Bien, con la cara y el espíritu llenos de agradecimiento a Elena, después de ese acto, del que ella habla y fue partícipe (lo hizo fenomenal, por cierto), al día siguiente, me apresté a darme el gustazo de un viajecito, uno más. Se trataba de ir a Vitoria y aprovechar una oferta de la red de Paradores, con motivo de la reapertura de su establecimiento en Argómaniz, en la zona de la llanura alavesa.
Íbamos a emprenderlo ciegos totales, sin ayuda a priori.
Os lo cuento y así os hablo de cómo se las apaña uno sin ver en un viaje.
Ante todo es básica la preparación previa. Como para cualquier persona que emprende un periplo, lo suyo es documentarse, buscar información y luego, en nuestro caso, concertar una visita guiada.
Éste era un viaje sencillo, tanto por la relativa cercanía de Madrid, como por el poco tiempo de estancia.
Nos habían recomendado un restaurante típico, un asador. como llegamos a las 13.30 hs, fuimos en su busca.
Pregunta que te pregunta por la zona del parlamento vasco. Sigan por allí (¿cómo por allí, no nos señale con el dedo, indíquenos), cuando lleguen al Corte Inglés giren a la derecha (¿y cómo sabemos cuándo llegamos a él? Díganos cuántos cruces nos quedan…).
En fin, que nos encontramos con un colega de infortunios visuales, que no ciego total y nos llevó al restaurante de marras. Nos acomodamos, la cosa tiene buena pinta: pedimos sin reparos que hay que darle un gusto al paladar y al cuerpo. Ay ay, eso de no leer la carta y no ver los precios… llega la hora de la cuenta y casi recuperamos la vista del susto. Parece que, sin más ni más, nos habían dirigido al restaurante más caro de la ciudad. Que no se diga que los ciegos se cuidan mal, otra cosa es cómo se cuidó el bolsillo.
Habíamos quedado con la empresa de guías en la puerta de la oficina de turismo. Llegamos a ella, echamos la mano a la puerta y hete aquí que nos encontramos con que tiene el cartelito en braille. Nos hicieron chirivitas los dedos, que uno no está acostumbrado a estos lujos.
Durante dos horas paseamos por el parque de la Florida, la plaza de la Virgen Blanca, la plaza de España, las murallas, la catedral y algunos palacios renacentistas.
Pudimos tocar la estatua de don celedón, personaje representativo de las fiestas, vestido con su boina, su paraguas y su bota de vino al cinto.
Evoqué el libro “A la sombra del templo” de Toti Martínez de Lecea.
Al final del recorrido, no faltó la visita obligada a una confitería con la solera del último tercio del siglo XIX, en la que tuve ocasión de comprar los vasquitos y las nesquitas, unos chocolates deliciosamente espectaculares.
Tomamos un taxi y nos aprestamos a hacer efectiva la reserva en el parador.
Previamente, les habíamos mandado un correíto anunciando nuestras necesidades: carta del restaurante en braille y habitaciones cerca del ascensor.
Estaba todo dispuesto y en orden.
La cena exquisita y más tras haber podido elegir por nosotros mismos el menú.
Y a dormir en medio de un silencio y una temperatura increíbles.
Al día siguiente a desayunar. Si elijo paradores a la hora de viajar es por sus atenciones, en general, irreprochables, con la familiaridad que ya no se estila. Y esta vez, mis expectativas no se vieron defraudadas, en absoluto.
La camarera nos sedujo con la variedad de viandas (no quiero poner los dientes largos…), tanto que nos resultó imposible negar sus tentaciones y relegar el almuerzo para otra ocasión.
Claro, había que investigar el entorno, rebajar los excesos del desayuno: allá que nos fuimos por una carreterita secundaria. Le dijimos al señor de la recepción:
-No se preocupe, que si nos perdemos, ya preguntaremos
-Ja, si se encuentran con alguien……
Con la referencia de una oportuna rama (no se sabe de qué especie de árbol) que sobresalía y el ruido del tráfico a lo lejos, pero siempre a la izquierda, allá que nos fuimos hasta Echevarri, el siguiente pueblo.Era verdad, no pasaba nadie y a los pajaritos que nos obsequiaban con sus trinos, no parecía posible preguntarles.
Por fin, se detiene un coche. Qué detalle pararse a saludarnos.
-Oiga, a usted le conocemos.
-¿A mí? Imposible.
-¿No trabaja por la zona de Estrecho en Madrid?
-Sí, sin duda que así es, pero…. Cómo es posible.
-Pues sí, le hemos visto pasear varias veces por Bravo Murillo.
-No puede ser, es increíble. El mundo es un pañuelo y nosotros… (los mocos, con perdón o sin él). Y ya que estamos ¿queda mucho para el pueblo?
-No, no; ya casi estáis. Seguid un poco más. No tiene pérdida.
Y así es, un trecho más y oímos las campanas de la iglesia que tocan a misa.
Regresamos a buen paso, pensando y comentando lo fácil que es ese paraje para un ciego, lo bien que puede estarse unos diítas y nos damos el capricho de tomarnos la inevitable cerveza con limón en la terraza.
Ya de vuelta, para pagar y regresar a la estación de autobuses vitoriana, se me ocurre meter la pata en un hoyo de una farola. Tiene narices que no luces (lo digo por este cegato), menos mal que la fortaleza muscular, ganada en jornadas de senderismo, evita el esguince.
En resumen, que fue un fin de semana estupendo, con la satisfacción de haber aparcado mi frustración viajera, con anécdotas y con el trato exquisito de quienes vieron en nosotros a unos valientes.
Y, de paso, saco material para contaros humoradas por aquí y que os haga sonreír.
A la vuelta, en el autobús, se incluye la merienda y otras atenciones. Al llegar a destino, la simpática azafata se pasa y me dice:
-Tenga, un obsequio de recuerdo.
-¿Qué es, guapa?
-Una petaquita muy mona.
-¿Una qué…?
-Sí, una botellita de adorno.
Ah, han debido saber que viajaría un ciego y han pensado que como más ciego de lo que voy, no iba a ir, pues que bien valdría la botellita de marras. El licor ya lo pongo yo, que sea de hierbas, por favor.
lunes, 22 de junio de 2009
Impresiones de viaje a Vitoria
Publicado por Alberto en 11:52 p. m.
Etiquetas: दे De viajes
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8 comentarios:
Me alegro de que estés viajando tanto últimamente. Un abrazo.
Gracias Ana, sabes que es algo que me gusta y a través de lo cual uno aprende mucho.
Feliz día.
Besos.
Hombre, lo de la petaca es un detallazo, teniendo en cuenta que no vas a sentarte bebido al volante, jajaja!!! Me alegro mucho de que lo hayas pasado tan bien, y respecto a la comida, qué me vas a contar...aparte de por otras muchas cosas buenas, los vascos somos famosos por nuestro buen comer, así que difícil es marcharse de aquí sin haber disfrutado de una buena mesa.
Ahora con el buen tiempo casi no paro por los blogs, pero como puedes comprobar, no me olvido de hacerte una visita de vez en cuando...
Un besote y disfruta del veranito, amigo.
AAAAHHHH Viperina, cuántop me alegroooo de saber de ti.
Disfruta del verano tú también, lo mismo que tu gente.
Y sí, sí; se come de lujo en tu tierra. Así que uno se vicia y desea volver para disfrutar de esa tierra tan bonita y acoegora.
Besos cariñosos.
Feliz día
Como me alegro Alberticooo! que envidia mas sana jeje.
Tenemos una comida pendiente por los cumples eee que no se te olvide. Bueno y muchas mas que vendran claro...
Un besazo enorme!
Vaya, Albertito, dan ganas de ir por allí!!! Si algún día me animo, y después de haber desayunado como debe ser, haré esa misma excursión y saludaré a esa rama amiga de tu parte!
Un besósculo excursionósculo!
PD.- Por cierto, la anécdota del coche no tiene desperdicio, jua!
Claro, querida Nana que tenemos pendiente esa comida cumpleañera de las buenas.
Sé que te alegras y que habrás sonreído con mis cositas.
Feliz día para ti.
ánimos que tú puedes con ese trabajo que haces cuidando ciegotes (lo digo por mí).
Feliz día
Ya supongo, Merceditas que visitarás a esa rama. Dale recuerdos, lo mismo que a los pájaros que nos amenizaron el paseo.
Y eso de encontrarse con conocidos por los caminos...
Feliz día de fiesta.
Cuídateeeee
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