miércoles, 3 de febrero de 2010

Tánger: el Minzah y el Continental


Quiero retomar lo evocador que resultan esos hoteles que, si bien hoy día, tal vez han perdido parte de su glamur, no es menos cierto que su acercamiento nos lleva a soñar con historias como las que en ellos se vivieron, protagonizadas por nosotros, naturalmente.


Dicen que en El Minzah (no hay que llamarlo nunca hotel Minzah) se inventó el mito de Tánger. No es cierto aunque fue desde su inauguración, a finales de los años veinte, la primera parada de muchos de los personajes que llegaron a la ciudad, y hasta se cuenta que fue el decorado en el que se inspiró Michael Curtiz para rodar los interiores de su película Casablanca. Lo que quizás sea verdad es que desde los años 60, cuando Tánger se integra de forma definitiva al reino de Marruecos, aloja el sueño roto del que habla Juan Goytisolo, la nostalgia de un tiempo perdido.
Fue mandado construir en 1928 por un noble escocés, Lord Bute, a medio camino entre la ciudad antigua y la nueva, en ese estilo neohispano-árabe tan al gusto de la época y que de alguna forma representaba perfectamente lo que muchos viajeros buscaban en esta parte del mundo: una exoticidad confortable, no exenta de lujos, pasada por el tamiz de la cultura occidental y muy especialmente de la británica. Todavía hoy en día entrar en El Minzah dispara nuestra imaginación y más de uno ha querido escuchar en su bar, las palabras que Humphrey Bogart le decía a su adversario en el amor Víctor Lazlo: «Cada uno debe aceptar su destino, sea bueno o malo». El Minzah con su piscina rodeada de palmeras y plantas tropicales lo sabe muy bien y siempre ha sabido sobrevivir a situaciones difíciles.
Quizás ha perdido la perfección en el servicio que exigían directores como el mítico Roger; muchas de las habitaciones se mantienen en una cápsula del tiempo que ya no corresponde a los niveles de lujo de un cinco estrellas del siglo XXI pero sigue siendo digno de una ciudad que fue capital de la Mauritania Tingitana durante cinco siglos (sus habitantes eran ciudadanos romanos), para luego ser parte del Imperio bizantino antes de ser invadido por vándalos, visigodos, árabes, portugueses, españoles, ingleses, y terminar convirtiéndose, en 1787, en la capital diplomática del Imperio cherifiano, cuando el Sultán Sidi Mohamed Ben Abadía invitó a las potencias extranjeras a trasladar sus embajadas y representaciones consulares a Tánger.
Sólo por formar parte de la leyenda del Minzah, ya vale la pena alojarse en alguna de sus destartaladas habitaciones cargadas de fantasmas. Los camareros y empleados siguen siendo herederos de un patrimonio que transmiten a través de mil anécdotas sobre su época de esplendor como cuando durante la II Guerra Mundial, el ala izquierda estuvo ocupada por los alemanes nazis y el ala derecha por los aliados: ingleses y norteamericanos. Después llegarían las estrellas de cine, los reyes, escritores y artistas… seguidos de una corte de mitómanos que sin duda no sabían que, como contaba el multifacético Emilio Sanz de Soto, «Aquel Tánger fue, ante todo, una deliciosa mentira». Lo que no ha cambiado del Minzah es su situación privilegiada, a dos pasos de la plaza de Francia con sus famosos cafés, como el de París, donde se solían reunir escritores y artistas; o La Española, recreada por el escritor Ángel Vázquez como parada favorita de su heroína, Juanita Narboni. El local es pequeño y discreto, con mesas de cristal pero ha sobrevivido en mejores condiciones que sus ilustres vecinos.
Quizás el personaje que más contribuyó, en un primer momento, a crear la leyenda de exotismo en Tánger fue el pintor Eugene Delacroix que desembarcó en 1832 como agregado al embajador francés en Marruecos. Sus cuadernos de dibujos no sólo son la referencia del nacimiento de la pintura orientalista, sino que sirvieron como acicate para que cientos de viajeros pusieran rumbo al estrecho de Gibraltar, provocando la apertura de hoteles que satisficieran sus necesidades.
El único superviviente de aquella época es el Continental, construido en 1865 en una curiosa mezcla de estilos orientales, muy cerca del puerto, a espaldas del barrio de Dar Barud. Aunque ahora sus prestaciones apenas alcanzan las dos estrellas, mantiene algo único que ciertos viajeros conocedores de la Historia saben apreciar.
Sentados en su magnífica terraza, recuerdan que en su día ésta fue la residencia de un joven inglés llamado Winston Churchill de vuelta de su experiencia como corresponsal de la guerra. Se hospedaron también, entre otros: Emilio Castelar, Pío Baroja, Jacinto Benavente, William Somerset Maugham, y Antonio Gaudí que vino con el fin de proyectar una catedral para Tánger que no llegó a construirse por ser «demasiado revolucionaria».
También aquí vino a esconderse, tras su ruptura sentimental con Greta Garbo, Mercedes Acosta. Ésta llegó a Tánger acompañada de la gibraltareña Nelly Baca. Ambas tenían una amiga común en la ciudad, la poetisa Djuna Barnes, que contó que durante su estancia en el hotel Continental se sintió perseguida por la sombra de un hombre grueso, y así se lo hizo saber a su directora. La sombra resultó ser Winston Churchill.

2 comentarios:

Mercedes Pajarón dijo...

Bueno, Albertito, qué historia! No sabes cómo he disfrutado, con lo que a mí me gustan los hoteles! Y por supuesto, me gustan mucho más los que pueden contarme historias pasadas...

Que estés teniendo un día feliz! Mil besósculos! Mua!

María Isabel Gómez Castillo dijo...

Muy interesante lo que recoges como parte de la historia del país, en momentos concretos, gracias a una experiencia personal.
Para quienes no somos de España, es muy interesante, esta inforción.
El viajara, y estarse en algún lugar, conociendo su historia, es lo que mejor se puede disfrutar.
Gracias.
Isabel Gómez

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