lunes, 13 de julio de 2009

Crónica de un descubrimiento

Hoy me ha dado por evocar esos cuentos que, al amor de las noches de invierno o junto a las hogueras que caldean el frío del desierto en medio de las estrellas nocturnas, se han ido transmitiendo de generación en generación como vehículo de oralidad.
Que os guste y os haga, también a vosotros, soñar.



Cuentan que cuentan que uno de aquellos días en que el abuelo Ramón había ido a buscar a su nieta Isabel, que ya auguraba la primavera, a la salida del colegio, le narró una historia. Uno de esos relatos que a los niños les quedan grabados para siempre y cuando son mayores, ellos también los transmiten a otros nietos.
Cuentan que cuentan que Ramón le habló de que había descubierto una nueva flor. Era una flor que hasta entonces nadie había sabido ver porque se escondía bajo otras plantas de mayor fama y apariencia.
Cuentan que cuentan que fue el primero que se fijó en ella y que desde entonces la había venerado en secreto pues no quería que nadie que no supiese mirarla con los ojos del corazón se acercara a ella y pudiese truncarla, mancillarla. Que su color era un rojo pálido, que sus pétalos eran lobulados y que su tallo era esbelto, de joven núbil. Que se escondía para no ser robada por manos traidoras.
Y cuentan que cuentan que cuando el abuelo Ramón la vio se prendó de ella porque ella era la imagen de su amada. Que cada día iba a mirarla para no sentirse solo porque Susana, la joven de rizos de oro y ojos de luna llena estaba lejos aquel verano.
Que al cabo de los días de fieles visitas se encontró junto a la flor con una joven de etérea belleza que le miró y le habló:
-Sé que quieres tener contigo esta flor que es la imagen de tu amada. Que la has cuidado con el corazón limpio y que, con ella, podrás ganarte el tesoro de su pasión. Quiero que la cojas con tus manos de príncipe, que la acunes y la portes hasta la morada de la que te ha robado los sueños. Si lo haces como yo te indico Susana será tuya.
Y que Isabel, la nieta, cuando le escuchó agrandó sus ojos y so´ñó. Soñó porque su pecho también palpitaba por las caricias de otro joven pero que lo hacía en secreto.
Y que quiso saber dónde había hallado su abuelo aquella flor simpar.
Y que el abuelo, no supo negarle nada a su lucero y que le indicó el lugar, allá en el Paseo de los Castaños.
Isabel aguardó al sábado siguiente. No vivía contando los días que faltaban para su búsqueda. Estaba segura, confiaba.
Y que recorrió la vereda hacia el manantial y que allí vio, no a una flor, sino a un joven galán, a un doncel de gallarda figura.
Y que se acercó a él y al mirarle supo que aquél no le era desconocido, era su prenda, su faro.
¿Y qué vio Isabel que el joven Santiago tenía en sus manos? Sí, aquella flor que tanto se parecía a la que el bueno de Ramón le había descrito.
Y que la recibió, lo mismo que recibió las caricias y el beso de amor eterno. Los pétalos se hicieron promesas y el perfume supo a vida para siempre.
Han pasado ya largos lustros, el tiempo cubrió con su velo al abuelo y Isabel y Santiago tuvieron otra hija, Adela, y que ésta supo de cómo sus padres se unieron. Y que cuidó la planta de la que nacía la flor. Que quiso cultivarla, guardar su memoria y enseñar a quienes la quisieran escuchar que el amor, para que fructifique en lo más bello, ha de basarse en la entrega del símbolo que lo aúne, en algo pequeño pero hermoso, en un regalo que sea la garantía del más hermoso de los milagros.

11 comentarios:

Claudia dijo...

Hola Alberto!
Cuento pleno de milagro y calidez. Gracias por compartirlo, trae aroma a casa de los abuelos.
¡Un abrazo Diosero, de todos los cuentacuentos!Ah! y un café porque aquí hace mucho fresquete!

Mercedes Pajarón dijo...

Albertito, sin palabras me has dejado! Es dulce, cálido, cercano... y de una gran belleza! ¿Cómo haces para crear un cuento tan precioso como éste?
Me ha gustado mucho y me ha emocionado por la sencillez de sus sentimientos!
Gracias por dar luz a mi mañana recién estrenada! Besósculos agradecidósculos! Muaaaaaaaaa!

Alberto dijo...

Gracias, Narradores porque sé que vosotros hacéis precisamente eso: narrar historias a los niños y niñas y a través de ellas prendéis la lallama de la fantasía.
Muchos ánimos para sobrellevar ese invierno austral. Unos ricos mates y una cálida compañía puede ayudaros en eso.
Gracias por dejar vuestra huella como siempre.
Un abrazo y feliz día.

Alberto dijo...

Es que Merceditas, tú bien lo sabes, vuestras huellas me inspiran. Es el acicate que necesito para juntar cuatro letras.
Cuídate y que esa luz de la que hablas sea cálida y estimulante.
Besósculos fraternósculos.
Feliz día de martes vampireado.

Anónimo dijo...

Hola Alberto,

me pase por tu el blog de Margee y por el tuyo hoy para ver de vuestras andanzas y que estuvierais bien.

Te dejo un saludo y un fuerte abrazo.

Ana

Alberto dijo...

Gracias anónima Ana por desear saber que estaba bien. Sí, lo estoy y trato de dejar algo cálido por aquí.
Un beso cariñoso de gratitud por preocuparte de mí.
Hasta cuando quieras, que sea pronto.

Deprisa dijo...

¡Bonito cuento!

La única pega es la voz robótica pero bueno :-) Se perdona.

Un saludo

silvia zappia dijo...

Hermoso cuento, Alberto! Al leerlo recordé las historias que me contaba mi abuelo, me llené de nostalgia....


Un beso,y muchas gracias por tan cálida historia!

Alberto dijo...

¿Deprisa? Bueno, lo importante es llegar.
Sí, se que no es lo ideal esa voz robótica que puede ofrecerse a leer por uno, pero es que el mundo de los ciegos está lleno de voces robóticas que van mejorando, pero no tan "deprisa" como quisiéramos y sin embargo ellas nos acercan a ese mundo de videntes.
Gracias por pasarte por aquí. Que desees volver.
Un abrazo y feliz día.

Alberto dijo...

Rayuela, ése era mi propósito: trasladaros al mundo de los abuelos y ayudaros a soñar.
Si lo conseguí, bien valió la pena.
Besos profesorósculos.

Alberto dijo...

Que tengáis suerte y éxitos en vuestra labor solidaria.
Gracias por querer daros a conocer y estar ahí haciendo de este mundo un hogar más cálido.
Un abrazo y feliz día.

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