"Dejar huella": uno de mis anhelos

Ah, cuánto me gusta esta expresión y qué importante es.
Las huellas son únicas de cada persona, propias, reflejan nuestra forma de ser. Sus crestas y valles, sus curvas y líneas son el mapa que sirve de guía a quien nos busca. Son los puntos con que orientar a esas personas que, oh ventura, se interesan por nosotros.
Se encuentran en las manos. Cómo no van a ser importantes para mí, si están en el tacto, el sentido que me pone en contacto con los libros, con el afecto a través de las caricias y que me sostiene.
Y cuando caminamos vamos dejándolas para mostrar nuestro sendero y por dónde pasamos.
Además, son algo diminuto, casi invisible, pero que en su pequeñez encierra su grandeza.
Pero hay otras señales aún más importantes. Éstas son las indelebles, las que dejamos en la gente que se acerca a nosotros. Con nuestras actitudes, gestos y acciones dejamos huella. Porque, ¡ay de aquél que no deja huella! Que pasa por la vida de forma neutra, oscura, negra.
Yo aspiro, sin ánimo pretencioso a dejarla allá donde esté, y me gustaría que Tiflohomero sea esa hoja en la que la deposite, como la arena de la playa, que pese a las olas, con su ímpetu y su ir y venir, pasan por encima de ellas, pero no consiguen borrarlas.
Ojalá que cuando hayan pasado años y sea viejito o no esté aquí, alguien me recuerde, no por nada importante, sólo porque alguna vez hice que se sintiese un poquito más feliz y lo que yo hago le ayudase a tener más fuerza para ir hacia delante.