De c´´omo debemos respetar el legado de nuestros antepasados.
EL AMULETO
---Hijo mío, a partir de hoy, sobre tus hombros pesará la responsabilidad de velar por la continuidad de la familia. Te hago entrega del objeto que ha llevado nuestra estirpe como símbolo del lazo que nos une y protege. Cuando padre nos fue arrebatado por las fauces del mal, aquella inclemente noche de invierno, estuvo a punto de perderse, quebrándose con ello, nuestro destino. Pero tu tío, consciente de su deber, hizo oídos sordos a la llamada del corazón y empleó las pocas fuerzas que le quedaban en luchar contra una horrible bestia negra como la pez, mugiente como el peor de los volcanes, y malvada como el más diabólico de los demonios, que estaba tragándoselo. Sin hacer caso de la pena que inundaba su alma, sabiendo que tu abuelo Gonzalo estaba perdido, cogió el machete, del que tantas veces habían dispuesto para desollar venados, cercenó con habilidad su cuello para aferrar el diente de jabalí que ahora es tuyo. Tu tío mató por él y lo conservó como debía. Ahora eres tú quien debe hacer lo mismo, pues sino, no sólo tú morirás de hambre, sino que contigo perecerá nuestro ilustre clan. Jura, por el honor y el reposo de tu espíritu, que aceptas y serás merecedor de llevar el apellido de los Yáñez.
Con estas terminantes palabras, el joven Lorenzo, como había sucedido en tantas otras ocasiones, pasó el umbral de la niñez, para convertirse en hombre y huardián del amuleto.
Qué poco sospechaba el regalo que le tenía reservado su padre, aquella mañana. Se había levantado alegre y despreocupadamente, sabiendo que sería el centro de la familia. Sus hermanas, mayores que él, casadas ya con mejor o peor suerte, vendrían a verle y le traerían bonitos presentes. Por una vez, no sería su padre quien saborearía el mejor bocado del sabroso asado que su madre tan bien sabía cocinar. Y quizá, porqué no, la Rosa, aceptaría por fin sus halagos y le respondería con su mismo amor.
Todo había transcurrido como pensaba hasta que finalizado el banquete, antes de que empezase el baile y las chanzas de los invitados, el cabeza de familia se había puesto en pie, reclamando la atención de todos, escanció un líquido pardusco y espeso, primero en la copa de su hijo y luego en la suya. Así, después de recordar cómo había ido creciendo su querido niño y las esperanzas que depositara en él desde el principio, pronunció las palabras mágicas, con una voz que pronto perdió el aire nostálgico, para pasar a ser solemne y casi amenazadora, deseando con todo el alma, no ser defraudado.
La madre, viendo que Lorenzo flaqueaba, pidió al esposo que explicase la razón del solemne juramento que exigía de su hijo, al tiempo que depositaba su cálida mano en sus hombros, como queriendo traspasarle la fuerza de la gran Madre de todos, la fuerza de la vida.
Lorenzo notó que un nuevo calor penetraba en sus huesos y se vio impulsado a escuchar de labios de su padre, algo que en ese momento empezaba a presentir. NO sabía qué significaba el calor que le estaba inundando, pero parecía que además de bienestar, le traía la sabiduría de sus antepasados.
Con un tono más amable, el padre, con su mirada fija en el licor que aún no había catado, contó lo que a él, otro día como aquél, también le contaron:
---Hace muchas generaciones, en el principio de los tiempos, cuando los hombres eran capaces aún de luchar con los gigantes y disfrutaban de una libertad hoy perdida, cuatro sabios adivinaron lo que pronto sucedería: los grandes animales desaparecerían y obligarían a los humanos a establecerse en aldeas estables. Dependerían de la magia de las mujeres, como portadoras de la vida, dejando de ser fuertes para convertirse en exclavos del ganado y la tierra, obsesionados por las comodidades, perdiendo el vigor para enfrentarse a los gigantes. En fin, serían vulnerables. Esos cuatro hombres se resistían a dejar una época mítica que, sin embargo se les escapaba. Después de varias lunas de discusiones, acordaron que, al menos las cuatro familias que fundarían, bajo la protección de otros tantos animales poderosos, no perderían la auténtica libertad, no sometiéndose al debilitamiento de la especie, que llegaba como los aludes en la primavera. Cada una de las familias se alejaría a lugares distantes y se pondrían bajo la protección de los colmillos del tótem al que se acogían. Los gigantes les ayudarían a capturar los dientes del león, el lobo, el oso y el jabalí, y los endurecerían con el fuego de la cueva sagrada. Mientras los conservasen, serían verdaderamente libres y no carecerían de alimentos, por mucha escasez que padeciera la Tierra.
Ese colmillo, es el que ahora pasa a ser de tu propiedad. ¿Comprendes ahora el significado de mis palabras, aceptas jurar?.
Lorenzo acerca la copa a sus labios y la apura de un trago. El fuego de la madre se mezcla con la experiencia del padre y el hasta hace poco, joven, frota el colmillo, haciéndolo definitivamente suyo, hasta que su amada le dé otro hijo como e´l y se haga merecedor de su herencia.
lunes, 1 de octubre de 2007
El honor de la familia
Publicado por Alberto en 7:24 p. m.
Etiquetas: Relatos
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3 comentarios:
Estoy alucinando todavia, necesito mas tiempo para leer detenidamente el blog, ya te contare mas despacio y te dejare mis comentarios mas reposadamente.
Maravilloso ejemplo a seguir el tuyo Alberto.
los legados..los pilares..la familia..quien le tiene le desprecia y quien no la tiene la anhela..el amor y la union deberian ser el principal amuleto en estos dias de tantas atribulaciones..hermoso relato amigo Alberto!
Alberto, me ha encantado tu blog, ya que esta abierto a distintos intereses, espero dejar por alli un poemilla regalon, pero me llevara algun tiempito entender como se hace ya que no se por que, pero soy un poco torpe para los blogs.
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