domingo, 17 de enero de 2010

El loro de don Romualdo

A cuenta de san Antón, patrón de animales y animalejos (ppor cierto, felicidades), se me ha ocurrido esta nueva chaladura.
Buen domingo, ya casi terminado para todas y todos.


-Pero miren a don Romualdo, si resulta que ahora se ha echao un loro, quién lo iba a decir. Y qué pinta saca.
-Ay, hija; Paca. No seas criticona. Si el pobre, tan solo como está, se ha querido dar ese capricho, pos que me paice mu, pero que mu, bien.
-Bah, Maruja; tú siempre sacándole la cara al Romualdo.
-Pos mejor será que le saque la cara que no la lengua como otras.
-Bueno, bueno; señoras comadres déjense de chanzas y que el buen señor que se entretenga y goce de alguna ilusión.
De esta guisa hablaban en la calle, junto a la carnicería del Tomás, la mujer del alcalde, la estanquera y el maestro. Es octubre y mientras otros hablan de las pocas setas que este año se van a coger por la sequía o de los políticos de turno, ellas no habían podido resistirse a comentar el suceso.
Resulta que el objeto del chismorreo era el secretario del pueblo que había tenido que renunciar a su profesión a resultas de unas fiebres tercianas y la ceguera que éstas le habían dejado como secuela.
Siempre había sido un hombre cordial, tratable y de buen porte, pero desde la ceguera andaba que no terminaba de levantar cabeza así que un colega, deudo de él por haberle ayudado en la oposición, no tuvo mejor ocurrencia que la de regalarle el mentado loro.
El animalejo se decía con pedigrí y proveniente de allende el mar, algo asilvestrado por sus alerías, que no correrías, pero que podía ser promesa del acicate buscado. Lo importante era que el otrora probo funcionario encontrase el estímulo pretendido.
Su amigo, cuando se lo trajo, le quiso convencer de que le entrenase en el habla, que le dejase leer el diario y que, quién sabía, a lo mejor hasta, subido en su hombro, podría ir guiándole en sus paseos al café de La Torda.
Habían pasado los meses y el resultado parecía haber satisfecho la intención primera. Era cierto, habíanse requerido muchas horas de entrenamiento y paciencia pero, nada, que había merecido la pena. Al menos, era eso lo que no se cansaba de decir el ilustre adiestrador de loros contando sus batallas con Perejil, que así le había innominado por el verdor de su plumaje, aunque alguien diría después que por el tono inflamatorio del verbo empleado por el parlanchín.
El acontecimiento de la presentación en sociedad tuvo lugar diez días antes, coincidiendo con la fiesta de la Hispanidad. La aparición fue espectacular: don Romualdo con su mejor traje y apostura; en su hombro, el bicho tocado de un elegante sombrero de copa y con el pico curvilíneo reluciente, como recién lustrado. En las patas unas campanitas tintineando al paso. Vamos, toda una maravilla prodigiosa . Se oía cómo éste graznaba:
“Recto, recto, para, para, sube, tuerce.”
Un silencio profundo se adueñó de la plaza que daba acceso a la iglesia. ¿Cómo podía ser? ¿Un demonio hablador? Y al subir la escalinata, que no pocas veces había causado estragos en jóvenes casaderas compuestas y sin novio o patinazos en días de lluvia y nieve, ¿se la indicaría sin tropiezos ni tropezones?
Más de un bribón hizo sus apuestas malévolas.
Y sin embargo, sí; el protagonista culminó con éxito su debut.
A la salida de la misa, no se comentaba otra cosa y, unos y otros, con mejor intención o peor envidia, felicitaban la hazaña.
Un coro expectante se formó en torno a don Romualdo pidiéndole, implorándole detalles del asunto.
-Pues fíjense, señorías que cuando mi buen Carlitos me trajo este bicho, yo pensé que era un error, pero ¿qué quieren? Con el tiempo le tomé cariño y, además es que me ha dado la alegría que creí perdida para siempre. No les negaré que, hasta que nos conocimos bien, hubo más de un sobresalto. Ahora ya sé que para tenerle contento he de darle gajos de naranja pelados, eso sí que sean dulces y buenas, no de las de zumo. Y tuve que convencerle de que me leyese todo, no lo que a él le apeteciera. Bueno, al principio, pensé que es que no sabría hacerlo. No, no; lo que sucedía era que sólo picoteaba, esto… verbalizaba lo que a él le salía de los penachuelos. En fin, que oigan, que estaba muy bien que me contase las vainadas de sociedad, pero yo quería saber otras cosas. Bueno ya nos vamos entendiendo, ¿verdad, amigo Pere?
-¿Y cómo se las ha arreglado para traerle hasta aquí sin titubear? _así inquirió el boticario, él siempre tan práctico_.
-Ah, eso lo hace con los apéndices brujuliles veteados de azul. Según nota el terreno con las alas, así me dice. Un genio, digan que sí.
-¿Y esas campanitas?
-Uy, eso es lo mejor. Cuando ve a una chica guapa, bien puesta, me lo hace notar sonándolas como si zapatease, en su caso, garrease. Y no vean cómo me pongo yo de…
-Oiga, oiga; don Romualdo, ¿cómo es? Usté siempre tan formal y tan serio, y ahora tan picarón.
-Es que, hija lo que uno no ve, tiene que imaginarlo y…
-Vengan, elevó la voz el alcalde. Paga e municipio una colación a cuenta de este portento.
-Y al loro, ¿qué le daremos?
-Uy, él es experto en degustar almejas, aparte de las naranjas dichas y si le ponen un dedal de ron, ya ni les cuento. Igual hasta se despluma y nos aletea un chotís. Tiemblen, tiemblen señoras.
Todos, en procesión, se van para la cantina. El cantinero, Agustín, feliz por el negocio; la parroquia, alegre ante el festín; y el mejor, Perejil, que se ha abaritonado y muchas querrían que les campanease con sus patas orladas de rojo.
Y detrás de una columna, un desconocido toma apuntes de semejante algarabía. Ese día ya tiene el sustento ganado. A ver si se cree el cretino de su jefe, el director del Correo liberal, que él no anda alerta a la caza de las mejores noticias. Y ese domingo, lo que ha cazado ha sido un loro.

4 comentarios:

Mercedes Pajarón dijo...

Bah, Albertito, sencillamente genial!! Es original, ingenioso...¡Me he divertido muchísimo! Y yo quiero un loro así, con sus campanitas y todo!!

Veo que el fin de semana te ha sentado de maravilla...Pues espero que sigas la buena racha esta semana que empieza mañana. Besósculos todavía domingósculos! Mua!

silvia zappia dijo...

Magnífico,Alberto!!!! Realmente magnífico!!!
Pintura excelente de situaciones y personajes!

Miles de aplausósculos!!!!

(y besos a Perejil)

Rosa Sánchez dijo...

Madre mía, Alberto. Esta historia está genial, me ha encantado. Y es que no hay nada como un buen loro con unas campanitas en las patas para alegrarle el día a una. (Eso sí, espero que no lo pillen los de la Sociedad General de Autores)
Fenómeno.
Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Muy simpático el loro. Una vez más felicidades

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...