martes, 21 de julio de 2009

¿Dónde mirar?


Querría, con este cuentecillo, haceros reflexionar acerca de lo que puede suponer el proceso de adaptación de nuestra rutina familiar hacia otro mundo, seguramente, un mundo mejor, pero al que siempre resulta arduo acostumbrarse.
¿La conclusión? Vosotras la pondréis, pero para mí se basa en que siempre hemos de saber dónde encontrar lo verdaderamente hermoso.



Lucas había sido un niño muy buscado por sus padres. Era la última esperanza de engendrar un varón en la familia Peña Roca, tras cuatro niñas.
Cuando se confirmó que sería aquél que tanto habían deseado, pusieron todas las ilusiones en él.
Pero algo indicó que ese niño, Lucas, por la luz, era diferente, le debía suceder algo. No fijaba la mirada cuando le hacían pitos con los dedos y, a veces, cuando tenía cosas en sus manitas se le caían y no las recogía. ¿qué sería lo que le podía ocurrir a aquel pimpollo?
Sí, por fin se descubrió. Era ciego, no veía.
¿qué hacer, entonces?
Sus padres iniciaron toda una peregrinación médica, lo habitual en esos casos, según les dijeron.
No cabía otra cosa que esperar sino a enseñarle a vivir en un mundo de tinieblas.
El chico enseguida se demostró despierto, de viva inteligencia y aprendió deprisa.
La tristeza de sus progenitores se tornó en orgullo por aquel vástago tan alabado: distinguía a los pájaros por sus trinos, conocía cada andar, se las pintaba solo para inventar historias y el orden era su máxima.
Pasaron los años y a sus oídos llegó la noticia de que se había descubierto el tratamiento que podría curarle.
Inmediatamente, le exhortaron a que se sometiese a él y fuese, por fin, lo que ellos habían confiado que sería.
Pero Lucas albergaba dudas. Tenía miedo de que el nuevo mundo en que debería moverse le resultase hostil, que todos sus hábitos, sus trucos, sus habilidades no le sirviesen. No quería aprender a dejar de ser diferente. Pero, al fin lo hizo; en parte por satisfacer el anhelo de sus bien amados padres, y en parte, porqué no, para experimentar qué se sentía viendo.
Le practicaron la intervención prescrita. Fue bien. Le aplicaron el tratamiento posterior necesario. Fue adecuado y correcto. Y llegó el día en que le levantarían la venda de los ojos. ¿Y qué sintió?
Vio una luz cegadora, blanca, tendría que ir acostumbrándose poco a poco. Todo le parecía extraño, se sentía perdido. Los colores, las facciones físicas, los objetos no eran como siempre los había dibujado su imaginación para percibirlos. Nada era como él creía.
Fueron transcurriendo los días. Aprendió a acostumbrarse a mirar, a perder sus otrora familiares pistas. Sus anteriores referencias, basadas en sonidos y olores, dejaron paso a las visuales: una señal, un cartel, un color de pelo, una expresión…
De siempre le había gustado el mar, su olor a aventura, el sonido de las olas como murmullos de sirenas, la suavidad de la arena. Quiso ahora volver a él y verlo. Lo que siempre había sido suyo, se le mostraría con otra perspectiva, otro sentido.
Pero, qué dilema. ¿Dónde mirar?
En su derredor se extendían multitud de objetos: pelotas multicolores, sombrillas a rayas, niños jugando a constructores de castillos, veleros, cuerpos de mujer, la inmensidad, el horizonte donde mar y cielo se unían. No sabía con qué quedarse, casi sintió vértigo, como una borrachera de imágenes. Y de pronto la vio…
Contempló una estrella, supuso que de mar aunque quién sabía… Estaba aislada en medio de la blancura de la arena y labios de espuma lamían sus puntas. Era de color anaranjado, algo pequeño, casi nada, comparado con toda la panoplia de tonalidades que le asaltaba y sin embargo se quedó prendado de ella.
Sintió, incluso, que le sonreía, que se dirigía a él y que le comprendía.
Vio claro. Supo, sin dudarlo, que no necesitaba mirar más. Que había encontrado, en aquel ser diminuto, discreto, la verdadera belleza.

6 comentarios:

Viperina dijo...

Entro para echar un vistazo y me encuentro con esta maravilla de historia...Es cierto que a veces nos asusta enfrentarnos a lo desconocido, a nuevos entornos, personas, situaciones, pero el tiempo termina poniéndolo todo en su lugar y demostrando nuestras innatas aptitudes para la adaptación. Lo que antes fué desconocido y aparentemente hostil, se convierte en familiar y acogedor, en parte de nuestra vida.
Precioso relato, lleno de matices y enseñanzas, como siempre.
Un besote y sigue disfrutando del verano.

silvia zappia dijo...

Estoy muy emocionada ALberto.
Es maravilloso lo que has escrito.


Mil besos!

Alberto dijo...

Qué alegría, qué sorpresa, Viperina. Tú por aquí en pleno everano.
Me alegro de que estés bien.
Tienes razón: el ser humano tiene una increíble capacidad de adaptación por lo que hay que dejar de lado los mi edos y tirar para adelante. Se puede.
Que, de veras que me alegro de verte de nuevo.
Cuídate, guapa y que disfrutes tú también del veranito.
Besos cariñosos.

Alberto dijo...

Bueno, bueno Rayuela seguro que no es para tanto.
Simplemente quise transmitir lo que una persona ciega siente y cómo es su mundo.
Me alegro mucho de que te haya gustado.
Feliz día invernal para vos.
Besósculos.

Mercedes Pajarón dijo...

Fíjate, Albertito, que yo creo, confío, casi estoy segura de que... no era una estrella de mar.

Otra deliciosa historia con tu sello: originalidad, sensibilidad, profundidad, optimismo, enseñanza...y mucho más.

Vaya, casi se me olvida desearte un felicísimo miercósculo! Claro, escribes estas cosas, y a una se le olvida hasta dar los buenos días, ja, ja, ja! Un besósculo fuertósculo! Mua!

Alberto dijo...

Merceditas, tal vez tengas razón y lo que él vio no fue una estrella de mar, fue una caja de música. jajajajajaj
Felicísimo miercósculo también para ti.
Cuídate.

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