miércoles, 23 de julio de 2008

El hallazgo


Aquí va otro de mis cuentos. Que os guste.



EL HALLAZGO




Mientras la espesa niebla caía a jirones, como derramando lágrimas, en el humilde poblado se estaba empezando a producir un nuevo milagro, de ésos que si no fuera por la fuerza arrolladora de la naturaleza, serían inimaginables.
En medio de esa negrura gelatinosa y con el frío agarrándose a la piel, en un mísero cuartucho, iluminado por una bujía que pugnaba por mantenerse viva, una mujer, con el rostro desfigurado, desgarrada por unas fuerzas invencibles, perdía el cruel combate que estaba librando contra el frío, el dolor y un sentimiento atávico de soledad y sumisión.
Al humo de la bruma se sumaba el de plantas quemadas, sólo conocidas de la Madre. Éstas, al tiempo que un coro de acólitas salmodiaban melodías oscuras, mezcladas con el u lular del viento, mecían a la pobre vencida en su última lid.
Su hombre, junto con otros, se calentaba en la gran sala del consejo, alrededor de un crepitante fuego, que teñía de rojo sangriento las pieles y bebía de la crátera común un brebage tibio y espeso. Esperaba. No era la primera vez que estaba en un trance así, pero nunca le había importado tanto como entonces. ¿Qué sería del clan si aquella pobre desvalida no cumplía? Hansen sabía que les quedaba poco tiempo. Era el último vástago de un linage elegido de los dioses, pero ya se sentía cansado, sabía que le quedaban pocas primaveras por contemplar. Sin embargo, un dolor más hondo inundaba su pecho. Por encima del deber hacia sus ancestros, no quería que Brunila se fuese a la isla lejana. La quería. Había caldeado su espíritu roto por las matanzas con que la espada, legado de otros héroes, se había forjado con el trágico fin de tantos adversarios. El ardor con que, en otro tiempo, la empuñara, había sucumbido a un único anhelo, estar junto a su jilguero. Y, entonces, ¿qué haría si se quedaba solo?
Algo fuera le sobrecogió, igual que a sus otros compañeros. El potente aullido de un zorro o perro salvaje, se dejó sentir dejando un escalofrío en todos. Pero algo más, percibió el guerrero. Fue el silencio en la casucha durante un instante que le pareció tan eterno como cuando terminaban todas las guerras. ¿Y luego…? Luego el llanto de una criatura.
Supo que el destino le salía al encuentro para no permitirle escapar. Brunila había sido, al fin, derrotada. Pero dejaba su espíritu y el fruto para el que, aquel día tan lejano, la habían entregado al dios de la aldea. Cuánto miedo experimentó en la entrega. Pero, cuánto le quiso después, cuando conoció la ternura de Hansen y lo desvalido que se sentía en medio de los honores tras sus victorias. Se marchó a esperarle en el lugar en que nunca había frío ni muerte.
A muchas lunas de aquel poblado, una joven, alta, con una melena azabache brillando al sol, se bañaba desnuda en una cala de aguas cristalinas. Estaba sola, pero no le importaba, porque sabía que también cumplía una misión. Las aves de la bahía la acompañaban en su serena belleza. Cada amanecer, ella, como otras antes, acudía a aquella playa de suave arena para dejarse acunar por la espuma tibia que formaban las olas del océano.
A veces, con sus gráciles dedos o con alguna ramita, dibujaba extraños signos, cuyo significado ignoraba, pero que, brotaban de su interior sin poder contenerlos.
Knuth había crecido. Se había hecho un mocetón y era la envidia de las jóvenes de la aldea. De rasgos duros, curtidos por el ejercicio de cazador y los juegos con otros muchachos, con los que luchaba por ser el primero, había tenido que soportar el abandono de su padre, destrozado por la muerte de la mujer que le diera la vida una lejana noche de otoño. En efecto, Hansen había caído en una sima de dolor y se había terminado por convertir en una ruina humana y sus otras esposas, las que se hicieron cargo del huérfano, le habían contado cómo, un día, su padre fue el héroe de todos y cómo él debería superarse para ser digno de éste y de su pobre madre.
Habían recogido ya la cosecha y para sofocar el calor del estío había ido a refrescarse en el arroyo, al que otros jóvenes como él, acudían en estas épocas y en cuya ribera, a la sombra de los helechos, nacían tantos primeros encuentros de amor. Se había despojado de su ligera túnica en su rincón favorito, un poco apartado de los demás, en el que se refugiaba desde muy niño. El lugar se lo enseñó el tañedor de flauta, que le habló de su magia y de cómo, a la sombra de unas setas rojizas y hermosas, vivían pequeños seres que, si les era digno, le cuidarían por siempre. Era un lugar secreto. Allí guardó sus primeras flechas y otros pequeños trofeos como un trozo de asta, un rascador o una piedrecita que, según le daba el sol, cambiaba de color.
Pensaba que era ya tiempo de compartir su refugio con Espiga alegre y contar sus sueños de matar al gran oso, del que heredaría el vigor y el liderazgo que su padre había perdido; cuando los cascos de caballos hicieron temblar el suelo. La paz del atardecer se trastocó en violencia. Sonidos de cuernos anunciaban la llegada de los hombres negros, sanguinarios salvajes que arrasaban todo cuanto se encontraban a su paso. En pocos momentos todo se tiñó de fuego y dolor. Apenas pudieron hacer nada. Destruyeron el poblado. Ya no estaba Hansen, como antaño, para resistir. Se apoderaron de los pequeños tesoros, violaron a las mujeres y apresaron a los fuertes. Todo lo demás lo aniquilaron, acompañados de gritos feroces y pesadas mazas.
Knuth se vio retenido por fuerzas invisibles. Impotente vio cómo las llamas y la desolación lo inundaban todo. Vio también, entre amargas lágrimas, cómo una de aquellas terribles bestias, más salvajes que el oso al que soñaba vencer, cogía por el pelo, arrastrándola en vilo, a aquélla a quien quería regalarle sus sueños. Ya se iban. Galopaban abandonando los despojos y dejando al único superviviente,a él, atrás. De algún sitio, nunca supo de dónde, surgieron los sonidos de una flauta. No había nadie. No quedaba nada. Pero él oía esa música. ¿Qué quería decir?
También oyó una voz, cascada, pero firme, que le hablaba. ¿Cómo podía ser?
---¡Vamos,sígueles. Se lo debes a tus padres y a Espiga Alegre. Éste es tu momento, no les decepciones.!
Con una mezcla de llanto, fuego y melodía, el desvalido muchacho se vistió y calzó las sandalias de nutria, y corrió. Corrió tras las huellas de la horda sanguinaria. Corrió hasta que no pudo más. Se internó en el bosque de robles y encinas, y la noche, con su manto, lo cubrió todo.
Elga había seguido acudiendo a la bahía, acatando su destino. Sus amigas se habían casado y habían tenido hijos. Algunas habían muerto. Pero ella, seguía pintando en la arena y esperaba. No sabía qué ni por qué, pero sabía que ésta era su misión. Con la madurez había aprendido a conocer los secretos de las plantas, el lenguaje de las aves y un misterio, tenido por sagrado. Sabía moldear el barro y creaba figuritas protectoras para todos cuantos se las pedían. Era querida por todos y respetada, pese a no, unirse a hombre alguno y dar hijos a la comunidad.
El de los sueños truncados, siguió buscando a su ninfa. Sehizo vagabundo y, aunque muchos hablaban de los conquistadores, nadie sabía de uno que llevase a una ninfa. Conoció a peregrinos que también buscaban, anhelaban el perdón, y tampoco supieron decirle. Y al fin, llegó al mar. De un puerto, bullicioso y rico enmercaderías, vio cómo zarpaba un navío alto, fuerte, con una enseña en el mástil, la de los hombres negros. No cedió a la angustia. Se encontró con un viejo pescador que le ofreció su ayuda a cambio de un presente cuando llegasen a buen fin.
El miedo al océano insondable era vencido, por
Knuth, mediante la esperanza y la mirada serena del viejo de barba blanca. Pero al atardecer del siguiente día, en que zarparon, la tempestad se adueñó de las aguas. Perdieron el rumbo y la pequeña barca fue juguete de las olas. Creyó que ahí terminarían sus andanzas y todo habría sido en balde.
Como, tantas otras veces, la noche volvió a reinar y todo, salvo una estrella lejana, pero brillante, se llenó de tinieblas. Una vez más, se sintió solo, derrotado. Pero también, otra vez más, el alba renació y su lucha todavía no iba a terminar.
Exhausto y sostenido por el marino, sus ojos, dañados por el resplandor de los rayos del sol, reflejados en las aguas azules; contemplaron trozos de madera, restos, tal vez, de aquel orgulloso y despiadado fugitivo. Y, también divisó, más a lo lejos, una hermosa y atrayente tierra que le llamaba.
Cuando a Espiga Alegre la arancaron unas garras del abismo de destrucción en que los hombres negros habían sumido su mundo, todo pasó ante sus ojos, fugaz y a ráfagas. Su condición de mujer para procrear y mantener la casa del guerrero para el que estuviese destinada, su aprendizaje para cocer el pan, hilar las pieles de las bestias cazadas y sus juegos de infancia. Y también entrevió la mirada soñadora de aquel joven que, también a ella la atraía, aunque él no lo supiera. Pero sólo fue durante un instante. Después galopó en la silla de su raptor. Tampoco supo durante cuanto tiempo. Pero al cabo, llegaron a un gran palacio. Grande, todo de piedra y lleno de gente. Pero qué distinto era de su acogedora morada. La llevaron a unos aposentos donde había más mujeres, como ella, solas y desvalidas. La lavaron, la vistieron y la condujeron ante un colosal señor, imponente con su fiereza y grueso cuerpo. Todos estaban pendientes de lo que él ordenara y nuestra niña observó cómo iba disponiendo del futuro de otras como ella.
Cuando le llegó el turno, la empujaron hasta el sitio del caudillo. Éste la cogió de la barbilla y la traspasó con una mirada de acero.
---Veamos. Tu belleza te va a salvar. Es inocente pero destila firmeza. Seguro que podemos hacer de ti una gacela digna del Señor que todo lo puede. Y ya te quitaremos esos aires de inocencia. Al valiente que te trajo y, supo descubrir una perla entre el lodo, le espera una buena recompensa del rey Alafat. Con el próximo envío de botín te incluiremos entre los objetos más preciados. Se te ve lista, así que, sabrás lo que te conviene y no intentarás ninguna tontería.
Aunque quiso bajar la mirada, sus ojos no acataron este deseo y siguieron retando a la bestia.
Y una mañana, un siniestro hombrecillo, con ademanes empalagosos, vino a buscarla. La unieron a otras bellezas, todas ocultas, como ella, con toscos ropajes. Las introdujeron en un gran barco, en una sala bajo la cubierta. Parece que todo estaba dispuesto. El aire olía a especias y a sal. Vieron también grandes toneles y cofres herrados con gruesos goznes. Pero lo peor eran los guerreros que todo lo vigilaban. No pudo evitar estremecerse al recordar su barbarie animal, cuando asolaron su aldea.
Tuvo, Espiga Alegre, miedo también por la inmensidad del agua que la rodeaba. Nunca había subido a un barco y creyó que no podría resistirlo, pero tambpoco le importaba demasiado por lo desgraciado de su porvenir.
Pronto se confirmaron sus temores. Olas gigantescas sitiaron la nave. Otra vez volvió a oír sonidos de muerte. Juramentos, gritos y dolor. Todo a su alrededor se quebraba. Lo que tan valioso parecía a la partida, se desparramaba ahora por doquier. Y los imponentes aparejos se astillaban, como débiles esquejes, ante el fragor de la tempestad. El instinto la hizo aferrarse a un grueso madero que había junto a ella y se dejó llevar.
Cuando despertó se halló tendida en un lecho de cálida arena. Su suavidad la tranquilizaba. Supo que allí volvería a encontrar la felicidad. Una mujer de mirada serena y larga cabellera, perlada de hebras blancas, le puso una mano en el hombro y le hizo beber de una taza de barro. Con el licor la vida fluía de nuevo por su cuerpo.
Con un lenguaje universal, aprendido por todas las mujeres, la dama le hizo saber que se llamaba Elga y que debía ponerse en pie. Alguien venía a buscarla y no debía faltar.
Una pequeña balsa se acercaba a la bahía. Se divisaba a un hombre anciano y otro más joven, aunque éste parecía vencido. Pero cuando se miraron, ¡oh cielos!
---¡Knuth, Knuth! Eres tú. MI pasado no ha muerto. Mi vida vuelve a tener sentido.
La emoción y la dicha eran, junto al suave murmullo de las suaves olas, lo único que se sobreponía a los trinos de los pájaros y el dulce eco de un mar, ahora acogedor.
---Anda, ve en busca de tu amada. Nuestro viaje termina aquí. Cumple con la palabra que me diste y entrégame lo que te voy a pedir. Quiero esa flauta que tocabas cuando nos conocimos. Tú no lo sabes, pero soy descendiente de aquel músico que te enseñó el escondite donde te refugiabas hace tanto tiempo. Debo seguir ayudando a otros muchos que, como tú, necesitan ayuda para que no queden sin esperanzas. Tu sitio está en esa playa, junto al ser que has buscado y al que quedarás unido para siempre. Sé digno de quienes confiaron en ti y no te abandones.
Ambos jóvenes, ya curtidos, se abrazaron.
La maestra que siempre había acudido a aquel lugar, durante tantos años, también sintió que su tiempo, por fin, estaba cumplido. Antes de subir a la barca del anciano, se dirigió a la pareja:
---Os dejo mi legado. En las obras de barro que hallaréis en la cueva que véis ahí detrás, que ha sido mi hogar y que ahora será el vuestro,está depositado el saber de la humanidad. Ahora sé que los dibujos que surgían de mi alma representan un código de signos que vosotros deberéis guardar y transmitir a las generaciones venideras.
Y dicho esto, Elga, la señora de largos cabellos, se fue, al tiempo que el lamento de una hermosa ave se perdió en el horizonte.

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