domingo, 20 de marzo de 2011

El extraño sello

Otro domingo más, otro cuento más. Que la primavera que mañana comienza, con su luz y nueva vida, dé alas a vuestra semana.
Que estéis bien y os guste.

Elisa andaba cavilosa. No sabía cómo podría descifrar un extraño sello que figuraba grabado en el último de los rollos que había descubierto en el anaquel más recóndito del archivo en el que, en aquellos momentos, andaba husmeando. Estaba compuesto de unos raros signos inscritos en una figura geométrica lobulada y en el centro una letra, ¿acaso, la e?
De vocación historiadora y profesión investigadora, más que por adentrarse en el pasado, la había elegido por su natural indagador. ¿Qué se escondía tras los polvorientos objetos que iba desenterrando en sus búsquedas? ¿A quién pertenecieron? ¿Qué mensajes transmitían y a quién iban dirigidos? Toda una pasión eso de desenrollar legajos olvidados y sacar a la luz transacciones, acuerdos, sentencias, trozos de vida cotidiana pretérita y, no obstante, ejemplificadora aún.
Era una experta paleógrafa, apreciada por su meticulosidad y empeño en lo que hacía. Y además era guapa, simpática y sencilla. Todo un dechado de virtudes. Y, no obstante, no había tenido tiempo todavía de descubrir el amor, porque seguramente no habitaría entre los documentos antiguos. ¿O quizá, sí?
Con pulso firme usó la espátula para desprender el sello. A continuación lo fijó en el portaobjetos y lo fotografió y añadiendo la tarjeta con los datos identificativos lo introdujo en la bolsita hermética habilitada al efecto para resguardarlo, conforme al procedimiento académico establecido.
Después pasó al texto que encerraba. Se inclinó sobre el pergamino y, otra vez, el crujido de la tela al desenrollarse, el olor a tinta y vejez, las misteriosas líneas... la emoción volvió, como siempre, a embargarla.
Se dispuso a descifrar otro texto arcano. En principio le pareció que la caligrafía no era difícil. Conservaba bien los trazos que dibujaban palabras en un latín correcto.
Ahora bien, el relato que se abría, cual capullo de seda ante sus ojos, ya era otra cosa. Necesitó releerlo nuevamente. No lo entendía. Era tan aparentemente simple y, a la vez tan increíble que no era capaz de comprenderlo.
Hablaba de una mujer solitaria, perfecta. Que buscaba y nunca hallaba el objeto de su pesquisa. Una mujer venida de lejos, que nunca dejaba de caminar, que nunca podía detenerse. Y de un joven que esperaba eternamente. Y de un palanquín negro en el que viajaba un anciano ciego con una lámpara. Y que éste se la entregaba al doncel. Y que al encenderla y levantarla alguien se hacía visible.
Elisa salió al sol de mediodía. En la plaza donde se elevaba el solemne edificio que alojaba el Archivo Histórico Nacional los paseantes dejaban discurrir el tiempo entre charlas y confidencias. Bajo el brazo, sostenía la cartera donde guardaba sus útiles de trabajo y, cómo no, la estampilla que lacraba aquel pergamino catalogado hasta entonces con las coordenadas donde había estado depositado desde siglos.
Se había dicho que quizá la solución al enigma estuviese oculta en el significado del sello. La intuición, un sexto sentido, no sabía qué, pero algo le decía que así sería.
Se dirigió, con paso resuelto, como ella era, a la facultad. Buscaría la cátedra de Sigilografía y esperaría que alguien hubiese quedado trabajando a esa hora, alguien como ella, tan apasionado por los misterios.
Subió al tercer piso, llamó a la puerta del catedrático, un hombre venerable aunque siempre distante, dejó que sus nudillos anunciasen la presencia de su visita y pasó.
La sorpresa se alzó ante sus ojos. En las escasas veces en las que había estado en aquel despacho nunca había visto, o es que nunca había estado, un óleo historiado que recogía la imagen de un palanquín negro del que asomaba un anciano ciego con una lámpara encendida. No podía creerlo. ¿Podréis creerlo vosotros?
Y, más aún, quien allí se encontraba trabajando no era el señor carvajal, si no un apuesto joven de ojos brunos, negrísimos pero de mirada clara y sonrisa de luz.
-Por fin llegas. Te estuve esperando.
-Pero... si yo sólo venía en demanda de ayuda para descifrar un sello.
-Claro, él lleva tu nombre, tu grafía. Y yo soy su destinatario. ¿Dejarás que se cumpla el destino?
-¿Es que puedo hacer otra cosa?
Los dos jóvenes supieron, entonces, que ya no deberían buscar más.
El tiempo pasó. Elisa se forjó merecida fama como profesora, enseñando a otras como ella, y a otros, que merecía la pena perseguir sueños, atreverse. Y cuando lo explicaba siempre mostraba el colgante de rubí que lucía en su cuello, un colgante que encerraba... un curioso dibujo. Bueno, curioso para aquél que no conociese su historia.

3 comentarios:

silvia zappia dijo...

hermoso relato extraño,Alberto!
(todos tendremos nuestro sello?)

mil besos,y buena primavera!

Susi DelaTorre dijo...

Qué bonito!!

Una historia de un destino escrito y un amor que tenía que nacer.


Besiños, Alberto!

Mercedes Pajarón dijo...

Redondo, Albertito, este cuento te quedó redondo! No sabes cómo me ha gustado!

Mua!

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...