El pasado fin de semana pude saciar, otra vez más, ese ansia viajera que me caracteriza. Se trataba, gracias a una excursión organizada por la ONCE de Madrid, de conocer dos ciudades emblemáticas de Extremadura: Cáceres y Trujillo.
Participamos 50 personas, ciegos la mayoría y, con el apoyo de dos excelentes monitoras, pudimos hacer la visita con normalidad.
Sin duda que lo que pueda contaros aquí, en base a mi particular punto de vista, diferirá de la impresión que quienes veis podríais tener de esos lugares.
Cáceres me defraudó. Me pareció difícil la idea de pasar unos días de vacaciones solo por demasiados espacios abiertos y sin referencias, además de ignorar si dispone de elementos de accesibilidad (maquetas, braille...). No negaré que la ciudad tiene un rico pasado, fruto del cual, han quedado edificios monumentales que la hacen merecedora de ser patrimonio de la humanidad. Sin embargo, no conseguí que penetrara en mí, que me enganchara. Tal vez, ello fuera fruto de que la guía que nos la explicaba no nos aportó ese calor y esas historias que van más allá de lo que uno puede buscar en Internet o en los libros. eché en falta, curiosidades, leyendas, anécdotas. Destacaría, eso sí, el palacio de los Carvajal con su acogedor patio interior, en el que con el fondo del trinar de pájaros, pude tocar su higuera centenaria. El algibe, al que nos atrevimos, cómo no, a bajar hasta su nivel inferior para poder admirar la genialidad constructora de los árabes. O la concatedral de santa María, con su retablo, que pudimos tocar para tener una ligera aproximación sobre su talla.
La plaza Mayor estaba completamente en obras, por lo que no nos fue posible pasear por ella para hacernos idea de cómo es. Eso sí, pudimos palpar el almohadillado granítico en la muralla o la recia madera de puertas tachonadas.
Respecto a Trujillo, me gustó más. La guía fue mejor y, con su entusiasmo, nos hizo revivir la historia. Ahora bien, me pareció una ciudad ardua para moverse, ya que está edificada sobre una montaña de roca granítica, además de con un pavimento apropiado para la época en la que las caballerías eran el medio de transporte habitual, pero que, para este grupo de ciegos urbanitas, resultaba incómodo al engancharse el bastón en el empedrado y tener que estar vigilando de no resbalar ante la pendiente o las escaleras.
La gastronomía, contundente, con su cocido extremeño, sus migas o sus guisos, regados con vino de Pitarra. No pude resistirme a comprar las deliciosas perrunillas (especie de pasta a base de harina, manteca y almendras) y algo de queso de la tierra (que para algo ha de notarse eso de que, en alguna de mis anteriores vidas, debí de ser ratón).
Tal vez, necesite volver con más calma y pausa para rectificar esa cierta decepción que me he traído. O... que alguien me la explique mejor.
martes, 15 de febrero de 2011
Cáceres y Trujillo: mi último viaje
Publicado por Alberto en 9:00 p. m.
Etiquetas: De viajes
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2 comentarios:
Cáceres no creo que sea muy accesible (empezando porque la Plaza mayor siga en obras, como estaba en diciembre cuando yo la visité, y era un engorro tener que rodearla por los soportales para llegar al arco que da a la parte más antigua). En cuanto a la guía, no sé, a nosotras sí que nos tocó una que nos contó alguna anécdota e historieta, tendré que contártelas, si me acuerdo. Los edificios de la parte antigua son muy bonitos, pero claro, si no están en maqueta para que los toques, no te puedes hacer una idea.
Trujillo muy empinado, sí. Y el empedrado del suelo, incómodo, sí, no se me había ocurrido que para vosotros, más, por los bastones. ¿Entrásteis al castillo? Los escalones son muy estrechos, no sé si os dejarían pasear por ahí, es peligroso incluso cuando ves...
Y la comida, muy buena. Yo también traje un queso y a mi padre le encantó, por cierto.
Vale la pena hacer una excursión así sólo por degustar ciertos dulces perrunillescos, ¿no crees?
Te dejo, que acaba de llamar el cartero...¿Qué querrá?
besósculos viajerósculos! Mua!
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