Este domingo primaveral ya, con el día más luminoso, se me ha ocurrido una fabulilla, como aquéllas que leíamos de pequeños, y que tanta sabiduría encerraban. Yo no pretendo, faltaría más, equipararme a los Samaniego o los Iriarte, pero sí invitar a la reflexión.
Que os guste.
Un abrazo y feliz semana.
En el decrépito y, tiempos ha, abandonado edificio de la Bolsa, como cada día, Evaristo el Listo inició su habitual despedida.
-Señorías... Me voy, me retiro a mis aposentos.
Y, con su habitual reverencia bigotuda y grácil pase de cola, hizo mutis por la única portezuela que aún quedaba incólume ante el paso del tiempo.
Con un mohín de crispación y morritos apretados, Roberta Flac _la flaca_, contempló la rauda fuga del mentado Evaristo. Se vio obligada a aceptar, otra noche más, su ausencia. ¿Adónde iría? ¿Qué sendero elegiría esta vez?
Habían pasado el día enfrascados en una ardua polémica. Que si el queso de bola era mejor, o el manchego, o el Roquefort.
Al Listo le podían los suaves y mantecosos. A la Flaca, los de fuerte sabor y dura textura al paladar. Y otros concurrentes terciaban en la polémica, poniéndose de parte del uno o de la otra, y hasta hubo quien apostó por las tartas de queso.
Les gustaba aquel lugar frente a otros inmuebles mejor conservados, menos húmedos, por la abundancia de provisiones que, en él, se les ofrecían, montones de papel olvidado so pretexto de haber sido digitalizado, enlatado.
Y es que, todos estos moradores pertenecían a la especie ratonil. Habían aprendido a rondar por los más recónditos recovecos del subsuelo, conocían todos los secretos de la ciudad y, no obstante, siempre elegían para sus conciliábulos aquel palacete abandonado en pro de la modernidad y los ordenadores. Allá fueran los otros y su gusto por bibliotecas y librerías, ellos se sentían cómodos en ese lugar.
Roberta se maliciaba que el galán roedor le ponía los bigotes con alguna estrella cantaora. Y ella, siempre esperándole, penando su ausencia. ¿Se encontraría con algún fiero felino? Que por otra parte, bien empleado que le estaría por zascandil.
Hasta que otro día, el día de los ratones, comprendió el motivo de las ausencias: Evaristo porteaba sobre su lomo un paquete envuelto con su lazo y todo.
Se acercó a Roberta, le puso la patita encima y con agilidad de acróbata dejó caer su regalo.
-Querida mía. Por fin lo logré. Fui a pedir al hada madrina de los roedores esto para ti. Ábrelo, ¿querrás?
Y Roberta, emocionada, descubrió un cestillo que contenía algo mágico.
-¿Qué es, Evaristo?
-Siempre que te apetezca devorar tu manjar favorito, podrás hacerlo sin peligro de caer en las ratoneras que nos ponen los humanos. Con sólo remover lo que hay dentro, dispondrás de sabrosas porciones queseras. Y todo porque te quiero.
-Oh, Evaristo. ¡Me quieres!
-Sí, Roberta; ¿Y tú a mí?
La joven ratoncita se alzó de puntillas y posó su piquito en el de él. Y ese día en el local de la Bolsa hubo fiesta para todos y todas. Gran algarabía se formó en aquella reunión. Tanta fue que no oyeron a Micifuz. ¿Qué imagináis que pudo suceder?
Moraleja:
Si harto de queso no quieres perecer
vigila al gato que te pueda vencer.
domingo, 27 de marzo de 2011
La fiesta de los ratones
Publicado por Alberto en 7:27 p. m.
Etiquetas: Relatos
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2 comentarios:
Sí sí, la moraleja es bien cierta Alberto... !pero cachis en la mar, con la fiestecilla que tenian los ratones a cuenta de los amores, vaya malage que ha tenío que tener el Micifú!, si es que hasta los gatos son a veces malajosos. Asi que yo voy a pensar que Micifú estaba en huelga y que, tras echar una miradita al fiestuco ratonil, muy motivao se fue para su jefe humano y le reivindicó insistentemente el aumento de sueldo.
Mil besotes gordotes
Oh, una fabulilla, pues esconde la mano, que viene la viejecilla, jejeje...
Me ha gustado mucho. Es fresca y alegre, muy primaveral, sí señor.
Besósculos de buena semana. Mua!
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