sábado, 29 de noviembre de 2008

Las horneras

Hubo un tiempo en que la mayoría de las familias fabricaban su propio pan.
La mujer de la casa se encargaba, una vez por semana, aproximadamente, de amasar el pan que se comería los siete u ocho días siguientes.
El pan había que cocerlo y, en la mayoría de los pueblos se iba al horno común que, mediante el pago de una módica cantidad, permitía entrar con la masa y salir con el pan convertido en crujientes hogazas.
Normalmente, en el horno, que solía ser muy grande, se daba la forma al pan, cuya masa se traía desde casa. En largos tablones de madera, cada una de las mujeres iba colocando sus hogazas y, en el mismo tablón, las llevaba a la hornera que, con un cuchillo, les hacía un tajo en la parte superior. Manejaba una gran pala con la que pasaba los panes al horno, rojo y caliente, como si del infierno se tratase.
La hornera vigilaba que la cocción fuera la correcta, colocaba los panes, o los dulces que se hubieran hecho, de manera que cupieran cuantos más mejor.
Constantemente, con la pala, removía acá y allá, iba sacando los panes y cada mujer reconocía los suyos, que iba guardando en una gran cesta.
Como en el horno, no sólo se cocía el pan, sino también otros alimentos (patatas, cazuelitas de pescado e incluso asados de carne) la hornera debía ser una experta en el control de la temperatura, que realizaba sin ningún tipo de medidor, termómetro ni similares, y con sólo echar un vistazo, sabía si las viandas estaban listas para comer, con su grado de cocción perfecto. Además, de antemano, decía la hora en la que los alimentos se podrían ir a recoger.
Todo lo que se llevaba al horno, fuese lo que fuese, salía en óptimas condiciones, y por cualquier servicio, había que pagar algo, pero realmente, las cantidades eran asequibles.
La hornera, fuese invierno o verano, andaba siempre sudando y hasta parecía que tenía la cara tostada como si el horno le hubiese transmitido algo del color que daba a los panes.
Este oficio desapareció cuando, en todas partes, se generalizaron las panaderías, descendió el cultivo del trigo (a nivel de pequeños agricultores) y las cocinas (como electrodoméstico) se hicieron más completas, con horno incluido.
El horno de mi pueblo ahora ha sido sustituido por la plaza del Emigrante, como recuerdo de aquellos tiempos y homenaje a todos aquellos que fueron en busca de un futuro mejor.

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