Con la historia de este minero os transmito mi opinión acerca de en qué estriba la verdadera sabiduría.
EL MINERO
Saber, ¿y yo qué sé, qué es eso?. Todo el mundo habla y habla, pero al final nadie se pone de acuerdo. Cuando era pequeño mi madre, pobre madre, hija del pueblo y de la miseria, me decía:
---Hijo mío, lee mucho y ves a la escuela para que no te pase lo que a mí.
Yo ni la entendía ni le hacía caso, preocupado por coger los huevos de los nidos y cazar lagartijas para cortarles el rabo.
Pasaron los años y me dediqué a socavar las entrañas de la tierra. A la vez que martilleábamos sus paredes para robarle las vetas de mineral, los hombres, embrutecidos sólo querían saber si al cabo de la jornada volverían a ver la luz. Hablábamos poco y comíamos de las tarteras acuciados por el miedo a las explosiones de ese misterioso gas. Eso sí lo sabíamos, en cuanto retumbaran los tambores de la hecatombe había que salir corriendo. No sabíamos nada más, ni tampoco nos importaba.
Pero poco tiempo después se incorporó un hombrecillo enclenque, flacucho y de rasgos afilados, pero de mirada febril. Venía a sustituir al Antonio que no había podido aguantar más y se había largado, abandonándolo todo. Éste si que era un buen chaval. Joven, cumplidor y responsable. Pero tenía un defecto, era soñador y soñaba con llevar a su chica a vivir en la playa, a una casita blanca, rodeada de macetas y gaviotas que les acompañaran en su viaje en busca de la felicidad.
El caso es que el nuevo compañero quería aleccionarnos para que aspiráramos a algo más. Nos léia cosas con palabras que no entendíamos pero que, sin apenas darnos cuenta, iban calando en nuestras mentes, como la humedad calaba nuestros huesos. Palabras que hablaban de condiciones de trabajo, de un nuevo orden, de libertad y de utopías. Con todo ello fue sembrando en mí, la semilla del deseo por cambiar de vida y por conocer más. En fin, ahora sí, que´ria hacer caso a mi madre.
Dejé la mina y me trasladé a la ciudad donde llevaban el mineral que arrancábamos a la tierra, pero lo que no dije es que quería aprender porque eso habría sido malo.
Conocí a muchas gentes y empecé a ir a la escuela.
Me veía raro con la cartera y los libros pero me negué a hacer caso de ello. Volví a ser ladrón, pero ahora robaba horas a mi descanso para seguir hacia delante. Me encerré en otro mundo, el mundo de las letras y los conocimientos. También quería correr, pero no por miedo sino por ansia.
Acabé sabiendo lo que tantos otros habían querido legar a los seres humanos, pero nunca olvidé que la generosidad no depende de que se posean más o menos datos sobre ciencia, cultura o filosofía. Depende de la calidad del alma que tenga cada pser humano. Supe del amor de mi madre, del Antonio y del de la maestra que me guió en el camino del conocimiento. Pero también supe del odio y miserias del capataz en la mina, del joven que rompía los huevos de las palomas y de la casera que gritaba al pobre don Manuel que chocheaba, sumido en las batallas de una guerra que tantos muertos trajo.
Y, ¿por qué me acuerdo ahora de todas esas cosas?. Acaso será porque en la tele han hablado de personas que llegan, como yo llegué una vez, soñando con una nueva vida y un nuevo saber. Son personas de otro color y otras tierras, pero seguro que ellos también saben cosas, aunque no lo crean.
Riqui, ponme otro vino, a la salud de todos ellos, de todos los que luchan por su futuro y que la nostalgia no me venza ni ahogue mis recuerdos. Y a la salud del Antonio que, ojalá haya podido construir su casita junto al mar.
viernes, 19 de octubre de 2007
El verdadero saber
Publicado por Alberto en 7:50 p. m.
Etiquetas: Relatos
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