A Aquilino Calvo muchos le aconsejaron que se adaptase a los tiempos, a las nuevas modas, que tornase navaja por tijeras y alcohol por crema.
Mas, él siempre se negó, se resistió a abdicar de sus normas, hijas de la costumbre y las enseñanzas legadas por quienes le habían precedido en la profesión.
Y es que Aquilino era barbero, ojo: no peluquero que, para eso hacía honor a su apellido y su cabeza lucía destapada como lo habían hecho aquellas deseables turistas en la España de los años sesenta. Barbero como lo fue su padre y su abuelo y su tatarabuelo aunque, eso sí, ya no se dedicara a arrancar muelas o purgar enfermedades a base de sanguijuelas voraces.
Su establecimiento tuvo fama hasta quedar superado por el misterio de lo nuevo y cuando, en su localidad, abrió puertas Pelos Mix, con sus profesionales bateras, sus ofertas de moda capilar y atractivos modelos quedó relegado a la nostalgia rancia de unos pocos.
Subsistía a base de mínimas aspiraciones y mucha resignación hasta que un día no le quedó más remedio que rendirse.
Ya no se juntaban en su barbería el boticario, el cura y el señor Julián, el de la tienda de ultramarinos. ellos, el último bastión de su mundo habían ido cayendo cual hojas en el otoño.
Aquilino estaba solo, una tarde de marzo, sumido en sus recuerdos de afeitados bien hechos y discusiones de fútbol o política mientras liaba aquel tabaco de picadura. Sí, en ésas estaba cuando el aire le trajo aroma de pinos. Tuvo una premonición: esos pinos no eran los del Solano que plantaran hacía tantos años, eran las tablas que constituirían una caja, un ataúd. ¿Sería para enterrarle a él o a su establecimiento? Fuera lo que fuese, de una cosa estaba bien seguro: que la vieja dama de la guadaña lo tendría difícil, que lucharía con la bravura de los animales de mejor casta, erguido siempre hasta el final.
Ahora, cuando María urga en el pasado de su pueblo, no puede por menos que admirar a aquel Aquilino que supo resistir incólume al viento arrollador del progreso. Ella ha querido rendirle homenaje, a él y a otros, y otras, como él, recogiéndolos en un libro costumbrista. No importa que éste no llegue a alcanzar los primeros puestos en las listas de ventas editoriales, lo importante es que vuelvan a la vida porque la manera de resucitarlos será rescatándolos del olvido.
lunes, 28 de febrero de 2011
Aquilino el barbero
Publicado por Alberto en 7:55 p. m.
Etiquetas: Relatos
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4 comentarios:
Ub bello homenaje con el que me identico y al que me uno
El otro Alejandro
Mi querido amigo: La verdad que esos si eran unos grandes profesionales; tanto cosian a un gato, como guisaban a un pájaro, y sin ellos los pueblos no eran nada. Los barberos-quitamuelas son historia, pero han sido unos grandes artífides en la sociedad de antaño.
Un biquiño amigo Alberto.
Bien por Aquilino, protagonista de un relato diez!!
Feliz martésculo, Albertito! Mua!
La evolución no siempre es provechosa, ni positiva.
Un héroe: Aquilino, que merece el homenaje y recuerdo.
¡Una gran y bonita idea!
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