Tal vez os hayáis preguntado dónde me habría metido estos días de ausencia o si es que se me habría secado la vena y Tiflohomero se iba a ir marchitando hasta caer en el olvido.
No; no es así. Como ya sabéis estamos inmersos en el año del bicentenario del nacimiento de Louis Braille. Pues bien, impulsado por mí, como coordinador del Club Braille de la ONCE en Madrid, he podido cumplir un sueño, y no sólo yo, sino otros muchos ciegos que, reconociendo la labor de este genio, quisimos visitar los lugares que recuerdan su vida.
Estos tres días, por tanto, han supuesto mucho más que un viaje lúdico a la Ciudad de la Luz. Han simbolizado una peregrinación.
Quiero, en esta primera parte del viaje, haceros llegar mis impresiones relacionadas con los lugares del personaje que abrió las puertas del conocimiento a los ciegos y nos introdujo, con ello, en la Historia.
Me gustaría ser capaz de trasladar la emoción que uno vive al tocar, pisar, sentir. Impregnarse de la sencillez y humildad de lo visitado frente a la grandeza de su legado.
Os prometo poner las imágenes de todo ello cuando me las envíen.
Nos encaminamos al Panteón de Hombres Ilustres de París donde, por cierto se encuentra el péndulo de Foucault que demuestra cómo la tierra se mueve, y bajamos a la cripta donde están depositados los restos de setenta y tres hombres y mujeres de Francia, relacionados con la Cultura, la Literatura, la Filosofía y la Ciencia, y entre ellos los de Braille. Fueron trasladados en 1952 con motivo del primer centenario de su muerte. Hay una reja que protege las tumbas y a su lado un busto con una leyenda en braille que señala el lugar. Delante de sus restos se leyeron unos poemas y en silencio elevé una oración por su recuerdo y agradecimiento.
Acto seguido nos desplazamos al pueblecito de Coupvrai, a unos 40 kms. Al Este de París, casi al lado de Euro Disney. En este lapso de tiempo se hizo un repaso a su vida..
Paramos en el cementerio. Allí nos congregamos en torno a la tumba y guardamos un minuto de silencio. Es un espacio sencillo en cuya cabecera quedaron depositadas sus manos en una pequeña urna, a modo de reliquia. El silencio era sobrecogedor. Un día de sol primaveral, algunos trinos y olores de campo quisieron ser nuestros anfitriones.
Su casa natal después. Una humilde vivienda con tejado a dos aguas, tres alturas, un pequeño jardín en el que se supone que pasó buenos momentos dedicado a experimentar la mejor forma con la que la yema del dedo podría captar la información de la letra impresa y a recuperarse de sus crisis de tuberculosis, que le llevarían a la muerte a los 43 años, y el pozo de extracción de agua son el marco que envuelven las estancias: una sala común donde está la chimenea que le daba calor, la cama donde nació y una mesa que contiene útiles de la vida cotidiana de una familia de artesanos de principios del siglo XIX, además de algunas tablillas con tachuelas que el padre elaboraba para que el niño Louis pudiese aprender a leer mediante letras mayúsculas en relieve. El taller de guarnicionero con zapatos, botas, cuero… Una lezna evoca el punzón que le dejó ciego a los tres años que, paradojas de la vida, sería el instrumento que luego utilizaría para inventar su escritura de puntos salientes. Y la biblioteca, en la que una maqueta nos permite comprender el conjunto y otros instrumentos que anuncian los rudimentos del invento. En todo momento un manso gato fue testigo mudo de nuestra presencia, ¿sería acaso…?
Salimos del pueblo tras pasar por la iglesia en la que fue bautizado y ver un monumento a su memoria.
Tras la comida el Instituto de Jóvenes Ciegos de París, sito en el bulevar de Los Inválidos en el que estudió, fue profesor, tocó el piano y sobre todo creó su sistema de lectura y escritura. Es un centro grande, en el que aún hoy día se siguen impartiendo clases. Mi imaginación se trasladó a aquellos años, evocando ese mismo lugar y pensando en cuán diferentes eran las condiciones de vida de aquellos ciegos. Una profesora ciega nos condujo desde la entrada, el patio interior (donde otra estatua recuerda al promotor de la enseñanza para ciegos: valentin Haüy), el auditorio donde tocaba el piano, la capilla y un aula con la maqueta del edificio además de los primeros libros que hay en braille. De fondo algunos estudiantes, de los 80 que están internos salían de fin de semana.
Terminó aquí un día plagado de emotividad y recuerdos. Después el grupo se dispersó para aprovechar lo que quedaba de día, unos a la Torre Eiffel, otros a la Concordia y el Louvre y otros a descansar. Yo, claro, junto con los otros ocho amigos que íbamos, fuimos a callejear, cenar y tomar una copichuela que celebrase la noche parisina y una promesa: la de mantener viva la memoria de Louis Braille.
domingo, 22 de marzo de 2009
Un sueño hecho realidad
Publicado por Alberto en 7:52 p. m.
Etiquetas: El braille, दे De viajes
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4 comentarios:
¡Madre mía qué viaje más emocionante! Personalmente soy una enamorada de la ciudad de la luz, pero si además de disfrutar del inigualable ambiente parisino, se le añade el visitar lugares cargados de historia y emociones, pues...no se le puede pedir más. Me alegro mucho de que hayas disfrutado de esta oportunidad, de la que guardarás gratos recuerdos para siempre.
Un beso, amigo Alberto.
Pues sí, mira que lo he pensado estos días...¿Dónde se habrá metido Alberto? Lo que menos me imaginaba, era que estabas en París!!! Y además, en un viaje muy especial...
Oye, dime si estuviste en la tumba de Victor Hugo, que es mi escritor favorito!!!! Está en el Panteón, ¿verdad?
Bueno, me voy a leer tu siguiente entrada antes de irme a dormir!
Un beso!
Ay Alberto yo ya tenía remordimiento de consciencia, porque la última vez que supe de tí, estabas en el manicomio...menos mal que no fue culpa mía el que te perdieras! Uf! qué alivio...
Que lindo viaje Alberto!
besitosparisinos
¡Bién venido Alberto! Se te echaba de menos, pero pensé que estarías "liadillo"...Y ya lo creo que lo estabas, casi nada tu viaje a París...¡No es mala época no, para la visita!Me alegro mucho de que disfrutaras a fondo, París bién lo vale.
Besito volado.
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