Tras el domingo pasado, que pudisteis descansar de mis cuentecillos, aquí va el de hoy.
Que os sea leve.
Feliz semana.
Osvaldo era un profesional del arte de contar cuentos y romances. Con no poco esfuerzo había logrado crearse un método que le permitiese hilar las palabras. Y, pese a todo, siempre que debía actuar, enfrentarse a un nuevo escenario, un sentimiento de tensión se apoderaba de él. Los nervios jugueteaban con su maestría con traviesa soltura haciéndole dudar.
Ante esto se construyó una campana invisible de cristal. Aislarse, resguardarse, cobijarse frente a ellos y al miedo al fracaso. Así iba sorteando cada actuación y, a la vista de cómo se le aplaudía y contrataba, parecía que lo estuviera consiguiendo.
Aquel domingo por la mañana regresaba a su pueblo favorito, aquél en el que, hacía ya demasiados años, debutara siendo un jovenzuelo titiritero, inexperto pero lleno de ganas por alcanzar fama como actor. El tiempo le condujo por el camino de la antigua y popular juglaría y ahí estaba de nuevo.
Era una mañana primaveral, soleada, testigo de una ambientación medieval: las dulzainas y tamboriles, los vendedores de productos ya olvidados por los paladares más exigentes, chisporrotear de fuegos, recios olores, gentes vestidas de época, saltimbanquis y malabaristas.
El tañido de las campanas de la cercana iglesia anunciaba promesas de júbilo y fiesta; y el río, atravesado por puentes que unían pasado y presente, dejaba fluir su agua que era vida.
Ataviado con su capa y sombrero, apoyándose en el nudoso bastón de caminante, se dirigió al escenario dispuesto a declamar los amores de una guapa doncella, la traición del malvado caballero que la raptó y el muchacho que la salvó. Mas, cuando así lo hacía se topó con tres curiosos seres. Una ninfa, un hada y un duende le salieron al paso. Bueno, más bien tropezaron con él, distraídos como andaban entretenidos en chanzas y diabluras entre sonoras carcajadas.
-Oh, vaya pinta que lleva ese humano. Habrá que ayudarle a que tropiece en el charco de ahí delante.
-noooo, que es muy guapo. Vaya galán.
-Bah bah bah. Un figurín. Nada que ver conmigo.
-Ala ala ala. Vos siempre tan humilde. Calla, calla.
Osvaldo no sabía qué hacer. Notaba que sus pies se habían quedado encadenados sin saber por qué. Tenía que apresurarse, el público aguardaba y no podía permitirse fracasar, allí no.
Nurivinda, Ellusia y Alanerto se enconaban en la disputa: “que sí, que no; que no, que sí; tururú tirirí. Osvaldo cada vez se sentía más agobiado ante su imposibilidad de moverse. ¿Qué hacer? El público merodeaba por los distintos puestos y atracciones pero el tiempo volaba en su contra. Tenía que subir al escenario, necesitaría prepararse, alzar su refugio de cristal.
-Vamos, Alanerto. Déjale, que el pobre lo está pasando mal y nosotras no podemos permitirlo. ¿Querrás tú acaso que…?
-Uy, qué miedo. Dos brujas contra mí. Adiós, adiós adiós.
Y dando volteretas se coló por debajo de la raíz del roble que presidía la plaza.
Osvaldo se giró ante el sonido de unos rítmicos toc toc toc. Un grupo de ciegos se acercaba, palos en ristre hacia su encuentro. Si no se apartaba _se dijo_ se lo llevarían por delante, un atropello en toda regla, y eso que era un lugar pequeño, sin tráfico ni semáforos. ¿Cómo pensar que allí podía sucederle semejante percance?
Nurivinda y Ellusia se admiraron de la comparsa que venía. Vieron lo alegres que se mostraban, como si la luz les perteneciese. Era bonito aquello.
-Y el tonto de Alanerto se ha marchado.
-Mejor, porque con lo presumido que es, y lo celoso que se pone, igual les gastaba alguna gracieta de las suyas.
-Hermana, ¿y si les hacemos un regalo? Que vaya si me han caído bien.
-De momento, dejemos que el cómico divierta a los presentes. Ayudémosle a que su actuación sea única. Aunque él no lo sepa, hoy se va a lucir.
-Uy, si los ciegos ya se marchan. Ah, no; parece que tres de ellos se quedan. Anda, si son dos chicas y un chico.
-Esperemos que el chico no sea como nuestro Alanerto.
-Me parece que no. Tiene otra pinta y no me lo imagino dando volteretas. Jijijiji.
Osvaldo nada sabe de este diálogo pero se siente muy bien, más relajado que nunca. Intuye que tiene el éxito asegurado.Aun sin fijarse en tres espectadores concretos, que se an quedado a escuchar, comienza su cuento.
Y la ninfa y el hada, ahora sí, tocan con sus varitas mágicas a esos tres que, antes de afanarse en ir a la taberna, han preferido atreverse a soñar.
-Ey, ¿a vosotras también os está pasando lo que a mí? ¿O sois vosotras las que me estáis haciendo cosquillas?
-No, no. Seguro que eres tú el cosquillero. Que es que se te ocurren unas cosas… Primero quieres que hagamos juegos malabares con unas bolas y una cuchara, luego que pintemos sin colores y ahora..
-Pues si no sois vosotras, ¿quién será el que lo hace.
-Igual es el viento que como nos ha visto simpáticos ha querido dejarnos sus caricias. Porque no negarás que es bien agradable y divertido.
-Desde luego, mejor que irse a beber unos vinos.
Nurivinda y Ellusia están encantadas al notar la perplejidad de los protagonistas, objeto de sus arrumacos. Siguen con ellos y aún más: han soplado en la oreja de él y detrás de la melena de ellas.
¿Y sabéis qué? Que gracias a su idea de no seguir al resto han visto lo que nunca nadie puede ver.
Ha pasado el tiempo y ya, de regreso, entre carcajadas, se van contando una historia que sólo ellos tres comprenden mientras que los demás, seguramente con envidia, critican.
Y lejos de allí, o a lo mejor allí mismo, dos geniecillos diminutos están satisfechos porque saben que han ayudado a que tres seres humanos sean felices por un rato, tres personas, ellas bien lo saben, que lo tienen muy merecido. ¿Y si los demás se hubiesen quedado…?
Ah, y una cosa: cuando introducen la mano en sus bolsillos , encuentran dos curiosas figuritas. ¿A quién creéis que representarán? Buscad, buscad.
domingo, 8 de mayo de 2011
El señor cuentacuentos
Publicado por Alberto en 12:34 p. m.
Etiquetas: Relatos
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1 comentario:
Yo busco y no dejo de buscar...¿Y qué encuentro? Un cuentazo de lujo, lo mires por donde lo mires. Por cierto, ¿lo verán las hadas?
Un besósculo martésculo. Mua.
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