sábado, 9 de enero de 2010

Aquella última pieza

con mis mejores deseos de que el año comience con buenos presagios, aquí os pongo mi primera chaladura del año.

Kalaham era un hombre tan viejo que ya no recordaba apenas las estaciones por las que, su cuerpo marchito, había transitado. Sentía que su destino se acercaba y que aquella vez no podría eludirlo como hiciera tantas otras veces en que había triunfado frente a él en batallas sin par.


Mas algo sí sabía: que había acumulado conocimientos que no debían perderse. Sí, sabía en lo más hondo de su alma que era un hombre sabio. Los demás se dirigían a él para pedirle consejo, para preguntarle, para beber de él. No siempre le gustaba esto. Tantas molestias, tantas preguntas, tantas interrupciones a sus repliegues. Percibía que en más de una ocasión se mostró huraño, pero ¿qué le importaba si no los necesitaba? Creía que lo que les pudiese decir caía pronto en el olvido, al menos así se lo habían demostrado después de reincidir siempre en los mismos errores.
Y un buen día de finales de invierno, rayando ya la primavera inició su postrera peregrinación.
Hizo acopio de su zurrón, cargado de útiles para la caza y la pesca, se calzó con sus mejores sandalias y eligió el cayado más resistente. Abandonó su hogar y se dispuso a ponerse en camino.
Miró las ascuas de la hoguera y, junto a ellas, encontró la figura de un pájaro. Era un ave que no surcaba los cielos de su pueblo, pero estaba pintada de colores brillantes y en el pico portaba una ramita orlada de pequeñas hojas extrañas.
Quiso tocarla y comprendió que había sido depositada allí para que se la llevase. Al tomarla, entre sus manos, observó cómo se descomponía en diez piezas de tamaño irregular y formas para ser ensambladas.
Pasaron las lunas y se acercó al bosque mágico. Allí le esperaban las hadas y los otros druidas. Penetró en él y ya dejó de ser visible para siempre.
A la primavera siguiente, el día en que se celebraba beltaine, los habitantes del poblado esperaron encontrarse de nuevo con el anciano sabio. Había transcurrido un año desde su desaparición y anhelaban su presencia, necesitaban de su sabiduría. Mas no apareció. Nadie le vio.
Cuando ya el atardecer declinaba, una extraña procesión se presentó ante el consejo.
Eran nueve seres que, entre sí, no se conocían, pero allí estaban todos. ¿Por qué?
-¿Qué os trae aquí? No os conocemos, ¿venís en son de paz?
No contestaron. A cambio cada uno de aquéllos, mostró una pequeña talla. Un trozo de ala moteado de pardo, un penacho verde mar, franjas de rojo, azul, amarillo.
No se entendía lo que pudiera ser todo ello. Al fin, una hermosa joven se irguió:
-Un anciano, que dijo llamarse Kalaham, me hizo entrega de este objeto y me exhortó a que me dirigiera a este lugar el día de la celebración de la luz. Y aquí estoy. Desde aquel momento la alegría no me ha abandonado.
-Otro, un campesino de anchas espaldas y tez curtida hizo lo mismo. Traía otra tableta. Anunció lo mismo, pero lo que a él no le faltó desde el encuentro, había sido la abundancia de cosechas.
Así fueron presentándose los restantes. Todos traían su trozo de madera y hablaban de lo que les aportó el presente de Kalaham: a la alegría y la prosperidad, les siguió la calma, la fuerza, el ingenio, la fertilidad, la habilidad manual para construir, la suerte y la belleza.
Entonces, el portador del ingenio propuso que uniesen los fragmentos de aquellas tabletas a ver qué salía. Así lo hicieron. Les costó comprender que cada pieza tenía su lugar en ese todo. Pusieron y quitaron, discutieron, movieron y poco a poco comprobaron cómo iban tomando sentido.
Ya, a la luz de los brasas incandescentes vieron que no podían hacer más. No había otra manera de descubrirlo y, sin embargo…
-Falta algo. Parece un pájaro y, si así fuera, necesitamos el pico, la última pieza. ¿Quién la tiene?
Nadie respondió. No sabían. Hasta que, a lo lejos, se oyó: toc toc toc.
Alguien se aproximaba. ¿Quién sería?
Era un niño. Se movía despacio y ayudado de una pequeña rama de roble.
-¿Es aquí donde se celebra beltaine?
El rey levantó su mano, en señal de alto. Mas el niño siguió andando. Sus ojos vacuos parecían perdidos.
El rey se percató enseguida. Ese muchachuelo era ciego. Así que no le quedó más remedio que hablarle:
-La fiesta ha terminado ya. ¿Cómo llegas a esta hora?
-No conocía el camino y tuve que recurrir a la ayuda del agua de la cascada, a los trinos y al aroma de las nuevas flores. Al fin, mis sentidos consiguieron guiarme hasta donde estáis. Vengo fatigado y hambriento. ¿No habrá una jarra de cerveza y algo de carne para mí?
-Algo quedará, aunque poco. Que es tarde.
-Ah, muchas gracias, señorías. Ufff, menos mal. Confiaba en que seríais generosos conmigo.
-¿Simplemente viniste en pos de alimento? Si así fuera, en nuestra tierra algo podremos encontrar para ti. ¿No sabrás de un anciano que…? No, no puede ser. ¿Qué iba a saber un muchacho como tú?
-¿Yo? No. Mi historia es triste. Fuimos asaltados por unos hombres de guerra. Nos dejaron sin nada y se llevaron a todos menos a mí. ¿Para qué les serviría un habitante de las tinieblas?
Rápidamente se olvidaron del recién llegado y siguieron deliberando acerca del enigma de aquella composición que, al reflejo de las ascuas, adquiría tonos de misterio. ¿Cómo podrían completarla? Kalaham, el que diera las piezas, no aparecía por ninguna parte y, bah, que dejasen aquello y siguieran con la bebida y la música.
-Disculpen, señorías.
-¿Otra vez tú, mocoso? Qué quieres ahora. ¿No te basta con lo que te hemos dado?
El rey no quiso disimular su enojo ante alguien tan insignificante y molesto.
-Es que… querría ofreceros algo a cambio de vuestra hospitalidad. Tomad. Es lo único que poseo. Tropecé con ello y al notar su calidez quise guardarlo. NO sé. Es poco, pero…
Los presentes abrieron desmesuradamente los ojos. Lo que veían era el dibujo de un pico nacarado portando una ramita con hojas extrañas.
¿Sería posible? Ese despreciable ciego les traía la solución.
El rey, Morgan, le tomó, con suavidad, el pequeño regalo y rozó la mejilla del chiquillo, sabedor de que sonreírle no bastaría.
La cedió a la muchacha que había hablado primero, la alegre, y le pidió que no tardase en probar lo que todos, ya intuían.
LO hizo y…
Un silencio expectante. Las miradas de todos pendían de la acción de la joven. Sin esfuerzo ensambló, en el hueco, el premio del muchacho ciego. El resultado era muy hermoso, una belleza nunca antes vista, realzada por el color de la noche, la fogata moribunda y el aura de lo ignoto.
Pero, nada pudo compararse con lo que sucedió después.
Una pléyade de estrellas surcó el firmamento. El fragor de un trueno precedió al mayor de los relámpagos y, atónitos, todos contemplaron cómo el pájaro hermoso cobraba vida. Remontaba el vuelo y se fundía con el resplandor.
Gritos, vítores, suspiros. El rey impuso su autoridad y pidió silencio.
-Ahora lo sé. Este niño ha sido enviado por el viejo Kalaham. Debemos venerarle y mostrarle el mismo respeto que le deberíamos haber tenido a él. Mando y dispongo que la joven de la alegría le cuide y atienda. Le acogeremos, lo mismo que a todos los que hoy trajeron ese pájaro especial. Su presencia dará a nuestro pueblo los dones que, a través de ellos, nos quiso legar nuestro Maestro. Brindemos y dancemos en su honor.
Todos acataron el oportuno mandato de Morgan.
Una joven y un niño se abrazan algo apartados de los demás.
Saben ahora que su unión estará hecha de un vínculo mágico: el de la luz y el amor.

2 comentarios:

Mercedes Pajarón dijo...

Excelente cuento, Albertito, de gran calidad y calidez...¡Me ha encantado leerlo, lo he disfrutado muchísimo! Parece que te creces con el frío y aún escribes mejor!

Besósculos de feliz domingósculo! Muamua!!!

Claudia dijo...

¡De grandeza humana y profunda sensibilidad la historia Alberto!
Todos somos parte de este ensamble perfecto que es la vida.Todos somos necesarios para que en este Instante funcione la vida.
Traes siempre alegría a nuestro corazón al leerte, y te seguimos amigo.
¡Que el 2010 siga abriendo puentes entre nosotros para continuar contando la vida!¡Abrazo, mate y alfajores!

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