Ésta es una recreación inventada de algunos parajes de mi pueblo. Dejemos volar la imaginación.
Que os guste.
Se cuenta que en un tiempo lejano, muy lejano, en el que los hijos de los dioses gobernaban la Tierra, se produjo un singular suceso.
Entre lo que muchos años después serían las Talayas y el Prao Caballero había un valle con dos ríos y muchas fuentes. Los habitantes de una y otra ladera bajaban de vez en cuando a este valle a aprovisionarse de agua, recolectar bayas silvestres y pescar en lo que hoy es el río Añamaza.
Sin embargo, entre los pobladores de ambas vertientes no había sino una hostilidad inevitable, hija de la fiereza y de la pugna en sus modos de vida y costumbres.
Los moradores de lo que hoy linda con Trévago y Castilruiz vivían en cuevas, en los parajes de Las conejeras, El Caralcierzo o el Barranco; eran hombres rudos, de cuerpo ancho y cabeza robusta; se dedicaban al pastoreo, encerrando los rebaños en apriscos, que nos recuerdan al corral del Tío Juanillo o al del Tío Benitillo, y a la guerra, y a los actos de rapiña, aprovechando la protección que les ofrecían estos lugares pedregosos y escarpados.
A cambio, quienes habitaban al otro lado, habían alcanzado un estadio más desarrollado y ya practicaban tareas agrícolas, en los actuales La Puente, Las Hazas o El Plantío. Era gente más estable y que velaba por su tierra y había construido cabañas rudimentarias con adobes y techos de paja.
Llamaremos talaínos a la tribu guerrera y drunos a la de los agricultores.
Pues bien, regresó el líder de los talaínos, Obek, henchido de gloria y ardor por una más de sus victorias que le afianzaban, otra vez más, como líder y guardián de los valientes. Venía cargado de botín y la sangre de los vencidos aún cubría parte de su cuerpo. Estaba ebrio de orgullo, pero le faltaba algo.
Aquel mismo día, Marcia, la joven más hermosa de los drunos, debía consagrarse en la fuente Transparente, hoy de La Tejera. Con esta ceremonia, a la que acudiría todo el poblado, se convertiría en aprendiz de curandera para, el día de mañana, ser digna sucesora de la Madre. Aprendería las propiedades de las plantas, el lenguaje de los animales y el secreto de la construcción. Cuando estuviese realmente preparada, como siempre había sido, se haría cargo de la protección y cura de sus gentes. Iba tocada con una corona de hojas de roble, portaba un sencillo manto de una pieza, de ciervo y en una mano llevaba un jarro de tosca cerámica, decorada con extraños trazos que olían a misterio.
El día era radiante, aunque aún quedaban restos de la nieve invernal en Las Umbrías. Sería al ocaso, cuando el disco rojizo del sol se perdiera allá por el Oeste, hacia el Cerro de Santiago en Trévago, cuando se sumergiría en la fuente mágica.
Todo transcurrió conforme a la costumbre y la felicidad parecía embargar a todo el pueblo, sino hubiese sido por un extraño lamento que surgió de la boca del fiel Chispa, el perrito que fuera criado por la niña al morir el resto de la camada a garras de los buitres.
Nadie pareció escuchar aquel lamento, pero sí, Marcia sí lo hizo y acallando su miedo, se preguntó qué significaría.
Cuando se disponían a regresar para celebrar la consagración, ya las sombras se habían adueñado del lugar. Sólo la luna ponía luz al encanto y pronto una gran hoguera elevaría sus llamas hacia ella para besar la plata de su rostro.
Un tumulto se aproximaba con rapidez, cascos de caballos, músicas de acero y gritos de muerte y violencia se hacían rápidamente dueños de la paz.
Los drunos quedaron paralizados por el espanto al ver a unos demonios que les rodeaban, les golpeaban y, en medio del clamor, las antorchas dejaban ver cómo un gigante se apoderaba de su futuro. Marcia fue raptada por Obek. Así era, el jefe de los talaínos no había podido resistir más y desoyendo a la prudencia y a los sabios, había decidido que no pasaría más tiempo sin el calor de la más joven y bella.
Nada pudieron hacer los drunos. La desolación abatió su manto en el valle y sobre las fuentes y bosques de la zona.
Pero llegó la noche de san Juan, de la Sima surgió un anciano y les animó a resistir. A que dejaran renacer de nuevo la esperanza en sus corazones. Les hizo entrega de una soga repleta de nudos y les exortó a atravesar el valle al amanecer del día siguiente. A que enviasen una embajada al otro lado y pidieran ver a Marcia, que aún vivía y no había podido ser doblegada por la rudeza de Obek.
Se discutió quién iría a, tal vez, a una muerte segura. Sólo el más anciano y un joven, despreciado por todos, por ser diferente por tener en sus manos una membrana que le asemejaba a los patos; fueron quienes cogieron la cuerda y se dispusieron a partir.
Cuando llegaron a la tierra de los talaínos, fueron conducidos a la cueva del rey. Las burlas y el desprecio eran la melodía que acompañaba a los osados, pero ellos sólo fijaban su mirada en la cueva del rey, donde sabían que se encontraba su amada Marcia.
---¿Qué pretenden un viejo y un tullido viniendo a la tierra de los fuertes? _bramó Obek_.
---Sólo queremos haceros un presente, traído de la tierra de la paz. Una ofrenda para que respetéis a nuestra reina, la améis y algún día la dejéis regresar con los suyos.
---¡Ja jaja! Os roban lo más hermoso y sólo respondéis con súplicas, ¡cobardes!
Tras demostrar sumisión, le entregaron la soga y le pidieron que en la próxima noche en que amara a Marcia, se atase a ella. Si así lo hacía, se convertiría en inmortal.
Dicho esto quisieron partir, lanzando miradas de brillo y júbilo a la que nunca olvidaban.
Deseoso de asegurarse cuanto antes esa promesa de eternidad, a la noche condujo a la joven al lugar que hoy conocemos por “El Aniversario, ¿en recuerdo de aquella noche? Y la poseyó con su habitual ardor. Pero antes, sin olvidar el vaticinio, justo antes, se anudó a la doncella y… sucedió el prodigio.
Un gran trueno se escuchó en el cielo y al instante, el héroe, el valiente, el fiero Obek se tornó en lobo y Marcia se estilizó en una prolongación de los nudos de la cuerda para reptar como una astuta serpiente.
El ahora lobo, antaño héroe, aulló de furia. Sabía que le habían engañado y todo estaba terminado.
Al día siguiente, los talaínos, huérfanos de su líder no pudieron resistir la venganza de los otrora humillados y vencidos. Alcanzaron aquellas tierras que habían sido inexpugnables, plantaron su mástil de victoria en el punto más alto, desde donde la vista se perdía hacia el horizonte los exterminaron a todos y amontonaron sus huesos en el Gurugú. Obek también murió, pero su cuerpo de lobo fue abandonado en un barranco, en el que aún vaga, lamentando su destino de eterna desgracia.
No muy lejos de allí, en otro barranco, una culebra hermosa, ágil y escurridiza vela porque no vuelva a surgir otra encarnación de aquel supuesto rey de los valientes.
Desde entonces, los drunos supieron que nunca más volverían a estar amenazados y, entre ellos sí, la vida continuó su curso y otras doncellas asumieron el papel de aquélla que tenía un destino superior a todas las demás: acabar con la violencia y el terror en el valle, en nuestro pueblo.
lunes, 14 de enero de 2008
El Lobo y La Culebra: dos barrancos de mi pueblo
Publicado por Alberto en 9:47 p. m.
Etiquetas: Relatos
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1 comentario:
Aspiraremos a "drunos" y que vayan decayendo en su espíritu los "talaínos" o al menos saber coger de ellos sólo si tienen algo de positivo.
saludos.
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