sábado, 27 de septiembre de 2008

El billete de 500 euros

Pues sí, aunque no lo creáis yo soy uno de ésos que dicen que no existen, que todo el mundo habla de ellos y nadie los ha visto. Pero no os creáis, abundamos más de lo que se piensa.
Os cuento. Soy de color morado o lila y mido 16 cm. De largo por 8,2 de ancho, soy el mayor de mis hermanos, nací en Alemania, el único país donde se nos fabrica y en nosotros se recrean edificios de la arquitectura moderna del siglo XX.
Somos pretendidos por muchos, pero debido a nuestra valía también somos utilizados por gentes no deseables, mafias que nos usan para el pago de sus negocios turbios, drogas, armas y demás.
Pero vaya, parece que a mí me ha tocado mejor suerte que la de pasar por las manos de algún tipejo de esa calaña.
Mi primera y única dueña desde que llegase a esta ciudad, que llaman Madrid, a la sede principal de cierto banco ubicada en… creo que ponía el rótulo de la calle Paseo de la Castellana, es una elegante mujer de algo más de cuarenta años, cuando me poseyó me introdujo en su cartera de piel marrón. Ésta era un lugar cálido y allí conocí a sus pañuelos con olor a lavanda, su perfume francés, su agenda _me dije que debía estar llena de nombres interesantes_, un abanico y fotos en las que aparecían un señor de cabello plateado, aunque poco más mayor que ella, y dos chicos.
Ah, no os he dicho que mi imagen es un edificio que llaman Kursal, creo que está a las orillas de un mar… ¿Cantábrico?, al lado de una bahía con nombre de Concha.
Cuando me recibió noté la calidez y suavidad de su mano, la derecha, impecable, hecha para acariciar.
Nos montamos en su coche, un deportivo color perla y, tras un trecho de viaje, llegamos a una lujosa urbanización en la que, supuse, estaría su casa.
Aparcó en el garaje y franqueamos el porche que daba entrada a la mansión.
Me depositó, junto con el resto de la cartera, en una mesita. Unos instantes después apareció enfundada en una bata corta de seda. Se había quitado los zapatos y el traje.
Se puso al teléfono y esperó, supongo a que respondiera aquel, o aquella, a quien hubiese llamado…
-Rommy, ya tengo el dinero. Sólo queda que me acompañes a elegir el que más nos guste.
-…
-¿Quedamos, entonces, en la esquina de Velázquez? Vale, ahí estaré; a las 6 y luego nos vamos a darnos un capricho de esos tan ricos que nos ponen en la pastelería. Un té con limón y un buen trozo de tarta de trufas.
-…
-Chao, hasta la tarde.
Pasa el tiempo. Mi ama se prepara, en una bandeja, una ensalada muy colorida, un refresco y una barrita. Pone una música que suena a mar, a paisajes verdes, a gaviotas.
Volvemos a salir. Ahora viste un suéter y pantalones vaqueros. Está más guapa, aún que esta mañana.
Creo que vamos a la cita con la tal rommy. ¿Qué planes tendrán para mí?
-Uf, por fin llego. A esta hora el tráfico es horrible. Perdona por hacerte esperar, pero aquí estoy.
-Nada, guapa. Ya sabes que estoy acostumbrada.
Se han dado dos besos sonoros de alegría por verse. La otra, Rommy, es mayor. Luce un moño y unas gafas de intelectual. A lo mejor es profesora. También es muy elegante.
-Bueno Clara. ¿Estás preparada para la compra?
Vaya, mi ama se llama Clara. Bonito nombre.
-Claro. Seguro que me sabes aconsejar bien con tu ojo de aristócrata.
-Bah, no es para tanto. Además el joyero es conocido mío de años y nos tratará bien. Ya puede, con el dineral que le dejo. No es para menos.
Entramos en una tienda pulcramente ordenada repleta de pedrería, diademas, colgantes, brazaletes… Sale de detrás del mostrador a recibirnos, un señor ya mayor y de porte distinguido, la amabilidad hecha persona.
Os preguntaréis cómo sé yo todas estas cosas sobre joyas, porque sí, es una joyería adonde hemos llegado. Pues porque cuando me fabricaron el almacén de depósito tenía esos objetos y lingotes de oro, además. Un día nos exibieron ante un grupo de personalidades que habían venido a tratar sobre medidas de seguridad y el encargado de nuestra custodia hizo todo un despliegue de nombres: rubíes, jades, esmeraldas, diamantes.
-Qué placer verla de nuevo señora Ezquerra. ¿Qué le trae de nuevo a esta casa?
-Hola Ramiro. Espero que todo siga bien. Aquí mi amiga, desearía adquirir una alianza de compromiso de ésas especiales que hacéis.
-Ah, bien, bien. La señorita podrá elegir de entre los modelos de última fábrica, el que más le atraiga. Esperen aquí al lado mientras se los muestro. Tómense un café o un refresco.
Les ha servido un zumo de naranja y las ha dejado solas, sentadas en unos silloncitos. Yo descanso en el bolso de clara. Me temo que mi relación con ella va a ser brebe y esto me apena, me sentía a gusto junto a ella.
-Bien, ya estoy de regreso. Aquí tenemos. Veamos. Les muestra los objetos y eligen uno de fino diseño, con una pequeña filigrana y los brillantitos que lo coronan forman una espiral infinita.
-¿Es lindo, verdad? –pregunta mi ama.
-Creo que es el mejor, acorde con el carácter de Juan. Seguro que le vas a impresionar. Aunque…, chica, ya lo tienes en el bote desde hace tiempo, de todas maneras.
El tal Ramiro ha envuelto el anillo en un paquetito primorosamente decorado, sobrio, pero que invita a la emoción de saber que algo único se encierra en su interior.
-Bien, ya está. Pero no tengan prisa. Es hermoso esto de contribuir a la felicidad de una dama. Sin pretender ser indiscreto, ¿puedo preguntar quién va a ser el destinatario de esta obra de Arte?
-Ah Ramiro, eres tan curioso como genial. La señora intelectual le mira con sonrisa pícara y le roza la mejilla. Se ve que tienen confianza.
Mi ama se sonroja, pero los ojos le brillan de emoción.
Rommy en voz baja de confidente dice:
-Es el duque de armillas. Todo un galán, educadísimo, buena persona, galante y detallista. El pobre no se ha recuperado del todo de la muerte de su mujer en aquel accidente. Aquí, Clara le va a hacer muy feliz.
Y ahora en voz más alta.
-Vamos, Clara. Enséñale al buen Ramiro la foto de tu Juan y sus chicos.
Tímidamente la saca del bolso. Su mano me roza con un cosquilleo. Uf, pensé que ya me tocaba despedirme. Pero no, aún puedo gozar de ese espacio propio de Clara.
Extrae las fotos que había visto al principio.
El joyero las mira con interés y destellos de sorpresa. Debe de pensar que ese Juan es muy afortunado por recibir los amores de una mujer tan guapa. Yo también lo creo. Me parece que Clara podría haber elegido a alguien más joven, más atleta. Pero…
-Bueno, Rommy. Vamos a pagar, que se nos hace tarde. ¿Cuánto le debemos?
-Sólo 500 euros. Créame que los vale. Le hago precio de buena clienta. Que aquí, doña Romina sabe que tiene su casa.
Ahora sí. Ha llegado mi hora. Querría impregnarme de la huella de Clara, pero es tan solo un instante. Paso a un cajoncito metálico. ¿Cuánto tiempo estaré en este lugar frío frente a la calidez pasada? ¿Qué otros destinos me deparará el futuro?
Las dos amigas salen con emoción. Pienso que se irán a aquella pastelería que dijeron, que en ella harán preparativos para el momento en que se entregue el objeto de mi pago, que hablarán de la cena en que vaya a ocurrir, en que habrá de tratar de conservar cierta calma, en que todo saldrá bien… Y si así es, desde el fondo de esta caja yo también se lo desearé.
Que seas dichosa, Clara.

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