Os hablaba ayer de mi emoción por haber ejercido la hospitalidad. Entre los resultados de esa sensación resaltaba el poder haber recorrido espacios en compañía.
Pues bien, uno de esos lugares fue la visita al Congreso de los Diputados, en el marco de las jornadas de puertas abiertas que se organizan por estas fechas. De no haber venido Jaume y Merceditas me habría sido imposible participar por lo difícil que resulta, siendo ciego, moverse entre el gentío que acude. Además de que dichas jornadas no son guiadas y tienes que seguir el itinerario, sin posibilidad de cogerte a alguien, sin negar, ni mucho menos, la amabilidad del personal allí destacado pero que no están para portear a alguien como yo.
Pero lo mejor de todo, es que fue algo improvisado.
Os cuento mis impresiones.
Era el miércoles, el puente tocaba a su fin tras días de ilusión y armonía, tras un tiempo desapacible, pero caldeado con el fuego de la amistad. Estábamos algo mohinos.
A Jaume se le ocurre que podríamos dar una vuelta por los alrededores del Congreso, darnos un paseo para contemplar el ambiente. Vemos la cola de gente que serpentea hacia la plaza de Cibeles.
Yo digo, por decir: “¿Y si preguntamos que si nos dejan entrar sin hacer fila? Que pa eso uno es cegato”. Dicho y hecho. Casi sin darnos cuenta, estamos dando nuestros carnets de identidad y tomando un chocolatito caliente. Imaginaos el gustillo de estar allí sin más ni más.
Merceditas me dice: “¿No aspiras tú siempre a ser uno más? ¿Cómo se come eso con el hecho de habernos librado de una espera de más de 2 horas?”. “Bueno, es que tampoco hay que pasarse y si en algo me puedo beneficiar…”.
Puedo tocarle el rabo a uno de los leones de la puerta, puedo sentirme protagonista de la historia reciente de España, saber cómo son los escaños _sillones cómodos con una mesita que soporta un ordenador portátil_, toco todo lo que puedo y Merceditas me va describiendo lo que se ve (un reloj muy curioso, la Carta Magna, los retratos, las columnas, los frescos pintados, los colores, los pasamanos, los famosos orificios de bala en el techo, las esculturas).
A la salida, un obsequio en forma de carterita que esconde una bolsa plegada y un ejemplar de nuestra constitución son el recuerdo a este regalo inesperado e inolvidable de haber podido estar allí.
Y, sin embargo, eché en falta la accesibilidad: alguna maqueta, información en braille o una audioguía. Y otra cosa: ¿no creéis que si son días de democracia, no deberían estar limitados los accesos a los asientos del Gobierno (el banco azul) y al estrado desde donde se pronuncian discursos y soflamas? Me resultó paradógico esa prohibición, ese límite. En fin, quedémonos con lo bueno.
Pues bien, uno de esos lugares fue la visita al Congreso de los Diputados, en el marco de las jornadas de puertas abiertas que se organizan por estas fechas. De no haber venido Jaume y Merceditas me habría sido imposible participar por lo difícil que resulta, siendo ciego, moverse entre el gentío que acude. Además de que dichas jornadas no son guiadas y tienes que seguir el itinerario, sin posibilidad de cogerte a alguien, sin negar, ni mucho menos, la amabilidad del personal allí destacado pero que no están para portear a alguien como yo.
Pero lo mejor de todo, es que fue algo improvisado.
Os cuento mis impresiones.
Era el miércoles, el puente tocaba a su fin tras días de ilusión y armonía, tras un tiempo desapacible, pero caldeado con el fuego de la amistad. Estábamos algo mohinos.
A Jaume se le ocurre que podríamos dar una vuelta por los alrededores del Congreso, darnos un paseo para contemplar el ambiente. Vemos la cola de gente que serpentea hacia la plaza de Cibeles.
Yo digo, por decir: “¿Y si preguntamos que si nos dejan entrar sin hacer fila? Que pa eso uno es cegato”. Dicho y hecho. Casi sin darnos cuenta, estamos dando nuestros carnets de identidad y tomando un chocolatito caliente. Imaginaos el gustillo de estar allí sin más ni más.
Merceditas me dice: “¿No aspiras tú siempre a ser uno más? ¿Cómo se come eso con el hecho de habernos librado de una espera de más de 2 horas?”. “Bueno, es que tampoco hay que pasarse y si en algo me puedo beneficiar…”.
Puedo tocarle el rabo a uno de los leones de la puerta, puedo sentirme protagonista de la historia reciente de España, saber cómo son los escaños _sillones cómodos con una mesita que soporta un ordenador portátil_, toco todo lo que puedo y Merceditas me va describiendo lo que se ve (un reloj muy curioso, la Carta Magna, los retratos, las columnas, los frescos pintados, los colores, los pasamanos, los famosos orificios de bala en el techo, las esculturas).
A la salida, un obsequio en forma de carterita que esconde una bolsa plegada y un ejemplar de nuestra constitución son el recuerdo a este regalo inesperado e inolvidable de haber podido estar allí.
Y, sin embargo, eché en falta la accesibilidad: alguna maqueta, información en braille o una audioguía. Y otra cosa: ¿no creéis que si son días de democracia, no deberían estar limitados los accesos a los asientos del Gobierno (el banco azul) y al estrado desde donde se pronuncian discursos y soflamas? Me resultó paradógico esa prohibición, ese límite. En fin, quedémonos con lo bueno.
1 comentario:
Ya te dije que lo de no poder sentarse en los bancos azules era por nuestro bien, para que no cogiéramos ninguna infección, jajajajaj! Fue curioso y divertido, ¿verdad?
Besósculos!
Publicar un comentario