domingo, 10 de octubre de 2010

Una tarde de lluvia

¿Qué hacer cuando tienes previsto salir al campo y no parece que vaya a dejar de llover?
Lo que en principio es una contrariedad, tal vez pueda ser una ventaja.
El entorno intensifica sus aromas, los árboles te regalan su cobijo haciéndote sentir arropada y, en medio del bosque, descubres una cabaña.
Tú, por lo pronto,  has salido preparada con indumentaria para protegerte y con esa cesta que se nutre de viandas caseras y mantel de cuadros.
Te decides a empujar la puerta del humilde refugio y un hombre te sorprende.
-Pasa, pasa; guapa. Aquí estarás bien. Déjate caldear por este mísero fuego.
Le miras, a un tiempo atemorizada y a otro seducida por sus ademanes seguros de hombre de campo.
Charláis. Le das las gracias y te dispones a compartir tu merienda con la suya.
      Le cuentas que tu chico salió temprano, en busca de setas y moras, y que habías quedado en encontrarte con él, pero que la lluvia te desvió de tu camino. Que le has llamado al móvil y te ha dicho que regresaras, pero ahí estás.
El hombre, te dice, es pastor, de los pocos que van quedando ya, que las cosas del ganado cada vez andan peor, pero que aún quedan locos como él. Eso sí, ahora se desplaza en moto y sus soledades se ven acompañadas  por las voces de la radio.
Parece que el aguacero se calma. Mientras, habéis saciado  vuestra hambre. Se ofrece a llevarte. ¿Por qué no?
Preferirías andar, pero todo está empapado y tu tito te espera.
Llegáis a tu casa. Es ya noche y, a vuestro paso, han salido los habitantes de ese bosque que te ha deparado una nueva amistad y una tarde de esencias en estado puro.
Te dices que bien valió la pena mojarse y además ahora tu casa te parece más hogar, más mágica.
El pastor os ha deseado buen descanso a tu tesoro y a ti y habéis quedado para un segundo encuentro de tres personas amantes de la buena naturaleza.
 ¿No valió la pena, acaso, arriesgarse? ¿Y si te hubieras dejado vencer por la comodidad de la pereza?
Cuántas cosas no nos perdemos por no salir un día de lluvia.
Qué importa que nos mojemos, que no haya quien nos sujete el paraguas. ¿Y si una persona de cuento se ofreciera a hacerlo?


1 comentario:

Mercedes Pajarón dijo...

Qué bonito, Albertito. Me ha gustado mucho, y más disfrutando de un fin de semana en un campo pasado por agua. Ayy, sufro por ese mantel a cuadros, por si se moja...¿Dónde está el paraguas?

Besósculos de excelente semana! Mua!

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