Hace ya demasiado tiempo que no os pongo leyendas relacionadas con los árboles, esos seres mágicos. Ahora que estamos inmersos en plena primavera, creo que es momento de recuperar esa costumbre.
Que os guste y disfrutéis.
llegaron de los cielos en una gran canoa;
¿Quiénes la tripulaban? Escuche bien sus nombres:
Ye’kuanas, Yanomamis, Guahibos y Piaroas.
La luna fue la nave donde llegó esta gente;
bajaron por las ramas del Árbol de la Vida,
y en la Tierra gozaron del abrigo clemente
del árbol, que les daba, agua, sombra y comida.
El Autana era el árbol que brindaba mil frutos;
maíz, cambur, moriche, sarapias y carutos.
De sus ramas caían torrentes de aguas claras,
donde todos llenaban tinajas y taparas.
Tenía dos vertientes que manaban de él;
una manaba leche, otra manaba miel.
Una noche unos hombres, movidos de codicia,
por llevarse sus frutos y poseer sus dones,
derribaron al árbol, y al colmar su avaricia
el nexo con los cielos perdieron las naciones.
Dispersó en su caída, su simiente El Gigante,
y por toda la Tierra semillas se regaron;
los árboles nacieron, mas de allí en adelante
frutos según su especie, solamente cargaron.
Y de sus claras aguas, dulce frescor de coco,
al desplomarse en tierra, crearon al Orinoco.
Padre Río de leyendas, con riquezas y mieses,
que las hojas del árbol lo poblaron de peces.
Las gotas de rocío, de brillos fulgurantes,
en las aguas del río, cuajaron en diamantes.
Y también la leyenda cuenta acerca de él,
que es una vena de oro la que antes fue de miel.
Átures y Maipures, Orinoco bravío,
el agua entre las piedras salta en llovizna y bruma;
flotan sobre las aguas, festones en el río,
que son de leche y nube convertida en espuma.
El Árbol de la Vida, cuando bajaba herido,
atrapó en su descenso millardos de luceros
y cometas errantes, y el destello perdido
de alguna ignota estrella, o meteoros viajeros.
Por eso el Orinoco encierra en su redil,
tantas luces y estrellas como el cielo de abril.
Sólo una vez al año, sin excepción ninguna,
las tribus se reúnen para observar la luna...
Sueñan los hombres, todos, viajar de nuevo en ella,
de planeta en planeta, y de estrella en estrella;
ser de nuevo los hombres que poseían la clave,
que dejaron perdida, una vez, en la nave...
En las noches tranquilas, claras y despejadas,
se observan las estrellas en el río atrapadas...
Y si es cuarto creciente, se ve la gran curiara,
y es sideral el río, y el viaje es sideral,
como jamás y nunca ningún hombre soñara
sueñan los Hombres–Dioses con su sueño inmortal...
Por el hilo del río, y elevando su vuelo,
sueñan.... sueñan... y sueñan, ser viajeros del cielo...
Observa allá "El Autana", tronco del árbol, yerto,
su presencia atestigua que lo que digo es cierto.
Del poemario "Rimar es amar", de Oceanía Oraá.
Que os guste y disfrutéis.
llegaron de los cielos en una gran canoa;
¿Quiénes la tripulaban? Escuche bien sus nombres:
Ye’kuanas, Yanomamis, Guahibos y Piaroas.
La luna fue la nave donde llegó esta gente;
bajaron por las ramas del Árbol de la Vida,
y en la Tierra gozaron del abrigo clemente
del árbol, que les daba, agua, sombra y comida.
El Autana era el árbol que brindaba mil frutos;
maíz, cambur, moriche, sarapias y carutos.
De sus ramas caían torrentes de aguas claras,
donde todos llenaban tinajas y taparas.
Tenía dos vertientes que manaban de él;
una manaba leche, otra manaba miel.
Una noche unos hombres, movidos de codicia,
por llevarse sus frutos y poseer sus dones,
derribaron al árbol, y al colmar su avaricia
el nexo con los cielos perdieron las naciones.
Dispersó en su caída, su simiente El Gigante,
y por toda la Tierra semillas se regaron;
los árboles nacieron, mas de allí en adelante
frutos según su especie, solamente cargaron.
Y de sus claras aguas, dulce frescor de coco,
al desplomarse en tierra, crearon al Orinoco.
Padre Río de leyendas, con riquezas y mieses,
que las hojas del árbol lo poblaron de peces.
Las gotas de rocío, de brillos fulgurantes,
en las aguas del río, cuajaron en diamantes.
Y también la leyenda cuenta acerca de él,
que es una vena de oro la que antes fue de miel.
Átures y Maipures, Orinoco bravío,
el agua entre las piedras salta en llovizna y bruma;
flotan sobre las aguas, festones en el río,
que son de leche y nube convertida en espuma.
El Árbol de la Vida, cuando bajaba herido,
atrapó en su descenso millardos de luceros
y cometas errantes, y el destello perdido
de alguna ignota estrella, o meteoros viajeros.
Por eso el Orinoco encierra en su redil,
tantas luces y estrellas como el cielo de abril.
Sólo una vez al año, sin excepción ninguna,
las tribus se reúnen para observar la luna...
Sueñan los hombres, todos, viajar de nuevo en ella,
de planeta en planeta, y de estrella en estrella;
ser de nuevo los hombres que poseían la clave,
que dejaron perdida, una vez, en la nave...
En las noches tranquilas, claras y despejadas,
se observan las estrellas en el río atrapadas...
Y si es cuarto creciente, se ve la gran curiara,
y es sideral el río, y el viaje es sideral,
como jamás y nunca ningún hombre soñara
sueñan los Hombres–Dioses con su sueño inmortal...
Por el hilo del río, y elevando su vuelo,
sueñan.... sueñan... y sueñan, ser viajeros del cielo...
Observa allá "El Autana", tronco del árbol, yerto,
su presencia atestigua que lo que digo es cierto.
Del poemario "Rimar es amar", de Oceanía Oraá.
3 comentarios:
Mravilloso! gracias por compartir esto con nosotros!
buen regreso,Albertito!
Ayyy, esa Selene haciendo compañía al árbol de la vida!
Es como si hubieras abierto la ventana a la primavera con esta entrada! Pues bienvenida sea!
Besósculos sabadósculos!
Hola Alberto amigo: La verdad que amar a los árboles es la asignatura de la vida, dado que sin ellos nos iría muy mal. Espero que este verano no se propaguen los incendios y asolen a los tan necesarios árboles. Cuando muere un árbol, algo muy útil se nos va.
Biquiños amigo,
Rosa María
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