domingo, 13 de marzo de 2011

Paloma

Con mis mejores deseos de que otra semana más sea dichosa para todos.
Que os guste.

A Paloma, Palomica, no le apetecía nada arrimarse a las paredes de cemento. Le gustaba más hacerlo a la calidez del muro de yedra del jardín en que fuera a haber parejas de enamorados o soñadores con hambre de lecturas.
Y es que Palomica, con sus calcetines a rayas de colores, sus vestidos de lunares y sus gorros de hada, se aparecía en aquellos refugios. ¿Que cómo lo hacía? Pues cómo ha de ser: montada en una escoba.
Ejecutaba su vuelo con la maestría que dan los siglos y la pericia que ofrece el interés de saberse necesaria.
Sí, ella sabía que lo era porque cuando no apadrinaba los encuentros jardineros, el aroma de las flores perdía lozanía, intensidad, y los visitantes salían con sus espíritus amustiados sin que pudieran explicarse el motivo. Ellos no podían, pero ella sí. Sabía que la llama de la magia y la pasión únicamente se prendía con su presencia.
Que no la vieran, no le importaba porque lo esencial resultaba ser el efecto que lograba hasta que un día todo cambió. Alguien la vio y entonces, entonces dio comienzo el final.
Un pintor al que decían loco se sentó una tarde de primavera en el banco que quedaba frente a la entrada del Jardín de los Suspiros. Se proponía plasmar el guiño del sol cual caballero que lo haría, galanteador, ante las bellas damas de su mundo, a los arriates de flores a la hora del ocaso.
Levantó la vista para retener en la retina los colores que debería elegir y entonces contempló cómo, en lo alto del muro se posaba una figura bien extraña, subida a una escoba y con calcetines a rayas verdes, rojas y amarillas.
Decían de él que era el loco porque era capaz de percibir lo que a otros se les escapaba y no alcanzaban a comprender. Mas no era tal. Simplemente era sensible y de alma libre.
Se dijo que si hablaba de aquello se ganaría definitivamente la reputación de orate. Aunque, por otra parte, qué más daba. Si no era por esto, sería por aquello. Ya no había remedio.
Así que se puso a observar y pintar. Conforme iba formando, en su cuaderno de dibujo, la ilustración perseguida,algo increíble comenzó a suceder.
Era como si la estuviese atrapando. No era capaz de apartar su mirada porque la figura de la tapia se diluía conforme la trazaba con su mano experta.
¿Era posible, se dijo_ que la capturara? ¿Y si así lo hiciese, ¿qué supondría eso?
Terminó su trabajo y marchó para casa, satisfecho de lo logrado. Es más, sentía que algo había cambiado en su interior.
Al día siguiente, cuando desayunaba en el bar de siempre su té y su croissant a la plancha, oyó cómo alguien relataba un extraño acontecimiento. Habían hallado abandonada una peculiar escoba en lo alto del muro del Jardín de los Suspiros.
Tiempo después se seguía recordando el sucedido porque, curiosamente, además, desde aquello, los jardines del lugar habían dejado de ser visitados. Nadie se explicaba la causa o razón, teniendo en cuenta que era la temporada propicia para disfrutar de ellos.
El misterio siguió siéndolo hasta que, al año siguiente, otra tarde, a una niña que siempre solía estar sola, no la aceptaban por su diferencia _era ciega_, una hermosa paloma se le posó en su hombro y, con el lenguaje universal de la fantasía, le susurró una historia que hablaba de un hada que volaba en una escoba y un pintor que la había atrapado.
La niña, de nombre Eva, sonrió y comprendió. Al fin podría ser dichosa porque la aceptarían, sabrían que su personita también conocía algo que los demás necesitaban y lo que era mejor, sabía cómo proporcionárselo.

1 comentario:

Mercedes Pajarón dijo...

Una Paloma nacida en un jardín de encuentros. Quiero que me dé sus calcetines.

Un besósculo. Mua.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...