sábado, 30 de enero de 2010

Historia de la cerilla/fósforo

Recuerdo de niño cómo me gustaban las cajetillas de cerillas por las imágenes que se ponían en ellas. Incluso tuve la idea de coleccionarlas.
Luego aparecerían los mecheros varios para encender la cocina de casa y las cerillas fueron relegadas, además de que mi vista ya no me daba para seguir con esa afición infantil.
En fin, vaya aquí la historia de la cerilla, al tiempo que os invito a que recordéis conmigo.
Que estéis teniendo buen día de sábado.


El HOMO ERECTUS, predecesor del hombre actual, descubrió casualmente el fuego gracias a la fricción de dos palos entre sí, pero pasaría un millón y medio de años antes de que John Waiker, un químico británico, produjera el fuego instantáneo con la fricción de una cerilla contra una superficie áspera. Irónicamente, hoy sabemos más acerca del HOMO ERECTUS que de John Waiker, que también hizo su descubrimiento de una manera accidental.
En el año 1669, un alquimista de Hamburgo, Hennig Brandt, consiguió el elemento llamado fósforo. Robert Boyie, en el año 1680, ideó un pequeño cuadrado de papel muy áspero revestido de fósforo, junto con una astilla de madera, cuya punta era de azufre. Cuando se frotaba la astilla contra el papel plegado, producía una llamarada, y con esto se consiguió la primera cerilla química.
Sin embargo, el fósforo escaseaba en aquellos tiempos, por lo que las cerillas, llamadas también fósforos, quedaron relegadas a la categoría de novedad costosa y fabricada en cantidad limitada. Desaparecieron antes de que la mayoría de los europeos, que encendían sus fuegos con chispas desprendidas del choque del pedernal contra el acero, supieran que habían existido.
En el año 1817, un químico francés demostró ante sus colegas de la universidad las propiedades de su “cerilla etérea”, que consistía en una tira de papel tratada con un compuesto de fósforo, que ardía al ser expuesto al aire. El papel combustible se encerraba herméticamente en un tubo de cristal, en el que se había hecho el vacío. Este tubo era la «cerilla».
Para encenderla, se rompía el cristal y, apresuradamente, se aprovechaba el fuego, puesto que la tira de papel sólo ardía unos instantes. La cerilla francesa no sólo era etérea, sino también efímera, y lo mismo ocurrió con su popularidad.
Un día del año 1826, Waiker, propietario de una farmacia en Stocktonon-Tees, se encontraba en un laboratorio que tenía en su trastienda, intentando crear un nuevo explosivo. Al remover una mezcla de productos químicos con un palito, observó que en el extremo de éste se había secado una gota en forma de lágrima. Para eliminarla en el acto, la frotó contra el suelo de piedra del laboratorio, y entonces el palo ardió y en aquel mismo momento se produjo el nacimiento de la cerilla de fricción.
Según el diario de Waiker, el glóbulo formado en el extremo del palito no contenía fósforo, sino una mezcla de sulfuro de antimonio, clorato de potasio, goma y almidón. John Waiker fabricó entonces varias cerillas de fricción de unos siete centímetros de longitud, que encendió para diversión de sus amigos, haciéndolas pasar con rapidez entre las dos caras de una hoja doblada de papel muy áspero. Nadie sabe si John Waiker intentó alguna vez capitalizar su invención. Lo cierto es que nunca la patentó. Sin embargo, durante una de sus demostraciones en Londres, un observador llamado Samuel Jones, comprendió el potencial comercial del invento, y decidió dedicarse al negocio de las cerillas. Jones puso a sus cerillas el nombre de Lucifer. Aquellas astillas inflamables entusiasmaron a los londinenses, y los registros comerciales demuestran que, después de la aparición de las cerillas, se aceleró considerablemente el consumo de tabaco de todas clases. Pero n aquellos días, debido a las emanaciones al encenderla, era la cerilla, y no el cigarrillo, lo que se suponía peligroso para la salud.
Los franceses juzgaron tan repelente el olor de las cerillas británicas, que en el año 1830 Charles Sauria, un químico de París, eliminó el olor de la cerilla y prolongó su tiempo de combustión, pero involuntariamente causó lo que casi fue una epidemia mortal, debida a las características muy venenosas del fósforo.
Las cerillas a base de fósforo se fabricaban en grandes cantidades, y cientos de obreros de las fábricas presentaron una necrosis que afectaba a los huesos de su cuerpo, en especial los de la mandíbula. Los bebés que chupaban las cabezas de los fósforos presentaban este síndrome, que causaba deformidades en su esqueleto. Y frotando las cabezas de un solo paquete de cerillas se conseguía fósforo en cantidad suficiente para cometer un suicidio o un asesinato.
La Diamond Match Company presentó, en el año 1911, la primera cerilla no venenosa. El producto químico inofensivo utilizado en ella era el sesquisulfuro de fósforo y, como gesto humanitario, la Diamond cedió los derechos de su patente para permitir a las empresas rivales la fabricación de cerillas igualmente inofensivas. La cerilla Diamond consiguió elevar el punto de ignición de la cerilla en más de cien grados, y los experimentos demostraron que los ratones no se dejaban tentar por las cabezas de cerillas, aunque ya no fueran venenosas, aun en el caso de que estuvieran muriéndose de hambre.
La cerilla de seguridad fue inventada, en el año 1855, por el alemán Antón von Schrotter, profesor de química. Difería de las demás de su época en un detalle significativo: parte de los ingredientes combustibles, todavía venenosos, se encontraba en la cabeza de la cerilla, y la parte restante en la superficie de fricción de la caja.
La Diamond Match Company trasladó la superficie de frotación a la parte exterior, consiguiendo con ello un diseño que durante noventa años se ha mantenido invariable. La fabricación de estas carteritas de cerillas se convirtió en un próspero negocio en el año 1876, cuando una empresa fabricante de cerveza encargó más de cincuenta mil unidades para anunciar su producto.
El volumen de este pedido obligó a crear una maquinaria para la fabricación masiva de cerillas, las cuales eran previamente tratadas, secadas, reunidas y montadas manualmente en las carteritas que las contenían.
El pedido de la fábrica de cerveza inició la costumbre de anunciarse en las carteritas de cerillas, que presentaban las ventajas de su reducido tamaño y su bajo precio.

1 comentario:

brujita dijo...

¡Muy interesante!...Desconocía absolutamente los avatares por los que tuvo que pasar la cerilla hasta conseguir ser tan popular. Yo recuerdo como me divertía con mis hermanos haciendo cohetes que subían a toda velocidad hasta el techo del salón...con el consiguiente enfado de mi madre.

Besitos volados.

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