martes, 23 de septiembre de 2008

El primer empleo

Al hilo de la experiencia que narra uno de mis mejores amigos, ciego también, me decido a evocar lo que fue mi primer empleo. Seguro que para cada uno de nosotros esta experiencia ha quedado grabada de forma indeleble, como uno de los hitos que marcan la vida.
Pues bien, yo empecé, después de impartir unas clases de enseñanza del braille para adultos, en la delegación provincial de la ONCE en Lérida como responsable de Servicios Sociales para ciegos, un 1 de octubre de 1990.
Llegué allí acompañado de mi madre y hermano. Era todo un reto: la primera vez que salía fuera de casa solo, mi primer trabajo, un idioma diferente, la búsqueda de alojamiento en un hostal…
Recuerdo que la primera reunión a la que asistí tenía que ver con la prestación de servicios sociales a personas mayores. Allá que me fui, con mi anotador parlante y mi inexperiencia. El jefe me dijo: “tú escucha y habla lo justo, que ya tendrás tiempo”. Así lo hice y fue bien. Luego vendrían alguna novatada y más de una metedura de pata, pero al fin lo superamos y me quedó el cariño de no poca gente de allí.
Os invito a dejarme vuestros inicios.

DIEZ AÑOS DESPUÉS
El pasado 1 de septiembre se cumplió una década de mi primera experiencia laboral como profesor de idiomas en el Colegio Espíritu Santo en Alicante.
Mi padre,que DIOS lo tenga en la gloria, y yo arrivamos a la capital de la Costa Blanca la tarde de un 31 de agosto de 1998. El calor era agoviante y ambos decidimos refugiarnos en el primer bar donde hubiese aire acondicionado y tomar un par de cañas bien frías. Lo logramos y al cabo de una media hora, cenamos opíparamente en un restaurante cercano al lugar donde nos alojamos aquella noche. Era el Hostal Galicia, un cuchitril ubicado en el centro de la ciudad.
Al día siguiente mi padre decidió regresar a Huesca ya que no podía soportar ni la humedad tan elevada ni el calor tan asfixiante que hacía en Alicante. Yo monté en la furgoneta del colegio y allí conocí a algunos de los que iban a ser mis compañeros de fatiga; el resto del personal me lo presentaron en el propio Centro de Recursos Educativos(C.R.E.) La jornada fue larga ya que eran tantos nombres que mi cabeza no podía retenerlos todos, aunque con el paso del tiempo lo conseguí.
A las dos semanas de mi incorporación al Centro, se sumaron los alumnos llegados de diferentes zonas de la Comunidad valenciana, Murcia e Islas Baleares. Un total de 83 estudiantes conformaron el alumnado tanto de Primaria como de Secundaria y Educación Especial de aquel curso académico. Ya estábamos todos.
Los primeros días fueron un tanto difíciles ya que nunca antes había impartido clase a grupos de entre 7 y 10 chavales, pero pronto me hice con ello, gracias en parte a los chicos y chicas de 3º de la E.S.O. capitaneados por Mariló Mengual y Sergio Fernández, delegada y subdelegado respectivamente. Ellos me facilitaron mi labor como docente, lo cual empujó al resto. Fueron dos años maravillosos que uno recuerda como si estuviesen pasando ahora. Me sentía totalmente realizado; estaba haciendo lo que realmente me gustaba y eso no se podía pagar con dinero. Era tal la empatía que existía entre el que subscribe este relato y buena parte de los alumnos de Secundaria que, cuando me destinaron a Madrid en el año 2000, la sorpresa fue mayúscula y algunos derramaron lágrimas por mi marcha. El “shock” fue terrible tanto para ellos como para mi, pero no había más remedio. En el C.R.E. Antonio Vicente Mosquete me ofrecían mejoras económicas considerables y la posibilidad de quedarme definitivamente como profesor de inglés, aunque luego eso no fue así, ya que la persona a la que estaba sustituyendo le dieron la incapacidad y amortizaron la plaza, lo cual supuso el que no contaran conmigo para el curso siguiente. Verdaderamente, corrí un riesgo, aunque no me arrepiento de nada.
Diez años después, el colegio Espíritu Santo es un centro en el que no hay niños. Todos han pasado a la integrada ya que la política educativa de la ONCE dice que es necesario que “nuestros alumnos “ formen parte de la educación inclusiva como el resto de estudiantes que carecen de cualquier tipo de discapacidad. Esto puede ser un error a largo plazo porque no todos se adaptarán y algunos tendrán auténticos problemas de integración, pero como los que mandan parece ser que saben más que el resto de profesionales, habrá que dejarles trabajar. Creo que la bofetada va a ser enorme, pero los verdaderos damnificados van a ser lógicamente los estudiantes afiliados a la ONCE.
Para terminar mi resumen, algo incompleto aunque bastante esclarecedor, añadiré que en la actualidad soy agente vendedor del Cupón en Huesca; de momento estoy apartado del mundo docente, pero no descarto la posibilidad de regresar algún día. Parece difícil, sin embargo nada hay imposible en esta vida.
“Life is not easy”, es decir, la vida no es sencilla. Estas fueron las palabras que una tarde de invierno de 1998 nos dijo el profesor de inglés Miguel Hinojar de Inza en el colegio de la ONCE en Madrid. Desde entonces, siempre las he tenido muy presentes a lo largo y ancho de estos diez años de vida laboral donde ha ocurrido de todo, tanto positivo como negativo, pero la fuerza interior que DIOS me ha dado y me sigue dando, me ha permitido encarar la vida siempre con optimismo. Por eso, procuro derrochar alegría y contagiar a los demás; eso es lo mejor que uno puede ofrecer al prójimo para que de esta manera, nuestra existencia tenga sentido. LEMA: VIVE POR Y PARA LOS DEMÁS Y NO DE LOS DEMÁS.
José Mari

2 comentarios:

amelche dijo...

Pienso que Jose Mari tiene razón y puede ser un error. Y lo digo con conocimiento de causa, por haber dado clase a uno de esos alumnos integrados en clase en un instituto cualquiera. En primer lugar, la administración jamás cumple y seguimos teniendo 27 o 30 alumnos cuando por ley, cuando hay un alumno de esas características, no deberíamos tener más de 20. En segundo lugar, los profesores no estamos formados para saber qué hacer y cómo trabajar con esos alumnos en clase. Y sí, viene alguien de la ONCE una vez a la semana a apoyarnos, pero a lo mejor resulta que se me ocurre dar mañana una hoja de repaso y no puedo darla porque me tengo que esperar una semana a que venga esa persona, lo pase a braille y, entonces, pueda darle la misma hoja a todos. Tengo que estar planificando todo con una semana o dos de adelanto y, a veces, no es posible porque avanzamos más rápidamente y no puedo adaptarme al ritmo de la clase y de ese alumno concreto.

Por otro lado, está claro que, mientras atiendo a ese alumno, no atiendo a los demás, y viceversa. No me puedo desdoblar tanto. Así que, si en una clase me dedico más a él, tengo que abandonar al resto. Con lo cual, teniendo en cuenta que son adolescentes y, la mayoría, no muy dispuestos al estudio, empezarán a hablar, molestar, armar follón... y no me dejarán explicarle al alumno ciego. Pero, si me dedico al resto de la clase, entonces el alumno ciego se quedará sin las explicaciones pertinentes. Así que, es muy difícil conseguir el equilibrio. Lo intentamos y nos esforzamos, pero sabemos que muchas veces no llegamos.

Por no hablar de, ¿qué clase de integración es meter a un alumno en el mismo espacio físico, sí, pero con materiales diferentes, con una programación y unos criterios de evaluación diferentes, que ya hacen que no esté integrado, que no sea como los demás? Y no me refiero sólo al caso de alumnos ciegos, sino a los que llevan algún retraso educativo por la razón que sea y acaban con fotocopias de materiales más sencillos en un rincón haciendo cosas diferentes al resto porque no pueden seguir la clase.

Cuando en Cataluña se dijo que pondrían a los inmigrantes en una clase, fuera del sistema educativo, hasta que aprendieran algo el idioma y se pudieran incorporar con sus compañeros, todo el mundo se echó las manos a la cabeza diciendo que era racismo. No seamos hipócritas, para mí es más racismo tener a un niño inmigrante en una esquina de la clase pintando y coloreando fotocopias de primaria con 15 años, sólo porque no entiende el idioma y no puede seguir el ritmo de sus compañeros. Más valdrá meterlo en un grupo donde estén todos más o menos a su nivel y ahí sí pueda sentirse integrado.

Inteligenciaartificial dijo...

Buenas Alberto!
Fui alumno de Jose Mari en Madrid, era la hostiaaa!
Un saludo, totalmente de acuerdo con lo que se comenta de la educación integrada, máxio cuando hay profesores que parece que te hace un favor llendo a ver cómo va todo si es que van.

Saludos.

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