jueves, 17 de septiembre de 2009

El reencuentro

No creáis que había dejado a Tiflohomero huérfano, pero las obligaciones del curso ya a pleno rendimiento, me han impedido dejaros mis historias e historietas.
Hoy, por fin, he podido cumplir con este placer que es compartir cosas con vosotras y vosotros que, con tanta benevolencia, me leéis.
Os pongo mi última creación. Es un ejercicio literario para un taller en el que participo y que podéis visitar en
http://eltaller-rayuela.blogspot.com/
Merece la pena.
Que os guste mi pequeña historia.
Y que tengáis buena noche.



¿El murmullo general se diluye y queda en evidencia su suave voz?
No puede ser, eso es imposible. Sus ademanes no concuerdan con ese tono. Ella era un ser brusco en modales, directo en acciones y vivo en el carácter. Por eso su voz no podía ser suave. ¿O tal vez sí? Quizá en aquella ocasión hiciese una excepción y abdicase de sus costumbres.
Señaló con el dedo de forma imperativa y cuando así lo hacía, todos cesaban su cuota de participación en la algarabía generalizada. Así que el murmullo cesó, eso sí.
Elisa se había hecho a sí misma y de ahí su carácter. Había tenido que luchar desde siempre, desde que saliese de su pequeña aldea para buscar un futuro mejor hasta cuando hubo conseguido aquel trabajo de educadora de adultos. Pero algo no tenía duda: había merecido la pena todo aquello.
No se arrepentía de que la hubiesen criticado y tachado de ilusa al principio _¿cómo una hija sin padre en el hogar iba a salir de aquella nada?_. Y la habían seguido criticando ahora por su dureza, por su actuar huraño. Entonces, antaño, sí le importaba, le hacía daño; pero, pasados los años, ya le resultaba indiferente. Ella se sabía resarcida de tanta lucha.
En su camino, le habían acompañado muchas lecturas, una innata habilidad para tejer y una sabia señora, la tía Ignacia, su primera patrona que la acogió cuando arribó a aquella ciudad.
Al tiempo que mantiene su dedo enhiesto, sus ojos brillan. Algo le ha llamado la atención y sí, su voz se ha tornado suave. Ni siquiera ella misma puede creerlo. Se ha quedado en suspenso y eso no puede ser.
En medio de sus siempre bulliciosos pupilos se ha introducido uno nuevo, nunca visto hasta entonces.
¿Qué pinta en su clase? ¿Qué pretende? Y sin embargo la atrae, como nunca nadie lo había hecho. Sus ojos la han ipnotizado, la han magnetizado como si de un imán se tratase.
-¿Quién es usted? ¿Qué busca viniendo aquí? El plazo de matrícula terminó hace un mes y no está contemplada la libre asistencia. Esto no es una conferencia, es una clase regida por unas normas.
-Ya sé. Pero verá. No pude resistir el entrar y comprobar cómo hacía su trabajo.
¡Qué intruso! No tiene derecho a examinarme.
-Lo sé, lo sé. Pero es queusted… tú y yo… jugábamos juntos en Cerezales. No te acuerdas, ¿verdad? Nadie nos quería, éramos los marginados del pueblo y sin embargo, ahora…
-No puede ser. Si tú eras bajito y enclenque y ahora eres todo un hombretón. Es imposible.
El resto de alumnos mantienen un silencio incrédulo pero espectante. Su profe parece ser capaz de emocionarse. ¿Quién lo diría de un ser como ella a quien, sin embargo, le guardaban un respeto reverencial por su rectitud y dotes de enseñante?
-Pues sí, Elisa. Cuando tú te fuiste, me dije que qué iba a hacer entonces yo solo, sin ti. Que bien podría seguir tu ejemplo y salir de allí. Y lo hice. Me enrolé como marino en un barco mercante y, tras comprobar que la mar no era lo mío, me instalé en Ansterdam. Allí puse un negocio de antigüedades y objetos raros, y triunfé. Lo que empezó siendo un pequeño taller se convirtió en una cadena de tiendas de regalos y complementos de lujo. Al fin, no he podido resistirme y he venido en tu busca. Supe de tus andanzas por aquella señora Ignacia, ¿te acuerdas? Resulta que su sobrino ha sido socio mío durante diez años. Al principio, él no sabía nada pero luego me habló de que su tía era buena amiga de otra chica de mi pueblo, qué casualidad. Y me describió a… ti. Si, por increíble que parezca, eras tú y ya desde entonces no he dejado de seguir tus huellas gracias a mi querido Ediberto.
Casi a Elisa le están bailando lágrimas en sus ojos.Ha bajado el dedo índice y ha posado las manos en sus mejillas, a medias incrédulas, a medias ruborizadas.
-Luis… creí haberte olvidado. ¡Tantas cosas han pasado desde entonces! Pero no, siento que no, que siempre permaneciste vivo en mi corazón porque eras el único que me aceptó. Los demás no supieron ver, no quisieron entendernos pero, al fin, nosotros fuimos más fuertes e inteligentes que ellos.
Los alumnos han querido que Elisa y Luis se queden solos, no les quieren robar su reencuentro. Han ido saliendo sin hacer ruido y han cerrado la puerta con sigilo.
Se abrazan, las miradas se dispersan y quedan ellos dos solos con todo un mundo por delante para vivir en común al fin.


1 comentario:

Mercedes Pajarón dijo...

Me gusta, me gusta tu pequeña gran historia...

Un besósculo admiradósculo! Mua

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