domingo, 16 de octubre de 2011

Buscando el sur, encontré el norte

Nueva semana, nuevo cuento. Que estéis bien y os guste.

Un abrazo.

Siempre me gustó ir al sur, es como caminar cuesta abajo. Eso pensaba hasta que, ya ves, querida hermana, ahora resulta que la felicidad la he encontrado en el norte. Toda mi vida anhelando aquel horizonte para terminar descubriendo que el secreto de mi destino anidaba en sus ojos.

Y es que, desde que mi vista se tiñó de la mancha negra que la cegó, tuve que aprender a caminar por una cuesta arriba constante. Muchas veces sentí que las fuerzas me flaqueaban, que no quería seguir ascendiendo. Mas algo me impulsaba a mantener el rumbo, a no querer zozobrar como esos barcos zarandeados por la tormenta que se resisten a ser quebrados, engullidos por un mar despiadado.

Yo aguanté porque soñaba con ese sur cálido y acogedor, con esas playas y esa luz que en él se encuentran. Al menos, así lo había leído en cuantos libros cayeron en mis manos y escuchado de cuantos viajeros a los que tuve ocasión de preguntar. Todos coincidían: ¡el sur es maravilloso, es el paraíso!

Quienes me conocían se admiraban de mi tenacidad, de mi empeño por mantener la ilusión.Para ellos era fácil hablar, pero yo bien lo sabía, cada vez me costaba más caminar entre sendas oscuras.

Hasta que me senté en aquel banco y, cabizbajo, dejé vagar mi mente. Quería perderme, encontrar la tabla de salvación a la que aferrarme. No supe, cómo habría podido saberlo que el lugar acababa de ser dejado por alguien. Y que ese alguien había olvidado una bolsa con fruta, una barra de pan y queso. Me dije que debía ser la compra del día, tal vez el contenido de una frugal cena para dos.

¿Que cómo la descubrí? Pues porque al querer apoyar mi bastón blanco, me percaté de ese paquete y la curiosidad hizo el resto.

¿Qué hacer con aquel tesoro? ¿Dejarlo? ¿Quedármelo?

-Disculpe, señor, ejem. Creo que esa bolsa es mía.

-Ah, ¿es de usted? Qué bien que haya venido por ella. Me estaba preguntando qué podría hacer para conducirla hasta su dueño.

-Ay, menos mal que la he encontrado. Que si no, cómo se habría puesto mi mujer. Para una vez que me encarga algo, perderla. Es que, uno ya es mayor y la cabeza no funciona. A lo que se llega, Señor mío.

-bueno, no se preocupe que conmigo estaba a buen recaudo. Si quiere, usted me ayuda dejándome su brazo y yo, a mi vez, se la llevo. Total, nada tengo que hacer y me vendría bien escucharle.

-Ay, hijo. ¿Qué va a poder decir este viejo que le pueda interesar a un joven como usted? Si lo que mi Matilde y yo querríamos es regresar a nuestro pueblo y descansar.

-No serán de allá abajo, del sur?

-Ah, no. Vinimos de lejos, de arriba, de la montaña. Y sí, aquí disponemos de comodidades y lujos. Pero, y lo bien que estábamos en el pueblo. Venga, véngase conmigo que a la mujer no le importará que vaya con compañía y si quiere, come con nosotros. Que donde comen dos, comen tres y a nosotros nos gusta compartir lo poco que tenemos.

-No quiero molestar.

-Nada, nada; que no hay molestias que valgan. Dice que usted está solo y nosotros también lo estamos, así que… Ale, coja su bastón, no se vaya a olvidar de él como yo de la compra y vayamos para casa.

Caminamos, charlamos, compartimos. El matrimonio era sencillo, acogedor, bondadoso. Yo les conté mis cuitas. Les hablé de ti, que eras lo único que me quedaba de la familia, pero que te encontrabas lejos, en el sur. Ellos me contaron de sus hijos, de los que tan orgullosos se sentían y la tarde pasó sin darnos cuenta. Me levanté para marchar al encuentro con mi soledad de siempre, les pedí el bastón y quisieron acompañarme hasta la calle. ¿Sabría el camino de vuelta? Les dije que sí, que no se preocupasen. Me dieron un abrazo y algo más: la mujer posó sus manos en mis ojos, sentí un calor reconfortante, una tibieza que hacía años perdí. Y el milagro se produjo: vi su mirada, sus ojos profundos y a través de ellos contemplé una casita de troncos de madera en el interior de un bosque. Supe que ese era el refugio que yo siempre perseguí. Me di cuenta de que mi felicidad nodebía buscarla en una playa de mar calmo, sino en un bosque de árboles amigos.

Al abrazo de la anciana y a su caricia, siguieron unas palabras: “véngase con nosotros. Seremos su luz y usted será nuestra compañía”.

Y aquí estoy, bien lo sabes, hermana. La cuesta arriba de mi vida se allanó con afecto, silencios y entrega sincera. ¿Que hace frío? Sí; ¿Que no zascandileo como antes? También. Pero me siento sereno y ya no me angustio buscando caminos. Es verdad, queda tan lejos ese sur soñado… Pero ya no me importa. Soy feliz, estoy tranquilo, se vive bien aquí.

Así se iniciaría el diario sonoro del que, andando el tiempo, se convertiría en un célebre escritor del país del norte y que, años después, sería uno de los objetos más deseados por coleccionistas y fans que se acercaban a cierta casita de troncos.

2 comentarios:

Momentos dijo...

Como me gusta leerte!,!!, buena semana. Pilar

Marina-Emer dijo...

Querido amigo del alma y a tus preciosos ojos ...graccias por tus bellas palabras en mi poesia de la ilusión ya ves a veces uno también la pierde...hoy estoy triste ya me puse desde muy temprano ,espero con la compañia de todos vosotros me alegre
un abrazo con mucho afecto
Marina

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