquillas de lana, a mermeladas en frascos empolvados, gallinas y corderos, paja seca, vigas de madera, a piedra y barro, a río y montaña, a bosques...

Besitos volados desde el ayer.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...