Esta semana que tan cargada de agobios ha venido para mí, mi amiga mercedes, ella siempre tan atenta, ha estado ahí, al lado, lo mismo que otras, y otros, de vosotras y vosotros. Casi uno no puede creer que haya tanta gente buena cercana y le dé la luz necesaria para seguir queriendo mirar al frente, sin agachar la vista.
Bueno, pues decía que Merceditas me quiso contar este cuento que ahora yo os pongo para compartirlo como modo de agradecimiento a ella y a quienes os habéis preocupado por mí y habéis hecho que me animase.
Seguro que os gustará y emocionará tanto como a este cegato vuestro.
Albertito, una vez alguien me contó esta historia:
Hubo hace muchos años un lejano país en el que el tiempo no marcaba las vidas de los lugareños. Cada cual podía detenerlo o acelerarlo a voluntad, no se habían descubierto aún los relojes y la eternidad era todo lo flexible que uno quisiera.
Pues bien, allí había también una doncella de ésas de cuento: hermosa, amable, risueña y siempre deseosa de hacer el bien.
Esta joven se presentó, con su corona de flores y su vestido de gasa, un instante de aquellos atemporales, ante el rey de los sabios del lugar a pedirle que le hiciese partícipe de aquello que más pudiese entenebrecer la dicha de sus vecinos. Que ella quería estar a la altura y ayudar a hacerles felices de verdad, que creía que no hacía lo suficiente.
El venerable anciano le sonrió y le dijo:
-Pero, niña; si ya haces mucho. Si todos te quieren y buscan tu bálsamo.
-No, no: mi señor. Quiero hacer algo más, algo que llegue, de veras, a todos.
El interpelado quedóse pensando y al fin concluyó:
-Pues, si así tú me lo suplicas, con tanta dulzura y ahinco, puedo encomendarte una misión que últimamente nos ha desconcertado: resulta que los campos ya no están alfombrados de verdor y flores, si no de lágrimas. Tú podrías dedicarte a recogerlas y hacer que se convirtiesen en pétalos perfumados.
-Ah, sí; me gusta, me gusta. Hágase, canturreó con entusiasmo la chica. Pero dónde las pondría? ¿Qué haría con ellas? ¿No sería mejor encontrar a quien las estuviera derramando?
-Ya, pero el problema es que si seguimos así no habrá cosechas, el pueblo pasará hambre y la tierra se tornará yerma. No nos es posible dedicarnos a buscar a quien las esté produciendo, si acaso eso vendrá después. Ahora lo importante es que vuelva la fertilidad y tú serás quien la haga retornar. Pararemos el calendario y volarás con este saco y este rastrillo. Toma también estas sandalias, cálzalas, ellas propiciarán que tus pies en ningún momento se fatiguen, que no decaigan en conducirte hacia adelante.
Así lo hizo nuestra buena protagonista. Recorrió caminos, valles y montañas. Pero nunca se acababa su labor recolectora.Las lágrimas no cesaban de manar. ¿Qué podía hacer ella, la pobre?
Continuaba con empeño aquí, allá y acullá, y nada. Que cuantas más recogía, más encontraba. Una cosa era verdad: el saco nunca se llenaba, siempre había hueco.
Al fin, decidió que no podía seguir de esa manera. Se sentó a la sombra de un frondoso castaño y pensó en que la solución sería hallar a quien causara aquellos torrentes tan preñados de sal amarga. Se dijo que muy desgraciado había de ser cuando tanto lloraba. ¿Sería una persona sola? ¿Serían varias? ¿A qué se debería todo aquel fenómeno lacrimal?
Al fin, vislumbró algo.
En medio de un montón de tierra veía un objeto. Se acercaría hasta allí y vería qué podía resultar aquello.
Púsose en pie e hízolo.
-¿Qué era, Albertito? Un libro. Un volumen con las tapas gastadas, acartonadas y con las esquinas melladas. Las hojas amarillentas y las letras… ¡Las letras no eran letras! ¿Eran puntitos! ¿Qué podía ser aquello?
Dejó en el suelo saco y rastrillo. Lo cogió entre sus manos de ángel y lo acercó a su pecho. Lo acarició y sintió que debía cerrarlo y guardarlo.
Retomó su búsqueda, pero ahora con la sensación de que iba por el buen camino. Siguió andando y… ¡escuchó unos lastimeros ladridos de un perro! Dobló el recodo del enésimo paraje por el que transitaba y allí estaba un famélico can. Era del color del sol y su mirada hablaba de soledad.
Se aproximó hasta él y, como hiciera con el libro, posó sus manos entre sus orejas, hasta entonces, gachas y luego enhiestas. El animal le lamió y se fue con ella. Más aún, quiso conducirla, guiarla. ¿A dónde?
A lo alto de una colina. ¿Y allí…? Allí contempló a un hombre solo. Lloraba.
La joven supo que había llegado, por fin, a su destino.
Situóse delante de aquel ser huesudo y triste. Estaba apoyado sobre una piedra, dejado al albur de los elementos, a la intemperie, cubierto de harapos y lleno de ppolvo.
La chica le miró. No obtuvo respuesta. El hombre seguía llorando.
Ella murmuró…
-¿Puedo ayudarte? Sé que sí, déjame intentarlo. ¿Qué hace que llores tanto?
-Es que… soy ciego y perdí a mi perro y a mi libro y ya no tengo fuerzas para seguir deambulando en su búsqueda. Y sin ellos no soy nada.
-Ah, con sonrisa en la voz y calor en las yemas de los dedos, ella las posó en las mejillas del hombre. Las deslizó hasta tocar los ojos glaucos, hasta impregnarlas de aquel acre líquido que, tan bien, conocía y las acercó a sus labios.
Él dejó su desesperación y, por primera vez, desde su siempre, insinuó un amago de risa, una mueca.
-¿Qué me traes? ¿Quién eres? ¡Hace tanto que no viene nadie!
-Vengo a devolverte a tu perro y a tu libro, y a pedirte que dejes la pena.
-Uy, si te estoy viendo. ¡qué guapa eres! ¿Cómo puede ser? Y mi fiel Caspita. Y mi libro. Pero tú… ¡Me has traído la luz!
-no, la luz la tenías dentro de ti. Pero la negrura del llanto no te la dejaba ver. Mira hacia el horizonte.
-¿Qué crees que vieron, Albertito? Sus ojos, los de él y los de ella, se perdieron contemplando un tapiz de rosales, jazmines, siemprevivas, amapolas, espigas Todo un despliegue de vida nueva.
-¿Tienes adónde ir?
-No, sólo tengo a mi perro y a mi libro. Y tengo hambre. Y sed. Y necesidad de un hogar.
-¿Querrías que fuera yo quien te los proporcionase?…
Por única respuesta, él extendió la palma de su mano hacia el hombro de ella. ¿Y a cambio, que fue lo que hizo la captora de lágrimas? Sí, darle un abrazo en silencio. Un abrazo que nadie pudo saber cuánto duró porque, como recordarás, el tiempo estaba parado. Alguien, incluso, llegó a creer que el propio tiempo se complació en su contemplación y se olvidó de quién era por una vez.
domingo, 7 de marzo de 2010
La captora de lágrimas
Publicado por Alberto en 12:25 p. m.
Etiquetas: Relatos
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2 comentarios:
¡¡Que bello cuento! Eso nos demuestra tantas cosas…
La vida está llena de lágrimas; algunas también son de emoción, pero por desgracia abundan más las de las desgracias, soledad, enfermedad, pobreza y tristeza.
Si hacemos el propósito de secar o evitar algunas lágrimas, seremos héroes por un momento y el saco de lo posible manará fuerza para seguir amando.
Alberto, un abracito,
Rosa María
Un cuento como éste sólo puede nacer de una mente tan creativa y sensible como la tuya, Albertito. Ya me habría gustado a mí, ya...
Lo que sí puedo hacer es estar ahí por si necesitas un hombro. La amistad puede hacer que el tiempo no marque nuestras vidas.
Gracias por tantísimo, buenas noches, y feliz y plácida semana.
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