jueves, 18 de octubre de 2007

Los sueños pueden teñir la realidad.

¿Y por qué no puede suceder que lo que soñamos pase a formar parte de nuestra realidad? Sólo hay que tener fe e ilusión y sino veamos lo que le sucedió al protagonista de mi historia.



LA FRUTA MÁS APETITOSA


---No digas bobadas, Juan. No nos quieras hacer creer que los sueños se cumplen. Eso son milongas y chaladuras de antaño.
Así me decía, con su vehemencia habitual, Rita, mi compañera de ventas, abogando por el pragmatismo y la postura de tener siempre los pies en el suelo.
Yo, por mi parte, de naturaleza sensible y romántica, defendía el poder de la imaginación y la fantasía, por lo que replicaba de la siguiente guisa:
---NO es ninguna tontería. Si como tú dices, los sueños fueran bobadas, no habrían sido objeto de estudio de intelectuales y artistas de los más variados géneros, ni habrían alimentado las vidas de las gentes. Te recordaré la frase que dice: “La belleza es de aquéllos que creen en la certeza de los sueños”.
Esa era la tertulia que habíamos establecido los habituales del café de media mañana que, gracias a la generosidad de don Antonio, saboreábamos con deleite, pese a ser una especie de aguachurri por su procedencia. al tiempo nos estimulaba para afrontar el final de la jornada.
Nuestro departamento es envidiado por el resto de empleados de Azulejos Tablón, la empresa que empezara como un pequeño taller artesano y que había terminado siendo una de las grandes del sector, por el buen ambiente que hay. Se lo debemos a él. Un viejecito respetado por su bondad paternal y que se mantiene en el puesto por haber sido amigo y protector del genial creador de la idea. Eso era lo que le salvaba, pues los jóvenes, como Rita, pensaban que era hora de jubilarlo y dar paso a la juventud, con sus ordenadores, sus estudios de mercado y el máximo beneficio sin escrúpulos.
El tema había salido porque Boni, el intelectual de nuestro grupo,comentó lo mucho que le había impresionado la lectura de Freud, a cerca de la Interpretación de los sueños. Otro grupito, él de los fumadores, charlaba despreocupadamente de los cotilleos del día, del último lío de faldas de la famosa de turno y cómo no, del favoritismo de los árbitros hacia el Madrid. Al fondo, el noticiero radiofónico anuncia la operación de los alíados contra Irak, denominada Tormenta del Desierto. Es 17 de enero de 1991. Interrumpimos el debate sobre los sueños para escuchar la noticia. Unos y otros retomamos la tarea, temiendo lo que sucederá.
Por la tarde, en casa, cómodamente repantingado en el sofá, la tele no habla de otra cosa. El rojo relampagueante de los misiles hiere mis ojos, soldados de uno y otro bando son arengados por los prebostes del mando, mientras juegan a sus estrategias de papel y a sus cálculos de pérdida de vidas humanas. ¿Cuántos inocentes sufrirán, cuántas madres y esposas perde´ran a sus seres queridos¿. Y todo por la tan traída y llevada razón de Estado. Los párpados se me cierran…


Juan asiste a una fiesta en la jaima, a la sombra de las palmeras. Unas danzarinas de extraordinaria belleza se contonean al son de la suave música, despojándose lentamente de sus gasas y velos. La luz es tenue y el rumor de una fuente lejana, embelesa los sentidos. Rosales y jazmines inundan con sus olorosas fragancias el ambiente. Las mesas están repletas de ricas viandas, de sabores y olores exquisitos, pastel de sésamo, cordero almizclado, pastelillos, sorbetes y frutas de lo más variado. Con voz armoniosa y susurrante, alguien recita esta estrofa: “---
Dame tu cuello de gacela mujer hermosa, alárgalo hacia mí, que la vida se va. Extiéndeme tus labios de miel y tus dientes brillantes, que la vida se va”.
Esos versos acariciaban sus mentes, como la bebida sus corazones. Era fácil enamorarse de la felicidad.
Podría decirse que era el paraíso. Todo es refinado y sensual.
Un fugaz instante de turbación empaña esta dicha. Un joven de apariencia indolente y despreocupada atrae su atención. Sus ojos son llameantes y la violencia reprimida pugna, rebelde por liberar su energía. Cuando Juan está a punto de coger la mano de una de esas uríes de cuerpo de ébano y labios de rubí, suena un persistente y odioso dindon, dindon. Alguien llama a la puerta.


---¡Maldita sea!. ¿Quién será?. Voy a ver quién me ha jorobado la siesta. ¡Lo que faltaba, no hay nadie!. Cuando regreso al salón, indignado, mis ofos tropiezan con una granada. Es roja, redonda, voluptuosa, tentadora. El deseo mi impulsa a saborearla con apetito, sus petitas encarnadas y dulcísimas, evocan a mi mente imágenes excitantes que no sé de dónde proceden. Pero sobre todo esa granada me parece la fruta más apetitosa

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los sueños que bonitos son y que reales parecen algunas veces, ojala se cumpliesen pero.....
A mi me gusta soñar despierta, imaginar cosas que me gustarían que ocurrieran y ver como puedeo cambiar las cosas para que eso se produzca.

Saludos alberto, eres especial

Anónimo dijo...

Aqui dejando huella..mi querido amigo..me transportastes a mi ni#ez absoluta ..a la vida en el campo con mi abuela y el gran arbol de granadas...que belleza poder tener vivencias empapadas de magia ..tu relato me elevo a epocas de mucho amor..te dejo un abrazote!!!

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