Es sabido que desde que el hombre adquirió conciencia social estableció un medio para adquirir los bienes materiales que necesitaba y que no poseía.
Primero utilizó la recolección (caza, pesca o cosechas).
Luego ideó el trueque según el cual se hacía intercambio de unos artículos por otros.
Y finalmente, allá por el siglo VII A.C. creó la moneda y la asignación de un valor simbólico a cada objeto.
Sería largo el pretender hacer una historia del comercio.
Conforme fueron haciéndose más complejas las organizaciones humanas y ampliándose la oferta se vio la necesidad de organizar lugares de venta: ferias o mercados. Éstos eran algo más que meros lugares de venta, se transmitían conocimientos, chismes y actividades de ocio (juglares, malabaristas, embaucadores…).
Son conocidas las ferias de ganado, los mercados medievales o los zocos árabes.
Eso en lugares al aire libre y en interiores, las tiendas y mercados de abastos.
A todos nos resultan familiares estos establecimientos con un aroma y ambientes característicos en los que se mezclan olores, voces diversas, un homenaje a los sentidos.
Pero en los últimos tiempos la relación vendedor-cliente se ha enfriado por mor de los nuevos espacios (grandes superficies comerciales) y métodos electrónicos.
Esta introducción general quiere enmarcar el objeto de este artículo que pretende daros a conocer cómo se maneja un ciego, o al menos yo, en esto de comprar.
Las pequeñas tiendas prácticamente han desaparecido y han dado paso a lugares de autoservicio. Semanalmente compro la fruta, la verdura y las hortalizas en la frutería. Pido a algún empleado que me pongan ellos lo que necesito indicándoles las piezas de cada producto ya que por el peso no puedo saber la cantidad que me llevaré.
Mensualmente compro los productos no perecederos (cereales, lácteos, congelados…). Igualmente pido ayuda a uno de los empleados del hipermercado a que me ayude. Cogemos un carro y él me va diciendo por las secciones por las que vamos pasando. Al final, una vez saldada la cuenta advierto que es un pedido para que me lo traigan a domicilio.
En cuanto a la ropa y calzado hasta ahora me dejo acompañar y aconsejar del buen gusto de mi madre. Cuando no pueda disponer de ella, haré lo mismo: pedir ayuda a las dependientas.
Hay otras formas que podría utilizar: la compra telefónica o por Internet. En el primer caso no lo hago porque prefiero elegir yo lo que quiero (en cuanto a la marca o tamaño). Y en el segundo, las páginas web para efectuarla no son accesibles para personas ciegas.
Bien, así me voy apañando.
Hay, como para cualquier persona, dos aspectos previos que siempre procuro tener en cuenta: planificar lo que voy a pedir y hacer la compra en un horario poco frecuentado para que me puedan ayudar.
Los inconvenientes que tengo son: no puedo normalmente acogerme a las ofertas y muchas veces hay productos nuevos que no conozco y por tanto que no compro.
Dicen, y así es aprovechado por el márketin, que los productos entran por los ojos por lo que se colocan estratégicamente. Si esto es así, imaginaos el handicap que se nos presenta a los ciegos al comprar. Aunque quizá, el no ver sea una ventaja ya que no gastamos por impulso sino de forma planificada. Eso sí, no creáis que no tenemos nuestros caprichos o antojos, en base a los gustos de cada cual. Yo, por ejemplo, los domingos me doy el gustazo de ir a la panadería y comprarme un buen pastel.
sábado, 12 de enero de 2008
De compras
Publicado por Alberto en 7:44 p. m.
Etiquetas: Un paseo por la Historia, अ Así soy
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